Somos lo que decimos: “Nos siguen llegando rubios”.

Racismos a la mexicana   No somos muy numerosos los que reconocemos abiertamente que nuestra sociedad es tan racista como otras en el mundo. La versión generalizada a la que nos aferramos indica que el noventa por ciento de los mexicanos somos mestizos, mientras que el resto forma parte de las comunidades indígenas, las cuales […]

Texto de 30/01/19

Racismos a la mexicana   No somos muy numerosos los que reconocemos abiertamente que nuestra sociedad es tan racista como otras en el mundo. La versión generalizada a la que nos aferramos indica que el noventa por ciento de los mexicanos somos mestizos, mientras que el resto forma parte de las comunidades indígenas, las cuales […]

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Racismos a la mexicana  

No somos muy numerosos los que reconocemos abiertamente que nuestra sociedad es tan racista como otras en el mundo. La versión generalizada a la que nos aferramos indica que el noventa por ciento de los mexicanos somos mestizos, mientras que el resto forma parte de las comunidades indígenas, las cuales nos despiertan cariño, respeto y admiración. Esta versión idílica no resiste ni el más superficial análisis. En México, según la pigmentación de la piel, existen ciudadanos de primera, de tez clara; de segunda, los morenos, y de tercera, precisamente “los pueblos originarios”.Caricaturizando sólo un poco, se podría afirmar que los primeros suelen sentirse superiores a los otros dos, por lo que son aborrecidos por la población morena que también se divide a sí misma en dos modalidades: morena clara y morena oscura; ambas discriminan, a su vez, a quienes ocupan el lugar inferior en la escala social. De ahí que indio se considere un insulto: “chundo”, “nopal”, “patarrajada”, “bajado del cerro a tamborazos”, “prófuga del metate”, “cabeza de indio” (tela burda), “no tiene la culpa el indio sino el que lo hace compadre”.

Desde el siglo pasado, los gobiernos han establecido organismos para proteger a los indígenas con argumentos humanistas que únicamente han segregado más a ese millón de compatriotas, además de tolerar sus en ocasiones violentos “usos y costumbres”, proponer leyes exclusivas para ellos,2 no cuestionar su machismo (como si fuera diferente del de los otros ciudadanos…). Lo único que se ha logrado es infantilizarlos “por su bien” y mantenerlos alejados de los beneficios de la modernidad.3

Ahora se escucha hablar más de los llamados afromexicanos, lo que nos obliga a voltear a ver a esa tercera raíz de nuestra mexicanidad. Durante siglos su existencia se escamoteó, quizás para distinguirnos. Pues sí, con la Conquista llegaron los esclavos negros que los europeos atrapaban en África, a los que subyugaron, al igual que a los indígenas. Durante siglos fueron mano de obra gratuita, crimen que los españoles, portugueses, ingleses, franceses y holandeses no han deplorado suficientemente, ni han ofrecido una reparación. También su color se expresa a manera de injuria: “Pinche negro/tizón/cambujo…”, “trabajar como negro”, “cena de negros”. En nuestro entrañable “negro, pero cariñoso”, la adversativa es elocuente.

Ya se ha tratado en esta columna la relación del mundo árabe con el hispánico. Tensión lógica tras siglos de ocupación. Recordemos solamente locuciones heredadas de los peninsulares, como “ver moros con tranchetes”, “(no) haber moros en la costa” o el platillo “moros con cristianos”, popular en el Caribe.

Para el mexicano promedio, todos los asiáticos son chinos, “chales” o “amarillos”, independientemente de su nacionalidad, ya que tienen “ojos de alcancía”. “Estar (algo) en chino”, “engañar como a un chino”, no son expresiones que pueda compensar nuestra mexicaní-sima china poblana. 4

Hay otro racismo entre nosotros que suele pasar desapercibido. Concierne a quienes, según la incoherente taxonomía estadounidense, son caucásicos, es decir “güeros”.5 El título de esta columna cita un verso de la “canción de protesta” de los años setenta, muy aplaudida en las peñas de entonces, “La maldición de Malinche”, compuesta e interpretada por Gabino Palomares. Es una oda al racismo según la cual los rubios encarnan el mal (todos ellos, sin excepción), mientras que los indígenas, también sin excepción, son una suerte de raza superior, despreciada pero inigualable. Resulta extraño, no obstante, que el turismo nacional prefiera viajar a países de “blancos” que de “morenos”. Esa relación de amor/odio la fraseó así un humorista: “los mexicanos desearían vivir como los gringos, pero sin prescindir de sus sirvientes”.

Las reacciones xenófobas que se han visto ante las caravanas de centroamericanos en nuestro territorio confirman que el racismo, por desgracia, es universal.6 EP

1 El adjetivo parece exagerado si damos crédito a la hipótesis del cruce del estrecho de Bering por parte de pueblos asiáticos hace miles de años.

2 Los Acuerdos de San Andrés van en ese sentido: los llamados progresistas en realidad son conservadores.

3 Esquizofrénicamente, las propuestas para sustituir el efímero logotipo CDMX se inspiraron en lo prehispánico.

4 La historia de la Revolución soslaya la masacre villista de cientos de laboriosos chinos en Coahuila.

5 La mayoría no emigró de Europa Central sino del Reino Unido.

6 Incluso entre personas de apariencia idéntica, como ocurrió entre tutsis y hutus, con un saldo de ochocientos mil asesinados

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