Columna mensual de Claudia Cabrera Espinosa
Paratextos. La narrativa breve de Mariana Enriquez y Selva Almada. Entre lo terrorífico y lo cotidiano
Columna mensual de Claudia Cabrera Espinosa
Texto de Claudia Cabrera Espinosa 25/02/19
En 1973 nacen en Argentina dos autoras cuya infancia transcurrirá en medio de la turbulencia política, social y económica tras la instauración de la Junta Militar, caracterizada por la represión, la tortura y la desaparición de miles de personas: Mariana Enriquez y Selva Almada. La profunda huella de este periodo de sus vidas, derivada tanto del contexto social como del ámbito familiar, las ha llevado a dirigir su mirada de escritoras adultas a sus lugares de origen para conformar, mediante la ficción breve, una trama coherente de lo vivido, ya sea mediante lo macabro y lo fantástico, en el caso de Enriquez, o bien a través de un costumbrismo permeado por la muerte y el abandono, aunque no carente de belleza y ternura, en el de Almada. Este periodo es también el telón de fondo de Chicas muertas (Random House, 2014), libro que incluye la crónica de los asesinatos de tres muchachas en la Argentina rural cometidos años atrás, en la época en que Selva era aún una niña.
La coincidencia temporal y la divergencia geográfica permiten que la obra de estas dos escritoras sea una muestra sólida de la nueva narrativa argentina, y ofrezca al lector un caleidoscopio emotivo, y en ocasiones desgarrador, de lo que significó vivir y crecer en este país sudamericano en las décadas de 1970 y 1980, tanto en la capital como en la provincia. Uno de los puntos de convergencia de la cuentística de Enriquez y Almada es la perspectiva femenina e infantil de la mayoría de los relatos, la cual, conforme las protagonistas se acercan a la adolescencia y juventud, se va llenando de irreverencia, primero, y luego de una madurez precoz, en una sociedad que exigía enfrentar los problemas económicos y familiares desde muy pronto. La precariedad, en ambos casos, fue otro de los signos de aquellos años y, en cuanto a sus influencias literarias, ambas son herederas, entre otros autores, de los escritores del sur de Estados Unidos del siglo xx: Carson McCullers, Cormac McCarthy, Flannery O’Connor y William Faulkner, a quienes Mariana Enriquez no duda en mencionar entre sus favoritos, y quienes comparten con Selva Almada una fuerte tendencia hacia lo regional y lo íntimo.
Mariana Enriquez nace en Buenos Aires en un clima de miedo y angustia. Sus cuentos, editados por Anagrama en los volúmenes Los peligros de fumar en la cama (2009) y Las cosas que perdimos en el fuego (2016), abordan el terror mediante hechos sobrenaturales, en algunos casos, y a través de la crueldad y la sordidez, en otros. “La casa de Adela”, por ejemplo, ambientado en un barrio bonaerense, narra la inexplicable desaparición de una niña en una casa abandonada a la que ingresa con sus amigos. Ellos la buscan desesperadamente en el inmueble, y más tarde sus padres y la policía, pero nunca vuelven a verla. Este cuento reproduce el horror de los familiares de los desaparecidos.
Como Enriquez comentó en una charla en México el año pasado: “Todas las dictaduras trabajan con el terror directamente, yo crecí con eso, ésa fue mi infancia, y en Argentina le decimos aparecidos a los fantasmas; los militantes asesinados por la dictadura son desaparecidos porque no están los cuerpos. Para mí la falta del cuerpo es lo más siniestro”.
Otro de sus relatos, “Los años intoxicados”, describe en diferentes épocas las vivencias de un grupo de chicas deprimidas que viven una crisis económica en donde se corta la electricidad en turnos de seis horas. “Nuestras madres lloraban en la cocina porque no tenían plata o no tenían luz o no podían pagar el alquiler o la inflación les había mordido el sueldo hasta que no alcanzaba más que para pan y carne barata”, señala la escritora.
Selva Almada, por su parte, nace en Villa Elisa, un pequeño pueblo de Entre Ríos en donde se ambientan las andanzas de la protagonista de El desapego es una manera de querernos (Random House, 2015), una niña que va creciendo ante los ojos del lector, al pasar de las páginas, y que recuerda a Del Jordan, la narradora y personaje principal de La vida de las mujeres, de Alice Munro. Al igual que Del, la pequeña narra en primera persona los acontecimientos de su vida en un entorno rural a partir de una serie de elementos autobiográficos, entre ellos el suicidio de su tío —en una casa sin terminar, bajo una llovizna persistente—, y la forma en que éstos cimbran un mundo conformado por su núcleo familiar y sus amigos de la infancia.
Los relatos incluidos en la primera parte del libro se habían publicado bajo el título de Una chica de provincia (Gárgola, 2007), mientras que los siguientes, también con el paisaje como protagonista y que igualmente logran lo extraordinario a partir de lo cotidiano, sólo habían aparecido en revistas y antologías de escasa circulación, por lo que la edición de este volumen —con la totalidad de la narrativa breve de la autora hasta este momento— resulta más que afortunada. EP