Boca de lobo: Nunca existieron las madres buscadoras

Aníbal Santiago escribe sobre la toma de protesta de la nueva presidenta Claudia Sheinbaum y sobre su aparente silencio ante temas tan importantes como la desaparición de personas y la violencia contra la mujer.

Texto de 07/10/24

Sheinbaum

Aníbal Santiago escribe sobre la toma de protesta de la nueva presidenta Claudia Sheinbaum y sobre su aparente silencio ante temas tan importantes como la desaparición de personas y la violencia contra la mujer.

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Cuando en lo alto de la capital el reloj de la Torre Latino marca 15:58, 180 metros abajo el fervor multitudinario avanza ansioso al Zócalo. Son miles de hormiguitas apuradas que quieren cumplir su deseo —aplaudir, oír, ovacionar, alzar el puño— y también quieren comprar. Urge llegar a tiempo al discurso de la nueva presidenta, pero urge más que el fervor sea alguna cosa: una gorra del Peje con sus dientotes de conejo, un poster del Peje en caricatura sonriendo con su banda presidencial, una taza del Peje que dice “me canso, ganso”.

“Ella (aún) no enciende ese fervor que volvía nota a Andrés Manuel hasta si estornudaba…”

Como duele pensar que el presidente empieza a ser pasado y ya es expresidente —hasta cuesta decirlo—, para nunca olvidarlo hay que llevarlo a casa (aunque sea en peluche) y así se acurruque por siempre en el sillón de la tele con su carita de “el pueblo está feliz”.

Ella (aún) no enciende ese fervor que volvía nota a Andrés Manuel hasta si estornudaba, pero la presidenta ya da sus primeros pasos hacia el amor. En la ruta que lleva al anuncio de sus 100 puntos se venden cintas para la frente con su cara, patitos de felpa que alzan con su ala un cartel que dice “Claudia Sheinbaum”; una botarga con su cola de caballo bromea con los asistentes. Y tampoco a la doctora le falta sociedad, miles y miles, como las mujeres que viajaron desde pueblos como Chahuites para verla y que se hablan fuerte en zapoteco porque es su deber llegar ordenadas, no tan dispersas.

Con sus largas faldas de colores, las oaxaqueñas están por cruzar Eje Central para caminar por la calle de Tacuba, donde las esperan otras mujeres que ya no están. Es decir, de ellas ya solo están el recuerdo de quienes las querían, su tumba y su nombre. “Diana”, “Zyanya”, “Daene”, “Leticia”, nombres escritos con plumón y letra torcida, confusa, borrosa, o mejor dicho, letra apresurada, como la muchedumbre que quiere llegar a tiempo para oír a Claudia. Pero el apresuramiento de esa letra tenía un origen distinto, representaba el reflejo de “escribamos en chinga, ahí vienen los toletes, los gases, los escudos” de la policía que venía a castigarlas por pretender trazar todos esos nombres en las infranqueables vallas de hierro con que hace meses la autoridad protegió de las feministas a El Caballito, la estatua del rey Carlos IV (si se trata de un hermoso bronce, a los gobiernos federal y de la Ciudad de México sí les importa un monarca de hace dos siglos, así sea español).

Al toparse con El Caballito, un caballote de 13 toneladas y 4.88 metros de alto, las mujeres y hombres que han votado a Morena no tienen más que quitarse a derecha e izquierda, abrirse paso entre el rey a caballo. Y entonces los nombres apresurados de un puñado de las 5,227 mujeres asesinadas en el sexenio de López Obrador escritos en las vallas que rodean la pieza diseñada por Manuel Tolsá van quedando atrás. Adiós, Diana, Zyanya, Daene, Leticia. Disculpen, pero lo que nos ocupa está cinco cuadras adelante, en el Zócalo, donde miles de banderas de perfecta rotulación mandadas a hacer por grupos políticos, sindicatos afines, líderes de ambulantes y otras organizaciones de alma morena que evocan la lealtad sindicalista de Fidel Velázquez no dejan ver nada del templete a quienes vinieron por propia voluntad y sin presiones. Ahí están, bien organizaditos los miembros del Distrito 9 de la lideresa y diputada Iliana Sánchez, los integrantes de la Confederación Autónoma de Trabajadores y Empleados de México del líder y diputado Pedro Haces, los fieles de la agrupación morenista Fuerza Tequio del líder Alejandro Martínez Mondragón. Bandera en alto y pase de lista. ¡Presente, presente, presente!

“¿Y qué pasa con Diana, Zyanya, Daene, Leticia y las otras miles de mujeres que ya no están, víctimas de feminicidio? ¿No merecían ni uno de los 100 puntos?”

Por suerte, el Zócalo que no pertenece a ninguna agrupación más que a sus sentimientos cuenta con las pantallas gigantes donde vemos en su vestido indígena a Claudia, la política más poderosa de México, la mujer que hace un rato, en la Cámara de Diputados, pidió: “Nombremos ‘presidenta’ con ‘a’ al final. Igual que ‘abogada’, ‘científica’, ‘soldada’, ‘bombera’, ‘doctora’, ‘maestra’, ‘ingeniera’, con ‘a’. Solo lo que se nombra existe”. Despacito, paciente, dueña del escenario, la presidenta desgrana los 100 puntos de su gobierno. Pasan 3, pasan 10, pasan, 39, 46, 79, 99 puntos y nada. Incluso, la presidenta incluye en su punto 83 obras tan locales como mejorar la carretera Bavispe-Nuevo Casas Grandes, y hasta eso, algo que importa solo a los sonorenses, causa algunos aplausos. La multitud del obradorismo todavía no cae enamorada de “sheinbaunismo”, pero es generosa y reacciona. ¿Y qué pasa con Diana, Zyanya, Daene, Leticia y las otras miles de mujeres que ya no están, víctimas de feminicidio? ¿No merecían ni uno de los 100 puntos? ¿Y qué de las madres buscadoras de sus hij@s desaparecid@s, algunas de ellas también asesinadas como Teresa Magueyal, Lilián Rodríguez, María del Carmen Vázquez, Ana Garduño, Blanca Gallardo y varias más? ¿No merecían ni uno de los 100 puntos? Claudia nunca las nombró. En su defensa, ella misma lo aclaró ese mismo martes 1 de octubre en la mañana ya con la banda presidencial: “Solo lo que se nombra existe”. Si no se nombra, no existe. EP

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