Mariana Niembro Martínez celebra la posible llegada de una mujer a la presidencia y reflexiona sobre las implicaciones políticas, sociales y culturales que tal suceso tendría en la historia de México.
Por una esperanza genuina
Mariana Niembro Martínez celebra la posible llegada de una mujer a la presidencia y reflexiona sobre las implicaciones políticas, sociales y culturales que tal suceso tendría en la historia de México.
Texto de Mariana Niembro Martínez 27/05/24
Nunca subestimen el poder que tenemos las mujeres de definir nuestro propio destino, no queremos romper las leyes, queremos hacerlas. Emmeline Pankhurst
Mesia fue caracterizada como “andrógina” porque se decía que tenía espíritu varonil al defenderse a sí misma en los tribunales romanos. Caya, elocuente abogada defensora, fue la causante de la prohibición de la abogacía ejercida por mujeres al incomodar a jueces romanos.1 Olimpia fue decapitada por publicar la Declaración de los Derechos de las Mujeres y la Ciudadana. Se creyó hombre de Estado, señalaron sus victimarios.2
Podría hacer una lista interminable de mujeres que han transgredido el orden social establecido y fueron castigadas, calladas por osadas e insolentes. No hay duda, el Estado es patriarcal. Esto supone que es un orden social construido desde la masculinidad y la dominación y, por lo tanto, las instituciones políticas son concebidas por y para los hombres.
Rita Segato menciona que el patriarcado es la primera pedagogía de poder y de expropiación del valor, la primera lección de jerarquía. El poder como imposición, violencia, crueldad, distanciamiento y baja empatía en donde “las mujeres somos empujadas al papel de objeto, disponible y desechable, ya que la organización corporativa de la masculinidad conduce a los hombres a la obediencia incondicional hacia sus pares —y también opresores—, y encuentra en aquellas víctimas a mano para dar paso a la cadena ejemplarizante de mandos y expropiaciones”.3 Silvia Federici, por su parte, señala que las leyes fueron formas de tortura para controlar el comportamiento de las mujeres, para dejarlas sin autonomía y proyecto social.4
Es así como el Estado, sus instituciones y la sociedad siguen normalizando que las mujeres estamos limitadas a las labores de cuidados, que pertenecemos a los espacios privados y que lo político no nos compete. Sin embargo, si irrumpimos en lo público debemos demostrar permanentemente nuestras capacidades. No tenemos derecho a equivocarnos y se nos exige tener “la piel gruesa” para aguantar el embate, porque lo público es violento.
Entonces, ¿está lista la sociedad mexicana para la llegada de la primera presidenta mujer?
Si viviéramos en una democracia con igualdad sustantiva, hacer esa pregunta sería absurdo —sobre todo para quienes creemos que la igualdad es el camino. Y es que esa pregunta me resulta tan absurda como preguntar si estamos listas en México para la llegada de un presidente hombre. Supongo que se debe a que, para mí, el poder político no tiene cuerpo de hombre, sino todo lo contrario. Asociar el poder con lo masculino es algo que he ido deconstruyendo gracias a todas las mujeres que han luchado por esa igualdad sustantiva, ocupando espacios y, aunque nos falta camino por recorrer —porque vamos paso a paso y luego dos pasos atrás—, se ha logrado que algunas personas cambiemos ese imaginario. Es fascinante ver cada día más el ejercicio de poder y otras formas de hacer política por cuerpos diversos de personas que han sido históricamente excluidas de esa posibilidad —a pesar de que ya nuestras leyes ordenan la igualdad, con mismos derechos y obligaciones.
Que esa pregunta ronde en la opinión pública, las redes sociales, las charlas familiares, denota la honda cultura machista y patriarcal que impera en nuestro país. Por ello, que el poder político lo detente una mujer es un hito que no solo deseo, sino que estimula mi curiosidad al pensarla como poseedora de unos “superpoderes” que partan de otro sitio al tradicional de la dominación, el combate y la violencia. Es esperanzador y desafiante pensar en esa primera mujer que ocupará el lugar con mayor solemnidad política de este país, la presidencia. Esa institución que guarda tal respeto y una multiplicidad de adjetivos decorativos de nuestra cultura política presidencialista, tan priísta, y que sorprendentemente sigue siendo muy seductora para tantas personas que ven en esa persona a alguien profundamente especial, redentor, protector y celestial. Forma es fondo; el poder de lo simbólico y de la representación como acción política es tremendamente disruptor cuando se trata de un cuerpo no masculino.
Sin embargo, no es garantía y lo sabemos. No basta con que sea una mujer quien detente el poder para que nuestra agenda y la de aquellas personas históricamente excluidas tenga un lugar prioritario. Pero dejarlo pasar sin detenernos a reflexionar es negar las luchas de mujeres que resistieron desde la marginalidad y la permanente organización para que hoy ese sitio sea ocupado por una de nosotras. Las mujeres que lucharon siglos atrás se fueron sin ver esto. Hoy es un logro: celebremos y sigamos dotando de contenido este hecho histórico, porque las feministas somos aguafiestas,5 pero militantes alegres6, y sabemos que aún falta mucho para alcanzar la democracia con la igualdad sustantiva que merecemos.
Deseo que este hecho sea una sacudida de género tan necesaria en un país donde 11 mujeres son asesinadas cada día por el simple hecho de ser mujeres. Que el mensaje de ser gobernados por una mujer borre de aquellas mentes perversas que salimos al espacio público a provocarlas. El espacio público nos pertenece tanto como los cargos políticos, desde el más bajo hasta el más alto. Esa silla presidencial también es nuestra y en octubre estará ahí sentada la primera mujer gobernante de México. Emociona porque hay personas que pensamos que la política, como los colores, no tiene género.
Repito, sabemos que no es suficiente que sea mujer quien detente el poder para que las cosas se modifiquen y que las agendas de las minorías avancen. Sin embargo, en estos tiempos violentos de elecciones, les invito a ejercitar la esperanza genuina, mas no la esperanza ingenua. Lo primero que no quiero dejar pasar es preguntar: ¿por qué México, siendo un país machista y violento con las mujeres, hoy tiene a dos candidatas con posibilidades de ganar la presidencia? ¿Por qué los partidos políticos dominados por hombres y que han comprobado no estar a favor de la agenda de las mujeres postularon a una? Creo que esa es la pregunta que subyace a la primera. La respuesta es que, para los hombres, no resulta una amenaza porque ellos suponen que seguirán tomando las decisiones.
En este punto me gustaría señalar algo que nos abra la perspectiva sobre el margen de acción política. Un inicio de sexenio es la reconfiguración de fuerzas, cambios en los equipos, diagnósticos y lecturas, compromisos, deudas, propuestas y continuidad. Será todo un desafío para esa mujer que ocupará la silla que fue creada para un hombre, para sus personas cercanas, colaboradores, para la clase política, pero también para todas las personas que tendremos 6 años a una mujer en ese sitio. Espero que cada persona haga su trabajo para reflexionar a diario sobre los roles, estereotipos y prejuicios políticos de género. Será desafiante para quienes exigimos avances en agendas urgentes que interpelan a la ideología dominante, algo agotador y frustrante porque ha habido continuidad en las políticas de crueldad y violencia, sin importar los colores.
Sin embargo, reitero que siempre el inicio de algo emociona y genera expectativas porque es una oportunidad para plantear otras formas de abordar el conflicto y eso es la política: acercar, dialogar, sumar, articular. Sabemos que México es un país complejo con problemas muy profundos de desigualdad y violencia. Espero que pensar que una sola persona llegará a solucionar todos ellos ya no sea nuestra opción de salida. No ha funcionado. No va a funcionar.
¿Le damos demasiada importancia a la figura presidencial? Sí; la presidencia siempre ha sido el eje articulador del poder. La hemos envuelto en una suerte de manto de fe, esperanza y resignación. El poder presidencial ha sido un espacio de prestigio, reconocimiento, pero también de imposición y división. “Lo que diga el Sr. Presidente”, “no se legislará hasta que lleguen las iniciativas del Sr. Presidente”, y así hay un sinfín de frases que demuestran esta edificación absurda del poder ejecutivo impositivo y superpoderoso.
Un factor que será decisivo para la manera en que se ejercerá el poder y la necesidad de atender las demandas de las mujeres, entre otras, es que difícilmente la candidata que gane tendrá mayoría en el Congreso Federal en lo que respecta a su alianza de partidos políticos; pero eso es buena noticia. Soy creyente de la pluralidad y diversidad política. Siempre elegiré mayor representación que mayor eficacia en la toma de decisiones, porque creo en el enorme poder de la política, la negociación, el debate y el disenso. Esa falta de mayorías aplastantes obligará a la mujer que llegue a la presidencia a abrirse, debatir, negociar. Es decir, por fin la política será un ejercicio para el bien de todas las personas.
La pregunta de fondo es para qué se quiere el poder y qué se hace con él. ¿Por qué y para qué han levantado las mujeres la mano para presidir instituciones? ¿Para hacer la diferencia? ¿Para darle continuidad al ejercicio de poder masculino? ¿Qué se necesita para lograr un cambio en el ejercicio del poder que tienen en sus manos?
Me parece que en esas respuestas está la gran oportunidad para las primeras mujeres que ocupan y ocuparán los cargos más altos del Estado. La exigencia es enorme porque se les juzgará más duro por cualquier falla, pero también las expectativas son infinitas. ¿Cómo mediar ambas, cumplir con sus competencias e impulsar cambios?
La política jerarquizada nos ha entrenado para ilusionarnos con las personas que detentan el poder. Para creer que esas personas saben lo que necesitamos y harán lo correcto. En este caso, podríamos pensar que por ser mujeres, madres trabajadoras, entenderán nuestras demandas, serán más sensibles a nuestras peticiones. Sin embargo, así como las mujeres sabemos que los hombres nunca serán impulsores de nuestros derechos, tampoco debemos exigir solo a las mujeres que lo hagan. Si, como dije anteriormente, la política no tiene género, tampoco deben tenerlo las exigencias que se hagan a las personas tomadoras de decisiones. No se trata de aumentar el tono de la exigencia solo a las mujeres en el poder. Las mujeres políticas se encuentran en constante validación, cosa que no les sucede a los hombres porque simplemente el espacio público les pertenece; ellos no son intrusos. Lo que debemos poner en la mesa es una crítica constructiva que acompañe y sostenga la necesidad de que esas mujeres políticas tengan conciencia de género y actúen en consecuencia. Y eso significa que hagan política de forma diferente: escuchando, articulando y sumando voces.
Mi apuesta es que asumamos nuestra responsabilidad y tomemos esta gran oportunidad de deconstruir la institución presidencial del “Sr. Presidente todopoderoso”. Apostemos por una nueva figura. Abandonemos esa idea de que quien llegue va a resolver todos nuestros problemas y sabrá decidir lo correcto desde su escritorio. Ese margen de maniobra es en donde yo creo que se puede empezar a hacer una profunda diferencia con los liderazgos masculinizados, impositivos, autoritarios, que dividen y amedrentan. No todas las mujeres que llegan a la política tienen conciencia de género y me atrevo a decir que, aunque piensen tenerla, no la ejercitan. La conciencia de género se nombra y se ejerce acompañada, en red. Es un ejercicio de revisión diario que permite hacer músculo y actuar en consecuencia. Deben dejar de verse a ellas mismas como esas instituciones inalcanzables, atrincheradas, sin salir a escuchar. Deben dejar esa jerarquía para transformar sus propias instituciones, y eso es tremendamente disruptor y facilitador de un cambio profundo.
Sirva una anécdota para ejemplificar esto último. Desde muy joven escuché a mujeres políticas decir que a las mujeres que empezábamos a involucrarnos en temas políticos nos tocaba aprender y sufrir lo que ellas habían sufrido. Eso se convirtió en un mantra que asumí como verdad hasta que comencé a tener conciencia de género. Con esa mentira pasé por alto maltratos y violencias porque debía hacerme la piel gruesa como esas mujeres que aguantaron en un espacio de hombres. Hoy no las juzgo, pero las recuerdo para cambiar esas falsas creencias y asumir mi responsabilidad feminista de exigir y garantizar espacios libres de violencia para todas las personas, fundamentalmente para las mujeres que ocupan espacios que se siguen pensando que son por naturaleza para los hombres; y para que las mujeres jóvenes llenas de ternura radical no pasen por las violencias que yo pasé.
Si las mujeres que llegan a los espacios más altos de poder tan solo asumieran ese compromiso de erradicar la violencia machista institucional, estarían dando un gran paso y estarían yendo al fondo de los cambios que requerimos para sanar los dolores más profundos de este país. México tiene una deuda enorme con el reconocimiento de la cultura machista en todos los sentidos. Por eso, sí se antoja tener a una presidenta que pase del slogan a las políticas públicas redistributivas, a un sistema de cuidados que transforme el trabajo de casa y de la esfera privada para que deje de caer en nuestros hombros; y que haga un compromiso contundente para dejar de normalizar la violencia de género, así como acciones para erradicarlas. Que podamos hablar de los temas que nos importan a las mujeres, a las diversidades, disidencias y resistencias.
No es encontrar el hilo negro: muchas mujeres ya lo han señalado. Mary Beard nos dice que: “no es fácil hacer encajar a las mujeres en una estructura, que de entrada, está codificada como masculina: lo que hay que hacer es cambiar la estructura”; y eso significa erradicar de raíz la violencia de forma colaborativa y defender el derecho de las mujeres a equivocarse.7
Ahora bien, la exigencia para ambas candidatas es alta porque son cuestionadas por sus formas de actuar, de vestir, por aspectos personales, ataques llenos de estereotipos y sexismo que no se aplican a los candidatos hombres; importan los hombres que están a un lado y detrás de ellas, y también se duda del margen de maniobra que tengan o no. Todo ello sucede en un contexto de Estado patriarcal, de partidos políticos dominados por hombres y de una desigualdad estructural de género. Les exigimos mucho más a las mujeres que llegan a espacios de toma de decisión que a los hombres porque ellas “deben” ser perfectas, verse bien, ser articuladas, generar confianza y dar resultados para que podamos permitirles ocupar el espacio público; todo esto alimenta la idea de que las mujeres requieren ser validadas 24/7. Entonces, las mujeres políticas tienen un doble desafío: contar con las habilidades y el oficio político de operar en el patriarcado y al mismo tiempo innovar en su liderazgo, con conciencia de género y con nuevas formas de ejercer el poder político. Beard, en su invitación a cambiar las estructuras de poder, propone separar el liderazgo político de las mujeres del prestigio público, y eso significa pensar de forma colaborativa. Desmontar el liderazgo, normalmente masculino, que hoy se considera la clave de acceso a los organismos de éxito.8
¿Qué viene?
Finalmente, la vida nos trajo a este momento donde tenemos a dos mujeres compitiendo para ocupar la presidencia de México. Haya sido como haya sido, esa es la realidad. Se asume y se enfrenta lo que venga. Retomo la idea de la posibilidad, el nuevo inicio de un sexenio como oportunidad de reconfigurar. La política no tiene género, pero nos urge política con conciencia de género.
Ruth Bader dice que las mujeres pertenecen a todos los lugares donde se toman las decisiones. Rita Segato nos invita a ser personas capaces de interpelar creencias, pensar con sospecha, desconfiar de nuestras certezas y también de los discursos hegemónicos, de la fantasía y de la ideología. En este sentido, nuestra responsabilidad es pensar en la posibilidad de crear algo diferente, tener claro que seremos exigentes en abrir espacios y participar más allá del voto. Silvia Federici escribe que sigue siendo imperante tener estrategias políticas para nuestra emancipación. La historia de las mujeres no puede separarse de los procesos de transformación de los sistemas políticos y del Estado nación que se basan en la explotación. Teresa Hevia y Cecilia Lavalle hacen un recuento histórico de la lucha de las mujeres, lo cual me hace pensar en los siglos que ha tomado este proceso. Ellas nos recuerdan que ninguna de las sufragistas que comenzaron el movimiento por la lucha de nuestro derecho a votar pudieron votar.
Las candidatas saben que el movimiento de mujeres hoy es más fuerte que nunca; que las jóvenes ya no quieren ser las sufragistas que no ven los cambios, sino que los quieren vivir en tiempo real. Las candidatas también son mujeres cruzadas por la violencia, que además llegarán con compromisos y pactos indecibles.
Martha Tagle advirtió9, en el Foro Mujeres al Poder, que lo importante es que lleguen más mujeres al poder con poder, ya que pueden llegar mujeres empoderadas a nivel individual, pero requieren un empoderamiento colectivo, como dice Simone de Beauvoir, para transformar la vida.
Doscientos años después del primer presidente de México, tenemos la posibilidad de tener a la primera presidenta mujer. Sin duda, se trata de una victoria significativa y nos invita a reconocer a las muchas mujeres valientes, combativas, estratégicas, sigilosas, ruidosas, diversas que fueron ocupando los espacios, siendo incómodas y atravesando un sinfín de violencias reconocidas y no reconocidas: por ellas, por los partidos, por los hombres, por las instituciones y por la sociedad misma. Gracias a ellas, a las que ocuparon, ocupan y ocuparán estos espacios, se van abriendo caminos y se va demostrando que el espacio político también nos pertenece.
Las mujeres en todas nuestras diversidades seguiremos luchando, acompañando y exigiendo que nuestra agenda vaya al frente, escuchándonos y tejiendo juntas, comprometiéndonos a llevar a cabo las acciones que se deban hacer para mover las instituciones hacia otro sitio. EP
- Mary Beard hace un recuento de diversas historias de mujeres en las civilizaciones antiguas. Véase Mary Beard (2018), Mujeres y poder, un manifiesto, México. Editorial Planeta. [↩]
- Las autoras narran la protesta de Olimpia de Gouges. Véase Lavalle Torres Cecilia, Hevia Rocha Teresa, (2024), El deber de la memoria, del derecho al voto a la paridad en todo, México, Demos, 12624 Consultoras. pp.19-20 [↩]
- Segato Rita (2018), Contra-pedagogías de la crueldad, Argentina, Prometeo Libros. pp. 17 [↩]
- Federici Silvia (2010), Calibán y la bruja. Mujeres, cuerpo y acumulación originaria. Traficantes de Sueños. pp.158-160 [↩]
- Para el concepto de la feminista aguafiestas véase: Ahmed Sara (2023), Manuel de la feminista aguafiestas, Argentina, Caja negra. [↩]
- El concepto de militancia alegre es de Carla Bergman y Nick Montgomery: “Unimos deliberadamente la alegría y la militancia con el objetivo de reflexionar sobre las conexiones entre la fiereza y el amor, al resistencia y el cuidado, la combatividad y la crianza”. [↩]
- Beard Mary, ibídem. p. 95. [↩]
- Beard Mary, ibid. p. 94. [↩]
- Véase en Foro Mujeres al Poder (2024). El País, México. https://www.youtube.com/watch?v=Yk4BZzX3ypI [↩]
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