Elecciones en Sudáfrica: el Mesías llega a Johannesburgo

César Morales Oyarvide analiza las elecciones en Sudáfrica, donde el Congreso Nacional Africano enfrenta desafíos por desigualdad y corrupción, y destaca la presencia de opositores y el regreso de Jacob Zuma, agregando incertidumbre al proceso electoral.

Texto de 15/05/24

César Morales Oyarvide analiza las elecciones en Sudáfrica, donde el Congreso Nacional Africano enfrenta desafíos por desigualdad y corrupción, y destaca la presencia de opositores y el regreso de Jacob Zuma, agregando incertidumbre al proceso electoral.

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Decía Jacob Zuma, expresidente sudafricano y líder histórico del Congreso Nacional Africano (ANC), que este partido político gobernaría Sudáfrica hasta el día de la segunda llegada de Cristo. Los creyentes bien podrían empezar a rezar, pues en las próximas elecciones el partido que encabezó la lucha contra el apartheid en este país corre el riesgo —por primera vez en 30 años— de perder la mayoría parlamentaria y, con ella, la presidencia.

Un referéndum sobre los últimos 30 años

El próximo 29 de mayo, alrededor de 28 millones de sudafricanos votarán por sus representantes en el parlamento nacional, encargado a su vez de elegir al presidente de la república. Será la séptima elección democrática desde el fin del régimen racista del apartheid y la llegada al poder del ANC en 1994.  Desde entonces, el ANC ha ganado cómodamente la mayoría en cada una de las seis elecciones democráticas en las que se renovó el parlamento. El haber sido el partido que lideró la lucha contra el apartheid permitió al ANC construir una hegemonía prácticamente inexpugnable, fundamentada no sólo en su papel histórico, sino en el legado de Nelson Mandela y su gran legitimidad moral.

“El haber sido el partido que lideró la lucha contra el apartheid permitió al ANC construir una hegemonía prácticamente inexpugnable”.

Sin embargo, en esta ocasión las cosas no pintan bien para el partido gobernante, hoy dirigido por el presidente Cyril Ramaphosa, un histórico de la lucha por la liberación con orígenes en el sindicalismo, pero que en los años 90 se reinventó como empresario de éxito. El aniversario de la democracia sudafricana se ha convertido en una especie de referéndum sobre lo que se ha hecho —y sobre todo, lo que ha quedado pendiente por hacer— en tres décadas de gobiernos del ANC y sobre las expectativas generadas por el proceso de liberación.

Johannesburgo, tenemos un problema

Sudáfrica es hoy una de las democracias más estables de África, así como una de sus economías más desarrolladas. Para muchos, se trata de la puerta de entrada a un continente en el que las decisiones tomadas en Johannesburgo ejercen una considerable influencia. Hoy Sudáfrica es, sin duda, una sociedad mucho más inclusiva en términos raciales que lo que era en los años 90, gracias en buena medida a la agenda del ANC y a políticas como el Black Economic Empowerment (BEE), que ha significado importantes apoyos a poblaciones históricamente desfavorecidas.

Sin embargo, Sudáfrica sigue siendo uno de los países más desiguales del mundo. De acuerdo con el Banco Mundial, un 10 % de la población acapara 80 % de su riqueza. Y en esta desigualdad, la raza sigue teniendo un enorme peso. A 30 años del fin del apartheid, millones de sudafricanos negros siguen sufriendo de una situación económica tan difícil como en los tiempos de la segregación, con servicios como el agua y la electricidad provistos sólo de forma intermitente. En todo ello la corrupción, uno de los principales lastres de los gobiernos del ANC, ha jugado un papel determinante. Incluso el BEE, buque insignia de la política de empoderamiento negro del partido, ha sido acusado de fomentar el compadrazgo: para sus críticos, estos apoyos gubernamentales han servido para que algunos individuos conectados políticamente prosperen y hagan negocios con el poder, mientras se deja atrás a las mayorías de siempre, algo que la pandemia parece haber evidenciado.

Aunado a la desigualdad y la corrupción, otro problema persistente que hoy pone en riesgo la continuidad de los gobiernos del ANC es el desempleo, que rebasó el 30 % el año pasado. Uno más es la violencia: durante los últimos meses de 2023, Sudáfrica registró un promedio de 80 homicidios al día. Para poner un punto de comparación, aquí en México el promedio mensual durante los primeros meses de 2024 fue de 77 homicidios diarios.

“Aunado a la desigualdad y la corrupción, otro problema persistente que hoy pone en riesgo la continuidad de los gobiernos del ANC es el desempleo”.

En conjunto, estos problemas han representado un duro golpe a la popularidad del gobierno y han suscitado una reflexión colectiva sobre las deudas de la democracia de la que no ha quedado fuera ni siquiera el propio Mandela, cuyo legado ha comenzado a juzgarse más allá de su leyenda, sobre todo por los más jóvenes, como cuentan en este reportaje de la BBC. Ante esta situación, el discurso del ANC se ha centrado en pedir a los sudafricanos no echar por la borda los avances obtenidos desde el fin del apartheid —y en prometer, ahora sí, trabajar para resolver sus demandas—.

Neoliberales, radicales y profetas

Actualmente, el ANC tiene 230 de los 400 escaños del parlamento sudafricano (alrededor del 58 %). Frente a esta mayoría, el principal opositor a un nuevo gobierno de Cyril Ramaphosa es  la Alianza Democrática (AD), una organización que busca profundizar los procesos de liberalización económica y privatizaciones que actualmente cuenta con 84 parlamentarios. Al frente de una coalición de 11 partidos, AD ha prometido formar gobierno si el CNA no alcanza la mayoría de los sufragios el próximo 29 de mayo. Del otro lado están los Economic Freedom Fighters (EFF), hoy el tercer partido en el Congreso, con 44 representantes. A oídos latinoamericanos, su nombre puede sonar como el de émulos de Milei. Nada más lejos de la realidad: liderados por Julius Malema, un exmiembro del ala juvenil del ANC, la agenda de este partido está centrada en un ataque frontal a la desigualdad económica y racial desde la izquierda, que propone la redistribución de tierras y la nacionalización de las minas y los bancos en el país.

Junto a ellos, la novedad de esta elección es el regreso de un viejo conocido. No se trata del Mesías, pero sí de un político que, al menos en Sudáfrica, tiene un halo de profeta: el mismísimo Jacob Zuma, quien auguraba que el ANC gobernaría hasta el Día del Juicio Final. Zuma fue presidente de 2009 a 2018, año en que fue destituido por su “adjunto”, el propio Cyril Ramaphosa, en medio de acusaciones de corrupción. Con 82 años, es todavía un político  popular, especialmente en su región natal. Hoy Zuma  ha roto con el ANC y ha puesto todo su capital político al servicio de un nuevo partido: el “uMkhonto we Sizwe”, que toma su nombre del antiguo brazo armado del ANC en la lucha contra el régimen de segregación racial afrikáner.

“Zuma fue presidente de 2009 a 2018, año en que fue destituido por su “adjunto”, el propio Cyril Ramaphosa, en medio de acusaciones de corrupción”. 

El regreso de Zuma, que estuvo encarcelado en 2021, le ha añadido más incertidumbre a este proceso, una de las pocas citas electorales de 2024 en las que el resultado no parece del todo cantado de antemano. Y es que ya sea que el ANC alcance a formar gobierno nuevamente en solitario, lo haga a través de una coalición inédita o deje el poder tras 30 años, estas elecciones marcarán el inicio de una nueva época para la joven democracia sudafricana.

¿México en el espejo sudafricano?

Más allá de la nota global, una razón adicional para prestar atención a lo que ocurre en Sudáfrica es que las cuitas del ANC pueden ofrecer algunas lecciones útiles leídas en clave local. 

La historia del ANC es la de un partido que lideró una auténtica lucha popular y que, apoyado en esa causa y de la mano de Mandela, un político de gran carisma, se convirtió en la fuerza política hegemónica de un país atravesado por una profunda desigualdad. Los últimos 30 años dan cuenta de lo duradero que puede ser el éxito producto de esa coyuntura, especialmente sin una oposición en forma. Lo que está ocurriendo en 2024 nos habla, en cambio, de sus límites. Los dilemas del ANC muestran que, frente a una gestión decepcionante, no hay legitimidad o legado que dure 100 años. Que incluso hoy, que la aprobación de los gobiernos parece más un asunto de identidad que de desempeño, los resultados cuentan. Finalmente, las elecciones sudafricanas llaman la atención sobre el problemático papel que en partidos como el ANC pueden tener los liderazgos históricos, especialmente cuando tienen una base social propia y, aunque formalmente lejos del poder, no se han retirado de la vida pública. Este tipo de personajes, que por las buenas son un gran activo, por las malas —como Jacob Zuma— pueden convertirse en un auténtico dolor de cabeza.Las elecciones de Sudáfrica podrán no traer de vuelta al Mesías, pero si se les mira de cerca, ofrecen algo igualmente extraordinario: un espejo en el que se puede ver reflejada una posible historia de nuestro futuro. EP

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