Jacobo Dayán, director del Centro Cultural Universitario Tlalelolco, nos platica sobre su más reciente libro, República de Weimar. La muerte de una democracia vista desde el arte y el pensamiento, publicado bajo el sello Taurus.
¿Mueren las democracias? Entrevista con Jacobo Dayán
Jacobo Dayán, director del Centro Cultural Universitario Tlalelolco, nos platica sobre su más reciente libro, República de Weimar. La muerte de una democracia vista desde el arte y el pensamiento, publicado bajo el sello Taurus.
Texto de Jacobo Dayán & Este País 22/02/24
En el 2024, más de la mitad de la población está llamada a las urnas en más de 50 países. Vivimos un verdadero maratón electoral en el que las democracias podrían experimentar cambios profundos. En este contexto, invitamos a Jacobo Dayán, director del Centro Cultural Universitario Tlatelolco, para platicar sobre su más reciente libro, República de Weimar. La muerte de una democracia vista desde el arte y el pensamiento, publicado bajo el sello Taurus.
Andrés Padilla (AP): Para situar un poco la conversación, ¿podrías explicarnos qué es la República de Weimar?
Jacobo Dayán (JD): Se conoce como República de Weimar a la democracia alemana que se creó después de la Primera Guerra Mundial y que termina o muere con el ascenso del nacionalsocialismo, es decir, de 1918 a 1933. Es famosa e importante porque a pesar de ser un periodo muy corto, se trata de uno de los países más importantes, Alemania, que llega tardíamente a la democracia. Ese proyecto democrático muere de manera trágica con el ascenso del nazismo. A Weimar también se le recuerda por la gran explosión social, artística, de pensamiento, de ciencia, que ocurrió en ese muy breve periodo. Y hoy en día, cuando cualquier democracia entra en crisis, se voltea a ver recurrentemente a la República de Weimar.
Este año, 2024, es el año en que más seres humanos iremos a las urnas. Parecería que la democracia goza de buena salud, que hay muchos seres humanos viviendo en democracia. Paradójicamente lo que estaremos yendo a votar buena parte de los seres humanos es qué tipo de democracia sobrevivirá a estos años: si seguiremos viviendo en democracias liberales o en regímenes más borrosos o gelatinosos de la democracia, o incluso en regímenes abiertamente autocráticos, como sería el caso de los Estados Unidos con Donald Trump.
AP: En ese sentido, ¿cuáles son los signos vitales de las democracias en el mundo?
JD: ¿Qué entenderíamos por una democracia sana? Entenderíamos un régimen político donde hay elecciones transparentes y creíbles de manera periódica, donde hay división de poderes, donde hay libertad de expresión, donde el Estado de Derecho rige, donde se puede garantizar la vida y la seguridad de las personas; regímenes políticos donde el discurso público no genera una polarización tan violenta como la que se está viviendo en muchos países. Es decir, las democracias tendrían que tener elementos mínimos, pero lo que estamos viendo en el mundo es que estos populismos, neopopulismos del siglo XXI, están difuminando las democracias, mismas que tendrían que garantizar —sabiendo que es el gobierno de las mayorías — los derechos de las minorías. Lo que estamos viendo es que las democracias populistas se están convirtiendo de manera aplastante en tiranías de las mayorías, al tiempo que borran los derechos de las minorías.
AP: En el libro trazas una serie de paralelismos entre lo que ocurrió en la República de Weimar hace más de cien años y lo que sucede en el contexto mexicano actual. ¿Por qué advertir sobre estas coincidencias?
JD: El libro lo escribí durante la pandemia, en la época en que empezaban a circular muchos libros sobre las crisis de las democracias de manera importante por el ascenso de Donald Trump. Pero también porque en esos mismos años, en el 2019, el secretario general de la ONU, António Guterres, hizo una declaración que me sacudió. Decía que el mundo de hoy empieza a parecerse de manera muy preocupante, o tiene ecos muy preocupantes, al de la Europa de los años treinta del siglo pasado. Entonces, fue el momento en que dije: “Bueno, creo que sí vale la pena revisitar la República de Weimar, que sí mantiene ecos con el mundo de hoy”.
Con esto no pretendo decir, ni António Guterres lo pretendía, que estamos encaminados a la tercera guerra mundial o que va a surgir un Hitler por aquí o por allá. Simplemente que los signos de las democracias en crisis y del entorno social que permite esto de hace cien años empiezan a tener ecos o similitudes con el mundo de hoy.
Y enlisto algunas similitudes que ocurrían en Weimar y que estremecen: era una sociedad polarizada, con una gran crispación política, con violencia —violencia de género, violencia política, crimen organizado—, con los ejércitos incrustados en el gobierno y una falta de Estado de Derecho. Es decir, son muchos los elementos. La sociedad estaba desesperada porque los gobiernos no respondían. Y entonces, se decantaron por soluciones mágicas o de mano dura. Eso lo empezamos a ver en muchos lugares del planeta. Vamos, no nada más en México, lo vemos evidentemente en los Estados Unidos, pero también en el Brasil de Bolsonaro, ahora en Argentina, en El Salvador, Turquía, y en su momento fue Polonia, Hungría e incluso la Gran Bretaña.
AP: Me parece que hay una aparente paradoja entre la crisis política y económica que mencionas y el auge cultural y del pensamiento que ocurre en esos años ¿Cómo podríamos explicarla?
JD: En la República de Weimar, después de que salen de la rigidez del Primer Imperio, del Imperio Alemán de la Primera Guerra Mundial, se da una primera liberación social importante. Después de la rigidez prusiana hay una liberación sexual, de género, en la moda. Son épocas de gran transformación en las artes. Son los años del expresionismo, luego del dadaísmo, de la no-objetividad, la ruptura musical, del teatro épico de Brecht, de la Bauhaus, de la Escuela de Frankfurt también; es decir, hay una gran explosión artística y también de pensamiento y de ciencia. Son los años de Einstein y de Freud, de Thomas Mann y de Bertolt Brecht. Es una sociedad en profunda transformación, como se vivió en los años 60 también. Es decir, no es la única vez que ha sucedido, pero ocurrió de manera muy concentrada en la Alemania de esos años con una gran generación de artistas comprometidos con su época.
AP: La República de Weimar cae con el ascenso de Hitler al poder. En las democracias actuales hay gobiernos y gobernantes que tienen sesgos más o menos autoritarios y, a veces, los medios de comunicación caen en una comparación fácil con Hitler. Aunque aquí debamos ir con mucho cuidado, ¿percibes un encumbramiento de las ultraderechas en el mundo?
JD: Me parece que sí hay un preocupante ascenso de la ultraderecha en el mundo, pero también de populismos de izquierda o populismos que también rayan… Evidentemente no se puede comparar esta época con la de hace cien años, ni a los líderes de hoy con Mussolini o con Hitler, o con nadie de ellos. Esas épocas son completamente distintas. Pero de lo que sí podemos hablar es de que hay tensiones neofascistas, no del fascismo tradicional, sino neofascistas en el mundo de hoy. Y sociedades que exigen o que piden a los gobiernos mano dura y exclusión de minorías por todos lados.
La intención de voltear a ver a Weimar no es pensar que vamos a repetir esa historia. A mí esa frase de “quien no conoce su historia está condenado a repetirla” me parece que sí tiene punch, pero no tiene mucha sustancia. No obstante, creo que es importante voltearnos a ver en ese espejo. Y sobre todo en un entorno donde los Estados cada vez tienen menos capacidad de resolver los grandes problemas de la población y un sistema multilateral que tampoco funciona, al igual que no funcionaba hace cien años. Es decir, recordar: la República de Weimar también en buena medida muere por la presión de la comunidad internacional en el Tratado de Versalles y luego por una incapacidad de resolver todo.
AP: En el libro recuperas una cita de Stefan Zweig en la que describe perfectamente bien la ruptura entre lo viejo y lo nuevo: una ruptura de los jóvenes con sus padres, con los políticos, con los maestros. Quisiera saber si actualmente en el arte mexicano de hoy en día percibes también una ruptura, un hartazgo similar al que se vivía en Weimar.
JD: Sí, yo creo que en México y en el mundo eso se ve y existe. Pero, a diferencia de la República de Weimar, en el mundo actual me parece que se encuentra en los márgenes. No es una cuestión mainstream. Es decir, es arte que sí aparece y sí está y sí hay alertas, pero no está en los grandes espacios de cultura y arte, a diferencia de Weimar, donde eso era parte de la vida cotidiana. Incluso recordemos también el cabaret alemán, que era una buena parte de la diversión o del entretenimiento de la época. A diferencia del cabaret francés, que era mucho más sensual, el alemán era mucho más contestatario, mucho más políticamente activo, mucho más “sexoso”. Ahí se encontraba en el mainstream, en las películas —recordemos Nosferatu, Metrópolis, El Gabinete del Doctor Caligari, el mismo El Ángel Azul de Marlene Dietrich— y en la música —óperas como Wozzeck, Lulu, incluso Moisés y Aarón de Schoenberg. Es decir, en lo que era la cultura popular de entonces, o buena parte del mainstream, estaban estas manifestaciones. Eso hoy lo veo más en los márgenes.
AP: Durante febrero hemos estado publicando en Este País una serie de textos sobre los jóvenes como protagonistas del cambio político. Podría ser un lugar común pensar que los jóvenes son, de entrada, revolucionarios. En el mundo de hoy podemos ver, tal como en la Argentina de Milei, que diversos grupos de jóvenes se están decantando por una opción más autoritaria. ¿Crees que en México hay un hartazgo generacional que los jóvenes ponen de manifiesto?
JD: Sin duda. En Weimar, nada más basta recordar la gran película de Bergman, El Huevo de la Serpiente, que decía, un poco en resumen, que en la juventud ya estaba incubado lo que vendría en los siguientes años en Alemania. Es una gran película. Y hoy también lo veo en México. Es decir, en buenas capas de las juventudes en México hay un hartazgo. Esas famosas pintas que aparecieron hace unas décadas, que decían algo así como: “Prefiero tener una vida desenfrenada que vivir jodido como mi padre.” O, “Prefiero morir de pie que vivir arrodillado”. Entonces, sí hay un hartazgo generacional en buena parte de la sociedad y en otros sectores de la misma juventud una exigencia de mano dura. No es casual que el votante de Bukele, por ejemplo, también sea mayoritariamente joven, así como el temor en los Estados Unidos de que la juventud no vaya a las urnas. En el Brexit la juventud permitió la salida de Gran Bretaña de la Unión Europea en buena medida por no presentarse a las urnas. Entonces sí me parece que hay un desencuentro generacional y que las juventudes no encuentran respuestas en un modelo al que unos le damos cierto valor, pero que para buena parte de esa juventud no representa nada.
AP: ¿Cuándo te interesaste por primera vez en la República de Weimar?
JD: Para mí la República de Weimar ya había sido motivo de estudio y de obsesión por años. El libro relata decenas de películas, de óperas, de pinturas y de obras de teatro. Era un tema fascinante. Primero desde el punto de vista artístico y, después, político y social. Era una época que a mí me atraía mucho. La pandemia simplemente fue la oportunidad de escribir el libro que traía en mente desde hace años.
AP: Para quien esté interesado en profundizar más en la Alemania de los años treinta, ¿qué obras le recomiendas?
JD: Yo recomendaría varias. Tres series. Una que está desarrollándose en estos momentos, pero que desgraciadamente todavía no está en plataformas aquí en México; se llama Babylon Berlin. Otra que es más ochentera, una serie maravillosa del gran director de cine Rainer Werner Fassbinder, Berlin Alexanderplatz, basada en una novela de la época de Alfred Döblin. Otra serie: Heimat (1984). Y de películas, yo recomendaría El listón blanco. Es una gran película de la época. Evidentemente también El huevo de la serpiente de Ingmar Bergman.
AP: Muchas gracias, Jacobo, por esta breve entrevista.
JD: Muchas gracias a ustedes. EP
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