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En ruinas

Hay goteras en el techo del poema:

Las paredes se descascaran de tanta cal

para blanquear el artefacto que lo instituye;

capas y más capas de pintura vieja

que ya no cubren las marcas

detrás del espectáculo de su prodigio;

biombos desvencijados, vidrios rotos,

grietas como relámpagos que exhiben

el mecanismo de la simulación.

(El cielo raso no es

sino una tela sucia

que delata la trampa

de su hipnosis).

Para avanzar por el poema

hay que sortear ahora escombros,

marcos defenestrados, cubetas

que recogen las gotas de su ruina;

boquetes de piso a techo

que parecen materializar su agotamiento

en cuanto teatro:

                           mostrar algo preciso

y casi mineral sobre los límites

de lo decible.

La página perfecta

“Brujo de imperceptibles ritos”.

“Señor del rayo en la tribu del habla”.

“Alquimista de las tardes plomizas”.

“Gozne que lleva hacia las zonas arcanas”.

Pero hay que verlo en pantuflas

mientras barre

las impurezas del poema:

con qué empeño disfraza

las marcas del artificio que construye,

cuánto amoniaco y lijas

para expurgar del hechizo

las rebabas, las sombras delatoras

de su esfuerzo; cómo encubre el temblor

y las vacilaciones, los mínimos parpadeos

en la ilusión, en la burbuja inalcanzable

que ha de flotar como un paréntesis

de perfección y gracia;

qué exactos los espejos que esconden

los hilos extenuantes de su vuelo.

No es necesario asomarse

debajo de la alfombra:

cualquiera acertaría si preguntan

por las huellas del crimen.

EP