Sylvia Aguilar-Zéleny ensaya sobre la bisexualidad y la invisibilidad social que aún prevalece sobre esa identidad. #VisibleEnEstePaís🌈
Bilingüe, bisiesta, bisexual
Sylvia Aguilar-Zéleny ensaya sobre la bisexualidad y la invisibilidad social que aún prevalece sobre esa identidad. #VisibleEnEstePaís🌈
Texto de Sylvia Aguilar-Zéleny 23/09/21
La bisexualidad en un mundo monosexista
Cuando era niña, una de cada tres noches amanecía en un lugar que no era mi cama. En la alfombra o en la cama de mis papás. En una orillita de la cama de alguno de mis hermanos. En el sofá de la sala o en el del estudio. No era una niña sonámbula, era una niña insomne.
Insomne. Yo no sabía que existía una palabra para lo que yo era. Ya desde entonces yo necesitaba palabras para entender(me).
Hace unos meses en Twitter una chava publicó una pregunta: “¿Cuándo supieron que eran bisexuales? Es para una tarea”. Vi la pregunta, sonreí, me tomé mi tiempo para pensar en mi respuesta y de pronto en mi pantalla ya había 10, 15, 20 respuestas: todas compartían más o menos las mismas experiencias. Mujeres que no lo sabían, pensaban que lo que sentían por su mejor amiga era lo que todas las otras niñas o adolescentes sentían, y lo que sentían por el amigo casi novio era distinto. O bien, sabían que había sentimientos afectivos tanto por un chico como por una chica y asumían que eso era incorrecto, que estaban confundidas. Las respuestas, por cierto, eran todas de mujeres y la mayoría coincidía en un mismo punto: no tenía una palabra para nombrar lo que sentía.
Bisexualidad, la palabra es bisexualidad. Una palabra que algunas hemos necesitado para entendernos y entender que sentimos una atracción sexual y afectiva hacia personas de más de un sexo o género. Una palabra que con frecuencia despierta dudas.
La Dirección General de Divulgación de la Ciencia de la UNAM sostiene que: “Los bisexuales enfrentan hostilidad y rechazo tanto de parte de homosexuales como de heterosexuales, por eso es más complicado compartir con otros su orientación sexual”. Los bisexuales somos leídos como gente curiosa que no sabe lo que quiere y por tanto es difícil encontrar tu lugar dentro y fuera de la comunidad LGBTQTTI. Se habla de descuido afectivo, de promiscuidad, de tantas otras situaciones que, hay que admitirlo, ocurren tanto en las relaciones heterosexuales como en las homosexuales.
La pregunta es ¿por qué cuesta tanto admitirse bisexual?, ¿por qué algunes han optado por el passing y la “comodidad” de la heteronormatividad? Veo dos posibles razones: porque la sociedad en que vivimos, a través de los medios masivos, redes sociales, espacios de estudio o de trabajo, edifica un juicio que elude, juzga o violenta cualquier identidad que no es la propia, y porque tanto la comunidad LGBT como la heterosexual privilegia el monosexismo, como dice Shiri Eisner.
En Am I a Lesbian, ese manifiesto que se hizo viral en 2018, Angeli Luz sostiene: “Estamos entrenades desde el nacimiento para creer que encontraremos a alguien del otro género binario, nos enamoraremos, tendremos sexo, etc. En un millón de pequeñas formas se nos enseña que sólo las relaciones con el otro género binario son válidas. (Y si no eres uno de los géneros binarios, esto puede ser aún más confuso)” —la traducción y la e inclusiva son mías, por cierto—. Angeli Luz habla sobre el ser lesbiana; yo extendería esta noción hacia toda persona que se identifica como disidente sexo-genérica.
Kenii Yoshimoto habla de un “contrato epistémico” entre la heterosexualidad y la homosexualidad para borrar la bisexualidad. Laura Erickson-Schroth y Jennifer Mitchell plantean que las comunidades heterosexuales y homosexuales actúan en conjunto para proteger un sistema binario que se complica y se ve interrumpido por la posibilidad y presencia de la bisexualidad. Podría traer más fuentes a la conversación, pero a la larga todas nos lleva a lo mismo: 1) el temor o la necesidad de las personas bisexuales de admitirse como tal, o bien, de identificarse como heterosexuales y 2) pareciera entonces que si en algo están de acuerdo las estructuras heterosexual y homosexual, es en invisibilizar la bisexualidad.
A eso se le llama bifobia.
Y alguna vez esa palabra también fue mía.
El guión de la heteronormatividad
Hoy me gustaría viajar y decirle a la Sylvia de 1995 que piense bien su respuesta cuando su amiga le pregunte si es posible que a una persona le gusten tanto los hombres como las mujeres. La Sylvia que fui ofreció una respuesta espantosa y bifóbica. Supongo que no sólo me faltó lenguaje para entender que esa doble atracción era una posibilidad, también me faltó sensibilidad e inteligencia emocional para respetarla.
Lo entiendo ahora, más de dos décadas después, y parafraseo e intervengo a Angeli Luz: yo no sabía la diferencia entre lo que te han enseñado que quieres (estar con alguien del sexo opuesto) y lo que realmente quieres (estar con quien tú desees sin importar cómo se identifique). Y como no lo sabía, no sólo no supe ser empática con mi amiga, sino tampoco conmigo misma.
Pienso en Susanita la de Mafalda, cuando le preguntan: “¿Qué quieres ser de grande?” Y contesta: “Casarme y tener hijitos”. Sí, su gran sueño era casarse y reproducirse. Me pregunto si lo quería genuinamente o lo quería porque esa era la lección que se le había inculcado generacionalmente.
En I know I’m late —blog sobre su salida del clóset como mujer bisexual—, Becky Albertalli, autora de Simon contra la agenda Homo Sapiens, dice:
Estoy bastante segura de que me enamoré de chicos y chicas durante la mayor parte de mi vida. Simplemente no me di cuenta de que los enamoramientos hacia las chicas eran enamoramientos. De vez en cuando, sentía este tipo de atracción hacia alguna que conocía vagamente de la escuela, del campamento o de la clase de baile. Solía estar un poco ocupada durante semanas pensando en lo genial, linda o interesante que era, y en lo mucho que quería ser su amiga. Pero nunca se me ocurrió que esos sentimientos fueran atracción.
A mí tampoco se me ocurrió que los sentimientos por esa chica o por aquella a mis veintipocos (o antes), eran también una atracción. No logré comprender que eran idénticos o casi idénticos a los que sentía por este o aquel novio. Yo acuerpaba la atracción hacia sólo un sexo o género como única opción en el mundo.
Me explico: crecí entendiendo que dos mujeres podían estar involucradas emocionalmente, que dos hombres, o que un hombre o una mujer tuvieran vínculos afectivos. Bueno, hasta sabía que podía haber relaciones entre tres personas; lo que no sabía y lo que me tomó años entender era que podía tener sentimientos por una mujer o por un hombre, no digamos al mismo tiempo, tenerlos simplemente.
Póngamosle una cereza a este pastel de la desinformación, aparte de todo, yo no sabía que yo no era heterosexual. Yo, como muchas personas bisexuales, no sabía que era posible que me gustaran hombres y mujeres. No sabía cómo desmantelar ese guion binario —es decir, en el cual sólo hay sexo masculino y sexo femenino y sólo se pueden relacionar el uno con el otro—.
Simplemente ser
Me tomó muchos años y mucha terapia comprender que yo era insomne y que mi insomnio tenía una razón. ¿Cuántos años deambularía? No sé, pero me recuerdo así, cargando almohada, cobija, alguna muñeca y buscando dónde dormir que no fuera mi cama. Mi cama me daba miedo. O más que eso, su ventana. Daba justo a la calle, al paso y los ruidos del vecindario. Le tenía miedo a la ventana, o bien a lo que no sabía que había del otro lado de la ventana, a pesar de ni siquiera saber qué era.
En el segundo episodio de Hacks, serie de HBO, en la primera entrevista formal entre Deborah Vance y Ava Daniels, Vance rompe una pared y toda la formalidad al preguntarle directamente a su nueva empleada si es lesbiana. Ava contesta:
Como eres mi jefa, es ilegal que me preguntes esto, pero si tu curiosidad es genuina te diré que solía salir sólo con hombres. Pero al masturbarme sólo pensaba en mujeres. Y en la universidad finalmente me acosté con esta grandiosa TA, Phoebe, y me di cuenta de que podía conectar más emocionalmente con las mujeres, lo que me llevó a experiencias sexuales más profundas. Pero a veces aún necesito sexo penetrativo con un pito para acabar. Pero no lo sé, tal vez estaba condicionada por el porno que recibía por el algoritmo, ¿sabes? En fin, soy bi.
Esto es una serie, lo sé, pero lo que dice Ava comprueba que la sociedad patriarcal nos ha introyectado que el único sexo válido es el sexo penetrativo y, gulp, reproductivo. Muchas de las experiencias que leí en el tuit que mencioné al inicio suenan a que la lucha interna, que no me cansaré de repetir, es sobre esto: lo que se supone que debe atraernos, lo que nos atrae y lo que también nos puede atraer.
Me gustaría saber cuántas mujeres iniciaron/iniciamos la vida sexual con un hombre, mientras subyacía por ahí la pregunta de cómo sería con una chica, sin saber que eso era posible, o bien, sin atreverse a explorarlo. El personaje de Ava se lo pregunta, se lo responde, lo hace y se adueña de su narrativa. Y me gusta pensar que no sólo hay personajes, sino que también hay personas que asumen su posición y su sexualidad sin temor, sin pena.
Siendo, simplemente siendo.
La palabra innombrable
Gracias a la terapia, he comprendido que en esa época de mi infancia insomne pudieron ocurrir dos cosas: 1) que yo se lo dijera a mis padres y hermanxs y que no me tomaran en serio, y que incluso, quizá, se rieran de mi ingenuidad infantil, o 2) que yo simplemente no me atreviera a compartir mi miedo y, ya desde entonces, decidiera gestionarlo como hago (¿o hacía?) con frecuencia: deambulando a solas.
No sabía que las palabras hacen algo más que construir narrativas, te ayudan a nombrar, más aún: te permiten entender y resolver(te).
Igual ocurrió con mi bisexualidad. La palabra estaba ahí, sin ser reconocida ni nombrada. Yo no sabía que era una opción para mí, no sabía que lo que sentía frente a una mujer o un hombre era parecido. No sabía que había la opción de enunciarlo y vivirlo. Incluso cuando finalmente tuve mi primera relación con una mujer, no lo sabía. No se me ocurrió pensarme ni bisexual, ni lesbiana, simplemente me pensaba como Yo. Lo que sí es que estar con ella era diferente a estar con un hombre. Encontré en esa relación, tanto en la comunicación, como en el deseo, como en lo emocional, incluso en lo creativo, un espacio donde me sentía a la par.
Porque yo había aprendido desde pequeña que en una relación el hombre cuida y la mujer se deja cuidar. Y de pronto estaba en una relación de cuidado mutuo. Es ridículo, pero al escribir sobre ello pienso en la carta XVIIII del tarot, el Sol. Las dos figuras sosteniéndose, nadie guiando a nadie. Se avanza en pareja. Lo sé, hay relaciones heterosexuales y lésbicas que son así, avanzan juntes, pero yo no venía de esa práctica. Yo, como la niña insomne y temerosa que era, pensaba que sólo podía ser cuidada y protegida, sin saber que yo tenía la capacidad de hacer exactamente lo mismo por mi pareja. Y por mí misma.
Con el paso del tiempo tuve relaciones con otras mujeres, se coló algún hombre, pero nunca me detuve a autodenominarme. No era el temor a salir del clóset, era otra cosa. Se lo conté a mi amiga Ala el otro día y me dijo: “Ay, amiga, tú lo que tenías era el síndrome de la impostorta”. Las bromas de Ala siempre esconden tanta razón.
Impostora, impostorta, eso era exactamente. No me sentía capaz de nombrarme. No era lesbiana, porque ¿dónde quedaban esas relaciones con hombres en el pasado y el hecho de que aún me atraían? Tampoco era heterosexual porque ya había tenido novias. No, yo no tenía lo que según yo se necesitaba para ser lesbiana o para ser heterosexual. No había una palabra para mí.
O eso creía.
Estaba iniciando una relación, cuando decidí que era momento de hablar con mi hijo. Antes de hablarle de mi vida sentimental actual, quise dejarle claro que la relación con su papá había sido genuina, pero que ahora “Mamá sale con una mujer”. Mi hijo de entonces 11 años me dijo: “Ah, entonces eres bisexual”. Aunque había oído la palabra, no tenía idea de que eso era yo. Me quedé callada, mirándolo, me imagino a mí misma como el meme ese de la mujer rubia y con una serie de fórmulas matemáticas frente a ella sin entender nada. “Sí, mamá. Si te gustan las mujeres y te gustan los hombres, eres bisexual”.
Bisexual, yo bisexual.
Me da coraje pensar que aprendí una parte esencial de mi identidad hasta los treinta y tantos años. Aún así, me alegro haberme encontrado y que la palabra bisexual haya llegado de labios de mi hijo.
Hacer frente al binarismo
Cuando digo que soy bisexual, a veces encuentro en mi oyente una pequeña sonrisa, como si de mis labios saliera “Soy muy sexual”. Pero no, he ahí otra idea errónea sobre la bisexualidad. Ser bisexual no es tener sexo con dos personas de distinto género al mismo tiempo; el sexo con una dos o más personas es eso: sexo. Lo repito: ser bisexual es sentirse atraída y construir vínculos sexoafectivos con una persona de tu mismo sexo o de sexo opuesto.
Y así como nadie me dijo nunca que como personas nos pueden gustar sólo las mujeres, o sólo los hombres, o ambos; tampoco que pueden gustarte las personas trans o no binaries, que te pueden gustar los pansexuales. Que pueden gustarte todes, o nadie.
También te puede gustar nadie.
Lo personal es político, nos ha enseñado el feminismo. Como sostiene una amiga y colega: “No olvidemos la responsabilidad política de lo dicho y lo hecho”. De nuestra manera de gestionar los afectos también hay que hacernos cargo. La bisexualidad, a fin de cuentas, también le hace frente al binarismo en el cual fuimos criados; eso ya es revolucionario.
A la larga, creo que esa ventana a la que yo le tenía miedo de niña me enseñó más de lo que imaginaba. Había un mundo esperando a ser explorado. La ventana me enseñó a no temerle a lo desconocido, me enseñó a ver, escuchar y habitar posibilidades. Lo mismo me ha enseñado mi bisexualidad.
De niña deambulaba de cuarto en cuarto, hasta sentirme segura. De adulta he aprendido a ser una mujer que deambula, actúa, escribe, educa y cría desde la sexodisidencia.
Abrazar la bisexualidad
Hace tiempo una amiga mía solía quejarse de que las personas heterosexuales no tienen que presentarse y establecer su preferencia right away; en cambio, ella/nosotras, sí. Hasta ahora me he puesto a pensar en si lo que le molestaba era tener que autonombrarse bisexual, por miedo al rechazo, a la mirada que ve en la bisexualidad, como en cualquier otra disidencia, una traición a —no sé— el sistema que nos dicta cómo debemos ser y relacionarnos con les otres.
Yo suelo esperar a sentirme en confianza para compartir cómo me identifico. Una vez se me ocurrió que sería gracioso presentarme diciendo: “Hola, soy Sylvia y soy bilingüe, bisiesta y bisexual, mucho gusto”. También sería un mini-activismo y ejercicio de visibilidad.
Sin embargo, así como poco a poco dejé de ser insomne, he comenzado a sospechar que ahora también me siento impostora como bisexual porque ahora me atraen mucho, mucho más, las mujeres. Y las mujeres que me gustan, me gustan porque están buscando reescribir su narrativa para construir relaciones más saludables: cuidado, acompañamiento, visibilización. Ojo, que no digo que la bisexualidad sea sólo una etapa en la vida disidente, digo que a mí, al menos me enseñó a definir qué tipo de personas y relaciones quiero en mi vida. No sé, tal vez un buen día comience a presentarme como “Soy Sylvia bilingüe, bisiesta y bisexual más bien tirándole a lesbiana”.
Abrazo lo que la bisexualidad me ha enseñado, abrazo que en la bisexualidad otras personas encuentren su vida; seguiré deseando que esté ahí visible, admitida, reconocida como lo que es: otra forma revolucionaria de amar. EP
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