Cuota de género es el blog de Abril Castillo en Este País y forma parte de los Blogs EP.
Hat trick
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Texto de Abril Castillo 12/07/21
El término hat trick viene del inglés hat “sombrero” y trick “truco” y se refiere al truco de magia que hace un mago cuando hace aparecer algo de su sombrero. Aunque también hay quien dice que viene de la primera vez que se usó en un deporte, en cricket, cuando H. H. Stephenson consiguió hacer tres wickets y desde entonces se premiaba a los jugadores que hacían esto con un sombrero.
Yo conocí el término jugando futbol. Un hat trick se refiere a cuando en un mismo juego se consiguen tres goles, por ejemplo. Sobre todo cuando los anota el mismo jugador. Una vez metí tres goles en un juego. Pero no era nada común que yo lograra concentrarme así. Y parecería que la concentración es mucho más importante en cualquier proyecto que la inteligencia o la destreza. Es lo que equilibra todo lo demás.
Tres goles de los cuales ninguno es igual.
La vida se parece mucho a jugar futbol. Sobre todo en momentos de crisis.
Una mudanza, una operación, un viaje.
Durante cinco años dimos en la UNAM un diplomado de ilustración narrativa que estaba organizado por módulos: el cuerpo, la casa, la ciudad y el mundo. Cada módulo se refería a uno de estos elementos como un desdoblamiento hacia afuera, y poco a poco o en espiral, del yo hacía un otro más directo en la familia, la comunidad, el mundo.
Mi cuerpo ha tenido pequeños desbalances desde hace un par de años.
Hace doce años empecé a formar unas piedras de las que no supe nada hasta unos tres años después, cuando mi glándula salival derecha se inflamaba a veces, mientras comía. Fui a lo largo de una década con un otorrino que me decía que debía beber mucha agua y cuando se me inflamara la glándula, apretarla, masajearla, ayudar a que liberara la saliva. Así viví los años siguientes, hasta que cada vez se me taponeaba con mayor frecuencia el conducto.
Hace dos años tuve una infección horrible durante un viaje a la playa. Al apretar la glándula, al masajearla para liberar la saliva atrapada, empezó a salir pus en vez de baba. Otra vez en el otorrino me recetó antibióticos y esta vez me mandó a hacer un ultrasonido para ver en dónde exactamente estaba alojada mi piedra. Me dijo que si el problema se agravaba más, tendrían que quitarme la glándula entera.
Los antibióticos ayudaron a que la infección cediera. El ultrasonido reveló tres piedras. Pero también un tumor en la tiroides. De enero a marzo de 2020, mis meses estuvieron llenos de estudios, biopsias y diagnósticos no concluyentes.
Mi otorrino inicial me derivó con una especialista de cuello y cabeza. Recuerdo su cara cuando en el diagnóstico del ultrasonido leyó lo del tumor. Esto es un hallazgo, me dijo emocionada, como quien encuentra un billete tirado en un estacionamiento vacío. Mientras yo lloraba, ella me explicaba lo bueno que era encontrar un tumor que no ha dado síntomas y, sobre todo, encontrar algo que no estabas buscando.
El tumor y la tiroides pasaron a primer plano. Y todos los médicos que consulté olvidaron por completo el inicio del problema. Nunca tuve ningún síntoma relacionado con la tiroides. Así como apareció el hallazgo, silencioso y asintomático, se fue junto con mi glándula tiroides. En ese lapso de meses expulsé dos piedras y supe que quedaba una. Y si bien nunca me molestó ni me di cuenta de ningún problema de la tiroides, no hubo un solo día en que no sintiera esa piedra aproximarse a una salida por la que nunca iba a caber.
Quisiera dedicar un texto entero a mi piedra, pero veo que en el fondo su historia se mezcla con todo. Fue ella la que me hizo encontrar el tumor en la tiroides. Un hallazgo le dicen. Y también quien me causó una horrible infección la última vez que fui al mar.
No sabía que para completar ese hat trick faltaban casi dos años.
Hay muchas cosas que he aprendido del futbol. Quizá empecé a cobrar verdadera consciencia cuando empecé a jugar futbol rápido en una liga en Villa Olímpica en la prepa. Había jugado antes de niña en mi unidad con lo vecinos, en el patio de mi primaria. En el patio de la prepa también. Pero estar en una cancha con un uniforme era distinto. Y aunque era mi primera vez ahí, no lo era para el resto de jugadoras más veteranas, aunque de mi misma edad, contra quienes jugábamos. Una me sacó volando y me tiró. Enojada, durante el medio tiempo o cambio de cuarto, me acerqué a donde estaba mi papá para quejarme y él me dijo que eso no era falta, aunque yo pensara que sí. Me sacó volando, le dije furiosa. Sí, pero fue hombro contra hombro, es legal. Y luego me recomendó: Tienes que meter el cuerpo.
Meter el cuerpo quería decir dos cosas: una, estar bien parada en la tierra para que si me chocaban nada me tirara. Dos, hacer fuerza cuando llegara ese choque para que no me sacara volando. Y un tres de pilón: proteger el balón. Nadie llega a chocarte a menos que traigas el balón. Si lo tienes, es normal esperar choques. Si lo tienes, protégelo. Pero también échate a correr con él. Aprovecha que lo tienes y manda un pase o si puedes tira a gol.
De un cuerpo al otro cuerpo se tira una línea. Los zigzags, los bombeados.
Otra regla: no dejarle el pie parado a una compañera cuando va a tirar. Eso me lo enseñó Betsa antes de conocernos. Nos conocimos en la cancha, pero me refiero a antes de jugar en el mismo equipo juntas, antes de ser amigas. En esa prehistoria de nuestra amistad, Betsa y yo fuimos rivales. En un tiro que ella estaba a punto de hacer en un balón perdido, me volteé y dejé el pie levantado antes de que ella echara el trallazo. Aunque le alcanzó a pegar al balón, con mi pie puesto ahí, se quedó toda su pierna vibrando. Me reclamó enojada y yo, segura de no haber hecho nada malo, le dije: No fue falta. Y ella me explicó: No, pero es bastante cerdo dejarle a alguien así el pie.
Me siento agotada.
Empiezo estas notas viendo hacia una ventana la calle de Torres Adalid. Las notas finales las escribo en Plaza Loreto mientras devuelvo el módem de mi ex casa y mi mamá hace un trámite en Telcel. Vengo de mi terapia de la espalda. Estoy exhausta, le digo al doctor. Y me doy cuenta de que, a pesar de haber cargado muchas cajas, ya no me duele la espalda. Diecisiete días metiendo las cosas en cajas y sacándolas. Haciéndonos pruebas de Covid negativas. Dándole seguimiento a los amigos cuyas pruebas salieron positivas.
Trabajo. Permisos especiales. Tregua con mi tutor de maestría. Tiempo extra. Fin de semestre y también de temporada, como le dice Idalia. Los créditos pasan encima de esa escena de los cuatro comiendo ceviche en el Piloncillo y Cascabel antes de que todo esto empezara. Suena una música de fondo pero siguen escuchándose nuestras risas cuando Idalia cuenta que Alex quería conectar a una base de luz el refri para no tener que desconectarlo. La canción es Over the rainbow en versión ukulele o la melodía sin letra de Black bird. Esa última comida como una bisagra del tiempo, que divide un antes y un después tangibles por la casa que habité y a la que al fin he llegado, tan llena de luz, el cuerpo que sana y el viaje por venir después de año y medio encerrados.
Los créditos nos pasan encima en una escena de paz. Luego viene lo que viene. La vida que sigue.
Reviso ahora este texto multiforme sentada de espaldas a una ventana que en realidad es la puerta a un balcón en Luz Saviñón. Al fin una casa luminosa donde cada quien tiene un cuarto propio, hasta las plantas.
Estoy feliz pero me siento exhausta.
Betsa, años después de mi caña accidental, también me enseñó a descansar corriendo. Ahora jugábamos en el Ajusco y cada juego arrancaba con todas en la cancha gritando: 1, 2, 3, ¡azúcar!
Si había un contragolpe luego de un sprint para intentar fallidamente meter gol, tenía que regresar a toda prisa a defender mi portería junto con todas mis compañeras. Pero si había quedado con la lengua de fuera por haber llegado hasta arriba sin lograr nada, estaba ante un escenario de agotamiento que me dejaba en la lona. Y daba lo mismo. Por más que hubiera usado mal mi gasolina y no pudiera más, no podía quedarme ahí detenida. Igual había que correr. Ya descansaría después.
Dejaba todo en la cancha en el medio tiempo que me tocaba jugar. Tu medio tiempo de cajón, me decía siempre Andrea. Era lo que normalmente jugaba. Aprendí a correr lento pero seguro y a recuperar la respiración en movimiento. Respirar por la nariz, no angustiarme por el cansancio. Vomitar si era necesario y seguir corriendo, aunque eso sólo me pasó una vez. Llorar de desesperación porque nada me salía. Recibir las correcciones de mis compañeras y quejarme. Decir emberrinchada: ¡Nada me sale, nadie me entiende! Y escuchar a Andrea decirme: ¡Pues concéntrate, chaparrita!
De Andrea aprendí que la concentración era clave, por encima de la condición física o de cualquier habilidad. Dejar de pensar en otras cosas. Estar ahí, en la cancha. Y un día legendario para siempre en mi memoria, fluir tan bien en ese pasto entre bruma y sol de medio día y meter tres goles en un solo partido. Buen hat trick, me felicitó Betsa. Y yo pensé que había dicho “hard trick“. No sabía qué quería decir.
Mudanza, viaje y operación.
Otro día, años después, paulatinamente, dejar de subir al Ajusco. Retirarme del futbol. Pero nunca se va del todo eso que ya eras.
Llevar mis muebles de una casa a otra. ¿Mi casa es el espacio que me contiene, a mí y a mis cosas, o son las cosas mismas, soy yo? Mudarse de casa es tener una herida al aire.
Con la operación de la piedra, el doctor tuvo que dejarme una cánula cosida a la piel para drenar la saliva pero, sobre todo, como molde del conducto. La piedra era tan grande que hubo que hacer un corte, una especie de cesárea. Un conducto de 1.2 milímetros albergando a una piedra de 5. El tubo había que dejarlo durante dos semanas para que el conducto no se cerrara.
Ya deja de sacarle tanto jugo al seguro, me dijo mi tío César. O más bien: Ojalá ya no le sigas sacando tanto jugo al seguro. Me hizo reír. Hizo un chiste ahí donde yo sentidamente daba las gracias y no es común que mi tío haga bromas.
Una piedra por dos años y dos piedras expulsadas. Tres en total. Otro hat trick. Un dolor constante, pero soportable. Una sensación como de piedra en el zapato, pero abajo de la lengua. Al fin un domingo encontrar al único doctor que las opera en México.
La piedra me deja de doler al fin. Esto se siente no tener nada obstruyéndome la boca. Hay un viaje al final, pero esa escena es más bien el inicio de la próxima temporada. O será quizá también parte de su bisagra.
Una nueva casa cicatrizando. Descansar mientras seguimos, hasta que la mudanza termine y ya no quede ningún hilo, vena ni sangre al aire.
Todo lo que sé de la vida a prisa y sus crisis lo aprendí del fútbol. EP
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