Ana Francis Mor, un ícono para la comunidad LGBTTTIQ+ de América Latina, comparte la experiencia de salir del clóset una y otra vez. #VisibleEnEstePaís🌈
Hacer lo correcto
Ana Francis Mor, un ícono para la comunidad LGBTTTIQ+ de América Latina, comparte la experiencia de salir del clóset una y otra vez. #VisibleEnEstePaís🌈
Texto de Ana Francis Mor 28/05/21
Salir del clóset, para quien no conozca la expresión, es una frase que se utiliza para describir el momento en el que una persona LGBTTTIQ+ asume públicamente su identidad de género o su orientación sexual.
La primera vez que salí del clóset (sí, la vida tiene muchas salidas) sospecho que fue a eso de los diecisiete años mientras miraba un programa de opinión, a altas horas de la noche. En el panel había una mujer lesbiana con una boina y un señor gay de voz fuerte. Hablo de finales de los ochentas, así que el tema todavía se trataba con las patas y aquellos panelistas defendían su/nuestro derecho a existir en medio de un circo que los miraba como bichos raros. No se lo dije a nadie, pero de pronto al escuchar su testimonio, todos mis enamoramientos hacia mis amiguitas desde el kínder, cobraron sentido. Me prometí a mí misma que antes de casarme por lo menos una vez iba a tener una aventura con una señorita.
Unos cuantos años después me enamoré de una que me dijo que no y a los quince minutos me dijo que sí y con un solo beso supe que aquello ya no tenía vuelta atrás. Por fin pude sentir en el cuerpo, la cabeza, el alma y el corazón, una revolución interior que tenía sentido. Tuve muchos medio-novios antes con los que nunca logré sentirme ahí de verdad. Así sucedió tal cual: estuve ausente e incómoda en cada una de mis relaciones con hombres, es la mejor manera que tengo de describirlo.
Cuando hice el amor por primera vez con una mujer (no con la que me besé, porque después me volvió a decir que no y me rompió el corazón), aquella morenaza me decía: “oyes, güera, como que estás muy experta para ser tu primera vez, ¿a poco sí?”. No, no era experta, estaba usando mis pulmones, respirando fuera del agua, sin la bolsa de plástico en la cabeza, sin la soga al cuello, escuchando todos los sonidos del mundo, o cualquier metáfora que explique lo que es colocarse en el lugar correcto, por primera vez en la vida. Estaba yo siendo experta en ser yo y eso es lo más correcto del mundo.
El lugar correcto, es decir, ese espacio en donde naturalmente perteneces. Y sí, uso las palabras “correcto” y “natural”, con premeditación, alevosía y ventaja. Si yo viviera como heterosexual sería —además de muy infeliz— absolutamente incorrecto y antinatural.
Eso es salir del clóset, hacer lo que es correcto para que tu persona pueda ser quien es y por tanto florecer y por tanto aspirar a la plenitud, y por tanto no guardar rencor a la vida y aspirar a ser un buen ser humano que pueda aportar a su entorno y contribuir a la sociedad.
Por eso salir del clóset es esencial para que tengamos un mejor contrato social, una comunidad más fructífera, amén de más justa. Porque cuando las personas no cargamos con un absurdo peso o culpa que no merecemos, podemos tener una vida más productiva, más coherente, pero sobre todo, más útil para lxs demás.
Me explico:
Ahora tengo cuarenta y siete años y llevo veintitantos años siendo activista de la diversidad sexual. Entre otras cosas, escribí El manual de la buena lesbiana 1 y 2. O sea, que soy lesbiana pública, muy pública y ya lo saben hasta mis tías de Querétaro. Desde hace un buen tiempo tengo una relación con una mujer inteligente, hermosa, sabia. Yo le digo que es mi maestra del amor. Ese ser excepcional tiene a dos criaturas a quienes conozco desde muy chiquitxs. Pero les fui conociendo de a poco, sin prisas, con mucho cuidado, amor y paciencia, sobre todo de su parte, porque me fueron enseñando a ser mamá. Cuando salimos del clóset con ellxs no tuvieron ni medio problema. De hecho, ya lo sabían y sonrieron de que por fin se los decíamos de forma oficial. Ya llevaban un buen tiempo tratándome como su otra mamá, sin que tuviéramos que explicitarlo, pero decirlo en voz alta, a lxs cuatro nos hizo mucho bien. Ahora somos una familia.
En aras de cuidar el entorno social de las criaturas y que no sufrieran discriminación por parte de los padres de sus amistades, decidimos no decirlo en la escuela. No sé si hicimos bien o no, pero fue lo mejor que pudimos hacer, porque con estas cosas del clóset, una hace lo que puede, porque todo duele y todo da miedo. En principio no nos importó estar en el clóset con la comunidad escolar, pero poco a poco el que yo no pudiera ir a la exhibición de taekwondo o al bailable final, nos empezó a pesar, a doler en el pechito. El punto es que recientemente decidimos cambiarlos de escuela buscando mejores condiciones académicas y ya aprovechando el viaje, pues empezar como familia que somos desde cero en otro ámbito escolar.
En la nueva escuela puedo ser parte del panorama, es decir, no sólo estar en el chat del Whats, si no acompañarles en las actividades que ya se empiezan a llevar a cabo.
Cuando pasé por ellxs después de su primera actividad de integración y la directora salió a explicarme lo bien que les había ido y demás detalles, asentí con la cabeza como si estuviera entendiendo sus palabras, pero debajo de mis gafas oscuras corrían sendos lagrimones de emoción.
Pasar por tus hijxs a la escuela es una actividad que para cualquier persona es hasta de flojera. Para mí, que por primera vez puedo estar públicamente en el panorama educativo de esas criaturas que cuido, peino, persigo para que hagan tareas, enseño a andar en bici y educo, es un verdadero privilegio. Cuando la directora de la escuela, sin medio problema, me trató igual que a cualquier papá o mamá, me recordó lo fácil que es que te roben la dignidad en cualquier gesto cotidiano y lo fácil que es —¡por fortuna!— recuperarla con un gesto de aceptación.
El clóset es feo. Es injusto, es cruel y no le sirve a nadie.
El ser lesbiana no es un asunto privado. Yo no dejo de ser lesbiana cuando voy al cerrajero ni cuando doy una conferencia. Soy lesbiana cuando hago el amor, pero también cuando pido una pizza o me inscribo a mi siguiente semestre de la maestría. Por eso cada vez que dicen cosas del tipo: “es que para qué exhiben su vida privada” me suena tan absurdo. Todas las personas nos “exhibimos” porque hablamos de nuestra vida todo el tiempo. Si usted que lee, se detiene un momento a pensar, se dará cuenta de que sabe un montón de cosas de sus compañerxs de trabajo, estudio, vecinxs. Que si tienen tantos hermanos, que si su familia es de León, que si fíjate que su abuela murió de forma trágica, que si su familia fue la fundadora de los mazapanes de la florecita, que si fíjate que tiene una hermana con seis hijos, etcétera, etcétera, etcétera. Por más educadas y discretas que seamos las personas, somos homo-chismes. O lo que es lo mismo, a través de las historias de las otras, nos explicamos el mundo, nos comparamos, nos entendemos.
Todas las personas decimos quiénes somos para vincularnos con otras y formar redes, comunidades, vecindades, tribus, manadas. El decir en voz alta “Yo soy esto”, es nuestro primer pasaporte para transitar el camino vincular y llegar a la otra persona. Y cuando decimos quiénes somos, le rogamos a todos los dioses ser aceptadxs, porque los vínculos son tan necesarios como el agua. Nos deshidratamos cuando no pertenecemos a una comunidad a la que deseamos pertenecer, pero sobre todo, nos deshidratamos cuando nos excluyen por cosas que no podemos evitar como el color de la piel o la orientación sexual.
Entonces salir del clóset es también un paso hacia el precipicio. Tú das ese paso, rogando que haya un puente. A veces hay, a veces no, pero el puente no lo puedes poner tú, lo tiene que poner tu entorno, tu colectividad. Y cuando te caes, no sólo pierdes tú, pierde esa comunidad porque se hace cruel, se coloca en el lugar del odio y eso tarde o temprano explota.
Salir del clóset es un acto de mucha valentía, ya lo creo. Generar el entorno para que cualquier persona pueda salir de cualquier clóset que traiga, no es sólo un acto de empatía básico, es un requisito indispensable para hacer tejido social.
¿Qué tanto se puede salir del clóset en México?
Depende.
Depende de dónde vivas, de que color es tu piel, en qué comunidades laborales te desarrollas. Como todas las cosas en este país, el acceso a una vida libre de discriminación está determinada por las diferencias de clase y de acceso a la justicia en general.
Por ejemplo: en México la esperanza de vida de las mujeres trans es de 35 años, cuando el de la población en general es de 77. Esto quiere decir que para una mujer trans salir del clóset puede significar la muerte.
El 70 por ciento de las personas de la comunidad LGBTTTIQ+ ha sido discriminada desde la infancia, y se estima que vivir en lugares con altos niveles de prejuicios homófobicos puede reducir la esperanza de vida hasta en doce años, lo anterior se debe a que los niveles más altos de intolerancia y discriminación detonan agresiones, homicidios y estrés psicológico, y este último conduce a un incremento en la probabilidad de suicidio. La exclusión ocurre con mayor frecuencia en forma de burlas, rechazos e insultos, en particular, en la secundaria.
Para ponerlo en anécdota. Si eres una mujer lesbiana en condición de pobreza en una población de menos de cien mil habitantes del Bajío mexicano, tu esperanza de vida se puede reducir hasta 12 años porque es posible que salir del clóset te cueste la escuela, o el trabajo, tu vida social, que te corran de dónde vives, que te excluyan de tu familia y, en el caso más extremo, te arrebaten la vida.
Por eso salir del clóset depende de que cada quien analice su circunstancia, se proteja, le mida el agua a los camotes y prepare una maleta con sus documentos y una lana en casa de una amiga, por si la corren a balazos de su casa. Esto sucede.
En otra ocasión, menos primaveral y menos esperanzadora, les platico de las clínicas donde “curan” la homosexualidad. Porque siguen vigentes y sólo están prohibidas en la CDMX. Por lo pronto les digo, que personas como yo, hasta hace cincuenta años éramos consideradas enfermas mentales y estábamos encerradas en manicomios.
Por eso una tiene miedo de decirle a la maestra de sus hijos que es la otra mamá y no la amiga de la prima que no vino a la fiesta. Porque eso puede significar que tus criaturas pierdan todo su entorno social y que en la próxima kermés le hagan la vida imposible a tu criatura.
El clóset es una fregadera. Favor de no promover la fregadera porque no es correcto y no es natural. Lo natural es cuidarnos para preservarnos como especie. Preservarnos como especie no nomás significa reproducirnos como conejitos, significa, más que nada, vivir en buena comunidad, de forma amorosa y respetuosa y no matarnos como en El señor de las moscas.
Si lo piensa bien, no discriminar es una oportunidad para convertirse en una mejor persona.
Tons pa la próxima que le llegue el meme del joto, respingue. Si oye que le dicen a su amiga “¡pareces marimacho!”, respingue. O “¡Pareces vieja!”, respingue. No olvide que las lesbianas somos como las televisiones, en cada familia hay por lo menos una y a veces una en cada cuarto. EP
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