Los turistas radicales han sido proxenetas engañados en Venezuela

Los turistas de izquierda que viajan de sus países democráticos para apoyar regímenes populistas y autoritarios —supuestamente revolucionarios— en el tercer mundo, no distan mucho de los turistas sexuales que buscan aventuras “exóticas”, pasando por alto la realidad de abuso que sustenta sus experiencias turísticas.

Texto de 23/07/16

Los turistas de izquierda que viajan de sus países democráticos para apoyar regímenes populistas y autoritarios —supuestamente revolucionarios— en el tercer mundo, no distan mucho de los turistas sexuales que buscan aventuras “exóticas”, pasando por alto la realidad de abuso que sustenta sus experiencias turísticas.

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El turismo radical no es distinto del turismo sexual. En ambos, el político y el coital, los habitantes del mundo adinerado van al de la pobreza para encontrar las emociones que ya nadie les dará en casa.

Hombres y mujeres occidentales que no tienen nada que ofrecer excepto su riqueza escapan de sus vidas sin sexo y compran prostitutas, que no son como aquellos niños y niñas indiferentes que pasan por la calle. Ellas juegan bien su papel y fingen por unas cuantas horas o días que desean sexualmente a los occidentales. Las guías de turistas sexuales, impresas y en línea, alimentan las ilusiones de los visitantes. En el Caribe, se les dice que las prostitutas no son prostitutas, solo chicas “amables” que quieren pasarla bien. En Tailandia, las niñas en los bares no son explotadas, sino que participan en un “intercambio justo”.

Con su placer saciado, los turistas vuelan lejos de la pobreza y la corrupción. Las mentiras que vivieron pagando a otros para representarlas en su nombre no les molestan. Nunca se dieron cuenta del tráfico de personas en Tailandia o de la pobreza crónica en la República Dominicana.

Por su parte, los turistas políticos están atrapados en un matrimonio con el Reino Unido que no les ofrece ninguna emoción. El proletariado no ha aceptado sus ruegos para levantarse. Sus fantasías radicales nunca se han materializado. Así que ellos también exploran el mundo. Por años, el destino más importante para los turistas radicales, el equivalente político del burdel Pattaya Beach, ha sido la Venezuela chavista. Estrellas de Hollywood, los líderes del Partido del Trabajo del Reino Unido y la “resistencia popular” de España, y cada seudointelectual a medias, desde Noam Chomsky hasta John Pilger, se han comprometido con ideas izquierdistas mientras se regodean con las delicias exóticas de “los otros”.

Venezuela les acarició todas sus zonas erógenas. Hugo Chávez y su sucesor Nicolás Maduro eran antiestadounidenses y “antiimperialistas”. El hecho de que ambos se aliaran con poderes imperialistas, más notablemente Rusia, no parece preocuparles en lo más mínimo. Seumas Milne clamaba en The Guardian que Venezuela ha “redistribuido la riqueza y el poder, rechazado la ortodoxia neoliberal occidental y retado la dominación imperialista”. ¿Qué más puede pedir un cliente occidental emocionado?

Nunca subestimen la poderosa adoración de aquellos que dicen hablar por los desprotegidos, o la ingenuidad del teórico crítico supuestamente conocedor. Para aquellos que ansiaban en sus oscuros corazones hombres fuertes que pudieran aplastar a todos los enemigos, el chavismo, apestado de machismo, les otorgó los grandes líderes que podían adorar.

“Odiado por las clases acomodadas”, balbuceó un perplejo y dolido Oliver Stone el día que murió el líder, “Hugo Chávez vivirá para siempre en la historia. Mi amigo, descansa en la paz bien ganada”.

Incluso hubo una teoría de la conspiración para acallar todas las dudas: toda la oposición venía de una élite apoyada por Estados Unidos. Cuando en 2002 hubo un intento fallido de golpe de Estado en contra de Chávez, esa teoría tenía más sustento que nunca.

Se acabó el espectáculo. Las fantasías se han cumplido, los turistas occidentales dejaron atrás un país en ruinas sin una mirada de culpa. Venezuela luce como si hubiera sido saqueada por un ejército hostil, a pesar de que no hubo guerra.

No es fantasioso pensar que la comunidad internacional pronto hará una llamada de ayuda para arreglar el desastre. El agua está racionada, la electricidad también, y las medicinas básicas están desapareciendo. Se espera que la inflación llegue al 481% este año y a 1,642% el año próximo. La tasa de homicidios está en segundo lugar mundial. El tipo de cambio ha caído tan rápido que en febrero una Cajita Feliz de McDonalds costaba el equivalente a 146 dólares.

Podría seguir, pero necesito descartar una última excusa urgente. Cada economía petrolera ha sufrido a causa de la caída de los precios, pero ninguna, ni siquiera Estados tan mal gobernados como Nigeria y Rusia, ha experimentado un colapso como el de Venezuela. Ni siquiera ellos cayeron en la farsa de imprimir más dinero al estilo Weimar como el régimen chavista. Ni siquiera ellos, a pesar de todos los fuertes intentos de sus líderes, fueron tan corruptos como el Partido Socialista Unido de Venezuela. Transparencia Internacional sitúa a Venezuela entre los 10 países más corruptos del mundo. Efectivamente, primero Chávez y después Maduro redistribuyeron la riqueza del petróleo entre los pobres, pero distribuyeron la mayoría a sus clientes.

¿Por qué insistir en la desgracia moral de los ingenuos occidentales? ¿No es ese el trabajo de la prensa ultraconservadora? No. Deberíamos haber aprendido a dónde lleva la noción de que no debe haber crítica de “nuestro” lado. Una generación de conservadores estadounidenses está siendo deshonrada ahora mismo por no apoyar a Donald Trump, cuya paranoia y deshonestidad, curiosamente, se parecen a las de los caudillos latinoamericanos hechos a la manera peronista y chavista.

Las reflexiones de los venezolanos, que se dieron cuenta de que los occidentales usaron a su país como un parque de diversiones ideológico, no pueden ser ignoradas. “Debe haber un círculo en el infierno especialmente para ellos”, me dijo Thor Halvorssen, el fundador del Foro de la Libertad de Oslo. El régimen mató a su madre y encarceló a su padre venezolano. Mantiene a su primo, el líder de la oposición, Leopoldo López, como preso político porque tuvo el coraje de oponerse. Halvorssen piensa que los chavistas no habrían ido tan lejos en corromper la Constitución y saquear al Estado si no hubieran contado con una manada de vacas izquierdistas que acallaran con mugidos a todo aquel que expresara su preocupación por los derechos humanos fundamentales.

Estos son los peores izquierdistas imaginables, pues son solidarios con los gobiernos opresores en lugar de apoyar a los oprimidos. Así que se quedaron callados cuando Chávez, en voz de la Confederación Sindical Internacional, hacía comentarios discriminadores en contra de la organización laboral. Ni sabían ni les importó saber que la corrupción es la carga más pesada para los pobres porque no pueden pagar sobornos para obtener los servicios que deberían recibir por derecho.

Si los sindicatos libres se eliminaran en Occidente y los líderes de la oposición fueran arrestados, si los gobiernos occidentales —con palabras prestadas del Observatorio de Derechos Humanos sobre Venezuela— buscaran “intimidar, censurar y perseguir a sus críticos”, los Seumas Milnes y Oliver Stones se desgañitarían en protesta.

En lugar de eso les gritaron a los críticos del régimen, lo que demuestra qué tan bajo ha caído la versión izquierdista del racismo. Los turistas sexuales necesitan creer que las mujeres que compran no son como las mujeres en su país, que los rechazan por feos y sosos. Estas chicas solo quieren divertirse. Los turistas radicales necesitan creer que los extranjeros no quieren los derechos que ellos mismos dan por sentados en casa. Mientras le piden a otros que representen sus fantasías “antiimperialistas”, logran la única y excepcionalmente humillante hazaña de combinar las ilusiones del cliente, la necesidad de la prostituta y las mentiras del proxeneta.

Traducción de Paola Quintanar

* Texto publicado originalmente en The Guardian el 22 de mayo de 2016.

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Nick Cohen es un escritor, filósofo y politólogo inglés. Es autor de Cruel Britannia: Reports on the Sinister and the Preposterous y What’s Left?: How the Left Lost Its Way, entre otros libros. Ha colaborado en medios como The ObserverThe Independent y The Guardian.

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