¿Podría un libro haber sido destinado para mí? ¿Sin que el autor me conozca ni yo conocerlo? ¿Podría el azar convertirse en la necesidad? ¿Alterarse toda regla y dar a luz lo oculto poderoso? ¿Partir de la pregunta en sí? ¿De la esencia de la pregunta en sí? ¿Y que todo escrito sea una larga […]
Ernesto Kavi o el rayo de la creación
¿Podría un libro haber sido destinado para mí? ¿Sin que el autor me conozca ni yo conocerlo? ¿Podría el azar convertirse en la necesidad? ¿Alterarse toda regla y dar a luz lo oculto poderoso? ¿Partir de la pregunta en sí? ¿De la esencia de la pregunta en sí? ¿Y que todo escrito sea una larga […]
Texto de Angelina Muñiz-Huberman 19/08/17
¿Podría un libro haber sido destinado para mí? ¿Sin que el autor me conozca ni yo conocerlo? ¿Podría el azar convertirse en la necesidad? ¿Alterarse toda regla y dar a luz lo oculto poderoso? ¿Partir de la pregunta en sí? ¿De la esencia de la pregunta en sí? ¿Y que todo escrito sea una larga pregunta? ¿Y que toda pregunta sea su propia respuesta? ¿Que la respuesta nunca se halle y el regreso a la pregunta sea el principio de todas las cosas?
La luz impronunciable de Ernesto Kavi1 fue el poema para mí destinado. Sólo yo pude hallarlo entre el montón de libros que me llegaron un día. La mano buscó en el desorden y se separó la luz de las tinieblas. El mundo nació. El mundo brotó del silencio y el silencio todo lo cubrió. De este modo la palabra sonó. Y el sonido se instaló. Sólo el escucha es el escribano.
Elogio de la mano que supo encontrar. ¿Yad, la mano de Dios?
El libro se abrió. Se abrió a toda posibilidad. A toda probabilidad. Porque nunca la palabra fue certera. Sería su fin. Pero la palabra queda. Como en un tejido mágico, engarza sonidos inesperados y extiende la red celestial.
Desde el título, La luz impronunciable se anuncia como un libro de poesía que alude a luz, silencio, palabra, “música callada”, misticismo. Dividido en doce cantos y una coda, la primera frase es una frase musical de Bach. El tono está establecido. Clave de fa, cuatro notas que se repiten. ¿De qué partitura proviene?2 La coda (para música callada) es la concentración total del poema en su partícula mínima: ni siquiera la palabra, sino la letra. Yod, hei, vav, hei, cuatro letras hebreas que aluden al nombre de Dios cierran el libro con una serie de preguntas.
Las primeras frases son citas provenientes del Sefer Yetzirah o Libro de la creación, uno de los libros de la cábala hebrea: “La creación nace de un mismo nombre”, que se refiere a la creación nominal de Dios. Y de Dante otra cita sobre la luz intelectual como proveedora de todo amor, felicidad, dulzura. A continuación nacen los Cantos con referencias sutiles e imágenes y metáforas casi imperceptibles en torno a la Torá (Pentateuco), Cantar de los cantares, Kohelet (Eclesiastés). La invocación inicial es sobre la sabiduría, origen del dolor y del conocimiento, llanto. Búsqueda de nombres y palabras:
y sólo hallé
en mis labios desolación
luz en la luz
tiniebla en la tiniebla
(pp. 25-26)
Ante las palabras que crecen, el poema también crece y no se desdice al guardar en la memoria su origen de dos opuestos dadores de vida:
sólo la luz
sólo la oscura guirlanda de las letras
(p. 30)
Así, de la luz, la palabra conforma el nombre impronunciable de Dios al desgranarse en sus letras tan cuidadosamente amadas que ya son parte de la divinidad. Y, sin embargo, el Nombre sigue sin ser pronunciado. Pronunciar sería el fin para que el fin fuera, de nuevo, el principio. Los labios impedidos de pronunciar anuncian el “oscuro esplendor” (p. 32).
En libre vuelo de todas direcciones, la poesía de Ernesto Kavi elige el silencio, fuente de cada sonido, principio de la infinitud. Un álef impronunciable se aligera entre las letras y es la advertencia de que el no sonido es la promesa y la esperanza. Ese leve instante, sin posibilidad de ser medido, llamado tiempo en que aún antes de empezar a preparar los órganos de la fonación para luego pronunciar y que desconoce el orden que adquirirán las palabras al hablar pudiera ser atrapado; ahí radicaría el verdadero Nombre. Entonces tiempo y orden, tiempo y espacio, habrán de llenar la vida en sus desprendidos momentos, y la muerte culminará el ciclo. Acudir al poema-esencia, Eclesiastés, no es sino la reafirmación de definir lo indefinible: “un tiempo / para callar / un tiempo / para hablar /para amar / un tiempo” (p. 37), donde lo indefinible se equipara a la fugacidad.
Poema-rayo de la fugacidad también podría ser llamado este libro. Por eso, el pájaro en su vuelo, escapado de las páginas y plasmado en la portada, es el imposible deseo de ser y no ser.
Vi la desolada la desamparada
la desierta soledad
del pájaro
(p. 47)
Pájaro atrapado en el nombre del amor: “Tu nombre es un pájaro secreto” que tampoco se pronunciará. Pero no es verdad que el pájaro sea atrapado, imposible atrapar el aire. Y se confunde en amor por el nombre y amor por el Nombre.
El paso siguiente es la memoria entre todas las cosas y de todas las cosas. Memoria que de nada servirá el día final. Lo acumulado volará en al aire invisible, aunque presente y todopoderoso: “bajo el sol todo / es vano viento” (p. 54). La memoria es también una ilusión y como tal, convoca a un pensamiento de desencanto y desesperanza:
Por el día sufre
por la noche carece de párpados
su dolor
(p. 57)
El mal, la injusticia, la desigualdad rompen páginas y el anhelo de la restitución sólo se hará presente en el fin de los tiempos. La sabiduría pertenece a los muertos. La visión del poeta recorre el compendio que encierra el hombre a su alrededor y ni el guerrero, ni el héroe, ni el amante, ni el santo, hallan la paz bajo el sol. Ecos de la levedad de la vida humana recogen su forma en el ritmo del Kohelet. La existencia se desliza en formas esperadas, sin nada nuevo bajo el sol, y vivir cada día en lo que el día ofrece. Aprender del Predicador a aceptar el destino y recoger su obra en la instantaneidad:
No conoce su hora
es como el pez en la red
como el pájaro en la trampa
(p. 69)
Y en el paisaje de la Tierra de Promisión
se da el retorno y la melodía por todos
evocada hacia su rincón extremo.
la tierra descubre ya sus flores
de la higuera brotan ya sus higos
y las viñas
de pequeñas uvas dan olor
(p. 82)
La tipografía se une al sentido musical y el alineado de los versos, no caprichoso, envuelve el pensamiento abarcador y su ubicuidad. Como si el lenguaje, por fin, fuera la expresión inaudible. La falta de un punto final en cada estrofa es el reconocimiento de la vida eterna. Así, los territorios de lo poético y lo sagrado se funden en uno solo. Las citas que encabezan el Canto XI dicen: “El Santo, bendito sea, reside en las letras” (Dov Baer de Mezeritz) y “Para ti, el silencio es alabanza” (Salmo 65, 2), con lo cual se cierra el círculo de las nueve sefirot (emanaciones divinas) más el álef impronunciable.
El entorno es el silencio, la palabra ya no suena y quien comprende sabe que el amor, divino y profano, es uno solo: “Bebe besos de la boca / de tu amado” (p. 97).
Por último, la “coda (para música callada)” dirigida a la amada, significa en doble sonido y en doble imagen la potencialidad de cada letra: yod, hei, vav, hei. El nombre de Yavé se entreteje en el nombre del amor y la culminación mística se plantea en la pregunta que cierra el libro.
¿de ahí bebo tu nombre
mi nombre
como un animal herido
[que fulgura?
(p.126)
Y ¿un epílogo? son los versos citados de Yves Bonnefoy cuando ya parece no haber páginas, como si el nombre de este poeta fuera también el nombre buscado en el misterio de las letras. Libro excepcional de Ernesto Kavi en donde se conjuntan tradición y modernidad y el mundo por dentro. Libro de preguntas a la manera de Edmond Jabès. Obra bella, concentrada, ceñida a los valores esenciales de la universalidad de la poesía. Donde un poema es una letra sola: la luz impronunciable. Libro místico por excelencia.
P. D. Si aún quisiera ir más allá, por qué no jugar con el nombre del autor y convertir “Kavi” en hebreo: “mi rayo”, impronunciable en su luminosidad. ~
NOTAS
1. Ernesto Kavi, La luz impronunciable (París, 2012-2016), prefacio de Yves Bonnefoy, frontispicio de Agnès Prévost, solapa de Andrés Sánchez Robayna, Poesía Sexto Piso, México, 2016.
2. Me dice mi hijo, Rafael Huberman, que proviene del preludio de la suite para violonchelo núm. 1 en sol mayor, BWV 1007, de Bach.
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ANGELINA MUÑIZ-HUBERMAN es profesora en la FFyL de la UNAM y es autora de 50 libros de poesía, narrativa, ensayo y traducción. Ha ganado premios como el Xavier Villaurrutia, el Sor Juana Inés de la Cruz y el Woman of Valor Award, entre otros. Su trabajo ha sido incluido en antologías como The Oxford Book of Jewish Stories y El cuento hispanoamericano. Algunas de sus obras son Dulcinea encantada, El siglo del desencanto y Rompeolas: poesía reunida. Es miembro del SNCA.