Elecciones en el Reino Unido: “Mr. Brexit” quiere ver al mundo arder

En este texto, César Morales Oyarvide discute sobre las próximas elecciones en el Reino Unido y el papel que Nigel Farage y la ultraderecha pueden tener en su resultado.

Texto de 03/07/24

Farage

En este texto, César Morales Oyarvide discute sobre las próximas elecciones en el Reino Unido y el papel que Nigel Farage y la ultraderecha pueden tener en su resultado.

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El próximo 4 de julio se celebran elecciones en el Reino Unido. A escasos días de los comicios, existe una certeza: este verano, la racha de 14 años del Partido Conservador en el poder llegará a su fin. De acuerdo con la mayoría de los sondeos, la ventaja de los laboristas frente a los tories es hoy de alrededor de 20 puntos. Contrario al famoso dicho atribuido a Napoleón, esta derrota no es huérfana, sino que tiene muchos padres. Uno de ellos, quizá el responsable último de la destrucción de uno de los partidos más antiguos del mundo es un político que ni siquiera es miembro del parlamento: el ultraderechista Nigel Farage, “Mr. Brexit”.

“[…] este verano, la racha de 14 años del Partido Conservador en el poder llegará a su fin.”

Si uno lee la prensa británica durante estos días, el debate no gira en torno a si los tories perderán o no el gobierno frente al nuevo Nuevo Laborismo de Sir Keir Starmer —un abogado sesentón con el carisma de un robot—, sino la magnitud de su derrota, que se vislumbra como histórica. Dependiendo de la proyección que se consulte, el resultado del Partido Conservador de este mes puede ser el peor en los últimos 100 años, desde que existe el sufragio universal en el país… o de los últimos 200, es decir, desde que existe el propio partido, fundado en 1834. Hoy incluso se contempla la posibilidad de que el primer ministro en funciones, el millonario ex banquero de Goldman Sachs Rishi Sunak, pierda su escaño en las elecciones. Se trataría de un evento inédito en una de las democracias más viejas del mundo.

La derrota de los tories tiene muchos padres. Los más evidentes son los propios gobiernos conservadores de los últimos 14 años, empezando por el del propio Sunak, cuya campaña es probablemente una de las peores y más desafortunadas de las que se tenga memoria. Durante las últimas semanas, el último primer ministro conservador ha dado la impresión de ser “un hombre roto”, como lo describió George Eaton en The New Statesman. Su búsqueda de la reelección no podría haber comenzado peor: anunció la fecha de las elecciones en una rueda de prensa bajo la lluvia y sin paraguas, mientras alguien en el público tocaba una de las canciones icónicas de sus rivales (“Things can only get better”). Poco después, Sunak daba un discurso justo al lado del lugar en donde se construyó el Titanic, lo que generó la obligada analogía entre el famoso transatlántico y la economía inglesa, estancada desde hace años. Es justamente esta crisis económica la mayor herencia del efímero gobierno de Liz Truss, la predecesora de Sunak en el cargo, que duró sólo 49 días en Downing Street. Antes que ella el primer ministro fue Boris Johnson, el periodista mendaz y connotado bufón que dimitió luego de que se hiciera público que su gobierno organizaba fiestas en plena pandemia, saltándose las restricciones impuestas por ese mismo gobierno.

Todo lo anterior ha generado una aguda crisis de confianza entre la ciudadanía y un amplio rechazo a los tories que han beneficiado al laborismo de Starmer, que ha destruido todo resto del movimiento de Jeremy Corbyn dentro de su partido y ha emprendido un nuevo giro hacia la derecha. No obstante, si queremos identificar a quien puede pasar a la historia como el enterrador definitivo de los conservadores hay que buscar en otro lado.

Estas elecciones serán las octavas en las que el ultraderechista Nigel Farage se presenta como candidato a la Cámara de los Comunes. En ninguna de ellas ha logrado obtener un escaño. Más que en las instituciones nacionales, la carrera de Farage se ha desarrollado irónicamente en el Parlamento Europeo y, sobre todo, en los medios. Líder del partido UKIP, cuya principal propuesta fue apoyar un referéndum sobre la permanencia o no del Reino Unido en la Unión Europea, a Farage se le considera el artífice del Brexit en 2016. Luego de cumplir su objetivo, el político siguió apareciendo en los medios como polemista y ha pasado largas temporadas en los Estados Unidos colaborando con Donald Trump. De hecho, fue el expresidente neoyorkino (y hoy criminal convicto) quien comenzó a llamarle “Mr. Brexit”.

Hasta hace poco, Farage repetía que este año no sería candidato. El anuncio de las elecciones hecho por Sunak lo tomó por sorpresa y con un nuevo partido aún a medio construir. Sin embargo, quizá animado por la debacle conservadora, a principios de este mes Farage anunció que sí volvería a competir. Tras la noticia, los números de su partido, una empresa privada que lleva el nombre de Reform UK, han alcanzado el 17 % en algunas encuestas (frente al 22 % de los tories). Se trata de un porcentaje modesto que quizá solo se traduzca en un puñado de escaños, pero que puede ser suficiente para poner el último clavo en el ataúd de Sunak y el Partido Conservador.

La razón está en la peculiaridad del sistema electoral británico, cuyas reglas no traducen directamente los porcentajes del voto popular en curules. Se trata de un esquema mayoritario y uninominal (lo que se conoce como first-past-the-post) en el que el partido que gana, así sea por un voto, se lleva todo. A diferencia de los sistemas de representación proporcional o mixtos, como el nuestro, donde existen diputados de mayoría y plurinominales, en el Reino Unido los partidos perdedores acaban teniendo un número de curules mucho menor al porcentaje de votos que obtienen. Tradicionalmente, este arreglo ha perjudicado mayormente a los partidos pequeños y a quienes tienen votantes dispersos en el territorio. Es el caso de Reform UK y sus antecesores, como el UKIP, que pese a sus millones de votos solo han logrado obtener un diputado.

Sin embargo, hoy el gran temor entre los conservadores es que la pequeña sangría de votos que Reform representa para su partido acabe por decantar muchos distritos no definidos en favor de los laboristas. En otras palabras, el “efecto Farage” puede no traducirse en la obtención de escaños para su partido, pero sí puede garantizar que los conservadores los pierdan. Como ha dicho el propio Farage, lo suyo es ser siempre un bloody nuisance”, una maldita molestia.

Más allá de estos cálculos electorales, lo que Farage ya ha hecho, gracias a la ayuda consciente o no de los medios, es cambiar radicalmente los términos del debate político, como documenta la periodista María Ramírez. Tras el Brexit, cuya implementación Farage ha llamado —con cinismo antológico— un fracaso, el discurso actual de Reform está centrado en la supuesta “invasión” de migrantes al Reino Unido. En línea con otros países donde los discursos ultraderechistas se han vuelto mainstream, hoy tanto conservadores como laboristas han hecho suya esta posición nativista, adoptando los marcos de Farage y, en algunos casos, radicalizándolos más. La normalización de la agenda ultra ha producido escenas muy extrañas, como ver a Sunak, él mismo hijo de migrantes, o a Starmer, un antiguo abogado defensor de los derechos humanos, hablando de reducir el número de extranjeros residentes en el Reino Unido, incluso si se trata de estudiantes.

Esta capacidad para mover la agenda, que Farage ya había ejercido a través de sus anteriores vehículos electorales, tiene muchas probabilidades de crecer. Si Reform obtiene un porcentaje no desdeñable del voto popular —se traduzca o no en escaños— y Farage entra por primera vez al parlamento, estaremos a las puertas de una transformación radical del sistema de partidos británico. Con dinero público, presencia institucional y un discurso replicado por los medios que atrae a cada vez más votantes y líderes tories, Farage ya no solo podrá influir de forma informal en los posicionamientos de los conservadores, como ha hecho hasta hoy, sino que será capaz de canibalizar el partido por dentro o de reemplazarlo por completo como la principal oposición de derecha a los laboristas.

“[…] el verdadero peligro que representa Nigel Farage es la posibilidad de que acabe por adueñarse de todo un costado del espectro de la política británica.”

Igual que su amigo Donald Trump, el verdadero peligro que representa Nigel Farage es la posibilidad de que acabe por adueñarse de todo un costado del espectro de la política británica. Lo de menos es que lo haga con la etiqueta de Reform, con las del Partido Conservador (del que fue miembro hace décadas) o con un nuevo vehículo, resultado de algún tipo de fusión entre ambos.

Si eso ocurre, “Mr. Brexit” estará finalmente muy cerca de ver el mundo arder. EP

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