¿Quién no ha mascado chicle alguna vez? Las mandíbulas batientes, las bombas de colores y todas las variables del chicle son una constante de la cultura popular mundial. Pero el chicle es originario de México. Aquí, presentamos el recuento y la historia de un caso de éxito.
¿Quién no ha mascado chicle alguna vez? Las mandíbulas batientes, las bombas de colores y todas las variables del chicle son una constante de la cultura popular mundial. Pero el chicle es originario de México. Aquí, presentamos el recuento y la historia de un caso de éxito.
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El
chicle está muy presente en nuestra cultura, pero pocos conocen su uso en
tiempos prehispánicos, dónde se obtiene y cómo el hábito de mascarlo se
difundió en todo el mundo. “Las causas porque las mujeres mascan el tzictli[chicle
en náhuatl]es para echar la reuma y también porque no les hieda la boca […] y
por aquello no sean desechadas”, relata fray Bernardino de Sahagún en su Historia general de las cosas de la Nueva España. “Por la mayor parte
suélenla mascar las muchachas y mozas que ya son adultas […] pero no la
mascan todas en público […] sino en sus casas; y las que son públicas mujeres
[…] en todas partes, en el tiánquez [tianguis] sonando las
dentelladas, como castañetas. Los hombres también mascan el tzictli […]
empero hácenlo en secreto.” Como vemos, en la antigua Tenochtitlan existían
reglas sociales para mascar el chicle, que posiblemente provenían de una
tradición más antigua.
El hábito de mascar chicle se mantuvo en México,
de manera marginal, a lo largo de los tres siglos del virreinato, hasta que la
demanda de chicle natural se expandió hacia 1920 y alcanzó su máximo esplendor
durante la Segunda Guerra Mundial. El gobierno de Estados Unidos lo clasificó
como materia prima estratégica para sus militares, quienes recibían tabletas de
goma de mascar en sus raciones diarias de comida cuando estaban al frente.
El chicozapote y los chicleros
El
chicozapote (Manilkara zapota), de donde se obtiene
el chicle, es un árbol nativo de las selvas de Nicaragua y del Gran Petén, que
abarcan parte de la península de Yucatán, Belice y Guatemala, actualmente la
segunda mayor área de selva perennifolia en América, después del Amazonas. Este
árbol es uno de los más comunes en estas selvas y en ciertas áreas se pueden
hallar hasta 30 de ellos por hectárea.
Contemplar cómo los chicleros se acercan al
chicozapote, lo tocan, se trepan y van haciendo las “heridas” por las que
correrá el látex, es abrir una ventana a una relación muy estrecha, y no
siempre fácil, entre el hombre y la naturaleza. La labor del chiclero es dura y
a veces peligrosa. Trabajar en la selva durante la época de lluvias, temporada
de cosecha del chicle, significa andar constantemente mojado y soportar sin
descanso los piquetes de los mosquitos. Armados con un filoso machete, van
aplicando incisiones en forma de zigzag desde la base del tronco hasta sus
primeras ramificaciones. Acostumbrados a intensas jornadas de trabajo, se
trepan a los árboles que llegan a medir más de 40 metros de altura, con
diámetros superiores a un metro, con la ayuda de garfios en las botas y una
soga atada alrededor de la cintura, sujeta al tronco del árbol. Puede suceder
que un machetazo mal colocado corte la soga con la cual los chicleros se
aseguran y la caída provoque graves lesiones o aun la muerte. Por las
incisiones, el látex irá escurriendo hasta que lo depositan en bolsas de
henequén.
Según el tamaño y las ocasiones en que haya sido
“chicleado”, de un chicozapote se pueden extraer de 500 gramos a dos kilogramos
de látex. Al finalizar el día, se recolecta el látex de las bolsas que cargan
los chicleros, se filtra y se pone a hervir en pailas metálicas. Poco a poco el
producto va perdiendo la humedad y se torna pegajoso, hasta que se cuece. Una
vez frío, se coloca en moldes de madera recubiertos de jabón, para evitar que
se pegue y así obtener los ladrillos conocidos como marquetas. Luego de ser
chicleado, un árbol debe “descansar” entre cinco y ocho años.
La goma de mascar
En
1860 un estadounidense llamado Thomas Adams, al fracasar en su intento de
vulcanizar el látex para sustituir el hule —trabajo encomendado por el
presidente mexicano Antonio López de Santa Anna—, tuvo la idea de cocinar el
chicle para venderlo, lo que se convirtió en el primer intento exitoso para
comercializar lo que ahora conocemos como goma de mascar. Posteriormente le
agregó azúcar y saborizante y el éxito comercial fue inmediato. La familia
Adams creó la empresa Tutti Frutti e inventó una máquina expendedora para
monedas de un centavo de dólar. En 1919, en alianza con la American Chicle
Company, construyó en Long Island, una fábrica de 51,000 m2 con valor de dos
millones de dólares, que daba empleo a 500 personas y producía cinco millones
de paquetes de goma de mascar al día.
Otra
figura clave en el floreciente mercado de la goma de mascar fue William
Wrigley, quien fundó su empresa en 1898 y desde sus inicios se sustentó gracias
a importantes campañas promocionales, que le permitieron conquistar en dos
décadas el 60% del mercado. En 1915 Wrigley envió gratuitamente un paquete con
cuatro tabletas al millón y medio de personas enlistadas en el directorio
telefónico de Estados Unidos, con lo cual se convirtió en todo un ícono de los
hombres de negocios de ese país y en octubre de 1929 su retrato apareció en la
portada de la revista Time.
La gran mayoría del chicle natural provenía de
México, donde las empresas estadounidenses obtuvieron concesiones de uso sobre
la selva de hasta 800 mil hectáreas, solamente en el estado de Campeche. Un
dramático aumento en la demanda del chicle se dio al principio de la Primera
Guerra Mundial y, gracias a una intensiva campaña de comunicación, Wrigley
convenció al público de que “el hábito americano de la goma de mascar reducía
la tensión, ayudaba la digestión y mitigaba la sed y el hambre”. Se incluyó en
las raciones que el ejército estadounidense entregaba a sus soldados, quienes
la difundieron sobre todo en Inglaterra e Italia.
En aquel entonces había decenas de campamentos
chicleros en la selva maya y se construyeron pequeños ferrocarriles Decauville,
embarcaderos y pistas para avionetas que conectaban las centrales chicleras con
las ciudades de Yucatán, México y Nueva York. Del oeste, el chicle se embarcaba
en Ciudad del Carmen y Progreso, y del este salía de Chetumal o Cozumel hacia
Nueva Orleans. A los campesinos se les contrataba como jornaleros con sueldos
ínfimos, tanto para el corte de madera como para la extracción del chicle.
Estas compañías extranjeras no se preocupaban por la conservación de la selva,
nunca plantaban un árbol ni respetaban el tiempo de descanso para la obtención
de chicle. Herman Konrad, investigador canadiense que durante varias décadas
estudió la historia de la región, calculaba que en esta época en el estado de
Campeche no se recuperó el 20% de los árboles, lo que produjo la desaparición
de un millón de éstos entre 1929 y 1930.
En la década de 1930 les fueron retiradas estas
concesiones a las compañías estadounidenses y se transfirió su propiedad a las
comunidades locales, lo que trajo de inmediato resultados positivos en el nivel
de vida de los campesinos; el ingreso por la venta de chicle aumentó 300% y se
formaron pequeños asentamientos que concentraron a la población, se crearon
escuelas, brigadas sanitarias y se instaló el servicio de agua potable. En
pocos años toda la explotación chiclera era realizada por las comunidades y así
nació la primera cooperativa de productores de chicle. En 1943 México exportó a
Estados Unidos 8,165 toneladas de chicle; si de un árbol de chicozapote se
obtienen en promedio dos kilos de chicle, significa que en un año se cosecharon
de las selvas de Campeche y Quintana Roo por lo menos ¡cuatro millones de
chicozapotes!
Años después, debido principalmente al
desarrollo de sustitutos sintéticos como el acetato de polivinilo, la demanda
del chicle en el mercado internacional cayó bruscamente y la actividad chiclera
sufrió un grave deterioro: de 20 mil chicleros que había en 1942 se redujeron a
sólo un millar en 1994.
El resurgimiento
Frente a esta crisis, propiciada también por la
privatización de Impulsora y Exportadora Nacional (Impexnal), empresa estatal
que realizaba, en alianza con el Banco de Comercio Exterior (Bancomext), la
comercialización de productos mexicanos en el extranjero, el gobierno de
Quintana Roo invitó a Manuel Aldrete, quien en aquel momento participaba en el
Plan Piloto Forestal, a realizar un diagnóstico de la actividad chiclera,
además de reestructurarla y darle rentabilidad. Se llevaron a cabo infinidad de
consultas y discusiones con los chicleros, lo que dio lugar a seis cooperativas
que integraron la Unión de Productores de Chicle Natural, y se dieron a la
tarea de diseñar el modelo de negocio que seguirían. Conforme avanzó el
proyecto se sumaron más agrupaciones y en 2002 se creó el Consorcio Chiclero,
que seguía vendiendo chicle exclusivamente como materia prima a Japón, Corea e
Italia.
La idea de Aldrete era desarrollar una goma de
mascar y dejar de vender sólo materia prima. Las fórmulas de la goma base que
elaboraban las grandes empresas norteamericanas eran secretas, por ello nunca
fueron patentadas para no hacer públicos sus ingredientes y mezclas. Con
recursos propios y con la valiosa asesoría del químico japonés Hashimoto, el
consorcio demoró cuatro años en desarrollar su propia fórmula. Finalmente, en
2009 nació Chicza como la primera goma de mascar certificada orgánica,
biodegradable y 100% mexicana.
Al ejecutar el plan de negocio, los
cooperativistas se dieron cuenta de que no podrían competir con la goma
sintética y esto los colocaba en otro nicho de mercado. Salieron entonces en
busca de socios que les ayudaran a establecer una plataforma de lanzamiento. En
el puerto de Felixstowe, Reino Unido, sostuvieron pláticas con John Wood, de la
John Wood Shipping, quien les dio la idea de crear una distribuidora y les
ofreció en comodato un lugar en la oficina fiscal dentro del muelle. Bajo el
nombre de Mayan Rainforest, la nueva comercializadora comenzó a operar y los
primeros cinco años fueron destinados a abrirse mercado en Europa. “Sin duda, el
mercado europeo es líder en el tema de los productos orgánicos. Fue una
estrategia comercial, fuimos a atacar el mercado más exigente, sobre todo el de
Inglaterra y el de Alemania”, señala Aldrete, actual director ejecutivo del
Consorcio Chiclero y director general de Chicza Rainforest.
En el consorcio trabajan actualmente 1,500
chicleros de 32 cooperativas que producen anualmente alrededor de 90 toneladas
de chicle, de las cuales transforman 50 en goma de mascar certificada orgánica
en su nueva planta industrial de grado farmacéutico en Chetumal, que está a
punto de obtener la certificación ISO 9001. La goma de mascar viene en
presentaciones de 30, 15 y 4 gramos; los sabores para la temporada
primavera-verano son menta, yerbabuena y limón; también ofrecen el de canela y
sabores suaves como el de frutos rojos.
Actualmente Chicza se comercializa en 26 países
de la Unión Europea, en el este europeo, Israel y Medio Oriente, Norteamérica y
Australia. Cuenta con una red de socios, por lo general emprendedores de entre
30 y 40 años, que colocan el producto en supermercados y tiendas de productos
orgánicos, naturistas, veganos y gourmet. En Norteamérica Chicza vende 300 mil
unidades, contra los tres millones de paquetes en Europa. Al chiclero se le
pagan 112 pesos (alrededor de seis dólares) por kilogramo de chicle y en
promedio puede cosechar 40 kilogramos a la semana, con una percepción mensual
mayor a 14 mil pesos y la posibilidad de dedicar su tiempo libre a otras
actividades, como la agricultura, la ganadería o la silvicultura. Chicza busca
mejorar la calidad de vida de los cooperativistas. Cada año otorga entre cinco
y 15 becas a los hijos de los productores de chicle que asisten a la
universidad. Para designar a los ganadores, un consejo abre la convocatoria y
analiza la situación económica y el rendimiento académico del aspirante, quien
al verse beneficiado debe notificar con periodicidad sus calificaciones.
Todos los chicleros tienen el derecho universal
a la medicina en el servicio privado. Si alguno tiene un accidente de trabajo o
una enfermedad grave que amerite se le interne, puede seleccionar el hospital
de su preferencia. El tratamiento y la hospitalización se pagan del fondo
solidario de la cooperativa. También existe un fondo de defunción para dar un apoyo
único a la viuda del fallecido para gastos de sepelio y continuar con su vida.
Visión a futuro
La
selva maya, además del chicle, ofrece otras materias primas sujetas también a
un aprovechamiento sustentable, como el fruto de la pimienta gorda (Pimenta dioica), usado en la industria alimentaria, farmacéutica y de
perfumes; el fruto y la hoja del ramón (Brosimum
alicastrum)
que comercialmente se conoce como Maya Nut, rico en fibras, minerales,
proteínas y micronutrientes. Para aprovechar este potencial el consorcio,
además de Chicza Rainforest, cuenta con otra empresa que funciona de manera
similar a una agencia de desarrollo. “Utilizamos nuestro prestigio y nuestra
capacidad técnica y profesional para apoyar iniciativas locales de otros grupos
de campesinos que viven en las comunidades chicleras”, explica Aldrete.
El consorcio ha producido, en su vivero y en
otros dos que pertenecen a sus socios, más de dos millones de plantas de ramón,
pimienta gorda y chicozapote. En los últimos siete años ha promovido la
recuperación de áreas degradadas —acahuales o huamiles— que suman más de cuatro
mil hectáreas y están localizadas en 12 comunidades asociadas. Durante la etapa
de establecimiento de estas nuevas plantaciones diversificadas y gracias al
aclareo, se obtienen varios subproductos como leña, carbón vegetal y material
para palizadas, además de incrementar paulatinamente la captura de carbono,
según crece la cobertura de vegetación.
Con base en su estructura organizativa, el
consorcio asesora a un grupo de mujeres que cosechan el ramón para que
desarrollen su plan de negocio, salgan al mercado con un producto elaborado y
fomenten su marca e imagen. Su idea es utilizar fondos de programas
gubernamentales para instalar una pequeña fábrica que les permita industrializar
la harina del fruto del ramón y el té de sus hojas.
El consorcio también brindó apoyo a un grupo en
la región de Calakmul, Campeche, dedicado a producir carbón vegetal con los
residuos de la extracción de la madera, con la idea de que a la vez se prevengan
incendios. Fabricaron tapas industriales para hornos de tierra, que se
utilizaron para regular la cantidad de oxígeno en el proceso de combustión,
para lograr un producto más compacto y aumentar su rendimiento.
Chicza Rainforest actualmente trabaja —con
recursos propios y el apoyo del Programa de Inversión Forestal (FIP por sus
siglas en inglés), del Banco Mundial y de Fomento Social Banamex— para obtener
la certificación de la denominación geográfica del chicle mexicano. El año
pasado la facturación del grupo chiclero fue de $45 millones de pesos y el
valor actual de la empresa es de $180 millones de pesos. La empresa ha obtenido
numerosos reconocimientos nacionales, como el Premio Nacional al Mérito
Forestal en 2012, e internacionalmente en dos ocasiones Chicza ha sido
galardonado como el producto más novedoso en la BioFach de Alemania y ha
recibido el Global Quality Gold Award en Dubái, Emiratos Árabes, el Oro
Ecológico en Dinamarca y el Caballero Águila en Italia.
Los
chicleros se han convertido en celosos guardianes del árbol de chicozapote y de
su entorno ecológico. Mediante el consumo de la goma natural se favorece esta
actividad extractiva sustentable, lo cual contribuye a que la selva que vio
florecer la civilización maya se mantenga viva. EP
Referencias
Mathews,
Jennifer P., 2009, Chicle: The Chewing Gum of the
Americas, from the Ancient Maya to William Wrigley, Tucson, The University
of Arizona Press.
Sahagún, fray Bernardino de, 2016, Historia general de las cosas de la Nueva España, México, Editorial Porrúa
*Cortesía
de Fulvio Eccardi
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