El tiempo es cruel; el boxeo, no. La trayectoria literaria para algunos implica estar en las listas o envilecerse de forma progresiva. El boxeo consiste en mantenerse en pie y salir lo menos lastimado posible.
Uppercut
El tiempo es cruel; el boxeo, no. La trayectoria literaria para algunos implica estar en las listas o envilecerse de forma progresiva. El boxeo consiste en mantenerse en pie y salir lo menos lastimado posible.
Texto de Daniela Tarazona 25/09/20
Cada vez que puedo practico clases de boxeo. El alivio que me produce golpear el costal no se compara con casi nada. Lo único que le gana al sabroso puñetazo es la cuartilla. Me acuerdo de Cortázar y su famosa frase acerca de la novela y el cuento, donde este último gana por knock out. La novela es un ejercicio de resistencia, se gana por puntos, decía. Sostener la necedad sobre un tema durante años requiere plena condición física. Tal vez no ayude a subir escaleras sin jadear, pero escribir novelas es puro ejercicio cardiovascular.
En el boxeo hay un golpe que es mi favorito: el uppercut. Se dirige a la parte baja de la mandíbula del contrincante para dejarlo patidifuso por el trancazo. En la vida literaria, por desgracia, se han perdido los golpes directos y ya ni hablar de los bofetones. Quizá se deba al estilo de la época, más ocupada en la esterilización del pensamiento y el acto, más alimentada de la idiotez y la irresponsabilidad que de la propia ida al abismo. A principio de los años dosmil, yo pedía que en las cantinas se instauraran poéticas a bofetones; ahora no me atrevería a solicitarlo si, a cambio, me ofrecieran recibir mi propia historia pasada por Lysol.
Mi necedad me ha llevado a escribir sentencias de las que me arrepiento. Hace poco, por azares del destino, desempolvé un artículo que garrapateé acerca de dos libros de Elfriede Jellinek en el pasado lejano, y me fui de narices contra el periódico al encontrar frases como: “Leer a Jellinek es hartarse de la herida”. Es común que cometamos tonterías, pero no puede ser común que suscribamos filosofías ramplonas sobre la sexualidad o los géneros. Por eso conviene boxear, quizá sea la verdadera frivolidad, esa que se empeña en enfrentarse al otro con el cuerpo entero.
En el box no existe el fair play, tan mentado en el futbol, se trata de ensuciarse los guantes con sangre, no de pasar la pelota sin romperle el tobillo al contrincante, y en él tiene lugar la fortaleza y el honor. Golpear es resistir. Sostenerse sobre las dos piernas y recibir los puños furiosos del otro implica estar en el mundo y asumir la responsabilidad.
Hace cinco mil años luz que no escribía una columna como esta. Se lo achaco a la edad y a la cuarentena eterna. También lo hago días después de leer un texto del crítico literario Christopher Domínguez, “Han y Gainza o el espíritu de nuestro tiempo”, publicado en Confabulario. Me hizo reír y eché de menos las necedades de otros tiempos. Ese afán de venir a decir si la literatura procede por un mal o buen camino. Lo que más me gustó del texto es la parte en la que se refiere al espíritu de la época empeñado en decir que cualquier cosa es invención: “De un buen tiempo para acá, al menos, en la anglósfera políticamente correcta, casi todos los estudios culturales llevan la palabra ‘invención’ en el subtítulo de sus libros. El mal tiempo, su invención. La caspa, su invención. La comida china, su invención. El general Robert Edward Lee, su invención. El género femenino, su invención, por supuesto. La modernidad antimoderna, su invención. La guerra contra el narcotráfico, su invención. Etc.”
Mi atrevimiento parte de mi experiencia, que los dioses me perdonen. Hace quince años le escribí un discurso al entonces técnico de la Selección Nacional, Ricardo La Volpe, y entendí que el deporte, la resistencia y la escritura se llevan de maravilla. La Selección Nacional calificó a Alemania y yo ratifiqué mi puesto en la Federación Mexicana de Futbol.
El tiempo es cruel; el boxeo, no. La trayectoria literaria para algunos implica estar en las listas o envilecerse de forma progresiva. El boxeo consiste en mantenerse en pie y salir lo menos lastimado posible. A eso atribuyo mi demora en escribir cada libro. Publicar siempre me ha producido pánico. Las personas son crueles, aunque yo sea boxeadora amateur. Lo que ocurre, concluyo, es que a pocos escritores contemporáneos les interesa resistir o pelear. Es más atractivo salir en las fotos y sonreír que irse de bruces cuando viene otro y, de súbito, te atesta un gancho al hígado. La rapidez es importante en el boxeo, aunque siempre dependa de la lentitud del otro. EP