A partir de la celebración del Día Internacional del Libro, Alejandra Arévalo ensaya sobre su relación con los libros y la lectura.
Leer no es un acto solitario
A partir de la celebración del Día Internacional del Libro, Alejandra Arévalo ensaya sobre su relación con los libros y la lectura.
Texto de Alejandra Arévalo 25/04/22
No fui una niña lectora. No porque no quisiera: no había dinero. Mi retraso en la lectura no sólo se dio en mi vida en general, sino en el sentido estricto del acto de leer, entré ya iniciado el ciclo escolar debido a un problema burocrático y todos mis compañeros ya sabían escribir el abecedario y una que otra frase ridícula que se repetía constantemente: “mi mamá me mima”. Entre los útiles escolares que la escuela insistió debíamos llevar estaba “un libro”. Un libro que, si hubieran sido claros, debía ser de aquellos que tienen pocas letras y sirven para colorear cuando la maestra está revisando la tarea, pero mis padres lo tomaron literal y en una visita a Gigante me compraron Cuentos completos de los hermanos Grimm. Yo no sabía leer. Pero ahí estaba yo tratando de descifrar la página mientras mis compañeros, sin ninguna ansiedad, usaban sus Prismacolor en el libro correcto.
No sabemos qué pasó con ese libro; sé que mi hermano también lo usó cuando ingresó a la misma primaria, pero le perdimos el ojo. Estaba tan desgastado porque era de los pocos libros de la casa. Aprendí casi de memoria cada una de sus historias como arma para pasar desapercibida. Si alguien me preguntaba qué estaba leyendo: podía decirlo.
Cuando me cuestionan cuál fue el libro que me inició en el camino de la lectura, siempre hablo de este; pero, en términos estrictos, si nos acotamos al purismo lector que solemos leer de críticos y especialistas de la lectura, yo no leí este libro, me lo leyeron.
Como no sabía leer, le pedía a mi padre que me leyera cada noche uno de los cuentos; mi favorito era “Juan sin miedo”. Envidiaba a Juan sin miedo porque iba por ahí —como dice el título— sin saber qué es tener temor de dios o lo que sea; yo tenía miedo de que alguien supiera que no sabía leer, que era un fraude, que las historias que me sabía eran porque me las relataba mi padre. Yo no lo leí, me lo leyeron. Y ese acto tan pequeño en sí mismo se convirtió en la bola de nieve que ahora me invita todos los días a querer leer y compartir con todas y cada una de las personas que voy conociendo.
Los libros no muerden
“Leer es un acto solitario”: escuché por ahí cuando me formé en Letras. ¿Solitario para quién? Yo agregaría que, aunque suele ser solitario en el acto de abrir un libro y repasar las letras en la hoja, nunca lo es realmente: la pasión sale cuando tienes oportunidad de hablarlo con alguien. Con quien sea.
Comencé a compartir mis lecturas en internet hace más de nueve años. Al principio no sabía muy bien qué hacía, y de repente se fue convirtiendo en una pasión un tanto extraña: estaba leyendo y mientras tanto pensaba si lo que estaba leyendo le podría gustar a otra persona. “La pasión de Bastián Baltasar Bux eran los libros”: afirma Michael Ende; la mía, los libros y encontrar con quién compartirlos.
Desde entonces he logrado crear comunidades que se convierten en familia y el acto de leer nunca ha sido solitario de nuevo: leemos en voz alta, dejamos audios para cuando se puedan escuchar, comentamos en videollamadas de larga distancia, nos apapachamos, nos cuidamos y buscamos con ahínco la siguiente historia.
Detrás de la industria del libro, de escritores, editores, relaciones públicas, agentes literarios y distribuidoras, siempre hay un grupo lector que está buscando su siguiente historia. Un grupo que se pone de acuerdo para comprar el mismo libro, que se comparte ofertas, que se organiza para craquear el epub de un libro carísimo que varios integrantes no pueden comprar. En medio de la vorágine de las encuestas que nos dicen que no estamos leyendo, se mueve silenciosamente ese grupo de Telegram que programa incansablemente un bot para descargar libros, porque cada cierto tiempo lo cancelan.
Si la lectura es solitaria, si poca gente está leyendo libros, quiénes son todos estos usuarios que responden al minuto cuando preguntas: “¿alguien ha leído esta historia?”.
El camino de la lectura en México parece uno sinuoso para quienes no han comenzado a leer; es así porque hay que sortear a aquellos que nos dicen qué es y qué no es LA literatura, los precios exorbitantes que nos recuerdan que leer es un privilegio —y ante esto los potenciales lectores pueden echarse para atrás—; pero me gusta pensar en esta historia personal con los libros y en Juan sin miedo. En una niña que se aprende de memoria una historia de la voz de su padre para pasar desapercibida y no sentirse un fraude, porque finalmente es una niña, como muchas otras, que pronto encontrará un grupo con el cual se sentirá a salvo.
Juan buscaba incesantemente poder sentir miedo y al final lo logró de la manera más inverosímil; esta es una preciosa metáfora sobre cómo podemos lograr hacernos de un hábito lector de la manera menos esperada. Ya sea con lecturas en voz alta, un webcómic con el que te topaste por causalidad, un fanfic de BTS o una youtuber que quiere compartir su libro favorito en video.
El mundo de la lectura no es solitario: un lector se hace lector por otro lector. Y esa cadena invaluable de compartir de boca en boca o de tuit en tuit o de instastorie en instastorie hace que los lectores sean la base del Día del libro. El Día del libro, quizás, es el Día del lector y no estamos hablando de eso.
El Día del lector
Hace unos meses una amiga lectora perdió la vida en un accidente con un transporte; se fue tan de repente que no pude despedirme ni decirle lo mucho que su presencia virtual y apoyo a mi trabajo habían repercutido en formalizar mucho de mi trabajo como mediadora de lectura, lectora y escritora. Así como Mich, hay muchas lectoras que en el camino me han brindado la oportunidad de leerles y recomendarles muchas historias.
Entre todas las personas que he conocido, algunas se han convertido en mis mejores amigas, compañeras de trabajo y contactos cercanos para crashear en sus casas cuando salgo de viaje. Hay tantas personas que me han abierto sus hogares virtuales que por fin entendí que la base de mi pasión por leer viene de aquellas noches donde Juan sin Miedo se convirtió en un personaje admirado desde la voz de mi padre.
Si tengo que celebrar el Día del libro pensando en mi trabajo como mediadora de lectura, en realidad, habría que celebrar a todas aquellas lectoras que se han cruzado en mi camino y son mis compañeras de viaje. A ellas celebro, agradezco y recuerdo. Son quienes alimentan mi pasión por compartir libros, son quienes acompañan a la niña que no sabía leer y, sin embargo, encontró su lugar en el mundo. EP
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