Es preciso encontrar otra forma de habitar en este mundo de guerra y violencia, pero también otras formas de mirarlo y de contarlo. ¿Podemos imaginar futuros posibles? Adriana Malvido reflexiona cómo a través de la cultura y el arte se pueden buscar respuestas creativas e imaginativas.
Cultura y arte para la paz
Es preciso encontrar otra forma de habitar en este mundo de guerra y violencia, pero también otras formas de mirarlo y de contarlo. ¿Podemos imaginar futuros posibles? Adriana Malvido reflexiona cómo a través de la cultura y el arte se pueden buscar respuestas creativas e imaginativas.
Texto de Adriana Malvido 06/12/23
Svetlana Aleksiévich, la Premio Nobel de Literatura de 2015, tituló uno de sus libros La guerra no tiene rostro de mujer. La periodista y narradora bielorrusa, nacida en Ucrania, cuenta: “La aldea de mi infancia era femenina. De mujeres. No recuerdo voces masculinas. Lo tengo muy presente: la guerra la relatan las mujeres. Su canto es como el llanto”. Sigue: “En la biblioteca escolar la mitad de los libros era sobre la guerra. Lo mismo en la biblioteca del pueblo, y en la regional […] No era por casualidad. Siempre habíamos estado combatiendo o preparándonos para la guerra. O recordábamos cómo habíamos combatido. Nunca hemos vivido de otra manera […]”. Recuerda: “En la escuela nos enseñaban a amar la muerte. Escribíamos redacciones sobre cuánto nos gustaría entregar la vida por… Era nuestro sueño. Sin embargo, las voces de la calle contaban a gritos otra historia”.
Mientras escribo este texto, México se enciende y la militarización en todos los órdenes de la vida se instala desde el poder político. Los cárteles grandes y pequeños no solo de la droga, sino de la trata de personas, el secuestro, la extorsión, el tráfico de especies y recursos naturales, extienden sus tentáculos a lo largo y ancho del territorio. Las más de 130 mil personas desaparecidas, los 11 feminicidios al día, los asesinatos a periodistas, el silenciamiento a defensores del medio ambiente y activistas, el secuestro de menores para reclutarlos al crimen, son parte de la vida diaria y del alimento noticioso cotidiano. Criminalidad, violencia, miedo y corrupción con total impunidad sin un Estado que apueste, más allá de los votos y el poder, por la justicia, la verdad y la paz.
Asomarse al mundo implica encontrarse con la guerra de Putin contra Ucrania; la crueldad de la guerra entre Israel y Hamás que arrasa con millones de personas inocentes; el sufrimiento de cientos de miles de migrantes; la emergencia climática; la amenaza del resurgimiento del fascismo y la extrema derecha … Es urgente encontrar otra forma de habitar este país y el mundo, pero también otras formas de mirarlo y de contarlo. ¿Podemos imaginar futuros posibles? Confío más en quienes buscan respuestas con la creatividad y la imaginación que en aquellos que prometen desde el poder político.
Encuentro una propuesta en la “arqueología de género” como un método de estudio de las sociedades del pasado que examina la construcción social de las identidades y de las relaciones humanas. Me pregunto: ¿qué sería de nosotros si en la Historia que se imparte en las escuelas se diera un justo lugar a las mujeres, a las ideas?, ¿solo las balas y las batallas nos determinan? La aportación femenina en la historia puede ser un antídoto, entre muchos más, contra el sistema patriarcal que nos tiene sumidos en la violencia machista y la crisis de feminicidios.
Si ampliamos el elenco al revisitar la historia, podríamos convocar a varias mujeres y reunirlas alrededor del fuego para compartir sus obras y sus ideas. Un gran personaje aparece en escena. Es aquella que unos 260 años antes de que Hidalgo diera el Grito de la Independencia, inicia la emancipación de los indígenas y llama a la abolición de la esclavitud el 11 de julio de 1550. Se trata de Tecuichpo Ichcaxóchitl, la última princesa mexicana, señora de Anáhuac, hija de Moctezuma II y esposa de Cuauhtémoc.
Tecuichpo nace del tlatoani y de su esposa Tezalco. Todavía niña, la casan con Cuitláhuac y al morir este, con Cuauhtémoc. Viuda, queda en manos de Cortés quien la bautiza como “Isabel”. Del abuso, nace Leonor; después la ofrece a Alonso de Grado, luego a Pedro Gallego de Andrade y cuando este muere, la casa con Juan Cano de Saavedra, un español de Cáceres con quien procrea cinco hijos.
Fundadora del Hospital de San Juan de Dios (hoy Museo Franz Mayer) donde daba asilo a los indígenas, a Tecuichpo se le cita en múltiples fuentes documentales —Bernal Díaz del Castillo, entre otros— por su belleza, su bondad y su inteligencia como mediadora que “puso término a muchas dificultades entre españoles e indios”, según Artemio del Valle Arizpe.
Su testamento, cuyo original se encontró en 1996 en el Archivo General de la Nación, dice: “Quiero y mando, y es mi voluntad, que todos los esclavos, indios e indias naturales de esta tierra, que el dicho Juan Cano mi marido e yo tenemos por nuestros propios, por la parte que a mí me toca sean libres de todos servicios, servidumbre y cautiverios, e como personas libres hagan de sí su voluntad, porque yo no los tengo como esclavos, y en caso de que lo sean, quiero y mando que sean libres”.
De pronto, en la fogata aparece Mary Shelley. Viene del siglo XIX en Inglaterra. Nos recuerda su introducción a Frankenstein o el moderno Prometeo. Dice que la obra nació en forma de pesadilla: “Vi —con los ojos cerrados, pero con una aguda visión mental—, vi arrodillado al pálido estudiante de artes oscuras junto a la cosa que había construido. Vi tendido el horrendo fantasma de un hombre, que acto seguido, en virtud de algún poderoso mecanismo, manifestó señales de vida, y empezó a experimentar un lento movimiento, como vivo a medias”.
Conocemos a la autora por esa obra maestra de la novela gótica que escribió a los 19 años, en 1816, pero ¿se lee igual Frankenstein en el siglo XXI? Toma la voz Charlotte Gordon, autora del libro biográfico Mary Wollstonecraft/Mary Shelley donde se revelan como artistas y escritoras, pero también como pioneras en la defensa de los derechos de las mujeres, faceta que durante 200 años no se quiso ver, la que un día revaloró Virginia Woolf y en los años 70 del siglo XX rescató el movimiento feminista.
Gordon ofrece una nueva lectura: Frankenstein como una parábola de cómo sería un mundo sin madres, sin mujeres fuertes. Menos sobre ciencia y tecnología, y más acerca de lo que sucede cuando a la ambición masculina se le permite avanzar sin controles. Los monstruos, dice Mary Shelley, “los creamos nosotros”. La criatura tiene un solo progenitor que al fallarle le hace urdir planes de venganza homicida. Una nueva lectura es que en un mundo sin madres reina el caos y triunfa el mal. La madre, que escribió Vindicación de los derechos de la mujer (1792) y Vindicación de los derechos de los hombres, muere solo diez días después de dar a luz a la autora de uno de los clásicos más célebres de la literatura universal. Sin embargo, el peso y la influencia de Wollstonecraft sobre Mary Shelley es indiscutible: “Si se les diera libertad a las mujeres, el mundo sería mejor para todos”, escribió.
Mary Shelley escribió muchas obras más, como El último hombre o la novela Falkner, donde el espíritu femenino salva a la humanidad al defender la paz y no la guerra y en la creación de una utopía basada en los valores de la compasión, el amor y la familia. Se une al grupo la antropóloga y feminista argentina Rita Segato, para plantear: “Los hombres deben entrar en las luchas contra el patriarcado, pero no deben hacerlo por nosotras y para protegernos del sufrimiento que la violencia de género nos inflige, sino por ellos mismos, para liberarse del mandato de la masculinidad, que los lleva a la muerte prematura en muchos casos y a una dolorosa secuencia de probaciones de vida”.
Pienso en Santiago Roncagliolo y su relato “Memorias de un heterosexual” (Revista de la Universidad de México, No. 846). El escritor peruano narra su angustia de niño en la escuela para varones que define como “una olla de presión de testosterona, siempre a punto de explotar”; la adolescencia en un colegio donde resultaba “sospechoso” porque leía mucho y el fracaso de algunos esfuerzos “por ser homosexual” dado que el universo femenino le parecía más civilizado y sensible.
En su libro Contrastes, el filósofo mexicano Eduardo Garza Cuéllar plantea que en los cruceros morales la lógica masculina responde a la manera de un semáforo: “detente, respeta mi turno, te toca, freno para que pases…”, mientras que la femenina fluye como en una glorieta: “nadie tiene que detenerse si nos miramos y ajustamos velocidad y dirección tomando en cuenta al otro”.
Garza también plantea que la ética masculina es lineal, la femenina circular, se preocupa por incluir y armonizar. Al leerlo, recordé cuando él mismo invitó a México al sociólogo colombiano Leonel Narváez, figura clave en el proceso de pacificación de su país. Al final de su conferencia anunció para el futuro de la humanidad “la etapa de lo femenino”. Advertía que el mundo en manos del machismo ha generado guerras y violencias desde tiempos inmemoriales. Es hora, propuso, de “potenciar los valores femeninos que todos tenemos para iniciar una nueva etapa”. Hizo hincapié en el desarme del lenguaje y la necesidad de la palabra dulce, asertiva, que no cultiva el odio ni el resentimiento, que construye y asciende a la persona.
Así, con una metodología circular, la organización educativa mundial ManKind Project ya funciona en México y 20 países más. Consiste en generar “nuevas masculinidades” mediante círculos de hombres que buscan sanar las heridas del machismo y romper las ideas patriarcales y jerárquicas impuestas.
La antropóloga mexicana, Lucina Jiménez, se suma a la conversación con su libro Arte para la convivencia y Educación para la Paz. Reúne experiencias, metodologías y propuestas para una vida más humana, más libre y, sí, más feliz, desde la puesta en práctica de una visión renovada alrededor del tema de una educación para la paz y del poder de las prácticas artísticas en la vida de la gente y en la reparación de relaciones sociales lastimadas por la violencia.
Los textos que lo integran, escritos por profesionales de diversas disciplinas, gestores culturales y artistas de varias nacionalidades, nos acercan a la casa de las ideas que es nuestro cerebro, porque como establece la Unesco: “Si la idea y la violencia nace en la mente de los hombres, es en la mente de los hombres donde hay que combatirla”. Pero también nos sacuden con la narración de experiencias exitosas que han tenido lugar en diversas ciudades del mundo, desde Ciudad Juárez hasta Medellín y otras en Europa, Medio Oriente y África, que optaron por no aceptar la fatalidad como destino y encontraron que el arte es capaz de transformaciones insospechadas a nivel personal y colectivo.
En la memoria personal aparecen estampas en ese sentido: un ejército de niñas y niños cargados con instrumentos musicales en el Club Naval de Cartagena de Indias, Colombia, que parecen salir del mar Caribe para inundar de música, bailes y alegría el cierre de un congreso internacional de IBBY en el año 2000. Es la banda de música del departamento del Atlántico que, al terminar el espectáculo, eleva al aire una pancarta gigante que dice: “La cultura por la paz”. Lejos de Colombia, por aquellos meses, otro grupo de niñas y niños, armados con papel, crayolas, lápices y memoria, presentaba el libro Totik, Metik, Kana, a dos años de Acteal, resultado de una serie de talleres de creación organizados por el Colectivo de Apoyo a Niños Desplazados. En ambos casos, las niñas y niños dieron forma a sus emociones y pensamientos a través de la expresión corporal con la danza y en imágenes.
Del otro lado del Atlántico, Zlata Filipovic, “la Ana Frank de Sarajevo”, publicaba su Diario y advertía: “Nosotros no hubiéramos optado por la guerra”. Años después, ella misma editó Voces robadas, libro que recoge 13 diarios inéditos de niños, niñas y adolescentes escritos desde la primera Guerra Mundial, el Holocausto, Los Balcanes, Vietnam, Israel y Palestina, Irak…
Son ejemplos luminosos del poder de la expresión en medio de situaciones violentas y del uso de la creatividad como medio de supervivencia. Pero sus obras también son expresión de valores humanos: solidaridad, respeto, libertad de palabra, tolerancia, dignidad. Sin esos valores, la respuesta a la violencia se traduce en violencia.
Es 2014 y una mañana invernal en Argentina, sobre Puente Alsina, al sur de Buenos Aires, escuchamos un concierto gratuito al aire libre junto a más de 8 mil personas. En el escenario, los 110 integrantes de la West-Eastern Divan, la orquesta que, junto con el intelectual palestino Edward Said, Daniel Barenboim fundó en 1999 con músicos israelíes y árabes para demostrar que es posible la coexistencia entre diversas culturas. Y la llamaron así en referencia a una colección de poemas de Goethe, que decidió aprender árabe a los 60 años.
Mientras Gaza se desangraba, en Buenos Aires escuchamos el diálogo entre los instrumentos de viento y los metales, las percusiones y las cuerdas que interpretan a Ravel dirigidos por este músico argentino-israelí, que vive en Berlín, habla siete idiomas y concibe al Diván como un puente para despertar la curiosidad del Otro.
Gustavo Dudamel, genial, en el Palacio de Bellas Artes de Ciudad de México en 2019. El director es resultado del Sistema Nacional de Orquestas Juveniles e Infantiles de Venezuela que fundó José Antonio Abreu en 1975 y que acerca a niños y jóvenes —en su mayoría pobres, en la droga o la delincuencia— a la música clásica. Y no sólo ha encontrado talentos, sino que ha salvado a miles de la exclusión social.
La paz requiere trabajo, exige un esfuerzo cotidiano a todos los niveles, pide a gritos que se tome en serio la cultura como instrumento en su significado más amplio. Que armemos a las infancias con herramientas para dialogar y medios para expresarse; que convenzamos a gobiernos y sociedades que la educación artística es una inversión de largo alcance. Y que se escuchen las voces femeninas.
Antes de apagar el fuego, Adrienne Maree Brown, escritora, feminista y mediadora nacida en Texas, apunta a una responsabilidad individual y colectiva. Invita a “transformarnos para transformar el mundo”. Propone aprender de la naturaleza para moverse siempre hacia la vida, inundar el sistema entero de principios y prácticas de afirmación de vida y transformar los sistemas tóxicos en sistemas que nos sostengan y permitan que sanemos. De eso va toda su obra. Y concluye: “Cada uno de nosotros es precioso. Juntos debemos romper cada ciclo que nos hace olvidarlo”. EP
Referencias bibliográficas
Alexiévich, Svetlana. La guerra no tiene rostro de mujer. Debate, 2015.
Brown, Adrienne Maree. We will not cancel us. And other dreams of transformative justice. Emergent Strategy Series 3, 2020.
Garza, Eduardo. Contrastes. Colección Gozo, 2018.
Gordon, Charlotte. Mary Wollstonecraft/Mary Shelley. Circe, 2028
Jiménez, Lucina. Arte para la convivencia y Educación para la paz. FCE, 2016
Filipovic, Zlata. Diario de Zlata. Círculo de Lecturas, 1994
Filipovic, Zlata. Voces robadas. Ariel, 2007
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