Plana verde | Los cimientos del país del maíz: sostenidos por un decreto

A partir del decreto presidencial sobre la prohibición del uso del maíz transgénico en México, Andrea J. Arratibel escribe sobre la importancia de conservar el acervo genético de las milpas mexicanas.

Texto de 28/03/23

A partir del decreto presidencial sobre la prohibición del uso del maíz transgénico en México, Andrea J. Arratibel escribe sobre la importancia de conservar el acervo genético de las milpas mexicanas.

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La historia del maíz se entrelaza con las manos pacientes y curtidas de campesinos dedicados a su cultivo durante generaciones y generaciones. Es el relato de la resistencia de aquellos pueblos que consiguieron domesticar hace más de 8000 años el grano de los Dioses: el teocintle, una planta endeble, con forma de espiguilla, tan promiscua que de ella crearon la impresionante variedad de mazorcas nativas que habitan México hoy. 

Las casi 60 razas de maíz hicieron de este país un estado soberano del grano más consumido en el mundo, por delante del trigo y el arroz; actualmente, conforman un legado biocultural que está en las manos ahora de un acuerdo entre dos países. 

Desde 2013, la siembra de maíz transgénico está prohibida en México. Y ahora un nuevo decreto presidencial ha vetado su entrada para consumo humano: el producto modificado genéticamente sólo podrá importarse para forraje y alimento animal. Una decisión necesaria —pero todavía insuficiente— para la comunidad de científicos y activistas que llevan años tratando de frenar la importación del maíz amarillo estadounidense, responsable de diseminar sus semillas en los campos mexicanos y poner en riesgo la biodiversidad mexicana. El cereal supremo de la nación, legado sagrado de las culturas mesoamericanas, jamás debió formar parte del Tratado de Libre Comercio, defienden algunas voces.

“Proteger la soberanía alimentaria del país y la biodiversidad del grano nativo no son las únicas cuestiones discutidas en la mesa de negociaciones entre estados, los daños al medio ambiente y la salud están en juego”.

Proteger la soberanía alimentaria del país y la biodiversidad del grano nativo no son las únicas cuestiones discutidas en la mesa de negociaciones entre estados, los daños al medio ambiente y la salud están en juego. La decisión normativa también anuncia la prohibición paulatina de importar a México un herbicida del que depende el maíz transgénico. El cereal modificado cuenta con ciertos genes para resistir la fumigación de hasta más de una decena de pesticidas diferentes, uno de ellos es el glifosato, el agroquímico más utilizado en México y en el mundo. Clasificado en el 2015 por la Organización Mundial de la Salud (OMS) como probable carcinógeno, su exposición en alta dosis se ha relacionado con retrasos en el desarrollo, enfermedades intestinales, daños en hígado y riñones, entre otros. En los últimos años, el Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (Conacyt) ha aportado evidencia científica rigurosa sobre sus efectos nocivos. Un trabajo que el organismo mantiene.

Aunque no tiene las características de los plaguicidas resistentes que llegaron con la Revolución Verde, el glifosato se usa sin control en los campos mexicanos: arrasa con cualquier planta solo con su presencia, excepto las transgénicas, modificadas estratégicamente en laboratorios para resistirlo. Por eso, con la introducción de las semillas de maíz de Monsanto a mediados de los noventa, el uso del glifosato creció de forma exponencial y casi sin regulación.

Todavía hoy este agroquímico se utiliza de forma recurrente y sin control a lo largo de todo el territorio, en campos extensos de miles de hectáreas y pequeñas parcelas, en cultivos a gran escala y pequeñas milpas, en campos de golf, parques y jardines… Acaba en los suelos y ríos, en el aire y la lluvia, en las aguas subterráneas de donde se extrae la que acaba embotellada y comercializada en algunas regiones de Campeche, como el agua de los garrafones que se expenden en las localidades de Hopelchén, por ejemplo.

La presencia del herbicida también se ha encontrado en las tortillas que consumen los mexicanos, como apuntó una investigación realizada en el 2017. El 90,4% de las muestras de maíz analizadas contenían transgénicos, y un tercio presentaban rastros de glifosato, concluyó el trabajo. Otros estudios también han detectado metabolitos del herbicida en las muestras de la orina de niños en Jalisco y expertos en salud pública apuntan a una clara relación entre su exposición y el desarrollo de enfermedad renal crónica en la región.

Razones de peso que han motivado la exigencia, por una gran parte de la comunidad científica mexicana, para que, frente a la importación y uso del glifosato, se aplique el principio cautelar de prevención sanitaria y protección al ambiente. Esta medida supondría un punto de inflexión en las políticas agrícolas biotecnológicas de México, pero también podría entenderse como una provocación en los acuerdos comerciales con el país vecino. Una disputa que se suma a las tantas tensiones que acumula el T-MEC con Estados Unidos. México es su principal comprador de maíz transgénico: sólo en 2022 adquirió más de 15 millones de toneladas del grano amarillo.

A pesar de la nueva normativa que veta su importación para masa y tortilla, el Gobierno sigue retrasando su prohibición total. El país todavía depende del insumo extranjero para la alimentación animal y de tantísimas industrias. Su sustitución no parece viable a corto plazo.

“…los defensores del maíz criollo proponen políticas públicas que integren todo el ciclo del cereal, desde la siembra de semillas hasta las tortillas que llegan a las mesas”.

Entre algunas de las alternativas, los defensores del maíz criollo proponen políticas públicas que integren todo el ciclo del cereal, desde la siembra de semillas hasta las tortillas que llegan a las mesas. Alegan que, ante los altos costes ambientales y de salud que acarrea la agricultura industrial al servicio del neoliberalismo, se requieren acciones integrales que protejan las semillas en manos campesinas y la soberanía alimentaria del país sin que la escasez del producto se vea afectada. Una de las principales medidas urgentes es incrementar el precio pagado a los productores mexicanos a través de subsidios del Estado.

Conservar el acervo genético de las milpas mexicanas supone, además, una salida frente a las amenazas inminentes del cambio climático. La capacidad de adaptación lograda  aseguraría su supervivencia a cualquier sequía o cambio radical de temperatura. El maíz nativo crece en la Sierra Tarahumara, a altitudes de 3000 metros sobre el nivel del mar, pero también en las costas, en suelos calizos de la península de Yucatán, en los semiáridos del Valle del Mezquital, en las selvas más salvaje, en la meseta purépecha…

La dedicación, amor por la tierra y necesidad de subsistir de aquellos grupos prehispánicos que con perseverancia sembraron y seleccionaron las mejores semillas, las más resistentes, son la fortaleza de los pequeños productores de hoy, herederos de aquellos maestros que hicieron de la planta ancestro del maíz actual, la cuna alimenticia y cultural del pueblo mexicano. EP

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