El Papa ante la catástrofe ambiental

Con un documento de enseñanza social y bases científicas, el nuevo Pontífice se refiere a un tema que debe preocupar y ocupar a la humanidad entera: el calentamiento global. Se trata de una exhortación inédita pero, sobre todo, trascendente.

Texto de 26/05/22

Con un documento de enseñanza social y bases científicas, el nuevo Pontífice se refiere a un tema que debe preocupar y ocupar a la humanidad entera: el calentamiento global. Se trata de una exhortación inédita pero, sobre todo, trascendente.

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Con visión de estadista y una compulsión por llamar a las cosas por su nombre rara vez vista entre los líderes del mundo en estos días, el Papa Francisco, primer jerarca religioso en abordar el tema, ha dado con su martillo contundente en un clavo crucial para la humanidad: los problemas ambientales globales que se relacionan tanto con la pérdida de los ecosistemas como con el cambio climático.

La encíclica Laudato si’ (Alabado seas) del Papa describe la destructora explotación del ambiente —del que depende totalmente la humanidad entera, presente y futura— que el desarrollo económico ha llevado a cabo. Francisco puntualiza las causas: la inmisericorde ambición capitalista de beneficios económicos y una ilusoria fe en que la tecnología resolverá todos los problemas, acompañadas ambas por la connivencia de políticos capturados por los intereses del corporativismo global. No se trata de una compilación de reflexiones filosóficas o abstractas sobre el tema. Laudato si’ es un verdadero manual detallado de las causas del problema ambiental global y sus posibles soluciones, que no se habría logrado sin la asistencia de la comunidad científica y humanística de la Academia Pontificia de las Ciencias. Constituye un llamado a la acción que no solamente define la enfermedad y sus causas, sino que provee, como decimos, “el remedio y el trapito”.

“Cuestionar la realidad del cambio ambiental global y del papel central del desarrollo humano habría minado la credibilidad y la fuerza del documento”.

Cuando se publicó la encíclica, el cardenal Turkson hizo énfasis en el hecho de que desde hacía tiempo el Papa Francisco reconocía el papel que la humanidad ha jugado en el problema del cambio climático, pero dado que existía un intenso debate sobre el tema, no había querido intervenir. Nunca me quedó claro ese argumento del cardenal, pero espero que no tuviera la implicación de que cabían dudas sobre el hecho del cambio climático o incluso de que la humanidad es la mayor responsable del problema. Cuestionar la realidad del cambio ambiental global y del papel central del desarrollo humano habría minado la credibilidad y la fuerza del documento.

El consenso científico acerca de lo que está ocurriendo como resultado del uso de combustibles fósiles a partir de la Revolución industrial, y de la pérdida de los ecosistemas, es en verdad abrumador. Menos de 0.2% de cerca de 14 mil artículos publicados durante más de 20 años (de 1991 a 2012) en revistas científicas arbitradas no está de acuerdo con ese consenso (ver Gráfica 1).

Destaco a continuación algunos de los puntos que sobresalen en la encíclica.

En cuanto a medidas concretas de acción:

1. Desfasar el uso de carbón, incluso mientras las tecnologías renovables para generar electricidad se desarrollan, y así “escoger el menor de dos males”.

2.  El “comercio de carbón” (los créditos de carbón) puede “generar una nueva forma de especulación” que no ayudaría a reducir las emisiones de gases de efecto invernadero (GEI). Puede ser una salida fácil para enmascarar un uso prácticamente idéntico de energías sucias, e impediría el cambio radical que las circunstancias requieren.

3. Apoya la idea de cooperativas de producción energética por medios renovables y con características locales para atender problemas locales en procesos de autosuficiencia local que resuelvan “la incapacidad del orden mundial para asumir sus responsabilidades”, ya que los grupos regionales y los individuos hacen toda la diferencia.

En cuestiones de comportamiento individual o social:

1. Remarca la “débil respuesta política internacional” por el “fracaso de las cumbres globales sobre el medio ambiente”. Tal fracaso deja en claro que, por un lado, la política en este campo está sujeta a los intereses especiales y económicos que doblegan el interés y el bien común y, por el otro, existe manipulación de la información en los medios.

2. Aunque se podría interpretar como una consecuencia natural de la política que la Iglesia ha mantenido sobre el control de la natalidad —política con la que no estoy de acuerdo—, Francisco considera que el sobreconsumo es un problema mayor que el poblacional. De cualquier manera está en lo correcto: a nivel mundial, la tasa de consumo per cápita de recursos y energía es muy superior a la tasa de crecimiento de la población.

3. En la era de la conectividad, debida a los avances de las tecnologías de la información y la comunicación (TIC), hay una desconexión enorme entre la humanidad y la naturaleza y entre las mismos seres humanos.

4. Nuestra herencia para las siguientes generaciones será una de desolación.

5. Las tasas de consumo han crecido exponencialmente y lo seguirán haciendo a ritmos aun mayores en el futuro. La destrucción de los sistemas ecológicos y del bien común de la atmósfera, causada por nuestro estilo de vida promedio no sustentable, “ha rebasado la capacidad de nuestro planeta, lo cual puede solamente generar catástrofes como las que recurrentemente suceden en varias partes del mundo. La única manera de reducir el efecto del desbalance actual es con acciones inmediatas” (ver Gráfica 2).

Francisco expresó claramente que esperaba que la encíclica tuviera influencia en las políticas económicas y de energía, e iniciara un movimiento global que presione a los políticos a realizar un cambio serio al respecto. Pero también, que los obispos y sacerdotes alrededor del mundo encabecen discusiones sobre este documento en sus servicios dominicales. No sé qué tanto la jerarquía eclesiástica —a pesar de que la encíclica representa la posición oficial de la Iglesia— responderá al llamado del Papa, pero esperaría que al menos la feligresía católica tomara una posición claramente activa al respecto; esto sería suficiente para iniciar un cambio de dimensiones globales inéditas.

“Muchos científicos, entre los que me incluyo, tenemos la esperanza de que el debate iniciado por Francisco introducirá una ‘dimensión moral’ a la discusión sobre el cambio global ambiental, ya que la dimensión científica está claramente establecida”.

Muchos científicos, entre los que me incluyo, tenemos la esperanza de que el debate iniciado por Francisco introducirá una “dimensión moral” a la discusión sobre el cambio global ambiental, ya que la dimensión científica está claramente establecida. Por ejemplo, el director del prestigioso Instituto Potsdam para la Investigación del Impacto Climático, Hans Joachim Schellnhuber, ha señalado que si bien existe entre los científicos una especie de código de honor de no mezclar los aspectos de ciencia pura con temas morales, esto tendría que cambiar porque “la ciencia y sus aplicaciones tienen consecuencias morales” y “estamos en una situación en la que debemos pensar sobre las consecuencias de nuestro conocimiento en la sociedad”. La encíclica Laudato si’ no es una expresión o manifestación “verde” sino —en palabras del Papa— “un documento de enseñanza social”.

Francisco ha afirmado que, aunque “los críticos mencionan que la Iglesia no puede dar lecciones sobre políticas públicas”, el hecho es que “estos temas están en la médula de las enseñanzas de la Iglesia”. Desde luego, las críticas a este enfoque moral del problema no se han hecho esperar en los grupos más conservadores y reaccionarios de la derecha en varios países, especialmente en Estados Unidos, pero también en grupos católicos conservadores, que han interpretado la encíclica como un ataque al capitalismo y como una actitud no bienvenida en estos momentos en que el tema del cambio climático y ambiental global está tan arriba en la agenda internacional. Yo esperaría, ciertamente, que la encíclica tenga un impacto claro en las venideras discusiones de la Conferencia de las Partes de la Convención Marco de Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (COP21/CMP11) en París, hacia fines de 2015.

Algo que a mí en lo personal me resultó impactante viniendo del Papa Francisco es que en su encíclica desacredita la interpretación bíblica del Génesis que hacen muchos cristianos conservadores —y que ha sido adoptada y ejercida desde hace siglos— sobre el supuesto dominio de la humanidad sobre la Tierra y, en consecuencia, el derecho irrestricto al uso de sus recursos.

“Se trata de un documento con sólidas bases científicas que, al mismo tiempo, está inmerso en un profundo humanismo y posee un gran sentido social…”.

Hasta aquí encuentro una coincidencia total entre el contenido de la extraordinaria encíclica del Papa Francisco y la información científica sobre el cambio ambiental global, la gravedad del problema, la relación entre el tipo de desarrollo humano que tenemos y el daño a la atmósfera y los ecosistemas, y el lugar del cambio climático en el contexto socioeconómico mundial. Se trata de un documento con sólidas bases científicas que, al mismo tiempo, está inmerso en un profundo humanismo y posee un gran sentido social, pues señala que los desposeídos (es decir, 70% de la humanidad) son quienes reciben todo el impacto de los problemas ambientales del mundo; que el sistema financiero mundial influye sobre la política y la distorsiona; que el crecimiento de los mercados no resolverá el hambre ni la pobreza, y que las opciones tecnológicas no representan soluciones reales a esta coyuntura.

Sin embargo, me parece que la humanidad no podrá encarar estos problemas con base en un profundo cambio de comportamiento mientras sigamos pensando que nuestra existencia en este planeta es resultado de una acción sobrenatural. Los humanos no somos producto de un acto de creación divina; nuestra presencia en la Tierra se debe al proceso de evolución orgánica del cual ha surgido toda la vida que nos rodea. Somos una especie más, relacionada con el resto de las especies debidas a la evolución (ver Gráfica 3), y mientras no nos consideremos como tales —como una especie biológica y no como miembros de una raza, una religión o una nación— y asumamos un compromiso con nuestros congéneres actuales y futuros, será muy difícil alcanzar un verdadero sentido de responsabilidad por el planeta. Hasta ahora ninguna religión o escuela o universidad nos ha educado en el contexto de esa responsabilidad. La encíclica Laudato si’ es el primer paso en la historia de la humanidad hacia esta nueva forma de vida. Toca a nosotros decidir los siguientes pasos. EP


*Texto publicado originalmente en 2015.

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