Otro tipo de guerra química

En medio de una crisis internacional, vale la pena reflexionar sobre el otro tipo de guerra química que plantea Martín Méndez, al respecto de lo que podría pasar en una Tercera Guerra Mundial.

Texto de 20/12/22

En medio de una crisis internacional, vale la pena reflexionar sobre el otro tipo de guerra química que plantea Martín Méndez, al respecto de lo que podría pasar en una Tercera Guerra Mundial.

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No ha pasado mucho tiempo desde que el último invitado a la fiesta se ha despedido. La casa ahora está en silencio. Atrás ha quedado el bullicio social, las risas, los elogios. En la oscuridad de la madrugada, la mujer se quita las zapatillas y camina por el jardín. Al ritmo de sus pisadas se bambolea el revólver militar de su marido. El cosquilleo del pasto bajo sus pies desnudos no se compara con el de su dedo índice que coquetea con el gatillo. La mujer mira el brillo metálico del arma y le dedica una última mirada a la vastedad del cielo nocturno, a la casa, cuya quietud está a punto de romper. Inhala profundo mientras levanta el revólver…  y se dispara al corazón.

La mujer que yace sin vida se llama Clara Immerwahr, y con este acto ha dejado viudo al recién nombrado capitán y jefe de la sección de Química del Ministerio de Guerra, Fritz Haber.

Poco menos de dos semanas atrás —he aquí la razón del ascenso—, un 22 de abril de 1915, en el pueblo Belga de Ypres, la idea de Haber se esparció por todo el frente de batalla en forma de nubes de gases deletéreos: de los 1600 hombres aptos para combate esa mañana, sólo 62 lograron sobrevivir ante el embate de 6000 cilindros de gas cloro lanzados por los cañones alemanes. 

“La muerte ocasionada por el gas cloro era horrorosa. Al combinarse con la humedad de los pulmones se convertía en ácido clorhídrico, conduciendo a la asfixia”.

La muerte ocasionada por el gas cloro era horrorosa. Al combinarse con la humedad de los pulmones se convertía en ácido clorhídrico, conduciendo a la asfixia. Uno podía ver cómo los hombres se habían arañado la cara y el cuello, tratando de volver a respirar —escribió uno de los soldados en el frente alemán al inspeccionar la masacre—. Y continúa: Algunos se habían disparado a sí mismos […] Todo, incluso los insectos estaban muertos.

Clara Immerwahr tampoco fue ajena a ese horror. Durante una prueba de campo del gas cloro en la que estaba presente su marido, el viento cambió de súbito y arrastró algo del gas venenoso hacia donde Haber y otros soldados observaban la prueba. Él evadió la muerte por muy poco; su asistente, no. Allí, Clara fue testigo de los violentos estertores de muerte del asistente de su marido. Multiplicar por miles ese horror era algo que su corazón no soportaría. 

La química al servicio de la guerra fue una nueva forma de destrucción masiva que palidecería con lo que Haber maquilaría en su laboratorio años después con el desarrollo del gas Zyklon, un pesticida basado en el cianuro cuya variante refinada sería utilizada en las cámaras de gas de los campos de concentración nazi. Si durante la Primera Guerra Mundial el kaiser había elevado a Haber a la categoría de héroe por sus servicios científicos, el Tercer Reich se encargó de hundirlo y perseguirlo debido a sus raíces judías (Haber moriría en el exilio). El gas Zyklon también se llevaría a sus familiares en las cámaras de gas: Fritz Haber, inventor y verdugo. Química no para unir átomos sino para separar vidas humanas. 

“Los miembros del Vietcong tenían como principal fuente de alimento la mandioca, y si bien el uso de armas biológicas y químicas estaba prohibida por la Convención de Ginebra, no había nada que impidiera la eliminación de las fuentes de comida usando herbicidas”.

Luego de la Segunda Guerra Mundial vendrían otros conflictos humanos donde se emplearían sustancias químicas, aunque no siempre enfocadas en eliminar al enemigo. Tomemos el ejemplo de la guerra de Vietnam. Los miembros del Vietcong tenían como principal fuente de alimento la mandioca, y si bien el uso de armas biológicas y químicas estaba prohibida por la Convención de Ginebra, no había nada que impidiera la eliminación de las fuentes de comida usando herbicidas.

A cargo de la operación militar estaba la Agencia de Proyectos de Investigación Avanzados (ARPA, por sus siglas en inglés) de los Estados Unidos. La “bala química” para la defoliación de los cultivos luego fue conocida como “agente naranja”, producida por la empresa química Monsanto, uno de los tantos contratistas militares en ese entonces. El 10 de agosto de 1961, a bordo de un helicóptero fabricado en los Estados Unidos, pero con los colores y tripulación de la armada de Vietnam del Sur, se dio el primer rociado de herbicida en las junglas de Vietnam. Poco después, el 24 de agosto, el propio presidente Diem seleccionó el segundo objetivo a rociar, una zona a 50 millas al norte de Saigón.

Para el 30 de noviembre de ese mismo año, con los resultados de las pruebas en campo de los meses anteriores, John F. Kennedy autorizaba el programa de defoliación química. Al término de la guerra de Vietnam se habían rociado aproximadamente 19 millones de galones del agente naranja sobre la jungla de Vietnam, exponiendo directamente por lo menos a 2.1 millones de vietnamitas, lo que se traduciría en múltiples problemas de salud y malformaciones en las generaciones futuras.

Aunque históricamente el papel de la química en el contexto militar ha sido con fines destructivos, la implementación vertiginosa de la Inteligencia Artificial (IA) en sistemas autónomos de combate —como los drones— está cambiando el enfoque del uso de compuestos químicos hacia la creación de “lazos de confianza” entre el hombre y la máquina. En 2012, en un reporte entregado al Secretario de Defensa de los Estados Unidos se describía la hoja de ruta a seguir hasta el 2038 en materia de sistemas integrados no tripulados, en el cual se urgía al Pentágono a acelerar los desarrollos concernientes a los sistemas armados provistos de IA. ¿El obstáculo a vencer? La confianza del hombre hacia la máquina.

Después de todo, los robots armados que no dependen de un humano para decidir qué objetivo atacar o no bien podrían ser las armas nucleares de la Tercera Guerra Mundial. La desconfianza en otorgarles ese poder a las máquinas fue algo constante en toda la línea de comando. El principal temor era que las máquinas no se comportan con una racionalidad acotada; es decir, ¿qué garantiza que en el campo de batalla las máquinas realmente hagan lo que se les había programado hacer?

La responsabilidad para atacar el problema de la confianza recayó en la Agencia de Proyectos de Investigación Avanzados de Defensa (DARPA, por sus siglas en inglés) y quizá la solución se pueda reducir a la acción de una hormona: la oxitocina. 

“Este interés derivó en un programa de investigación denominado “Redes Narrativas”, donde Zak se enfocó en desarrollar métodos para medir cómo se comportaba el cerebro ante la liberación de oxitocina, y sobre todo, cómo afectan a la cognición humana cierto tipo de historias o narrativas”.

En 2004, el Dr. Paul J. Zak descubrió que la oxitocina en el cerebro permite al ser humano tomar decisiones morales, las cuales están atadas a la confianza. Sus investigaciones no pasaron desapercibidas para algunos miembros en DARPA, quienes luego tocaron a la puerta de su laboratorio preguntando cómo se podía obtener oxitocina para ser administrada a voluntad. Este interés derivó en un programa de investigación denominado “Redes Narrativas”, donde Zak se enfocó en desarrollar métodos para medir cómo se comportaba el cerebro ante la liberación de oxitocina, y sobre todo, cómo afectan a la cognición humana cierto tipo de historias o narrativas. Además de manipular la confianza a través de una narrativa adecuada, también podrían promoverse sentimientos de generosidad y sacrificio, algo deseable llegado el caso en el campo de batalla. 

Norbert Wiener, allá por 1948, en su libro Cibernética o el control y comunicación en animales y máquinas, consignaba este pensamiento: “No hay nada más peligroso que contemplar la Tercera Guerra Mundial”. Con esta potencial nueva forma de guerra química, se ha abierto la posibilidad de trasladar el campo de batalla a la mente humana, pavimentando el camino hacia una Tercera Guerra Mundial en la que quizá ni seamos capaces de reconocernos como soldados de un bando en particular. EP

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