Las voces que faltan en el archivo: Una ballena es un país de Isabel Zapata

En este texto, Andrea Reed-Leal ensaya en torno a la premisa del libro Una ballena es un país: repensar nuestra relación con este mundo, las criaturas y formas vivas.

Texto de 25/06/21

En este texto, Andrea Reed-Leal ensaya en torno a la premisa del libro Una ballena es un país: repensar nuestra relación con este mundo, las criaturas y formas vivas.

Tiempo de lectura: 6 minutos

En 2012, científicos de la Universidad de Cambridge firmaron la Declaración de Cambridge sobre la Conciencia, en la que reconocen que los seres humanos no somos los únicos que poseemos sustratos neurológicos que nos dan una conciencia: los mamíferos, las aves, además de muchas otras criaturas de la tierra y los mares —incluidos los pulpos— tienen sistemas nerviosos capaces de una conciencia. Es un poco extraño para mí que se necesiten estas declaraciones de organizaciones para validar lo que ya etólogas y conservacionistas han dicho por mucho tiempo y lo que sabía por experiencia. Desde niña descubrí que algunos animales me miraban como yo los miraba a ellos; que mis perritos se reconocían en el espejo y respondían con emociones como yo ante situaciones similares. Esto me hablaba de conciencia. 

“¿Podemos narrar las historias de plenitud y también reconocer las experiencias de dolor, acompañamiento, pérdida y amor de otros seres vivos?”

Se ha establecido que los animales son radicalmente distintos a “nosotres”; en realidad, compartimos un sinfín de comportamientos y emociones. Cynthia Moss, investigadora de vida silvestre y etóloga estadounidense, escribe desde hace décadas que es necesario dejar de pensar a los habitantes de este planeta en dos grupos distintos y separados, “humanos y animales”. Insistimos en que no somos animales. Por ello, nos sorprende que nos revelen que compartimos con los elefantes un sistema nervioso y hormonal casi idéntico, o que coincidimos con los delfines, lobos y algunas aves prácticas sociales en la monogamia y mantener lazos familiares. En esta obstinación de la distinción, las ciencias establecieron un discurso de análisis en el que el humano es la medida de referencia para todas las criaturas vivientes. Se formuló un conjunto de valores científicos que examinan qué tan cerca están las especies de experimentar el mundo de forma semejante al humano, como si fuéramos la medida de todas las cosas. Esta aproximación es insostenible, como afirma Donna Haraway en Seguir con el problema, pues la gran cantidad de información que se tiene ahora de la vida animal y silvestre no se ajusta a los diseños del conocimiento biológico de siglos pasados que nos colocan en el centro: “¿Qué pasa cuando las mejores biologías del siglo XXI no pueden hacer su trabajo con la suma de individuos limitados y contextos, cuando la suma de organismos y entornos, o genes más lo que sea que necesiten, ya no sostiene la riqueza desbordante de los conocimientos biológicos, si es que alguna vez lo hizo?” Lo que no sabemos debería dejarse abierto; es decir, en lugar de seguir con una política del conocimiento de afirmaciones universalizantes y tautológicas, hay que reconocer el no-saber. La poeta estadounidense Mary Oliver reflexionaba en Upstream (2016) sobre la complejidad de vidas que encuentra en el mundo natural:

“Comprenda desde el principio esta certeza. Las mariposas no escriben libros, ni los lirios ni las violetas. Lo que no significa que no sepan, a su manera, qué son. Que no saben que están vivos —que no sienten esa acción sobre la que se asienta toda la conciencia, ligera o pesadamente—. La humildad es el premio del mundo de la hoja. La vanagloria es la perdición de nosotros, los humanos”1.

Mary Oliver, quien encontró durante su vida siempre sentido en los bosques, junto a los riachuelos y animales, propuso pensar en la diversidad con la que distintas especies experimentan su existencia. Al reconocer que no comprendemos del todo estas vidas y que existen múltiples y complejas formas de experimentar la realidad, podríamos reconfigurar nuestras relaciones con otros seres.

A este respecto, en Una ballena es un país (2019) Isabel Zapata (1985) escribe sobre la diversidad de vidas que cohabitan con nosotres. En él construye un diálogo afectivo, de reconocimiento y remembranza con otras criaturas cohabitantes de la Tierra; es un libro pequeño y angosto; azul brillante, precisamente como una ballena o el mar. Nadó hasta La Jícara en la ciudad de Oaxaca y ahí lo encontré, junto a otras criaturas acuáticas con portadas y papel por aletas. A esta autora la leo desde hace muchos años, cuando nos llegaban sus textos a la revista literaria Opción —de la que fui parte—. Abrí este libro el mismo día que leí en redes sobre el brutal asesinato del perrito Rodolfo Corazón en los Mochis, Sinaloa, por José L. y Adriana N. Su libro me llevó a un espacio poco habitado: el de doler, mediante la lectura, la vida de los animales que sufren y mueren en condiciones precarias y, a la vez, elogiar la maravillosa y sorprendente multiplicidad de formas de vida existentes a nuestro alrededor. La violencia en México afecta a los animales y hoy la vemos más que nunca —torturas en el espacio doméstico, experimentación farmacéutica, pérdida de hábitats naturales, cazas furtivas, zoológicos ilícitos—. El libro de Isabel Zapata es un diálogo de resistencia, una lucha desde la lengua, el archivo y la memoria.

Los poemas-ensayos versan sobre una “ética de la consideración”, como dice Jorge Comensal. Las vidas narradas en la colección nos hablan de esas otras experiencias que no miramos. El libro es un recorrido breve, espaciado, fragmentario, hacia el reconocimiento de los otros: lo minúsculo que escapa a la vista, pero que habita entre nosotres reproduciéndose y moviéndose; los animales libres gigantes que no podemos ver por sus vidas migrantes y por su habitar en las profundidades y superficies que no alcanzamos; los animales habitantes en nuestros hogares, con quienes se ha configurado una relación de sometimiento y tortura histórica y continua, y sólo podemos ver en ellos los “beneficios” que dan, desde estéticos y de entretenimiento a alimento y vestido. Los ensayos-poemas de Isabel Zapata nos iluminan la vista. 

Por ejemplo, en “Si olvidamos el resto” narra que aún es posible mirar la naturaleza entre tanto escollo industrial y ser conscientes del daño que causamos a la vida natural: “Castores con el hocico abierto hasta las orejas / pero sin orejas / recorren un río de peces muertos […] Donde hubo ranas, amanecen piedras. / Hierven hasta los cuerpos más pequeños”. El poema es un oxímoron: ¿es posible olvidar el resto y no ver la muerte y destrucción a nuestro alrededor? A la vez, como sostiene Zapata, aún en la destrucción quedan espacios de luz: darnos cuenta del cuerpo esplendoroso de los alces a mitad del bosque y su presencia como espacio de vida.

“El libro de Isabel Zapata es un diálogo de resistencia, una lucha desde la lengua, el archivo y la memoria.”

Una ballena es un país resiste a la mutilación histórica de la vida animal y vegetal. En lugar de continuar con una política del saber que los ignora, Isabel nos recuerda que necesitamos conmemorarlos, incluirlos en el archivo, mirarnos en relación con ellos. Su libro es una propuesta política para doler sus pérdidas; reconocernos crueles como humanidad; encontrar la posibilidad de una nueva relación con la naturaleza. 

Particularmente, me estremece el elogio a Laika, la perrita que fue lanzada al espacio a bordo del satélite ruso Sputnik 2 en 1957. Fue el primer ser vivo que salió de la Tierra hacia el espacio exterior y fue enviada para una muerte segura. “Teníamos prisa por lanzarnos a lo desconocido a través de ti”, escribe Zapata, aludiendo a cómo la humanidad ha reemplazado el riesgo de muerte al otro ser vivo no-humano. Sus vidas son experimentables. El sufrimiento de Laika es latente, como lo es ahora el nuestro por recordar su muerte. Su elogio es una resistencia al olvido y cuestiona lo que se ha privilegiado en nuestra historia colectiva, ¿podemos narrar las historias de plenitud y también reconocer las experiencias de dolor, acompañamiento, pérdida y amor de otros seres vivos?

Las palabras de remembranza de Isabel Zapata me recuerdan un filme de la artista experimental y poeta Laurie Anderson, Heart of a Dog (2015). Anderson reflexiona sobre el amor, el lenguaje y la muerte en un ensayo visual, en el que Lolabelle —su perrita difunta— la acompaña en su meditación sobre el bardo, explicado en el Libro tibetano de los muertos. El viaje filosófico y poético inicia con un sueño que tuvo, en el que Anderson está en una cama de hospital, acaba de parir a su perrita, le besa la frente y le dice “I’ll love you forever”. La artista narra la relación afectiva con su perrita y lo que su muerte le enseñó sobre la vida humana. A través de dibujos y fragmentos de videos que guarda de ella, la rememora; es un ritual de añoranza y reconocimiento. En este sentido, el poema “¿Ves el humo que corre detrás de esos árboles?” de Isabel Zapata habla con humor amoroso sobre su perra: “aquí estoy yo caminando junto a un hoyo negro en / Ciudad Universitaria / una pelusa gigante me llena la cara de lengüetazos / (su lengua: breve tira de carne rosa en / movimiento”. Las perras ocupan espacio en la página, en el dibujo; sus vidas se muestran no como seres secundarios olvidados, sino que podemos mirarlas y preguntarnos por sus historias particulares. Cabe mencionar que Isabel Zapata es escritora, traductora y editora. Cofundó Ediciones Antílope en 2015, una editorial que nos ha regalado nuevxs autorxs y narrativas que no veíamos en otras casas editoriales. Recientemente publicó la traducción del hermoso ensayo Cuando las mujeres fueron pájaros (Antílope, 2021) de la ambientalista y activista Terry Tempest Williams. Una ballena es un país es una propuesta para repensar nuestra relación con este mundo, con todas las criaturas y formas vivas. Con la exploración hacia espacios a los que usualmente no vamos, teje diálogos sobre la urgencia de una conciencia medioambiental y una relación más compasiva y empática con otros seres vivos. Sus textos son elogios, reflexiones, ensayos, poemas que atraviesan géneros y narran un espacio de reconocimiento desde estos caminos literarios atravesados y abiertos. Es un proyecto político que aborda la aceleración del cambio climático, la destrucción de hábitats naturales, el encierro de animales para el entretenimiento y el maltrato de animales domésticos (en sus múltiples y diferenciadas formas). En esa mirada —desde la remembranza, el elogio y la relación afectiva— las experiencias de los otros resuenan en nosotras como lectoras. EP

1 Traducción de la autora.

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