Exclusivo en línea: Carta a Tim Means, guerrero conservacionista
Intro: Nuestro consejero ambiental y excelente fotógrafo y cronista de la naturaleza de México, fue amigo de Tim Means, quien murió en agosto de este año. En esta entrañable carta, Patricio recuerda a Tim el ambientalista, el naturalista accidental de la Baja California Sur.
Intro: Nuestro consejero ambiental y excelente fotógrafo y cronista de la naturaleza de México, fue amigo de Tim Means, quien murió en agosto de este año. En esta entrañable carta, Patricio recuerda a Tim el ambientalista, el naturalista accidental de la Baja California Sur.
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Mi querido Tim,
Quiero pensar que hubo amistad entre nosotros, fueron
muchos los años de relación. Dicen que las buenas amistades se cimentan en la
lealtad, pero la tuya siempre fue hacia el mundo natural, a la Baja California
que tanto amaste y procuraste proteger. Por ello me enorgullece haber sido
cómplice en algunas de esas batallas por el medio ambiente.
A tu partida
me enfrento a una gran deuda personal contigo. No sé si te lo comenté alguna
vez, pero yo vivo y me alimento de los diferentes encuentros que he
experimentado a lo largo de los años con la vida salvaje. Gracias a los
memorables momentos que tu agencia de ecoturismo, Baja Expeditions, me facilitó
con las grandes ballenas, hoy encuentro cierto sosiego ante la crisis planetaria
que enfrentamos. Recuerdo aquella primera excursión que nos organizaste para
avistar ballenas grises en la laguna San Ignacio. Comenzó al abordar un viejo
DC-3 llamado Margarita, en San Diego, California; volamos hacia el sur pero tuvimos
que pernoctar en San Quintín debido a una espesa neblina que hizo imposible el
aterrizaje en la laguna, en el Pacífico y en medio de la Baja California. Un
día después logramos aterrizar en una playa cercana a tu campamento, localizado
a orillas de la laguna, donde decenas de ballenas recién paridas alimentan y
enseñan a sus pequeños ballenatos a nadar y sobrevivir.
El
encuentro con estos cetáceos no puede ser más bello y emocionante. Al navegar
en la laguna te sorprende cómo una o varias madres deciden aproximarse a la
embarcación, con las crías siguiéndolas a poca distancia; el encaramiento llega
a un punto en que no se puede distinguir quién tiene más curiosidad: si los
humanos o las ballenas. Se da el contacto físico —previo acuerdo de no tocarles
los ojos ni el orificio nasal— y algunos pasajeros llegan a darles besos en el
morro a madres y crías por igual. Puedo imaginar las sonrisas y también los
gritos de júbilo. Pienso en la enorme sensibilización que provocaste en cientos
de turistas y en el respeto a la naturaleza que les inculcaste. Esto, amigo, es
un gran privilegio que te dio la vida, del cual podrás sentirte orgulloso. Esta
importante labor que llevaste a cabo es hoy más relevante y seguirá dando
frutos, ya que formaste a muchos embajadores del mundo natural que de algún modo
contrarrestan la avaricia, la indiferencia y el egoísmo que tristemente
describen a nuestra civilización.
Y qué
decir del privilegio de encontrarse frente a frente con una ballena azul, ese
gigante que año con año llega a aguas mexicanas y se aparece en los meses de
invierno en el Golfo de California para alimentarse y quizá dar a luz. De nuevo
agradezco tu visión y generosidad por habernos permitido a muchos ver, admirar
y disfrutar a este espectacular animal. En los días de calma, cuando el mar está
como plato, los encuentros cercanos con una ballena azul son indescriptibles;
tan sólo el tamaño de su chorro y el sonido que produce al inhalar es tan
fuerte, tan magnifico, que pareciera que la Tierra está respirando a través de
ella, y al verla sumergirse a corta distancia se puede observar el transitar de
su lomo, en un instante que pareciese interminable, hasta que aparece su imponente
cola de seis metros de ancho. Aquellos que hemos presenciado este maravilloso
espectáculo —gracias a ti— lo guardaremos en nuestras mentes por el resto de
nuestras vidas.
Tim,
envidio enormemente la Baja California Sur que conociste al asentarte en la ciudad
de La Paz hace muchos años. Revivo tus descripciones de las grandes concentraciones
de tiburones martillo y de los grupos de las enormes mantarrayas y de muchos
otros espectáculos únicos, que hoy son tristes recuerdos del pasado de este
Golfo. Tu compromiso con el espíritu salvaje de la región fue verdaderamente
ejemplar. Tu lucha por evitar el desarrollo turístico de la isla Espíritu
Santo, que gracias a tu liderazgo permitió unir a filántropos mexicanos y estadounidenses
y a diversas organizaciones conservacionistas que lograron rescatarla, sirvió para
que más tarde la donasen al pueblo de México y a toda la humanidad. Esta es sin
duda una de las iniciativas más contundentes del conservacionismo mexicano y
una fuente de inspiración que me hace sentirme orgulloso de mi país.
Siempre
estuviste atento a sumar sin buscar protagonismo. Tu disposición y apoyo a un proyecto
de documentación fotográfica para ayudar a frenar otro desarrollo inmobiliario
que amenazaba a la bahía Balandra fueron decisivos. Este bello rincón de la
Baja, que se localiza a pocos kilómetros al norte de la ciudad de la Paz, es un
importante refugio para la recreación de paceños y turistas.
Pero es
tu compañía lo que más extraño. Recuerdo muchas mañanas en que me secuestraste
sin previo aviso en mi hotel para llevarme en tu “troca” y mostrarme algo o
platicarme de alguna preocupación tuya o de alguna amenaza para el mundo
natural bajacaliforniano; fueron muchos los momentos que compartimos en tus restaurantes
preferidos. También extrañaré tu guía y apoyo para encontrar y comprar cabos,
redes y otros trebejos viejos, que yo también colecciono, y las vueltas y
vueltas que dimos por las casas de pescadores en La Paz en busca de esas necedades
mías.
Tu casa
siempre me intrigó: desde el momento en el que cruzas el zaguán y te encuentras
con un verde jardín, todo un ecosistema nativo de la Baja. Gracias a sus
grandes palmeras, que sobresalen en el paisaje de La Paz, siempre me pude
ubicar para llegar a ella. No siempre tuviste perros como guardianes, porque hubo
un tiempo en que decidiste tener víboras de cascabel en ese bello y pequeño
desierto que rodea tu casa. Siempre gocé ir a verte en ese peculiar espacio
tuyo. Había cierto orden en el caos que ahí reinaba, donde fuiste coleccionando
innumerables objetos que encontraste en mar y tierra a través de los años. Cada
espacio de tu casa simulaba un pequeño altar; pareciera que colocabas los
objetos como ofrendas, quizá como una especie de ritual de sanación por todo el
daño que le hemos hecho al mundo natural.
En febrero pasado te sorprendí en tu casa y te robé un sentido y fuerte abrazo. Fue nuestro último encuentro. Tim amigo: siempre te estaré agradecido por alimentar tanto mi espíritu con tu Baja California. EP
Las fotografías son cortesía del autor
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