El (¿pseudo?) ambientalismo en México: del popote al Tren Maya

¿Quiénes son los ambientalistas? En este texto, Cristina Ayala-Azcárraga reflexiona sobre la labor y la importancia de las personas que se identifican como tales.

Texto de 17/05/22

¿Quiénes son los ambientalistas? En este texto, Cristina Ayala-Azcárraga reflexiona sobre la labor y la importancia de las personas que se identifican como tales.

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Cada vez es más común escuchar acerca del cambio climático, la pérdida de la biodiversidad, la contaminación, la deforestación, la modificación de los ciclos biogeoquímicos, así como la acidificación de los océanos, microplásticos en la comida, en la placenta, en la sangre, extinciones de especies, derretimiento de los polos, migraciones climáticas, escasez de alimentos. Todos estos son procesos que están íntimamente relacionados entre sí y a su vez con los cambios sociales y económicos : en conjunto, conforman la crisis socioambiental de escala global que actualmente padecemos. 

En respuesta a este alarmante escenario, la conciencia ambiental ha aumentado dramáticamente durante las últimas décadas, generando una serie de movimientos que buscan rutas alternativas para el desarrollo de la sociedad que no contemplen el agotamiento de los sistemas naturales. Por supuesto, estos movimientos han enfrentado una fuerte oposición dentro de los poderes político y económico puesto que gran parte de la responsabilidad de la crisis que actualmente vivimos recae en estos actores. Además, son justamente ellos los que podrían generar grandes cambios para que se resuelva esta situación. La resistencia al cambio se ha dado cuando estos sectores se muestran reacios a una reestructuración de sus objetivos en el corto y mediano plazo, así como a la pérdida de beneficios inmediatos, usualmente lucrativos. 

“¿Quiénes son estas personas? ¿Se han ganado el derecho a llamarse ambientalistas? ¿Qué implica llamar ‘pseudoambientalista’ a alguien en un contexto como el mexicano? Vamos punto por punto”.

Ejemplo de lo anterior es la situación que se ha dado recientemente entre el gobierno de México y algunos grupos de ambientalistas que se oponen a la construcción del Tren Maya. Más allá de los argumentos a favor o en contra del proyecto, llama la atención la respuesta del presidente y afines, descalificando a estas personas llamándoles “pseudoambientalistas”. ¿Quiénes son estas personas? ¿Se han ganado el derecho a llamarse ambientalistas? ¿Qué implica llamar “pseudoambientalista” a alguien en un contexto como el mexicano? Vamos punto por punto. 

Dentro del grupo de opositores al proyecto se encuentran personas dedicadas al buceo, al derecho, la espeleología, miembros de las comunidades mayas, miembros de academias científicas, expertos en ciencias biológicas y sociedad civil. 

Ahora, para entender a qué se refiere el presidente tendríamos que empezar por contestar ¿que es un ambientalista? En sentido estricto, un ambientalista es alguien que se preocupa, como su nombre lo dice, por el ambiente, buscando preservarlo y defenderlo cuando así es necesario. Se considera una posición política y ética que exige el respeto a la vida y el reconocimiento del ambiente más allá de ser el espacio que permite la subsistencia de los seres humanos. 

A diferencia de una persona que se dedica a la ecología (entendida como el estudio de las relaciones entre los seres vivos y su medio), el ambientalista no necesita ostentar un título académico o profesional afín a sus ideales, aunque en muchos casos, son las personas dedicadas a la ciencia y al estudio de los seres vivos los que advierten respecto al peligro de interferir en los procesos ecosistémicos y traslapan esta información a otros ámbitos de su vida. 

“Esta identidad se ha convertido en un motivador de comportamientos pro-ambientales pero el ambientalismo es complejo y se desarrolla condicionado por su historia, contexto y creencias personales, llevándolos a enfocar sus esfuerzos desde diferentes frentes”.

Actualmente, el ambientalismo se ha convertido en parte de la identidad de millones de personas alrededor del mundo preocupadas por la crisis climática y ecológica, desde personas tán visibles y polémicas como Greta Thunberg, hasta personas menos visibles que a diario se esfuerzan por reducir su huella ambiental. Esta identidad se ha convertido en un motivador de comportamientos pro-ambientales pero el ambientalismo es complejo y se desarrolla condicionado por su historia, contexto y creencias personales, llevándolos a enfocar sus esfuerzos desde diferentes frentes. Por lo tanto, la palabra ambientalista tiene múltiples significados e interpretaciones y ha terminado por ser un término sombrilla para cobijar diversas identidades y preocupaciones. 

Todas las personas que se sienten cobijadas por este término tienen en común el cuidado ambiental, pero no todas las aproximaciones tienen la misma motivación. Por un lado, están las personas que reconocen el valor intrínseco en la naturaleza. Bajo una visión ecocéntrica se reconoce la importancia de la vida en sí misma y, por lo tanto, la urgencia por detener su degradación y explotación. Por el otro, está la visión antropocéntrica que suele ser utilitarista y bajo la cual se reconoce la importancia de la naturaleza a partir de los recursos naturales a los que accedemos y de los cuales dependemos para nuestra sobrevivencia y bienestar como especie. 

Este debate —que podría parecer trivial— tiene raíces filosóficas profundas que se representan tanto en la ética de las personas como en las políticas ambientales modernas. Ambas posturas están separadas por un mar de grises que modulan nuestra afinidad a una u otra visión bajo diferentes escenarios. 

El carácter polisémico del concepto “ambientalista” dificulta distinguir a quien lo es de quien no lo es. Si bien nadie puede jactarse de poseer un “ambientalómetro” que nos permita medir la intensidad de las acciones de los demás, sí podemos reconocer que la gama de acciones que se consideran ambientalistas van desde quien cambia sus hábitos hasta quien arriesga su vida y la de sus familiares por defender un territorio. Esto último es especialmente cierto en México, donde el número total de agresiones de diversos tipos durante 2021 a defensores ambientales fue de 238, casi 165% más que durante el año 2020, de acuerdo con datos publicados por el CEMDA. Estos datos nos obligan a cuestionar si debemos englobar bajo la misma etiqueta a quienes ponen en riesgo su vida y a quienes simplemente dejan de usar popote de plástico en sus bebidas. 

Es justo esta visión lo que nos tienta a separar a los “verdaderos” de aquellos que llaman “pseudo” ambientalistas. Es fácil reconocer que Jane Goodall es una ambientalista, viviendo en la selva, rodeada de monos, vistiendo en tonos neutros; pero pensar que alguien que vive en la ciudad y trabaja en un banco pueda compartir título con ella, resulta difícil. Peor aún si se trata de celebridades o gente que suponemos (prejuiciosamente) que no tienen el conocimiento técnico para defender al ambiente. Sin embargo, esta visión falla al ignorar el peso que tiene la sociedad sobre la toma de decisiones o el poder que tiene para modificarlas. 

“Más allá de etiquetar a un grupo de personas con intereses comunes, hay que reconocer la importancia de la identidad social en la conservación de los ecosistemas como una fuerza de lucha para romper el paradigma extractivista y utilitario que ha regido nuestra idea de desarrollo”.

Más allá de etiquetar a un grupo de personas con intereses comunes, hay que reconocer la importancia de la identidad social en la conservación de los ecosistemas como una fuerza de lucha para romper el paradigma extractivista y utilitario que ha regido nuestra idea de desarrollo. Esta fuerza puede iniciar con algo tan sencillo como un popote no utilizado que marque el inicio de una toma de conciencia colectiva, donde las acciones individuales representen un contrapeso al poder económico y político que suelen formar un bloque ecocida. Esta premisa nos regresa a la definición inicial: cualquier persona que se preocupe por el ambiente es un ambientalista y su protesta puede marcar la diferencia. 

Es cierto que la escala de la crisis climática es tan grande que, para poder tener cambios reales debemos ver más allá de nuestras acciones individuales, pero como escuché recientemente decir a Andrea Nazahuatzca: “si la validez de un discurso depende de qué tan alineados están todos los aspectos de la vida de las personas, entonces cualquier idea está en la cuerda floja”. De la misma forma, si vemos al ambientalismo como algo exclusivo de personas completamente congruentes, que dejan su vida en la ciudad, aparentemente mundana, para salvar elefantes o que pierden la vida en pro de sus ideales, estamos quitándole la posibilidad a la ciudadanía de formar parte de la vida pública. 

Hay que reconocer que, en algunas ocasiones, los cambios individuales han generado una especie de club social ético que se enfoca en la parte más superficial del ambientalismo y que puede resultar dañino para romper los ciclos de degradación ambiental. Sin embargo, los ambientalistas no nacen, se hacen, y la toma de conciencia que nos lleva a exigir cambios estructurales son parte de un proceso que no va de cero a cien. 

Cuestionar los discursos y las intenciones detrás de los posicionamientos personales es válido y nos ayuda a ver hacia dónde debemos avanzar. Sin embargo, ese cuestionamiento no debe condicionar la validez de un movimiento al sufrimiento de sus integrantes. Invalidar el derecho de la sociedad civil a manifestar su inconformidad ante la administración pública y los gobernantes cierra la comunicación con las personas y aumenta la vulnerabilidad de sus integrantes al exponerlos como enemigos del estado. 

Aunque la multiplicidad de visiones de los diferentes actores a veces chocan, es necesario trabajar en conjunto a través de las fronteras disciplinarias tradicionales y las posturas políticas, con el fin de encontrar soluciones innovadoras que contrarresten la brecha ideológica que separa a la economía de la visión ambiental. Para que eso pase, todos los involucrados debemos estar en la disposición de escuchar y participar, algo que sucede difícilmente cuando se esgrime el prefijo “pseudo” para dividir y silenciar voces que, de otra manera, se mostrarían unidas. EP

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