Teatro penitenciario en México

La presencia del arte sobre la cárcel se ha dado desde los tiempos en que se encerraba a quienes se acusaba de algo en tumbas o en cavernas y se emparedaba a los reclusos para que, según cuentan las leyendas, detuvieran el agua de las presas.

Texto de 18/02/20

La presencia del arte sobre la cárcel se ha dado desde los tiempos en que se encerraba a quienes se acusaba de algo en tumbas o en cavernas y se emparedaba a los reclusos para que, según cuentan las leyendas, detuvieran el agua de las presas.

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El Teatro del Oprimido es el que crea espacios de libertad para que la gente imagine y piense en el pasado, en el presente y pueda inventar el futuro y no esperar por él.

Augusto Boal

“Era, quizás, un llanto inverso, un llanto hacia las entrañas, hacia esas otras tinieblas interiores donde las lágrimas, acaso, no harían tanto daño”. Ésa es la cárcel bajo la mirada de José Revueltas en Los muros de agua (1941). Hoy, esa mirada se antoja inocente, pero no por eso menos cierta, menos poética.

La presencia del arte sobre la cárcel se ha dado desde los tiempos en que se encerraba a quienes se acusaba de algo en tumbas o en cavernas y se emparedaba a los reclusos para que, según cuentan las leyendas, detuvieran el agua de las presas. Peña Mateos señala que los vestigios que nos dejaron las civilizaciones más antiguas (China, Egipto, Israel y Babilonia) muestran a la prisión como un lugar de custodia y tormento.1 La pena represiva con castigos que iban desde los azotes hasta la muerte se fue extendiendo poco a poco en Europa a partir del feudalismo y hasta la mitad del siglo XVIII cuando se sustituyó el castigo corporal por la privación de la libertad. Alejandro Miquelarena Meritello apunta que, “aunque no existe unanimidad, el más antiguo sistema de prisión conocido (en el sentido de establecimiento destinado al cumplimiento de la pena) es la cárcel, que data de 1166 en que Enrique II de Inglaterra mandó construir una en Clarendon”.2

¿Antecedentes más remotos? Uno de ellos es el Código de Hammurabi, creado en la antigua Mesopotamia (circa 1750 a. C.), donde se aplicaba la ley del Talión.

Al parecer todos sabemos lo que es la cárcel, pero cuando uno la visita es estrujante. Presos que tienen que dormir colgados de sábanas amarradas a los barrotes —posición conocida como “de gallito”— o en cuclillas debido al hacinamiento, además de violencia descarnada, tortura, autogobierno, motines, homicidios, suicidios, oscuridad, enfermedad, hedores, frío, soledad, silencio, incomunicación, vergüenza, culpa y encierros de hasta veintitrés horas diarias, entre otras cosas, todo lo cual es parte de la vida en prisión.

Un respiro

Todas las facetas del arte han tocado el tema de la cárcel desde distintas perspectivas. Muchos artistas lo han abordado con simpatía o piedad hacia los condenados, incluso con admiración de su coeficiente intelectual, o bien desde la denuncia. Por ejemplo, Fernando Botero hizo ochenta obras que denuncian el abuso y la tortura en la prisión de Abu Ghraib, en Irak. Uno de sus cuadros muestra a un perro rabioso sobre un preso. De Tintoretto, un tanto más devoto, hay piezas como San Roque en la cárcel visitado por un ángel (1567).

Como no podemos hablar de todas las obras que se han realizado en torno a la prisión, hagamos un esbozo para un apunte eligiendo el teatro penitenciario de México como el tema de esta nota, arte que es, sin duda, un respiro dentro de la cárcel, así como una alternativa de rehabilitación y prevención del delito.

El teatro penitenciario en nuestro país es relativamente joven, pues comienza formalmente en la década de los setenta con Juan Pablo de Tavira, jurista y criminólogo que fue asesinado, y autor, entre otras obras, de El proceso de deshumanización de Nicasio Bureos (1991). De Tavira conoció a Alberto Ulloa, preso político y consejero de Lucio Cabañas, cuando trabajaba en el Reclusorio Preventivo Oriente, y juntos formaron la compañía teatral Enjambre.

Por ahí andaba ya en cuestiones jurídicas Ruth Villanueva Castilleja (autora del libro Teatro penitenciario, de 2008) trabajando con De Tavira, su superior, aunque no directamente.

En 1983, De Tavira fue designado director del Reclusorio Preventivo Sur, y fue ahí donde el preso Camilo Paredes realizó un exitoso montaje a partir de su cuento “Una triste historia de Navidad”, en el que por el robo de un juguete se comete un homicidio —relato basado en hechos reales—. La obra se presentó en el teatro de Ciudad Universitaria en 1986.

El teatro penitenciario puede servir como herramienta de reinserción social. Sin embargo, no hay mucho sobre él… Libros como Libertad entre muros. Premios Teatro Penitenciario 2007-2009 (INBA, 2011) son escasos. Hay compañías teatrales como El Mago, de Itari Marta, en Santa Martha Acatitla, o proyectos como Liberarte, del maestro Jorge Correa Fuentes, pero son pocos. Y aunque brillan personalidades como Arturo Morell (quien en 2017 recibió el Reconocimiento Nacional por la Igualdad y la No Discriminación por su proyecto de intervención cultural Un Grito de Libertad) o Denise Anzures (investigadora, comunicadora y productora teatral), aún hay mucho camino por recorrer.

Entre aquellos que sobresalen en el ámbito del teatro penitenciario están Conchi León, actriz, directora y docente teatral que ha hecho desde trabajos que rescatan fragmentos de El libro tibetano de la vida y de la muerte, hasta obras de teatro documental como De coraza, donde se presenta la forma de ver el encierro de cuatro reclusas; el teatro de presos que han ganado certámenes, como Antonio de Jesús Maldonado, autor de Diálogo con un perro callejero, que cuenta lo que le ocurre a un perro después de que atrapan a su dueño y lo meten “al bote”, y Maye Moreno, quien debe purgar veintiocho años en prisión por homicidio en razón del parentesco, y cuya obra Casa Calabaza se desarrolla en un ambiente de brutalidad y asesinato (puede leerse en la revista Paso de Gato, núm. 67, octubre-noviembre-diciembre de 2016); y Jorge Correa Fuentes, autor de Las trampas de la adicción, monólogo que golpea sin pelos en la lengua al probable adicto. Entre todos ellos destaca en especial este último, dada la importancia de su trabajo. Así que dediquémosle unas líneas más.

En la crujía H de Lecumberri, Correa se cruzó, literalmente, con José Revueltas, quien sólo le dijo: “Tú no deberías estar aquí, muchacho cabrón”. El escritor estaría en esa cárcel por más tiempo; Jorge, sin ser preso, toda su vida la ha pasado entre las rejas.

Cuando lo visité en su casa, Correa me habló de sus inicios: “El gran Alfonso Reyes era mi tío abuelo y con él jugaba a hacer teatro; sin embargo, fue la noche de Tlatelolco que comencé a hacer teatro en serio, cuando, caminando en la oscuridad, me tropecé con unos cuerpos y me hice el muerto, y gracias a eso sobreviví a la matanza del 68. Empecé a estudiar en el INBA, en el CADAC, con Wagner, Ancira y Azar, entre otros. No obstante, ya había hecho obras religiosas desde niño, pues deseaba ser sacerdote”.

Oriundo de Salvatierra, Guanajuato, Correa conoció a De Tavira en los escenarios y éste lo invitó a trabajar. La UNESCO lo nombró el “Padre del teatro penitenciario en México” por sus más de cuatro décadas de labor en cárceles del país. Criminólogo, actor, director y dramaturgo, Correa ha trabajado en cerca de cuatrocientas prisiones con alrededor de ciento cincuenta obras que van de la tragedia a lo sublime de la poesía. También ha colaborado arduamente con instituciones como el Politécnico y la UNAM, así como con alcaldías que lo requieren.

Un fantasma puede crear un asesino

¿Recuerda usted, estimado lector, cómo inicia Hamlet, de Shakespeare? Claudio, hermano del rey Hamlet, usurpa el trono y se casa con la viuda de éste y madre del príncipe Hamlet, a quien dejará bañado en sangre.

Correa me cuenta algo que sucedió durante un ensayo de esa obra en el Cefereso (Centro Federal de Readaptación Social) de Ocampo, Guanajuato, y que también relata en el libro STRAP (Plataforma Contemporánea de Arte y Cultura, 2017):

“Le grité al actor preso “¡No te creo! ¡Estás muy plano!”. Se acercó entonces un sicario y le dijo a Rosa Julia Leyva [exalumna de Jorge, hoy maestra criminóloga, quien estaba ahí], “Licenciada, ni se complique, yo arreglo el asunto este…”. Entonces fue y le dijo al actor “¡Qué culero!, ¿ya se te olvidó cuando mandaste a hacer una pinche motosierra con tu nombre? ¿Ya se te olvidó, culero? Cuando decías que esa motosierra se iba como mantequilla en la tráquea de los cabrones?”. “Ya Lic., este cabrón ya se va a subir al escenario”. Y que lo sube. Era el rey Claudio. Levantó las manos al cielo, se puso rojo, rojo, y gritó su parlamento: “¡Perdóname, Dios mío, por haber matado a mis hermanos!”. Se metió tanto en el papel que hasta la voz le cambió, se cayó en el escenario bañado en llanto y rojo de la cara, con los nudillos le pegó a la tarima y con el brazo casi doblado repitió “¡Perdóname, Dios mío, por haber matado a mis hermanos!”, y ya no se pudo levantar.”

“Para poder manejar asesinos, esquizofrénicos o paranoicos —explica Correa— hay que estudiar”. Él lo hizo en París y en Nueva York, y para la cárcel le sirvieron especialmente sus estudios de Teatro de calle con el grupo neoyorquino The Living Theatre, y los de Psicoteatro que hizo en Barcelona.

“El teatro te espejea —continúa Correa—, como a través de un microscopio puedes ver a un monstruo, pero más en el fondo ves a una persona. Eso es elemental. Entonces, cuando tú ves ahí arriba al criminal, al violador, al secuestrador, al multiasesino desnudo, abierto, vulnerable, en contacto con lo que es el fondo, ¡te asombras! Muchos son discapacitados, les falta un brazo, una pierna, la vista de un ojo, pero eso no los limita a que se agachen de rodillas… Cuando yo voy a la cárcel no voy a formar actores, voy a recuperar hombres.”

¿Qué cosecha un país que siembra… cuerpos?

Reeditar los libros de Correa es indispensable porque son sinónimo de prevención y rehabilitación, y porque, además, no se ve ni su sombra… La Comisión Nacional de los Derechos Humanos (CNDH), el Órgano Administrativo Desconcentrado Prevención y Readaptación Social, el INBA o la Secretaría de Cultura podrían hacerlo. El volumen que actualmente prepara, con el título ¿Qué cosecha un país que siembra… cuerpos?, habla de una nación sangrada, desestabilizada y agonizante, y habla también de la prevención a fondo que se requiere.

En los Ceferesos, cuando la condena incluye aislamiento, los presos no pueden tener contacto físico con ninguna otra persona durante largo tiempo, y tampoco pueden ver sus propios ojos, pues no hay espejos donde mirarse. Además, deben mantener la cabeza baja y las autoridades no los llaman por su nombre, explica Correa. Es por ello que el actor y dramaturgo creó el Sistema Teatral de Readaptación y Asistencia Preventiva (STRAP), que no es una cuestión de divertimento, sino teatro de presos para presos, en primera instancia.

Correa trabaja con las circunstancias, con la concentración, y realiza dinámicas que parecen del terreno de la psicología, del análisis transaccional del doctor Eric Berne o de la teoría de la Gestalt, como “La silla vacía”, que cuestiona y confronta los problemas del individuo para que los resuelva; “El freeze”, en la que se camina sin dirección aparente, pero con un objetivo en particular; “El muégano”, donde los participantes tienen que sentirse, reconocerse y olerse en un pequeño espacio; y “La caja”, que ayuda a los presos a reconocerse en un espejo, entre otras dinámicas de las que emergen emociones como la apatía, la aflicción, el miedo, el dolor, para que luego venga el interés, el entusiasmo, el amor, la serenidad…

Correa da conferencias y hace clínicas de teatro, ha trabajado con reclusos que cumplen condenas cortas y con aquellos que desestabilizan al país, desde Higinio “El pelón” Sobera, asesino que practicó necrofilia en los años cincuenta, hasta Joaquín “El Chapo” Guzmán, acusado, entre otras cosas, de matar a cerca de tres mil personas. El maestro Correa asegura que ha vivido la experiencia de ver a alumnos de teatro que se reintegran a la sociedad sin reincidir en el crimen. También ayudó en las labores de clausura de las Islas Marías, acto que considera un error: “Al presidente le informaron mal”, señala.

La libertad a través del teatro puede entrar en la prisión como una luz que rasguña hasta que penetra la oscuridad y da certeza. Al palparla “no hay tristeza (y debe haberla profundamente), no hay desesperación (y debe ser insoportable); no obstante, son rostros que deben manifestar algo, pero debe ser un lenguaje diferente al humano”, expresa José Revueltas en el prólogo a su novela Los muros de agua. EP

1. Ver “Antecedentes de la prisión como pena privativa de libertad en Europa hasta el siglo XVII”, en Historia de la prisión. Teorías economicistas: crítica.

2. Ver “Las cárceles y sus orígenes”.

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