En esta entrega, Daniela Tarazona ensaya sobre los cierres, las despedidas y el paso inevitable del tiempo.
Los dragones descansan
En esta entrega, Daniela Tarazona ensaya sobre los cierres, las despedidas y el paso inevitable del tiempo.
Texto de Daniela Tarazona 13/12/21
Se acabó de terminar este año. Con él se hundieron en el fondo del tiempo los meses que lo compusieron, los que lo destruyeron también.
En la loma de una montaña vi a La Escritora. Se alzaba de hombros porque aún no le había llegado otro premio que esperaba. Dentro de la piscina vi el nado de La Mujer Delgadísima que ansiaba ser aún más delgada bajo, dentro y en el agua. A veces, la realidad se trata de desaparecer y figurar como fantasma. En un cruce de calles vi a La Mujer sin Dientes: mordía una fruta con las encías y se veía que estaba acostumbrada a comer sin hundir los incisivos. Había, además, multitudes orando en las iglesias vacías. La esperanza clavada en la cruz. La súbita descomposición de la muerte definitiva para cualquiera; la idea de ese milagro. Estuve entretenida mirando todo aquello. También me miré medio muerta: la sangre se me quedaba atrapada en las piernas por permanecer sentada durante tanto tiempo. Vi volar cartas de tarot sobre las narices de las personas que eran lanzadas por el Joven Músico, en espera de encontrarle significado a las narices y a las propias cartas. Vi, perdido, al Hombre de Cadera Estrecha figurándose sobre las olas del mar como un pez, pero sus ojos estaban puestos en las orillas casi todo el tiempo y daba bocanadas en espera de saberse pez otra vez y de casualidad.
Lo que no conseguí ver en el mapa, con la vista mala debido a mi miopía, fue a los dragones. Ni sus luces. No había quien dijera si los gestos usados eran correctos o incorrectos o si revelaban alguna emoción verdadera. Los dragones descansan ahora. Pero sí, es verdad, hay uno que parece renacuajo con lentes que asegura saber de qué lado mascan las iguanas. La cosa es que no se le oye, habla bajo y casi siempre escupe. Tiene un problema de dicción, afirman quienes lo conocen de cerca. Hubo tiempos en que las pirañas sí se comían a los que se metieran al agua, pero eso ya pasó. Se sabe bien. El renacuajo con lentes no sabe que no sabe, como decía un amigo milenario.
En la descomposición del año pasó casi cualquier cosa. Estamos en el cierre y bajo el amparo de la Seguridad Nacional. Pulularán los cuarteles. El presidente de un país ha roto los guiones de las telenovelas más chafas para dejarnos ver que ahora la vida es una serie de Netflix transmitida a primera hora de la mañana. Vale la pena levantarse temprano para tener rating.
Pues bien, en medio de los escombros, sacamos una mano: la izquierda, para decir –Esta es la última colaboración que hago para la revista Este País. El viento se la llevó. Empecé en 2019, hace cien años pandemia, y estaba enfrascada en procurar que cada colaboración fuera con cohetes y bengalas. No sé si logré algo así.
Quiero agradecer a Julieta García González porque supo encontrar la manera de darle a esta revista una vida nueva. Ignoro si haya sido la última. Espero que resucite porque creo en la muerte falsa. Mi agradecimiento a Karen Villeda, César Tejeda y Bruno Zamudio por ayudarme a que los textos se leyeran de mejor manera. Y agradecer a José Pulido, mi esposo, porque este año nos casamos en medio de una isla.
Veo venir catástrofes globales, pero eso es normal. Me la paso en esas necedades de sentir que puede pasar esto terrible y lo de más allá y con ganas de decirlo. Quisiera que, al terminar esta columna, la mujer que imaginé en la montaña, La Escritora, supiera que los premios le empañan los lentes y se ve mal porque no ve. Decirle a La Mujer Delgadísima que no me acerco demasiado porque me alimento de casi todo lo que no debería y me avergüenza mi barriga. Decirle, por último, a La Mujer sin Encías, que en ese cruce de calles sólo encontrará bolsas vacías o algunas con basura. Pero debe ser un vano afán pronunciar todas estas palabras necias. Ya se sabe que pocas cosas tienen sentido. Al Hombre de Cadera Estrecha no lo he vuelto a ver, debe haberse ido con el del tarot a echarse unas cervezas a donde no los mire nadie.
Los dragones se han vuelto veganos. El fuego de sus fauces ya no incendia. Las golondrinas siempre se vuelven a ir. Se acabó de terminar este año. Lo que aprendí cuando estaba al final de noviembre es que las manos se ponen sobre la mesa cuando se habla en plural. Vámonos. EP