
Pentagrama reúne cinco plumas en un espacio de reflexión sobre temas fundamentales. En esta entrega, José Gordon presenta un ensayo sobre el silencio.
Pentagrama reúne cinco plumas en un espacio de reflexión sobre temas fundamentales. En esta entrega, José Gordon presenta un ensayo sobre el silencio.
Texto de José Gordon 03/03/25
Pentagrama reúne cinco plumas en un espacio de reflexión sobre temas fundamentales. En esta entrega, José Gordon presenta un ensayo sobre el silencio.
En la soledad el ser humano se endurece, pocos salen de ella indemnes: hay quien teme al silencio absoluto, hay quien descubre su alma. Jonathan Geffen
En 1974, me encontré con un hermoso poema de Jonathan Geffen. En el fragmento que aquí recupero se presenta claramente la dicotomía ante el silencio: temor o gracia en el laberinto de la soledad.
En el ensayo El azar y la necesidad, Jacques Monod señala que, desde el mirador de la ciencia, nos confrontamos con el problema del ser humano, quien sabe al fin que está “solo en la inmensidad indiferente del Universo de donde ha emergido por azar”.
“temor o gracia en el laberinto de la soledad.”
José Emilio Pacheco, desde el mirador de la literatura, refiere una sensación similar. En la novela Morirás lejos describe a un observador desde una persiana entreabierta: se asoma a otras dimensiones, a las burbujas de otros tiempos. Desde ahí puede ver todo. Así, constata que “la hermosa Tierra (es) indiferente al dolor de los humanos como al pesar de las hormigas”.
Estamos ante un vacío aterrador. En la canción Los sonidos del silencio (1964), Paul Simon y Art Garfunkel hablan de la ausencia de comunicación genuina y la prevalencia de una desgracia existencial: “El silencio crece como un cáncer” y las palabras caen como gotas de lluvia inaudibles con ecos en los pozos del silencio.
Otra canción que parece resonar con esta idea nos dice que nada va a cambiar nuestro mundo. En Across the universe, los Beatles subrayan que si viajamos por todo el universo nos encontraremos con la desolación: “Nothing´s gonna change my world”. No hay remedio ante la indiferencia del cosmos y de sus habitantes. ¿Eso es lo que realmente plantea la canción?
Poco antes de que falleciera el cineasta David Lynch, dio un interesante testimonio sobre el origen de esa melodía. En febrero de 1968, los Beatles viajaron a Rishikesh, en el norte de la India, para adentrarse en el proceso de “Meditación Trascendental”. Maharishi Mahesh Yogi les hablaba de un campo inmanifiesto, una nada en el interior de nuestro ser, un silencio trascendente desde donde brotan no tan solo nuestros pensamientos, sino también la inteligencia y la creatividad que cruza y bordea el universo.
Abro un paréntesis: se trata de una nada dinámica, parecida a lo que los físicos llaman el estado de vacío. Mi querido amigo, el físico Gerardo Herrera, investigador en el CERN (Centro Europeo de Investigación Nuclear), me comentó en una entrevista que “el vacío de la física se ha verificado experimentalmente de tal suerte que nuestra concepción de la nada es algo bien establecido. Esto a veces es perturbador: pensar en la nada como algo que puede dar origen a cosas, a una dinámica de fenómenos que se genera en el vacío que, a final de cuentas, hace que el universo sea tal como es”.
Por su parte, el poeta y pintor Henry Michaux hablaba de una nada que experimentaba en estos términos: “Vacío beatífico, vacío que es liberación. Sin fin convirtiendo a lo que no tiene fin y, sin embargo, prodigiosamente animado, mundo de energía, de energía en transportes continuos”.
Cerremos el paréntesis y volvamos a David Lynch. El cineasta describe la escena en donde Maharishi conversa con los Beatles sobre una nada inteligente y creativa en el fondo de la mente y el universo. John Lennon con gran agudeza le dice: “Are you trying to tell me that nothing’s gonna change my world”. Ambos se carcajean.
La traducción usual, con olor a solipsismo, implica que “Nada va a cambiar mi mundo”, pero lo que nos abre Lynch en este relato es otra interpretación: “La nada va a cambiar mi mundo”, va a cambiar la percepción. En esos días, John Lennon escribe la memorable canción Across the universe, en donde los movimientos de la mente y del mundo son fluctuaciones de la nada y aparece una y otra vez la frase “Nothing’s gonna change my world”. En este marco, se abre otra lectura de esta obra maestra.
La nada es un vacío creativo e inteligente. Frente a la concepción usual de la nada en términos nihilistas, se descubre una nada dinámica y creativa en donde burbujean los sonidos del silencio. De acuerdo con la concepción de la cultura védica, el fondo de la mente —desde brotan nuestros pensamientos— es el fondo mismo de la naturaleza —desde donde se generan las distintas formas que observamos en el cosmos.
Para investigar esta premisa, la mente necesita asentarse de manera natural en un estado de silencio donde la conciencia no tiene ningún objeto de percepción sino ella misma. Es pura conciencia. Al familiarizarse con esta experiencia surge un hallazgo: aunque está en un estado donde no hay nada, al ser conciencia es consciente de sí misma: se vuelve observadora de ella misma. Es al mismo tiempo sujeto y objeto de percepción. En ese proceso se crea un espacio en lo que no tiene espacio. Y donde se genera espacio hay un cierto tiempo para recorrerlo (en donde no existe el tiempo). Ya que el objeto es también conciencia, puede ser sujeto desde el otro lado de la percepción. El objeto es sujeto. El sujeto es objeto. La observación fluye de un lado al otro. Observador, observación y observado se deslizan de un lado al otro, giran ligeramente y se multiplican y estallan en innumerables juegos de espejo. Vibran sin vibrar dentro del silencio ilimitado.
Así se descubren los sonidos del silencio. La nada es dinámica. Los Vedas dicen que estamos hechos de sonidos sutiles —que vibran suavemente en el silencio— como granos de arena sobre una fina plancha de metal. Cuando se frota el canto de esa lámina con un arco de violín, las distintas vibraciones mueven la arena y se crean distintas formas y figuras geométricas.
De acuerdo con esta perspectiva, en las brechas entre los objetos, las palabras y los sonidos, serpentea el poder organizativo de la nada, del vacío. En la cultura japonesa hay un concepto similar que se puede apreciar en un famoso jardín en el templo Zen Ryoanji, en la ciudad de Kyoto. Sobre la superficie de arena se distribuyen quince rocas. Están colocadas de tal suerte que, desde el ángulo que se vean, solo se pueden apreciar catorce piedras a la vez. Cuando la roca quince es visible, entonces desaparece la catorce. El fenómeno visual se repite con todas las piedras. Siempre hay una que desaparece.
Los japoneses dicen que la roca invisible representa el centro oculto, un espacio que se encuentra entre lo que se ve y lo que no se ve. Esto quiere decir que ese intervalo, ese silencio, tiene dinamismo; es como el espacio que hay entre dos átomos. En ese vacío hay una poderosa energía que vincula a la materia. La palabra japonesa para designar esa zona se llama Ma. Está al filo de la mirada y, sin embargo, implica una experiencia.
Michael Random, experto francés sobre cultura japonesa, relata su experiencia con esta extraña noción, sobre todo para los ojos occidentales, durante un encuentro que tuvo con el escritor Yukio Mishima. Estuvo todo un día con él. Cuando visitó su casa, notó con sorpresa que los muebles eran modernos o de estilo francés del siglo XVIII. Le preguntó:
—¿Por qué no tiene nada japonés en su casa? Mishima respondió con una sonrisa. —Aquí, únicamente lo invisible es japonés.
¿Cómo podemos explorar ese silencio invisible en donde caemos en una nada imprevista? Ese proceso ha sido registrado en diversas culturas. San Juan de la Cruz decía: “Entreme donde no supe / y quedeme no sabiendo, / toda ciencia trascendiendo”. El doctor Frederick Travis, experto en la neurofisiología de la meditación, señala que la experiencia del silencio es real. Está acompañada de una profunda coherencia en el funcionamiento del cerebro. En ese estado, a diferencia del descanso usual en donde nos desconectamos, se da una experiencia de alerta en descanso. Es como caer despierto. En una entrevista que sostuvimos, Travis me habló de lo que ocurre por dentro:
“Se trata de una conciencia orientada hacia el interior. En esta experiencia, el electroencefalograma se correlaciona con una mente menos agitada, con una ola que se va asentando hasta el fondo de un estanque. Cuando estás consciente con los ojos abiertos es como si el estanque estuviera lleno de olas, la percepción se vuelca al movimiento. Al cerrar los ojos, cuando las olas se aquietan por completo, el estanque está en silencio. Esa es la experiencia subjetiva que tenemos. La mente está en completo silencio, empiezas a perder el sentido del tiempo y del espacio porque para percibir el tiempo necesitas cambios. Pierdes también el sentido del espacio, hay una sensación de que no estás limitado ni por el cuerpo ni por el cuarto. Sin embargo, mantienes la conciencia asentada de ti mismo, despierta en un estado de mínima excitación. Esa es la parte más fundamental de lo que somos. En la antigua India se le llamaba samadhi”
“Es la experiencia de ser, sin ningún atributo más que existir, como existen las piedras, las paredes, las plantas…”
Es la experiencia de ser, sin ningún atributo más que existir, como existen las piedras, las paredes, las plantas o las montañas, que comparten la dignidad de ser, de existir, más allá de sus formas y propiedades. La experiencia se caracteriza por una sensación de unidad y plenitud inefables. Así, podemos ver que, ante la soledad del silencio absoluto, “hay quien descubre su alma”. EP