Reacciones a la provocación, deliciosa provocación

Pentagrama reúne cinco plumas en un espacio de reflexión sobre temas fundamentales. En esta entrega, Federico Reyes Heroles aborda el silencio.

Texto de 03/03/25

Pentagrama reúne cinco plumas en un espacio de reflexión sobre temas fundamentales. En esta entrega, Federico Reyes Heroles aborda el silencio.

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I. Silencio primordial

Hace más de tres décadas, poco después de que Este País naciera, un brillante pensador argentino, Santiago Kovadloff, publicó un bello y denso ensayo, una explosión de ideas luminosas en territorio oscuro, El silencio primordial. Esas ideas  viajan en mi memoria desde entonces. Le nombré pensador, pues Santiago, a quien la vida me ha dado el privilegio de tratar, es un ser que no cabe en las usuales etiquetas que tanto gustan en el siglo XXI, etiquetas que pretenden facilitar el camino para capturar a los seres humanos de un solo golpe, con una sola palabra: biólogo. A veces dos: médico cirujano. Sobre todo lo demás que rodea o constituye a un ser humano cae un decreto de desaparición forzada. Pediatra y melómano como Roberto Kretschmer, no cabe. ¿Es Santiago un filósofo? Sí, por supuesto, por formación y por ejercicio cotidiano. Pero Santiago también, o sobre todo, es poeta, traductor del Libro del desasosiego y Ficciones del interludio de Pessoa. Además, autor de  decenas de poemarios, ensayos y, por si fuera poco, cuentos para niños.  Kovadloff es un ser humano pleno y, por ende, complejo. Quizá por ello pudo incursionar en el carácter multidimensional del silencio, de los silencios. A qué silencios nos referimos, preguntó, al musical, al matemático, al monástico, al amoroso, al que cura. La lista esta abierta… ¿silencio creativo? 

II. De silencios y soledades

Para Santiago hay un silencio que envuelve, que enmascara y que puede ser desechable, pues no conduce a ningún significado. La cacería de Kovadloff busca el silencio primordial, el esencial.  Recordé el texto de mi amigo hace poco tiempo, cuando me topé con una expresión, para mi novedosa, y que ya circula: iloneliness. El neologismo intenta explicar una carencia o un dolor silente de un grupo creciente de los que moramos este mundo. El motivo: la imposibilidad de estar solos, en soledad. La agitación por sí misma y el ruido amenazante todo lo invaden. La posibilidad de encontrar soledad está peligro. Las personas la necesitamos. Iloneliness  alude a esa carencia, a ese nuevo malestar, a esa nueva maladie. Empiezan los matices. Para muchos la soledad –sobre todo en el mundo anglosajón– es una condición no deseable. Cuando vivimos en Chicago llegó un verano feroz con temperaturas asesinas que llevó a la muerte a cientos de viejos que morían solos en sus departamentos. No recibían visitas y muchas veces fue la fetidez la que llevó a los macabros descubrimientos. 

Lonely es la palabra que encierra la tristeza provocada por estar solo. “I´m so lonely” con frecuencia se traduce al español como “me siento tan solo”. Tan por muy: excesivamente solo. Para Voltaire, todo en exceso es malo, incluso la virtud. ¿Qué diría de la soledad? Mientras navego en internet, aparece una joya del gran filósofo francés: “La mejor de todas las vidas es una ocupada en soledad”. Entonces, hay grados de soledad que no son dañinos; incluso, podrían ser justo lo contrario: curativos. La soledad, como el silencio, es apreciada de manera diferente por las distintas culturas.

Algunos han usado la bellísima palabra “solitario” como traducción de lonely. Pero la Real Academia no deja margen para ese error: “Retirado, que ama la soledad o vive en ella”. ¿Sufrimiento? Ninguno. Por el contrario, es una forma de amor.  Antoine de Saint-Exupéry, en El principito, nos lanza:

—¿Qué es la soledad? —pregunta el principito.
—Es un reencuentro consigo mismo y no debe ser motivo de tristeza; es un momento de reflexión —le contesta el pequeño rey.

Saint-Exupéry escribió, además de la joya que es El principito, varios libros autobiográficos muy interesantes, entre los más conocidos: Piloto de guerra, Vuelo nocturno, El aviador. En ellos aparece la otra faceta del gran escritor: la del aviador. El piloto y novelista que reflexiona a partir de sus aventuras de vuelo y de sus misiones militares. “Misiones sacrificadas”, así denominaban a aquellas en las cuales, en promedio, solo uno de cada tres pilotos regresaba a su base. A Saint-Exupéry le toca participar. En una de ellas, relatada en Piloto de guerra, ante una clara desesperanza, el personaje termina al pasaje diciendo: “Esperaré la noche, si aún puedo vivir, para así alejarme un poco a pie por la carretera que atraviesa nuestro pueblo, envuelto en mi amada soledad, para así saber por qué debo morir”. 

Saint-Exupery estuvo más de un año en Argentina como representante de la Compagnie Générale Aéropostale, alrededor de 1929. El escritor ya había publicado El aviador. Años antes, había vivido el aterrizaje forzoso en medio del Sahara. Las historias se van sumando. En su obra, el ruido de los motores se incorpora como una condición de silencio. Es notable. En los vuelos en planeador —es decir, sin motor—, la gran compañía proviene del zumbido que provoca el paso del aire por las alas. Es un cierto tipo de silencio esencial, primordial. El sonido le indica a uno si el aparato está perdiendo altura o si, por el contrario, la nariz está levantada, lo que provocará que la nave pierda sustentación, stall en inglés, lo cual es riesgoso.

La soledad de quien planea, el silencio —porque no es un ruido el sonido del aire producto del desplazamiento— provoca un enorme gozo, incomparable. De los mayores que he vivido. Lo mismo ocurre buceando, cuando todo alrededor es silencio, salvo el burbujeo que acompaña al buzo. El propio, porque el ajeno no se registra. Van algunas posibilidades:

1. El silencio total es algo que no conocemos.

2. El silencio humano está condicionado hasta por nuestra propia respiración. Hay sonidos, en calidad de silencio, que hemos asumido, como los latidos del corazón. 

3. Hay otros silencios que no lo son en términos absolutos: el sonido del aire debajo de las alas de un planeador o las burbujas del buceo.

4. El ruido, en la misma condición, asumido. Para Neil Diamond, el ruido urbano puede ser una sinfonía.

5. El ruido sin sentido, el que duele —cada quién su interpretación—. El oleaje provoca sentimientos encontrados: a algunos los adormece, a otros los altera. En esto, la interpretación individual es determinante. (Algunas correlaciones se pueden sacar. Tarea para Este País. ¿Somos los habitantes de las ciudades más tolerantes a ciertos ruidos o menos demandantes de silencio? Debe haber estadísticas. Busquémoslas.)

6.- El ruido como dolor depende de varias condiciones: la capacidad auditiva y la sensibilidad personal. Eso también es cultura. Pensemos en el Sonido 13, de Juan Carrillo, frente a Schubert.

 Loneliness no es de uso universal.

III. Moustaki en soledad y silencio

A finales de los años sesenta, Georges Moustaki —de nacimiento Giuseppe Mustacchi— grabó un disco fantástico y provocador. Fantástico, pues no tiene desperdicio musical: muchos de sus grandes éxitos están allí. Provocador, pues el álbum lleva como título Un métèque en liberté.  Métèque es el término despectivo usado por ciertos franceses —poco educados— para denominar a los extranjeros, forasteros o inmigrantes. En esa canción, Moustaki se refiere a su ascendencia judía, griega y egipcia —nació en Alejandría—,  y también a su calidad de vagabundo, de migrante. Hoy vale la pena recordar todos los días la riqueza que han traído las migraciones. Al llegar a París, Moustaki cantaba en el Metro, esperando monedas para sobrevivir. Después, fue guitarrista de Edith Piaf y terminó siendo una gloria musical sin fronteras. Pasó de ser un métèque a ser Monsieur Moustaki. No creo que esa expresión le haya agradado. Regresemos a la soledad y… al silencio. 

Un amigo de origen francés, cantante de baladas francesas en varios restaurantes de la Ciudad de México, me pidió que le entregara un paquete de tela mexicana al gran Moustaki, a quien él conocía y muy bien. Su música nos sacudía los sábados, cuando dedicábamos toda la mañana a la música, a la guitarra. Al escuchar su solicitud y convertirme en su mensajero, un adelanto personalizado de FEDEX, brinqué de gusto. Creo que lo hizo con esa intención. Lo traté en esa ocasión en su departamento en la Île Saint-Louis, en París. Iba con Beatriz y Pedro Diego Alvarado para entregarle un regalo de su amigo mexicano, quien moriría años después por una sobredosis.  

Fuimos hacia las calles de la Isla, tras una llamada telefónica previa. Moustaki abrió la puerta con su cabellera alborotada y su gran barba ya entrecana. Nos ofreció unas cervezas, el no bebió un trago, pues salía de una hepatitis. Por cierto, las latas que sacó del refrigerador estaban frías, pero cubiertas de polvo. Todavía busco la explicación. Estaba totalmente solo, no esperaba a nadie, no sonó el teléfono, nadie nos interrumpió. Los celulares no amenazaban. El hombre emanaba una tranquilidad notable. Nos platicó de las presiones del fisco francés sobre su producción, de la relación con su hija con quien produjo un álbm, que nos regaló. Fue un largo y delicioso rato de palabras y silencios que sabíamos nunca se repetirían. En fin, la noche, con elegancia, nos recordó la frontera entre un buen encuentro y la imprudencia. Nos despedimos y lo dejamos en plenitud, totalmente solo y acompañado de su silencio y su soledad. 

Allí estuvo, frente a nosotros, el autor de Ma solitude

Por haber dormido tantas veces 
con mi soledad
la tengo casi como una amiga
una dulce costumbre. 
Ella no me abandona nunca
fiel como una sombra
ella me sigue aquí y allá
a los cuatro rincones del mundo.
No, nunca estoy solo
con mi soledad.

El gran músico quedó —repito— en total silencio, no en silencio total. ¿Cómo se puede concebir la soledad sin silencio? Quizá por eso Santiago Kovadloff tituló su ensayo como Silencio primordial. “El silencio que me importa tiene de residual lo que guarda de reacio a los enunciados que se empeñan en doblegarlo. El resto, y el resto, (¡cómo no evocar a Shakespeare!) el resto es silencio. El silencio de lo inefable”. Y de nuevo la Real Academia: “que no se puede expresar con palabras, inenarrable, inexpresable, indecible, impronunciable, sublime, divino, maravilloso, genial”. Esa es la presa que busca Kovadloff.  Para Santiago, el silencio es un estado de soledad. No es la ausencia de sonidos, ya sea parcial o total, aunque esta última —por los descubrimientos de los sonidos intergalácticos— sabemos que no existe. El silencio del que hablamos nos lo impone nuestra humana condición. 

Cuando se guarda silencio en un concierto se convoca a un tipo de soledad breve y artificial. Sólo así llegará la compañía de los violines, violas, cellos o trombones. Uno está en una soledad deseada para poder estar con la otra compañía. Son mutuamente excluyentes: o se escucha en silencio, o se violenta un requisito para alcanzar la soledad que nos permite otra compañía. Por lo visto, la frontera entre silencio y soledad es intangible. Una novela notable, repleta de silencios, es El último encuentro, de Sándor Márai. Las palabras son islas de palabras en un mar que lo dice todo. ¿Entonces?  

IV. ¿Y lo demás, qué es? 

Parafraseando a Shakespeare, el gran musicólogo estadounidense Alex Ross escribió en la primera década de este siglo, un bello texto sobre la música en el siglo XX. Lo tituló The Rest is Noice: Listening to the Twentieth Century. Ross se refiere a ese límite —subjetivo y no tanto— en el que los sonidos dejan de ser música. Lo genial del caso, por usar un termino irresponsable, es que el título en español es ¡El ruido eterno!

Iloneliness, ese sufrimiento causado por la ausencia, por la imposibilidad de estar en soledad, fue la palabra que nos arrojó a esta aventura. Describe un estado de ánimo, del alma, producto de la forma de vida en nuestros días, fundamentalmente en las zonas urbanas. En la vida rural, lo que se busca es romper la soledad y el silencio que abrazan sin pedir permiso. Los cohetes, en las infinitas e inacabables festividades de nuestros pueblos, son una forma de romper el silencio de la noche o del día, a través de la luz y de las ondas sonoras. Avisan a lo largo de laderas, a través de cañadas y montañas, de la vida de una fiesta. Pero en las grandes ciudades es muy diferente.  La música contemporánea, desde hace décadas, explora ese territorio, quizá sin saber cuál es la meta final, ignorando que la expresión iloneliness aparecería. En los años sesenta, los “Sonidos del silencio” rompieron fronteras.

Hello darkness, my old friend 
I've come to talk with you again 
Because the vision softly creeping
 Left it seeds when I was sleeping 
And the vision that was planted in my brain 
Still remains 
Within de sound of silence…

La Amistad –con mayúscula– ahora es con la oscuridad, la misma que cobija a Moustaki en sus noches con su compañera: la soledad.  Simon & Garfunkel reproducen la historia real de un joven en la Universidad de Columbia que se enfrenta a la Gran Manzana, al gran monstruo. Sobre el significado, los cantantes dieron una explicación: “Esta es una canción sobre la incapacidad de las personas para comunicarse entre sí”. El personaje lleva encima una gran pérdida: el silencio. Entonces aparece loneliness, sufre. La canción invita a lograr conexiones verdaderas en un mundo lleno de ruido y distracciones. Nos advierte que los verdaderos profetas no están en la luz de neón. Es 1964, apenas. Más de sesenta años después, el síndrome de carencia de soledad por aturdimiento y distracciones —iloneliness—, se hace cada día más presente. El silencio no sólo es ausencia de ruido o sonido. La soledad dolorosa se puede dar en pleno estruendo. 

Hay ciertos paralelismos entre Paul Simon —autor de la mítica pieza de folk-rock— y Moustaki, con Ma solitude, de 1966. Ambos encuentran consuelo, para utilizar la expresión de Michael Ignatieff, en el silencio primigenio que está en la mira de Santiago Kovadloff.  Se necesitaban los conceptos. Vamos a ellos.

Hay más pistas en la propia música. Paul Simon y Georges Moustaki son dos ejemplos del romanticismo prevaleciente en los años sesenta. Merodea una añoranza de regreso al paraíso no urbano. Ese mundo exótico siempre ha tenido un gran sex appeal. Pero hay otras lecturas. Neil Diamond, el gran cantante y compositor nacido en Brooklyn, compuso el disco A Beautiful Noise en 1976. De hecho, se trata de una auténtica celebración de los ruidos que nos acompañan en la vida urbana. Ese rugido que emerge de las calles con cláxones y ambulancias, “los coches en sus furiosos vuelos”. Pero, también, el bullicio de los niños jugando a lo lejos. “Como una sinfonía tocada por un desfile que pasa”. El ruido es una sinfonía. Hay un ritmo marcado que emana de la ciudad, nos invade, y Diamond declara que lo ama. Es parte de su vida, parte de su silencio primordial. Le hace sentir bien. El ruido y y cierto caos permanente pueden traer armonía. Así lo dice la letra.

V. De nuevo a lo multidimensional 

El carácter multidimensional al que se refiere Kovadloff toca distintas expresiones humanas. El silencio es primordial para la poesía, ya sea leída en voz alta —costumbre en extinción— o para uno mismo.  Imaginemos el valor que cobra una coma o el pase de renglón: 

Un sauce de cristal, un chopo de agua, 
un alto surtidor que el viento arquea, 
un árbol bien plantado mas danzante, 
un caminar de río que se curva, 
avanza, retrocede, da un rodeo 
y llega siempre. 

Si el lector de “Piedra de sol” no otorga el tiempo suficiente para brincar de una imagen o metáfora a la siguiente, destroza el poema, cuya densidad demanda tiempo y…silencio. Paz es un autor denso, pero los hay aún más complejos.

VI. Deliciosos excesos

Ya excedí la extensión requerida para este texto. Transfiero —sin más— toda la responsabilidad a nuestro director, Eduardo Garza, por proponer un tema tan apasionante. Con mis disculpas Director, permíteme unos últimos párrafos, unos excesos asumidos.

“Al primer modo de significar el mundo corresponde el lenguaje discursivo; al segundo, la poesía y, en propiedad, el silencio”, escribe Luis Villoro, el brillante filósofo mexicano conocido mayormente por su trabajo sobre el indigenismo. Pero Villoro dedicó muchas líneas al silencio. Dos ensayos primordiales son “La significación del silencio” y “Una filosofía del silencio”. De inicio, los griegos en su definición del hombre, antes que animal racional, lo denominaron “animal provisto de la palabra”. Pero la significación no se reduce al lenguaje discursivo, el silencio es parte de él. La expresión discursiva va mucho más allá. “La mímica y la danza, la música, el canto y la poesía son modos del habla; y, como veremos, también lo es el silencio”. Villoro, un filósofo formado en la corriente analítica, aquella que busca siempre mantener terrenalidad y no busca metafísica, afirma: Posibilidad originaria del habla es tanto el decir como el callar…”, lo retoma de Heidegger. Pero, conocedor del principio de Heisenberg, sabe de la responsabilidad de nombrar: “¿En qué medida, al designarlo [la palabra], lo altera [al mundo]?”. 

La significación de la vida llega con la palabra y las reflexiones al respecto no terminan. Hace una década, un amigo, Jaime Zabludovsky, me pidió presentar un libro de un autor desconocido hasta entonces. El título me llamó la atención: Sapiens. De animales a dioses: Breve historia de la humanidad. Así conocí a Yuval Noah Harari. En su más reciente entrega, Nexus, el autor regresa a la capacidad y al poder de la palabra. Fantástico. Es inevitable hablar de él. En paralelo, está el silencio, como inexistencia o como postergación del ser. 

George Steiner fue un fuerte defensor de la potencia de la palabra, en particular de la literatura en todas sus expresiones, no sólo para comprender el mundo, sino para cambiarlo. En Lenguaje y silencio —ninguna novedad, 1976— el brillante pensador inglés apunta a la responsabilidad del silencio frente al creciente autoritarismo. Repito, es 1976. De alguna manera retoma el principio de incertidumbre de Werner Heisenberg, en el cual la medición —para nuestro caso, nombrar algo— puede intervenir en el resultado. La evaluación aséptica es una ficción. 

Y, finalmente, la cura. El silencio como parte de nuestra recomposición personal. Sugiero La magia del silencio de Kankyo Tannier. Silencio físico, corporal, silencio espiritual, sólo así podremos mirar al mundo eliminando lo superficial que nos invade. 

Vaya deliciosa provocación. EP

Referencias

Kovadloff, Santiago, El silencio primordial, Emecé Editores, Buenos Aires, 2010.

Saint-Exupéry, Antoine de, El principito, Losada-Océano, México, 1998.
Piloto de guerra, El Quijote Literario, impreso en USA, 2024.
Vuelo nocturno, Terramar Ediciones, Buenos Aires, 2016.
El Aviador, Babelcube, impreso en USA, 2024.

Ross, Alex, El ruido eterno, Editorial Seix Barral, Barcelona, 2009.

Paz, Octavio, Libertad bajo palabra, FCE, México, 1983.

Villoro, Luis, La significación del silencio y otros ensayos, FCE, México, 2016.

Harari, Yuval Noah, De animales a dioses, Debate, México, 2014.
Nexus, Penguin Random House, Debate, Barcelona, 2024.

Steiner, George, Lenguaje y silencio, Editorial Gedisa, Barcelona, 2013.

Tannier, Kankyo, La magia del silencio, Editorial Planeta, México, 2019.

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