Un sistema financiero para una sociedad más próspera

Un sistema financiero inclusivo es clave para la movilidad social: fomenta la inversión en capital humano, impulsa el emprendimiento y protege contra la pobreza. Lograrlo requiere regulación adecuada, educación financiera y compromiso ético de las instituciones.

Texto de 09/12/24

Un sistema financiero inclusivo es clave para la movilidad social: fomenta la inversión en capital humano, impulsa el emprendimiento y protege contra la pobreza. Lograrlo requiere regulación adecuada, educación financiera y compromiso ético de las instituciones.

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Robert Shiller, Nobel de Economía en 2013, plantea en su libro Finance and the Good Society que el sistema financiero puede y debe ser un pilar para una sociedad más próspera y económicamente segura (Shiller, 2014). La actividad de las empresas e instituciones del sistema financiero es indispensable para el crecimiento y el desarrollo de un país. En la medida en que esas entidades realicen sus funciones de forma responsable y el sistema tenga una cobertura amplia e inclusiva, la sociedad tendrá una herramienta indispensable para prosperar económicamente. En este ensayo, explico que esta actividad también es un elemento necesario para impulsar la movilidad social intergeneracional. 

Muchos estudios han analizado cómo el sistema financiero tiene un impacto en el crecimiento económico. Otros trabajos más recientes explican cómo la inclusión y las decisiones financieras afectan el bienestar de los individuos y sus familias. A su vez, la vida financiera de las personas, los instrumentos con los que cuentan y las decisiones que toman van a afectar el bienestar futuro de sus hijos; aunque sobre esto último hay menos estudios. 

En el libro Un sistema financiero para la movilidad social, publicado por el Centro de Estudios Espinosa Yglesias, los autores Enrique Díaz-Infante, Felipe Pérez y quien escribe estas líneas analizamos algunos aspectos de la problemática reciente del sistema financiero y cómo se relacionan con la movilidad social. Nuestro argumento central es que un sistema financiero más funcional y seguro contribuye a impulsar la movilidad social ascendente y a prevenir la descendente.

Vélez, Campos y Huerta (2013) definen la movilidad social como «los cambios en la posición socioeconómica que experimentan los miembros de una sociedad». La movilidad social refleja expectativas de mejora socioeconómica de los individuos, o al menos de que no empeoren las condiciones en las que están. Una baja movilidad social implica que las características del hogar de origen de un individuo determinan su estrato socioeconómico a lo largo de su vida. En cambio, entre menor sea la relación del logro socioeconómico con las condiciones de origen, es posible que haya una alta movilidad social, ya sea de una persona o de padres a hijos, es decir, intergeneracional. Como expresa Serrano (2014), la movilidad social de las personas es un asunto de justicia (para que el origen no limite su potencial), de eficiencia (para que ese potencial sea aprovechado por la sociedad) y de cohesión social (para que haya igualdad de oportunidades). 

“Una baja movilidad social implica que las características del hogar de origen de un individuo determinan su estrato socioeconómico a lo largo de su vida”. 

En el libro, planteamos dos canales de transmisión de los efectos de la inclusión financiera en la movilidad social. El primero es el uso de los servicios financieros para construir activos para el futuro, principalmente mediante la inversión en capital humano; esto es, la consecución de recursos —a través del sistema financiero— para que los hogares, y en particular los hijos, fortalezcan su capital humano (por ejemplo, con educación escolar y desarrollo de habilidades). Esto se puede hacer directamente, como al pagar por la educación y formación, o bien indirectamente, por ejemplo, que no tengan que abandonar sus estudios para trabajar y que mantengan buena salud; asimismo, que puedan prevenir la pérdida de ingreso y la movilidad social descendente por eventos adversos.

Hay, además, una relación importante con las habilidades no cognitivas, las cuales pueden estar asociadas a conductas que contribuyan a tomar mejores decisiones financieras. Por ejemplo, esas habilidades pueden incluir disciplina, autocontrol, responsabilidad y perseverancia en la consecución de objetivos, las cuales pueden contribuir a conductas de ahorro, así como a un uso ordenado del crédito. Adicionalmente, estos hábitos, principalmente desde la infancia, refuerzan esas habilidades en las personas.

La segunda vía de transmisión es la disponibilidad de recursos para promover el emprendimiento. Este canal es probablemente el más obvio y recurrente en la literatura sobre inclusión financiera; el acceso a financiamiento se considera un insumo esencial para el emprendimiento, y este constituye una forma probada de alcanzar la prosperidad económica. Los estudios de Lora y Castellani (2014) y de Vélez y Vélez (2014) muestran que la actividad empresarial es un medio efectivo de movilidad social ascendente. Los resultados de estos trabajos sugieren que si bien los empresarios de menores ingresos registran movilidad ascendente, también enfrentan una mayor cantidad de dificultades para alcanzar el extremo superior de la distribución socioeconómica, esto en comparación con aquellos cuyos padres se ubican en la parte de ingresos medios o altos de la distribución.

No obstante, hay ciertas precondiciones para que la relación se cumpla. El uso de servicios financieros también puede conducir a una movilidad social descendente; por ejemplo, por crisis financieras, así como por un empleo inadecuado de los instrumentos financieros. Una precondición para que se cumpla la relación es que el sistema financiero tenga una regulación adecuada, así como mecanismos de protección al usuario. 

Dicha precondición se discute en el libro comentado (Del Ángel, Díaz-Infante y Pérez 2023). Para que el sistema financiero cumpla con sus funciones adecuadamente y además contribuya a la movilidad social de las personas, es necesario que tenga un marco de regulación y supervisión para fortalecer la salud y la seguridad del sistema. Históricamente, las crisis financieras que resultaron de una regulación laxa han afectado las posibilidades de movilidad social de muchas personas. Un ejemplo es la crisis de 1995. Mediante una regulación adecuada de los servicios financieros, es indispensable proteger al usuario, algo clave para prevenir prácticas depredadoras y abusos. Asimismo, la regulación puede informar sobre aquellas actividades que generen exclusión financiera. 

Sobre este punto quiero aclarar que los objetivos de la regulación pueden entrar en conflicto, ya que un exceso de regulación siempre va en detrimento de la inclusión y de la expansión de la actividad financiera. Una exclusión por exceso regulatorio es un hecho hoy, por ejemplo, ante la enorme carga regulatoria que tienen los bancos privados. 

Asimismo, un factor que facilita que el sistema financiero contribuya a la movilidad social ascendente es que las empresas de esta industria procuren la salud financiera de los usuarios. Esto es más complejo y se refiere, precisamente, a algunos de los temas tratados por Shiller (2014). Los intermediarios son empresas que tienen que generar utilidades y, por lo tanto, puede estar en su interés venderles más servicios a sus clientes, pero también que los usuarios administren de la mejor manera posible sus finanzas. Una vía es que el intermediario le brinde acompañamiento al cliente en sus operaciones, digamos, una forma de finanzas relacionales. Pero hacer la regulación para tal fin es inútil, ya que la mejor forma de que esto funcione es que las empresas tengan un interés estratégico en que sus clientes prosperen económicamente. 

“Motivar y enseñar es una tarea que involucra al Estado, a la industria financiera privada y a otros agentes de la economía”.

La salud financiera de los usuarios es también una tarea de los propios usuarios, pero para tal fin se necesita el desarrollo de la educación y los buenos hábitos financieros. Sin embargo, estos se fortalecen tomando decisiones financieras y usando los servicios, lo que se conoce como «capacidades financieras». Es difícil dejarles la responsabilidad de fortalecer la educación y los buenos hábitos financieros sólo a las personas. Motivar y enseñar es una tarea que involucra al Estado, a la industria financiera privada y a otros agentes de la economía. Pero, como puede intuirse, la educación financiera no es garantía de que las personas tomen las mejores decisiones para su vida financiera. Conjuntarla con la formación de hábitos da mejores resultados. 

Esta segunda precondición implica que los intermediarios tomen, como empresas, lo que Shiller (2014) llama «roles y responsabilidades» para que el negocio financiero tenga el mejor impacto en la sociedad; esto es, que asuman su «responsabilidad fiduciaria» con los usuarios. Para algunos, esto puede sonar exótico, pero desde hace algún tiempo muchas empresas del sector bancario han discutido esto internamente, y varias ya siguen políticas corporativas en esa dirección. No obstante, la tensión entre generar más negocio y cuidar al usuario estará siempre presente. EP

Referencias

Del Ángel, G., E. Díaz-Infante y F. Pérez. 2023. Un sistema financiero para la movilidad social. CEEY Editorial.

Lora, E. y F. Castellani, eds. 2014. La opción empresarial en América Latina ¿vía de ascenso? BID; CEEY Editorial.

Shiller, R. J. 2014. Finance and the Good Society. Princeton University Press.

Vélez-Grajales, R., R. Campos y E. Huerta. 2013. Informe de movilidad social en México 2013. CEEY Editorial.Vélez-Grajales, V. y R. Vélez-Grajales. 2014. «La actividad empresarial como mecanismo de movilidad intergeneracional en México» en La opción empresarial en América Latina ¿vía de ascenso?, editado por E. Lora y F. Castellani. BID; CEEY Editorial.

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