El precio de todas las cosas

David Tlaiye es un empresario con experiencia y, desde ahí, narra con claridad lo que ha sucedido en los últimos años con el poder adquisitivo, el salario y, por ende, con la economía nacional. Este texto va de triciclos que venden cocos, de políticas públicas y de cómo podríamos salir del atolladero y tener un mejor futuro.

Texto de 01/11/20

David Tlaiye es un empresario con experiencia y, desde ahí, narra con claridad lo que ha sucedido en los últimos años con el poder adquisitivo, el salario y, por ende, con la economía nacional. Este texto va de triciclos que venden cocos, de políticas públicas y de cómo podríamos salir del atolladero y tener un mejor futuro.

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El precio real de cualquier cosa, lo que realmente

 le cuesta al hombre que quiere adquirirla, son 

las penas y fatigas que su adquisición supone.

Adam Smith, La riqueza de las naciones

¿Qué hemos hecho tan mal?

El salario, ese pago a las “penas y fatigas” que supone trabajar, es una de las variables económicas que afecta de manera directa a más personas en un país. En México, el 67.8% de la población ocupada es asalariado (34.4 millones de personas, 2.9 millones menos que un año antes según el INEGI, 2020) y su salario promedio no logra comprar más que la misma cantidad de bienes y servicios que el salario promedio de 1982 (Grupo Financiero Citibanamex, 2014). Actualmente existen además 8.6 millones de personas subocupadas y otras 10.7 millones disponibles para trabajar (INEGI, 2020). Quizá, si hubiera los puestos suficientes y salarios atractivos, el país podría contar con 19.3 millones de asalariados más. Los mexicanos somos trabajadores, lo dicen la estadística1 y los patrones al norte de la frontera de los emigrantes mexicanos que laboran allá. Entonces, ¿qué hemos hecho tan mal para que la gente que vive de su empleo no haya mejorado su nivel de vida en 38 años?

La economía fue maltratada hasta 1982 y las consecuencias las pagamos todos, en especial los asalariados. Las devaluaciones e inflación de las décadas de los ochenta y noventa y la política de usar los salarios como ancla para la estabilización macroeconómica despeñaron las remuneraciones. Sólo a partir de los últimos años del siglo pasado han tenido una insuficiente e irregular recuperación. Los sueldos, que habían representado una porción importante en la estructura de costos de las empresas en los años setenta, perdieron valor disminuyendo la presión inflacionaria desde el lado de la oferta, pero también menguaron la demanda agregada: los trabajadores cuestan menos (aunque sus fatigas son las mismas) y compran menos (sus penas son más). 

De cuando no te va bien aunque te portes bien

Se creyó, al final de las crisis financieras, que la producción y los salarios se recuperarían aceleradamente si resolvíamos los problemas acuciantes de la economía. Y así se hizo: de manera lenta y no sin conflictos se renegoció la deuda externa, se abatió la inflación, se equilibraron las fianzas públicas, se estabilizó el tipo de cambio y las demás variables macroeconómicas, nos abrimos al comercio exterior y se diversificaron e incrementaron las exportaciones, se aumentó la inversión en educación y en capital físico, se disminuyó la desigualdad —no a través del aumento de la remuneración, sino con programas asistenciales de asignación directa de recursos a grupos vulnerables—; se creó un sistema de fondos para el retiro que aumentó el ahorro interno y se promulgaron reformas estructurales en diferentes ámbitos. Los resultados fueron magros después de subir cada peldaño, pero suponíamos (algunos suponíamos) que la meta estaba sólo un poco más allá. Los resultados no mejoraron: la economía creció poco, los salarios menos aún.

“La historia del desarrollo económico no es mucho más que la narración de cómo el hombre ha hecho cada vez más con menos, en especial con menos esfuerzo y trabajo, y los países que superan el atraso y la pobreza lo hacen justamente recorriendo esta senda.”

En el periodo que va de 2009 a 2018 el producto interno bruto creció en promedio anual el 3.06%, mientras que el salario real lo hizo en 0.27%. En 2019, primer año del nuevo gobierno, la economía registró un mal desempeño pero el salario real aumentó en 2.9%, saliendo de la tendencia. Las remuneraciones ganaron en poder adquisitivo por la baja inflación de 2.83% (Grupo Financiero Citibanamex, 2013, 2014, 2020), el aumento de los salarios mínimos y algunas revisiones extraordinarias de contratos laborales, especialmente en la franja norte del país. El fuerte incremento del salario mínimo —temido por la ortodoxia económica durante demasiado tiempo— fue, sobre todo, la derogación de una unidad de cuenta para establecer multas y presupuestos, y su impacto en la estructura de costos de la mayoría de las empresas resultó bajo, ya que en casi todo el país nadie trabajaba por tan poco. De los aumentos salariales extraordinarios en la franja fronteriza y del hecho de que no aumentara el desempleo en esa zona después de su implementación (CONASAMI, 2020) podemos especular que o bien los empleadores allí tienen dominio sobre el mercado laboral (puesto que las empresas no mantendrían en su nómina a tantos empleados si el salario que ahora pagan no se viera justificado por la productividad de estos), o bien que las empresas obligadas a un salario artificialmente alto no han reducido plazas, ahora onerosas, porque están forzadas a cumplir compromisos con sus clientes, y los despidos y aun el cierre de plantas se dará en el mediano plazo. En todo caso, el incremento del salario real en 2019, y el que se espera de magnitud semejante para 2020 (Grupo Financiero Citibanamex, 2020), merecen más atención y análisis del que han recibido.

Sin embargo, es improbable que las distorsiones del mercado laboral, donde existan, expliquen el estancamiento estructural generalizado de los salarios reales. Estos sólo crecen de manera sostenida cuando la productividad del trabajo también crece y los remolca. Las empresas no aumentan las contrataciones y los sueldos porque un decreto lo mande; contratan más trabajadores porque es negocio contratarlos, porque producen más de lo que cuestan, y suben los sueldos para atraerlos y hacer que salgan de otra empresa o del autoempleo o de una situación de subempleo o del ocio. Pero en México la productividad del trabajo ha estado tan rezagada como el salario: en el periodo 2005-2018 la cantidad de bienes y servicios que un trabajador promedio produce por hora ocupada ha crecido apenas el 4.4%. En ese mismo lapso lo que se produjo en la economía aumentó bastante más (24.6%) pero sólo porque las horas ocupadas crecieron en casi la misma proporción (21.2%), (INEGI, 2018).

La historia del desarrollo económico no es mucho más que la narración de cómo el hombre ha hecho cada vez más con menos, en especial con menos esfuerzo y trabajo, y los países que superan el atraso y la pobreza lo hacen justamente recorriendo esta senda. ¿Por qué México, a pesar de tener una macroeconomía estable, de estar inserto exitosamente en el comercio internacional y, para no enumerarlos otra vez, de haber ascendido todos los peldaños que se apuntan arriba, sólo logra producir lo mismo? El manual que tenemos para mantener nuestra economía está incompleto y las recetas en uso no bastan porque, a pesar de haberlas seguido bien o medianamente bien, son insuficientes para mejorar su decepcionante desempeño. Si cumplimos con tantos requisitos para salir del atolladero, ¿nos hicieron falta ideas?

El Banco Mundial, en un libro reciente sobre el tema, afirma que “el crecimiento de la productividad del trabajo es la fuente principal del crecimiento del ingreso per cápita, que a su vez es el motor primordial de la reducción de la pobreza” (Dieppe, 2020, p.13). El estudio muestra cómo muchos países con niveles de desarrollo semejantes a los de México —y aún menores— han tenido mayor crecimiento de productividad laboral que los logrados por nosotros. Entre los factores que impulsan este crecimiento se resaltan el mantener un clima de inversión propicio (el cual se ha deteriorado en los dos últimos años), y el seguir políticas que reasignen los recursos —principalmente el trabajo— de las empresas y sectores de menor productividad a los de mayor. Pero, ¿por qué se necesitan políticas públicas para llevar los recursos a donde sean más productivos?, ¿por qué no funcionan los mercados y hacen que el capital y el trabajo vayan a las empresas que generan más por peso invertido y hora trabajada? 

De los triciclos de carga 

De los triciclos de carga se pensaría que son un vehículo de trabajo anacrónico, quizá sólo utilizados en poblaciones pequeñas y alejadas. Pero siguen vigentes también en nuestras grandes urbes, conducidos por verdaderos activistas económicos que venden tamales, cocos, tacos, nieves y raspados, frituras, y transportan y comercian con todas las mercaderías que puedan caber en estos “humildes cargo bikes mexicanos” como les llama Pablo Pecaro (@pablopecaro) en un magnífico hilo ilustrado publicado en Twitter el 17 de agosto de 2020. Cuestan 13,000 pesos aproximadamente y, con quizá 2,000 más de capital de trabajo, le dan a un microempresario —o al empleado de un microempresario— la posibilidad de ganarse la vida. Gabriel Zaid3, que ha explicado esta paradoja de la modernidad desde hace más de 30 años (en La economía presidencial, 1987), destaca que un trabajador equipado así tiene muy baja productividad laboral, pero muy alta rentabilidad sobre los 15,000 pesos invertidos, tanta que incluso puede endeudarse con agiotistas para comprar más triciclos y acrecentar el negocio. En una gran empresa formal los mismos 15,000 pesos servirán para poco más que pagar los uniformes, el examen médico y el curso de inducción de un nuevo trabajador. Cada asalariado que se contrata requiere una inversión (en maquinaria, instalaciones, inventarios, etcétera) decenas o centenas de veces mayor a la del autoempleado y, aunque lo que produce el segundo es más, no lo es en la misma proporción. Pero a pesar de que lo invertido en el changarro es muy redituable (medido en valor agregado/activos totales) este no crecerá por carecer de créditos y oferta de bienes de inversión pertinente y por sufrir del embate de las autoridades que, a partir de un cierto umbral, lo perseguirán para imponerle gravámenes, contribuciones y trámites que se diseñaron para las grandes empresas. Para Zaid, el alivio de la pobreza y el desempleo no pasa por llevar legiones de trabajadores del sector informal al formal para, con un enorme acervo de capital (que no se tiene ni se puede conseguir), aumentar su productividad y su salario, sino llevar modestas cantidades de capital al sector informal, con una oferta pertinente de microcréditos, bienes de inversión baratos a pequeña escala e insumos adecuados, acompañados de una modificación de las reglas del juego para que el Estado no estorbe su desempeño y dé un trato desigual a los desiguales. De otra manera, un sector informal subcapitalizado “le cuesta a la sociedad un desperdicio de trabajo y capital: de trabajo poco productivo en el sector atrasado, de capital poco productivo en el adelantado. Desaprovecha la oportunidad de mejorar la productividad global del capital y del trabajo” (Zaid en Empresarios oprimidos, p. 251).

De lo opuesto

El planteamiento que realizó Santiago Levy en 2018 sobre la necesaria reasignación de recursos en la economía se contrapone al anterior: el sector formal no crece lo suficientemente rápido como para dar empleos productivos y subir los salarios porque subsidia indirectamente al sector informal. Más que una dicotomía entre empresas grandes formales y pequeñas informales, su tesis propone que la diferencia relevante se da entre aquellas que tienen trabajadores asalariados y las que no. El salario es un pago por el trabajo pactado como una cantidad fija por unidad de tiempo, mientras que los no asalariados están autoempleados o son trabajadores asociados pero no subordinados que comparten utilidades del negocio o ganan por comisión o por unidad de producto o tarea entregada, formas todas de remuneración comunes en microempresas pero que también pueden encontrarse en empresas grandes. La diferencia es fundamental, sostiene, porque las leyes, políticas públicas e instituciones en nuestro país imponen “obligaciones a las empresas sólo cuando contratan trabajadores asalariados. Entre estas están las obligaciones de pagar la seguridad social de los trabajadores, retener los impuestos sobre sus ingresos, y cumplir con las regulaciones sobre el despido” (Levy, 2018, p.16), así como pagar impuestos sobre la nómina a las entidades federativas. Por el otro lado, las empresas con trabajadores no asalariados están exentas de las regulaciones de despido, de retención de impuestos y contribuciones de los trabajadores y de pago de impuestos y contribuciones sociales por contratarlos. Estos últimos, a su vez, están protegidos por instituciones gratuitas de seguridad social (INSABI en vez de IMSS, por ejemplo). Esos servicios, que sólo son gratuitos para los trabajadores y empresas informales, son onerosos para el sector formal. Levy afirma que el sector informal ha crecido en las últimas dos décadas y representa el 90% de las empresas totales, absorbe el 40% del acervo de capital y el 55% del empleo. Este crecimiento de la informalidad (con más precisión: del sector con trabajadores no asalariados) es pernicioso porque la productividad total de los factores (no sólo la del trabajo) es sensiblemente inferior en el sector de trabajadores no asalariados (mayoritariamente informal), lo que se ha traducido en el nulo crecimiento de la productividad de los dos factores de 1996 a 2015 (Levy, 2018). Las empresas sin trabajadores asalariados no tienen incentivos para volverse más productivas y crecer, porque en la mayoría de los casos esto exige contratar trabajadores asalariados. 

“Las empresas sin trabajadores asalariados no tienen incentivos para volverse más productivas y crecer, porque en la mayoría de los casos esto exige contratar trabajadores asalariados.”

El de Levy es más un libro de diagnóstico detallado que de políticas, pero sugiere que para lograr la reasignación de recursos que prescribe se debe de buscar un sistema de seguridad social de calidad único que no discrimine entre trabajadores asalariados y no asalariados, y la legislación que norma los despidos debe ser sustituida por un seguro de desempleo moderno que permita a las empresas reducir su plantilla ante condiciones adversas. Si se vuelve menos caro emplear asalariados, sigue el argumento, más recursos fluirán a las empresas que lo hagan, las cuales serán más productivas y pagarán mejores remuneraciones.

Para no regresar a lo pasado

Las dos tesis, de las cuales no se expone aquí más que esbozos, difieren en mucho, pero coinciden en algo que va contra el pensamiento convencional: no es la falta de capital, físico y humano, el mayor escollo para aumentar la productividad, sino la forma en que se combinan. En la situación actual, en que la pandemia y sus rebrotes afectarán los flujos internacionales de inversión, y ante el riesgo de que la crisis global finalmente contagie a los mercados financieros, es urgente encontrar la forma de ser más productivos con los mismos recursos. 

Como vemos, en México no han faltado ideas novedosas y desafiantes e inteligencia económica para enfrentar analíticamente el estancamiento de la productividad. Se requiere que estas formulaciones —y otras que existen sobre el tema— se actualicen, desarrollen, confronten y difundan. Parafraseando a John M. Keynes, los hombres prácticos necesitan, en la era de escasez que impera, de la influencia de pensadores capaces de ofrecer respuestas diferentes a las ensayadas en los últimos treinta años y en los veinte años anteriores a ellos. EP

1 “El país ocupa el segundo lugar de los 35 países miembros de la Organización para la Cooperación y Desarrollo Económico en términos de horas trabajadas por semana” (Santiago Levy, 2018, p.5).

2 Más allá de ser pioneros en temas que ahora forman parte de la agenda pública —como los microcréditos y la redistribución directa del ingreso en efectivo— los textos económicos de Zaid, breves y elegantes, escudriñan lo complejo y lo iluminan con una sencillez que no es ingenuidad, sino logro intelectual. Para una compilación de sus artículos ver Empresarios oprimidos, DeBolsillo, México, 2010.

Bibliografía y referencias

CONASAMI, Informe Mensual del Comportamiento de la Economía, México, septiembre 2020. 

Dieppe, Alistair, Global Productivity: Trends, Drivers, and Policies, Advance Edition, World Bank, Washington, 2020. 

Grupo Financiero Citibanamex, Perspectiva Semanal (no. 1560), Dirección de Estudios Económicos del Banco Nacional de México, México, 2013. 

Grupo Financiero Citbanamex, Perspectiva Semanal (no. 1908), Dirección de Estudios Económicos del Banco Nacional de México, México, 2014.

Grupo Fianciero Citibanamex, Perspectiva Semanal (no. 745), Dirección de Estudios Económicos del Banco Nacional de México, México, 2020. 

INEGI, Índice Global de la Productividad Laboral de la Economía con Base en Horas Ocupadas, México, 2018. 

INEGI, Encuesta Nacional de Ocupación y Empleo (Nueva edición) (ENOEn), México, 2020.

Levy, Santiago, Esfuerzos mal recompensados: la elusiva búsqueda de la prosperidad en México, Banco Interamericano de Desarrollo (BID), Washington, 2018.

Pecaro, Pablo, @pablopecar, hilo de Twitter del 17 de agosto de 2020: “Mucho se ha dicho estos días acerca de los triciclos, pero… ¿Qué venden y transportan las personas en triciclo?” 

Zaid, Gabriel, La economía presidencial, Editorial Vuelta, México, 1987.Zaid, Gabriel, Empresarios oprimidos, Random House Mondadori, México, 2010.

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