Migraciones hacia Norteamérica en los últimos 25 años

Claudia Masferrer nos ofrece un análisis sucinto sobre los fenómenos y procesos migratorios hacia América del Norte en las últimas décadas, con especial atención a México y Estados Unidos.

Texto de 20/01/25

frontera

Claudia Masferrer nos ofrece un análisis sucinto sobre los fenómenos y procesos migratorios hacia América del Norte en las últimas décadas, con especial atención a México y Estados Unidos.

Tiempo de lectura: 6 minutos

Norteamérica —la región formada por México, Estados Unidos y Canadá— es un espacio con migraciones cada vez más complejas, tanto por la diversificación de orígenes y dirección de sus flujos, como por los factores que las impulsan. México tiene un papel clave en la región, por ser un país de América del Norte, pero también de América Latina, frontera con Centroamérica, y en el cual confluyen movimientos desde, hacia, por y dentro del territorio.

“Norteamérica […] es un espacio con migraciones cada vez más complejas…”

Comprender esta complejidad en las Américas, y de manera comparada con otras regiones en el mundo, es justo lo que motiva al proyecto de investigación MEMO, por su título en inglés, en el cual participamos académicos de El Colegio de México y otras 15 universidades. Y es que en los últimos veinticinco años se ha vuelto cada vez más difícil discernir el papel que han tenido los factores económicos, sociales, políticos, ambientales y demográficos en las migraciones y los desplazamientos de la región, debido, en parte, a las múltiples desigualdades que atraviesan al continente.

Algunos lugares se ven afectados por el desempleo o por crisis económicas, mientras que otros se han degradado social y económicamente debido a la agitación política, la violencia criminal o a diversas formas de conflicto social que tienen implicaciones económicas en sí mismas. La violencia y la inseguridad han motivado desplazamientos forzados internos con importantes efectos económicos y sociales locales, y en algunos casos, como en Colombia y Venezuela, estos tienen impactos demográficos de mayor escala, hecho que a su vez define quiénes migran hoy y quiénes lo harán en el futuro. Factores ambientales y desastres naturales como terremotos y huracanes motivan, también, a algunas personas a desplazarse, y a otros les impiden salir al tener menos recursos económicos que los necesarios para hacerlo.

A lo largo del tiempo, lugares con una tradición e historia de migración internacional han construido redes sociales y migratorias que facilitan los procesos de hacia dónde desplazarse y cómo hacerlo. Las políticas de control, disuasión o facilitación de la migración imponen una capa adicional y significativa sobre cómo y hacia dónde se mueven las personas. Como resultado, la gente se desplaza interna e internacionalmente, por diferentes razones y en diferentes direcciones. Algunos regresan a sus países de origen, otros se quedan varados durante períodos más largos en su viaje hacia un destino inicialmente previsto, y algunos migran por etapas a diferentes países a medida que se enfrentan a restricciones e incertidumbre. Todo esto hace que las trayectorias migratorias de las personas en la región sean también cada vez más complejas.

Uno de los hallazgos del proyecto, hasta ahora, es que las políticas migratorias que muchas veces buscan limitar o controlar la entrada o permanencia de las personas ocasionan desplazamientos hacia otros países de la región. Es decir, las políticas funcionan también como impulsores de la migración, aunque a veces con efectos no esperados. Esto genera desafíos no solo al pensar las causas y motivos clásicos de la migración, sino en concebir las políticas actuales y a futuro.

Las políticas migratorias impactan de manera directa en la vida de las personas y en sus experiencias migratorias: es el caso de los procesos de deportación y las políticas de control migratorio que fuerzan la salida de personas migrantes y sus familiares (muchos de ellos nacidos en Estados Unidos), quienes se vuelven personas deportadas de facto y enfrentan toda clase de desafíos para integrarse a la sociedad mexicana. Pero también de manera indirecta y menos visible, cuando las políticas de integración fallan y las personas migran para evitar caer en situaciones de irregularidad o ante contextos cada vez más adversos. Esto explica, por ejemplo, el aumento importante de personas nacidas en Chile o Brasil de padres nacidos en Haití, o de personas de Colombia y Venezuela que dejaron hace muchos años sus países de origen para vivir en Perú, Chile o Ecuador, y que han llegado, en los últimos años, a solicitar protección internacional en México. De hecho, datos de la Comisión Mexicana de Ayuda a Refugiados (COMAR) muestran que en México hay personas provenientes de casi todos los países del mundo.

Esta noción de la interrelación de los flujos, de las políticas y de las motivaciones en nuestra región no es nueva. Lo que sí hay que resaltar es su importancia. Por ejemplo, sabemos que las guerras civiles y los conflictos internos llevaron a muchas personas de Guatemala, El Salvador, Honduras y Nicaragua a emigrar en la década de los ochenta y noventa, y es de esperarse que esos factores políticos tuvieran también un impacto en las economías que motivaron dichas migraciones. Hoy en día, sin embargo, hay que agregar otros factores: el impacto de la sequía, las inundaciones y los huracanes; el hecho de que hay familias que buscan reunificarse en México o Estados Unidos tras haber tenido que dejar a sus hijos tiempo atrás; las políticas en Colombia, Perú y el resto de América del Sur hacia las personas venezolanas; o los riesgos de la deportación desde Estados Unidos y Canadá, lo que produce movimientos de norte a sur y no únicamente hacia el norte.

En 2020, alrededor de 60 millones de migrantes internacionales vivían en Norteamérica, lo que es equivalente a poco más de uno de cada cinco del stock global de migrantes. De los tres países, Estados Unidos es el que tiene el mayor número de personas migrantes internacionales (50.63 millones, 15 por ciento de su población), seguido de Canadá (8.05 millones, 20 por ciento de su población) y México (1.19 millones, menos del uno por ciento de nuestra población). Es decir, aunque el aumento de personas extranjeras que viven en México —en retorno, en búsqueda de protección internacional o en tránsito— nos hace cuestionarnos si acaso nuestro país puede ser un destino más acogedor e incluyente para personas en movilidad, ni siquiera una de cada cien personas que residen en México nació en el extranjero.

El papel predominante que tiene Estados Unidos como destino migratorio de Norteamérica a veces acapara las discusiones sobre el fenómeno. De igual manera, México muchas veces acapara el foco como país de origen, aunque en Estados Unidos solo uno de cada cinco extranjeros nació en nuestro país. Todavía más, poner el foco en la migración irregular hace que olvidemos muchas veces que la mayoría de los mexicanos vive en Estados Unidos en condiciones de legalidad o es ciudadano estadounidense, pues se naturalizaron tras vivir allá muchos años. La obsesión de muchos por las llegadas y los cruces irregulares deja de lado también que, en Estados Unidos, la mitad de las personas mexicanas en situación irregular está bien establecida e integrada a la sociedad estadounidense, pues ha vivido allá, en promedio, más de 17 años, y que menos del 10 por ciento llegó en los últimos cinco años.

Muchas veces los medios y los políticos estadounidenses, cuando hablan de “eventos” o “encuentros” en la frontera norte, inducen a un equívoco, pues equiparan el número de “eventos” al número total de personas que intentan cruzar. En realidad, una sola persona puede ser aprehendida múltiples veces en sus distintos intentos de cruce irregular o pudo haberse presentado ante las autoridades para solicitar protección internacional después de haber sido aprehendida más de una vez. Otras veces, estos eventos se confunden con deportaciones desde el interior.

En los últimos meses, las conversaciones sobre el posible aumento de deportaciones hacia México y otros países de las Américas ha hecho notar que las migraciones pueden también ocurrir de norte a sur y hacia varios países. Ha implicado que diversas naciones —no solo México— se cuestionen cómo podrían recibir a connacionales si regresan deportados o de manera voluntaria, qué ocurriría si los acompañan o no familiares que pueden ser extranjeros, y si es prudente permitir o no la llegada desde Estados Unidos de personas de otros países. Esto venía ocurriendo desde siempre, pero sin mucha discusión al respecto. La complejidad de las migraciones hacia Norteamérica (y dentro de las Américas) se ve reflejada justamente en los aumentos de las diferentes movilidades.

Es imposible pensar en las migraciones en América del Norte sin ubicarlas en lo que ocurre en todo nuestro continente. Hace un par de décadas, el foco era la migración México-Estados Unidos. Más tarde, varios de nosotros nos enfocamos en estudiar el sistema migratorio de América del Norte y el norte de Centroamérica, y resaltábamos la larga historia que tenían estas migraciones y otros intercambios, producto de vínculos sociales, económicos, históricos y geográficos. Hoy en día, este sistema se ha vuelto más complejo y, conforme los países involucrados aumenten, podemos esperar que los diálogos regionales sean cada vez más necesarios y difíciles de llevarse a cabo.

“la mayoría de los mexicanos vive en Estados Unidos en condiciones de legalidad…”

Varios académicos notamos hace unos años la necesidad de pensar en diferentes escenarios para atender al fenómeno migratorio de la región. Aunque casi todas estas reflexiones siguen vigentes, valga este inicio de año para pensar algunos otros escenarios considerando la complejidad de los flujos, de las relaciones bilaterales y trilaterales de nuestros países, las tensiones internas que muchas veces genera el hablar de personas migrantes —pues la conversación se ve empañada por la xenofobia, el racismo o la discriminación—, así como las comunidades binacionales que nos unen y las personas migrantes mismas. Pensemos en Norteamérica, sí, pero también en las Américas, desde la Patagonia hasta Alaska. EP

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