¿Tener hijos?, ¿en esta economía?

Por medio de este ensayo, la autora se pregunta: ¿qué implica tener hijos hoy para una familia y cómo se ve el futuro para ellos y los demás?

Texto de 01/09/20

Por medio de este ensayo, la autora se pregunta: ¿qué implica tener hijos hoy para una familia y cómo se ve el futuro para ellos y los demás?

Tiempo de lectura: 7 minutos

Los economistas se han preguntado mucho por qué la gente decide tener hijos. En este mundo moderno, es difícil imaginar que los padres podrán recuperar el total de lo invertido en sus descendientes. Los hijos no son un activo; ya no trabajamos todos en el campo como para necesitarlos de mano de obra. Después de darle vueltas al asunto y de hacer la difícil tarea de pensar como seres humanos “normales”, los economistas llegaron a la conclusión que todos ya sabíamos: la gente tiene hijos porque los hace felices, o en lenguaje de economista: “les da utilidad.” 

Aunque tener hijos no sea por el dinero, el aspecto económico determina muchas decisiones y dinámicas al interior del hogar: quién trabaja y cuánto gana, el tiempo que los padres dedican a los hijos, las formas de crianza, las decisiones escolares, entre muchas otras. Más aún, tener hijos no sólo implica sobrevivir el día a día y atender sus necesidades, sino vivir todo el tiempo en el futuro: ¿qué mundo le tocará cuando crezca?, ¿tendrá un buen trabajo?, ¿será una buena persona? ¿le estoy dando las herramientas necesarias para asegurar su bienestar en el futuro? Ahora escribo sobre qué implica tener hijos hoy para una familia y cómo se ve el futuro para ellos y los demás. 

“Más allá de los costos monetarios, tener hijos representa costos de oportunidad importantes, sobre todo para las mujeres. Las labores de cuidado y del hogar —la crianza en general— recaen desproporcionadamente sobre las mujeres.”

Determinar cuánto cuesta un hijo es complicado porque se puede criar a un hijo con distintos presupuestos y prioridades, y no todos los costos son medibles. Uno de los enfoques más populares es determinar los productos y servicios que se necesitan en cada etapa de crecimiento e investigar sus costos en el mercado. Por ejemplo: algunas estimaciones según la Revista del Consumidor eran que en 2018, un embarazo y parto costaban entre 16 mil y 50 mil pesos y que tener un hijo desde su nacimiento hasta los 18 años cuesta entre 2.6 y 2.9 millones de pesos. Para muchas familias mexicanas, estas estimaciones implicarían dedicar todo su ingreso a los gastos de su hijo; para otras, estos números apenas cubrirían sus colegiaturas y actividades extracurriculares. 

Otra forma de estimar el costo de los hijos es comparar los patrones de gasto de familias similares con y sin hijos. Si utilizamos información de la Encuesta Nacional de Ingreso y Gasto de los Hogares para comparar familias con la misma cantidad de adultos, niveles de ingreso similares y en el mismo tipo de localidad (urbana o rural), encontramos que, en promedio, los hogares con hijos sí gastan más en comparación con los que no tienen. El problema con estos cálculos es que es imposible separar gastos de los hijos de los gastos de los demás miembros del hogar. Además, estos costos adicionales no representan el total del costo de tener hijos; otra parte de los gastos proviene de sustituciones en otras categorías al interior de cada familia. Por ejemplo, los hogares con hijos gastan menos en alimentos fuera del hogar y en esparcimiento, al mismo tiempo que gastan más en educación y alimentos dentro de casa. 

Más allá de los costos monetarios, tener hijos representa costos de oportunidad importantes, sobre todo para las mujeres. Las labores de cuidado y del hogar —la crianza en general— recaen desproporcionadamente sobre las mujeres. Así, la maternidad casi siempre significa que las mujeres adquieren una responsabilidad enorme en términos del tiempo que hay que dedicar a las labores de cuidado, en comparación con el padre, cuya participación suele ser mucho menor. Además, en esta economía, el ingreso laboral de las mujeres es esencial para las familias; los hijos dependen de él casi tanto como dependen de la atención y cuidado incondicional de las madres.

La imposición de maniobrar dos responsabilidades titánicas, trabajar y criar a los hijos, no sólo tiene efectos adversos en las carreras profesionales de las mujeres, sino en el bienestar del hogar en general. Un estudio reciente realizado por Eva Arceo-Gómez, Sandra Aguilar-Gómez y Elia de la Cruz Toledo encuentra que, en México, la maternidad ocasiona una caída del 30% de la participación laboral remunerada femenina: a un año de tener a su hijo, 3 de cada 10 mujeres abandonarían el trabajo remunerado. Las mujeres pasan de dedicar 10 horas a la semana a labores de cuidados, mientras que antes de tener hijos dedicaban la mitad del tiempo. En contraste, los hombres con hijos sólo dedican dos horas en promedio a las labores de cuidado, siendo que antes de tenerlos dedicaban una hora. Esto se traduce en una mayor brecha entre las horas que los hombres trabajan en comparación con las mujeres. El resultado es peor para todo el hogar: el ingreso total disminuye entre 5% y 12%. 

Un deseo compartido entre hogares de todos niveles de ingreso es que sus hijos tengan mejores condiciones de vida a las que tuvieron sus padres y que puedan asegurar su futuro. Esta aspiración tiene como consecuencia que muchos padres sacrifiquen su bienestar y hagan esfuerzos enormes para ofrecer las mejores oportunidades posibles a sus hijos. Una muestra de ello es que los hogares a lo largo de toda la distribución del ingreso destinan una parte importante al gasto en educación. Podemos observar que la proporción del ingreso que destinan a la educación es muy parecida entre los hogares más pobres y los más ricos. Sin embargo, esto significa que lo que gastan en educación las familias de menores ingresos es en promedio menos de tres mil pesos al año mientras que las de mayores ingresos gastan en promedio 24 mil pesos: ocho veces más. 

A pesar de la voluntad de los padres por hacer sacrificios que impacten positivamente el futuro de sus hijos, las inversiones educativas parecen no ser suficientes. Según estimaciones con base en la Encuesta Nacional de Ocupación y Empleo, 24% de los jóvenes de entre 18 y 29 años no estudian ni trabajan; 18% de estos jóvenes tienen educación superior completa. Incluso para quienes terminan una carrera y logran conseguir un empleo, el salario promedio mensual es de $6,446 pesos para jóvenes de 18 a 21 años; $8,419 pesos para 22 a 25 años; y $9,483 para 26 a 29. 

Desafortunadamente, el impacto del esfuerzo que pueden hacer los padres es limitado porque la desigualdad de oportunidades es rotunda y esto impacta las posibilidades de movilidad social de forma negativa. De acuerdo con el CEEY, 74 de cada 100 mexicanos que nacen en los hogares de menores ingresos no logran superar la condición de pobreza. En términos de riqueza, la persistencia en los extremos de la distribución económica es alta: 47% de los hijos nacidos en el 20% de los hogares más desaventajados permanece ahí en su vida adulta, mientras que 54% de los del extremo opuesto, el 20% más aventajado, permanecerán ahí toda su vida. Estos resultados son más desalentadores para las mujeres, las personas de tono de piel oscuro y para los que nacieron en el sur del país. 

El futuro para los niños y bebés de hoy es incierto. Además del cambio climático que viene y sobre el que decidí no desarrollar aquí para no mostrar más tragedia, la amenaza de la automatización está latente. Un documento de investigación del Banco de México estudia la magnitud del riesgo de automatización para el mercado laboral mexicano y encuentran que hasta dos tercios del empleo en el sector formal estaría en riesgo de ser reemplazado.

A pesar de todo esto, muchos adultos de generaciones anteriores critican a mi generación por pensarla dos veces antes de tener hijos: dicen que somos irresponsables. Parece que ignoran que el mundo y el futuro se ven muy distintos que el de ellos cuando tenían nuestra edad. Mis padres a mi edad (23 años) ya estaban casados, tenían trabajos estables, nómina asegurada y buenas prestaciones; ya habían comenzado a pagar el terreno de nuestra casa. Ahora están recibiendo sus pensiones; muchos de mi generación ni por asomo van a ver las suyas. Ni hablar del mundo de mis abuelos, quienes tenían un pedazo de tierra y unos cuantos animales en una comunidad rural de Sinaloa y pudieron mandar a sus siete hijos a la universidad. 

Un documento de investigación del Banco de México estudia la magnitud del riesgo de automatización para el mercado laboral mexicano y encuentran que hasta dos tercios del empleo en el sector formal estaría en riesgo de ser reemplazado.”

La intención de este texto no es plantear un futuro catastrófico para los valientes que deciden tener hijos: la intención de juntar todas estas consideraciones es señalar la vulnerabilidad del sustento de muchos mexicanos y cómo la amenaza de quedarse sin ingresos, ahora más visible que nunca por la pandemia, impide el libre desarrollo de las familias. No puedo evitar pensar que tener hijos en esta economía significa ansiedad y estrés increíble para muchos padres que tienen que hacer esfuerzos sobrehumanos para garantizar las necesidades más básicas de sus hijos. Pero tampoco puedo evitar pensar que no tendría por qué ser así. 

No tendríamos por qué equiparar el valor de las personas y su derecho a una vida digna con su capacidad para generar ingresos o valor económico. Para esto necesitamos un sistema de protección social universal, para que perder un trabajo no signifique dejar de comer o para que enfrentar una emergencia de salud no implique caer en situación de pobreza. Necesitamos una política educativa incluyente y un mercado de trabajo efectivo y no discriminatorio para que el futuro de los hijos no esté determinado por las condiciones de sus padres. Pensar en tener hijos implica necesariamente considerar el futuro, pero también decidirse a luchar por cambiarlo. EP

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