#Tablerointernacional: Ucrania y el Medio Oriente; el Sur global en la mesa del G7 y México en el G7

Este mes, la reflexión del Grupo México en el Mundo analiza tres temas relevantes en el panorama internacional.

Texto de , & 26/06/25

Este mes, la reflexión del Grupo México en el Mundo analiza tres temas relevantes en el panorama internacional.

Ucrania y el Medio Oriente: la gran fisura de la alianza atlántica

Con la creación de la Organización del Atlántico Norte (OTAN), en 1949, entre Estados Unidos, Canadá y varios países de lo que entonces se conoció como Europa Occidental (aunque Turquía se incorporó en 1952 y la entonces República Federal Alemana en 1955), se creó una alianza de seguridad transatlántica que fue crucial para el equilibrio bipolar de la Guerra Fría y que se expandió hasta abarcar 32 países una vez que la Unión Soviética implosionó. La OTAN ha actuado como el principal marco de entendimiento político-estratégico entre Estados Unidos y la mayoría de los países europeos bajo el cual prosperaron los vínculos comerciales y financieros transatlánticos. La última expansión de la alianza fue entre 2023 y 2024, cuando Finlandia y Suecia, que hasta entonces habían sido considerados como países neutrales, se incorporaron como consecuencia de la invasión rusa a Ucrania, en febrero de 2022. Aunque la OTAN, como bloque, no ha apoyado la resistencia de Volodímir Zelenski a la invasión del ejército ruso, varios de sus miembros lo han ayudado aportando logística militar y material de guerra. Hasta antes del regreso de Trump a la Casa Blanca, la posición de sus miembros fue exigir la salida del ejército ruso de las zonas ocupadas y la restitución de las fronteras históricas (lo que incluye la península de Crimea) del país invadido. 

Con el regreso de Trump, Estados Unidos inició un revisionismo discursivo sobre la crisis ucraniana que abrió una primera fisura en la alianza atlántica, que se ha profundizado con el ataque de Israel a Irán, a partir del 13 de junio pasado, y que ha alcanzado nuevas dimensiones con el bombardeo de fuerzas estadounidenses a tres de las instalaciones nucleares de Irán, el 21 de este mes.

Al llegar nuevamente a la presidencia, Trump prometió resolver la crisis ucraniana en cuestión de días. Para ello, cambió radicalmente la narrativa oficial que había hasta entonces condenado la invasión por parte de Rusia y literalmente emboscó a Zelensky, en una entrevista histórica en el Salón Oval, en la que prácticamente lo obligaba a aceptar un arreglo desfavorable para su país: tenía que reconocer que no contaba con las “cartas” para conseguir la restitución total de su territorio. Esto significó un golpe a la posición europea, que hasta entonces había considerado que el futuro de la seguridad del Viejo Continente estaba en la manera en que se resolviera la guerra en Ucrania. Además, cuando Trump borró de su discurso que Rusia había sido el invasor, los aliados europeos lo tomaron como un espaldarazo a Putin, con el fin de negociar bilateralmente un cese a las hostilidades sin tomar en cuenta los intereses de los miembros europeos de la OTAN.

La segunda crisis estalló durante la cumbre del G7 que tuvo lugar en Alberta, Canadá, el pasado 16 y 17 de junio. Durante el único día que Trump estuvo en el encuentro, aprovechó para reprochar, en su estilo ya muy distintivo, la salida de Rusia del bloque y las diferencias manifestadas por países de la Unión Europea (la presidenta de la Comisión Europea también forma parte del bloque), sobre todo Francia, en la manera de encarar los dos frentes de guerra que amenazan con desestabilizar al mundo. En efecto, Emmanuel Macron, que ha fungido como portavoz de la posición de la mayoría de los países de la Unión, subrayó la urgencia de un cese al fuego, tanto en Ucrania como en el Medio Oriente, con objeto de obligar a Irán a respetar el acuerdo de supervisión nuclear pactado con su país, Alemania, China, Estados Unidos (del que Trump se salió en 2018), Inglaterra y Rusia en 2015.

Sin embargo, al final del primer día de sesiones, Trump anunció su regreso a Washington, cancelando sus reuniones del día siguiente (entre ellas una con Zelenski), no sin desacreditar a Macron, a quien acusó de no entender lo que estaba en juego en la coyuntura actual, para después arremeter contra todo el foro, del que no se podían obtener resoluciones de importancia, según él, sin incluir a Rusia y eventualmente a China. La razón por la que Trump precipitó su regreso fue justamente para anunciar que el periodo para llegar a un acuerdo con Irán sobre su programa nuclear había terminado, y que Estados Unidos estaba considerando apoyar a Israel en sus ataques armados a las instalaciones nucleares iraníes. Semejante posición evocaba el regreso de la “guerra preventiva” iniciada por George Bush contra Irak, en 2003, a la que tanto México como Francia se opusieron en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas. Dicha noción de guerra no solo ha violentado la Carta de las Naciones Unidas, sino que ha hecho más compleja la estabilización y pacificación de Medio Oriente. A pesar de los esfuerzos de mediación que Francia, Alemania e Inglaterra hicieron en Ginebra, días después, entre los representantes estadounidenses e iraníes para impedir una escalada, Washington decidió bombardear, de manera totalmente unilateral, tres instalaciones nucleares de Irán, con bombas que solo Estados Unidos tiene para destruir el búnker ubicado en la central de Fordo. Con dicho bombardeo, la alianza atlántica llega al momento más crítico de su historia, cuyo desenvolvimiento futuro aún es incierto.

El Sur global en la mesa del G7

A seis meses de la llegada de la segunda administración Trump, Canadá aprovechó su condición de anfitrión y organizador del G7 para enfrentar con una hábil diplomacia de equilibrista las actuales tensiones geopolíticas, las fuertes tendencias proteccionistas, las numerosas discrepancias sobre la gobernanza global y, en particular, la andanada de presiones bilaterales de Estados Unidos. Un gesto notable fue haber invitado a la reunión de este selecto foro de concertación política establecido en 1975 por las grandes economías occidentales que controlan 45 % del PIB mundial, a siete países del Sur global (Arabia Saudita, Brasil, Corea del Sur, India, Indonesia, México y Sudáfrica), además de Australia y Ucrania. La lista de invitados especiales dice mucho acerca de la intención canadiense de buscar equilibrios temáticos y regionales para contrapesar las evidentes fracturas al interior de la Alianza Atlántica y redirigir las discusiones hacia los temas de su mayor interés (resiliencia climática, minerales críticos e innovación en IA).

A fin de evitar que el encuentro amplificara las ostensibles diferencias dentro del G7 y terminara sumando más problemas que acuerdos, el primer ministro canadiense Mark Carney en lugar de seguir la ruta tradicional de negociar una declaración final, concentró sus gestiones diplomáticas en lograr seis declaraciones temáticas distintas. Un enfoque práctico y realista de acuerdos mínimos y geometría variable en un mundo al rojo vivo y desordenado por el talante disruptivo y revisionista de Estados Unidos bajo el gobierno de Trump. El que, a diferencia de reuniones anteriores del G7, no haya habido un comunicado conjunto deja al descubierto la pérdida de relevancia del foro. Precisamente la presencia de varias de las economías emergentes más importantes refleja tanto el interés canadiense por abrirse camino en el Sur global donde tiene posiciones convergentes en foros multilaterales, como la búsqueda por parte de estos países de contar con más voz y peso en las decisiones globales. Cada uno llegó a la reunión con su agenda propia y mejor o peor equipado para avanzarla.  

India bajo el liderazgo de Modi ha venido haciendo lo posible por acercarse a Occidente para balancear eficazmente a China y Rusia dentro de los BRICS y proyectarse como vocero y líder de intereses de los países en desarrollo. Por estas razones, está particularmente interesada en el G7 incluso más que en el G20. Sostuvo reuniones oficiales con Alemania y Francia, y con México y Corea del Sur para empujar una agenda centrada en comercio, inversión, empresas emergentes, ciencia y tecnología e intercambio educativo. La asistencia de Modi también fue significativa porque se produjo en un momento clave para la relación bilateral con Canadá tras dos años de crisis diplomática por las acusaciones del gobierno de Trudeau sobre la presunta implicación de agentes indios en el asesinato del líder separatista sij Hardeep Singh Nijjar en Columbia Británica en 2023. En el marco del G7, Carney y Modi lograron cerrar el capítulo de su diferendo diplomático, acordaron el retorno de sus respectivos embajadores, el restablecimiento de servicios interrumpidos para ciudadanos y empresas de ambos países y retomar negociaciones para acuerdos comerciales y de cooperación económica.

La participación de Brasil en el G7 tuvo un fuerte tinte multilateralista que refleja su activo papel como nodo de encuentros y negociaciones globales a lo largo de 2025 (G20, BRICS, COP30 y Horasis Global Meeting). En su discurso, Lula abogó por devolverle a la ONU su papel protagónico en la resolución de conflictos mundiales, criticó la escalada militar de Israel en Gaza argumentando que nada justifica “la matanza indiscriminada de miles de mujeres y niños ni el uso del hambre como arma de guerra” y llamó al diálogo para un cese al fuego inmediato en Ucrania sin dejar de condenar la violación rusa de la integridad territorial ucraniana, y se centró en destacar el papel global de Brasil en seguridad energética, energías limpias, temas climáticos y minerales estratégicos. Por segunda ocasión en un G7, Brasil evadió concretar la cita agendada con Zelenski por iniciativa del presidente ucraniano. Un paso al lado de cualquier rol de mediación o acompañamiento directo hacia la pacificación.

El estreno de México en el G7

Para México, el guiño surglobalista canadiense y la invitación que le tendió Carney a la presidenta Claudia Sheinbaum fue particularmente valiosa. Un gesto que agradecer: le abrió un abanico de oportunidades en distintos frentes como la posibilidad de gestionar la tan postergada primera reunión cara a cara entre Sheinbaum y Trump en un terreno neutral y con un formato controlado; de llevar a cabo reuniones con círculos empresariales y financieros para aminorar la desconfianza y dudas en el ambiente de negocios que abrió la reforma judicial; y, no menos importante, de recomponer la relación con Canadá de cara al proceso de revisión del TMEC tras años de distanciamiento y negligencia mutua por una serie desencuentros acumulados en materia de comercio, inversiones, medio ambiente, migración y requisitos de visas. La presencia de la presidenta mexicana en Kananaskis junto con los secretarios de Relaciones Exteriores, Economía y Seguridad, fue un paso en la dirección correcta hacia una política exterior más asertiva después de los seis años de ausentismo, desinterés y descuido internacional de su predecesor. 

Aunque el debut de la presidenta Sheinbaum en el G7 redundó en el fortalecimiento de su reputación internacional y en el anuncio de un reacercamiento con Canadá en aras de una próxima reunión trinacional, los resultados obtenidos se quedaron cortos respecto de las oportunidades que ofrecían a la diplomacia mexicana las distintas pistas del encuentro en Kananaskis. El plato fuerte del encuentro con Trump no se concretó por el retiro intempestivo y descortés del presidente estadounidense para atender la escalada de la guerra no declarada entre Israel e Irán. Se trató de un desaire al país anfitrión y sus invitados; para México, una oportunidad perdida sin mayores costos que fue rápidamente sustituida por una octava conversación telefónica entre ambos mandatarios. Se mantienen, así, las asimetrías y deficiencias en cuanto al nivel y la calidad de la interlocución bilateral entre México y Estados Unidos.

Hubo otras razones de diversa índole que impidieron que México aprovechara suficientemente las oportunidades bilaterales y multilaterales en un momento en el que es urgente encender motores de crecimiento económico. En primer lugar, la tardanza mexicana en aceptar la invitación generó desconcierto en los círculos políticos y económicos canadienses y mostró las divisiones e indefiniciones dentro del gobierno morenista sobre cómo mover las fichas de México en los tableros bilateral, trilateral y multilateral. A la aceptación tardía, se sumó la decisión de la presidenta de viajar en vuelo comercial lo que redujo las posibilidades de agendar reuniones bilaterales con países clave para México, sobre todo en materia económica, comerciales y de inversiones, aunque los encuentros uno a uno con Canadá, Alemania, la Comisión Europea, India y Brasil al igual que su participación en la Canadian Business Council fueron importantes y productivos.Por último, varios factores generan dudas respecto de qué tan lejos podría volar la diplomacia mexicana en su aún lento regreso a los foros y escenarios internacionales. Quizá el más importante es el continuo debilitamiento de los instrumentos de la diplomacia profesional asestada por los recortes de presupuesto y, sobre todo, por numerosos nombramientos de cónsules y embajadores en posiciones clave en función de lealtades personales, afinidades ideológicas y componendas políticas. ¿Quién conducirá, gestionará, aterrizará y sostendrá los acuerdos anunciados por la presidenta en esta gira? ¿Hay capacidad para retejer y recomponer la relación con Canadá con la habilidad y la urgencia que requiere la renegociación del TMEC? EP

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