
Este mes, la reflexión del Grupo México en el Mundo analiza tres temas relevantes en el panorama internacional.
Este mes, la reflexión del Grupo México en el Mundo analiza tres temas relevantes en el panorama internacional.
Texto de Guadalupe González, Isidro Morales & Susana Chacón 21/05/25
Este mes, la reflexión del Grupo México en el Mundo analiza tres temas relevantes en el panorama internacional.
El impacto del llamado “Día de la Liberación”, decretado por Trump el 2 de abril, cuando anunció su paquete de aranceles de todo tipo y monto tanto a aliados como rivales, se ha resentido más en los mercados financieros y de inversiones que en las relaciones comerciales. Esto ha sido así debido a que a los pocos días de haber impuesto los aranceles, Trump empezó a modificarlos con excepciones y pausas de todo tipo, sobre todo los llamados “recíprocos”. Sólo con China llegó al extremo de subirlos al 145 %, a lo cual Pekín reviró con uno del 125 %. Sin embargo, el 11 de mayo ambos países llegaron a un nuevo acuerdo, negociado en Ginebra en un clima en el que imperaba más la cordialidad que la competencia, mediante el cual los aranceles se reducían drásticamente al 30 % por parte de Estados Unidos y al 10 % por parte de China.
El acuerdo, que podría fungir como un primer entendimiento para negociar futuras concesiones, logró calmar los mercados globales y desplazar el ala radical del equipo de Trump, liderado hasta ahora por Peter Navarro. El objetivo de esta ala maximalista es reducir drásticamente el déficit comercial estadounidense, principalmente frente a China. Con los niveles tan altos a los que llegaron los aranceles antes del acuerdo del 11 de mayo, quizás Washington lo hubiera logrado, pero a costa de una gran recesión con inflación que se hubiera traducido en una crisis social y política que los republicanos pagarían en las urnas en las elecciones intermedias del 2026. El ala moderada, consciente de los estragos que ocasionaría normalizar una guerra comercial, tendrá ahora que convencer a Trump de que el fin último de la ofensiva comercial no es tanto la reducción del déficit, sino la apertura del mercado chino y, en general, del asiático, a las inversiones y operaciones de las compañías estadounidenses.
Trump nos quiere hacer olvidar que fue Washington quien integró a China en la geopolítica global, cuando sustituyó a Taiwán por la República Popular como miembro permanente del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, en 1971. Desde entonces, China y Estados Unidos fueron estrechando sus lazos, pues encontraron intereses comunes a pesar de las grandes diferencias que los separan en sus modelos organizativos, tanto en lo social, lo político y lo económico. Dicho acercamiento fue clave para evitar un fortalecimiento del bloque socialista durante la Guerra Fría, pero también fue crucial después de la implosión de lo que fue la Unión Soviética, cuando Washington impulsó su estrategia de globalización bajo la narrativa neoliberal. China aprovechó entonces la oportunidad para impulsar una estrategia de crecimiento de largo plazo anclada en la exportación manufacturera, mientras que las compañías estadounidenses y occidentales, en general, se beneficiaron de los insumos baratos provenientes del dragón asiático para elevar su competitividad en los mercados entonces considerados globales. La historia es ya muy conocida, China se convirtió en el primer socio comercial de Estados Unidos, desplazando a Canadá, Japón y México como sus proveedores más importantes. Hasta el fin de la segunda administración Obama, China seguía siendo considerado como un jugador global con el que Estados Unidos compartía intereses comunes, a pesar de sus grandes diferencias.
Desde su primer mandato, fue Trump quien hizo de China el gran enemigo, explotando la frustración que muchas de las corporaciones estadounidenses habían acumulado por no haber aumentado sus inversiones y presencia comercial en la economía china, cuyo crecimiento per cápita creció 5.5 % anual desde 1990 hasta 2023, el mercado en expansión más jugoso de los últimos 30 años. Resalta, sin embargo, que, de acuerdo con cifras de la Oficina de Análisis Económico de la Unión Americana, la inversión directa estadounidense acumulada en la potencia asiática haya aumentado del 1.49 % del total en 1990, a tan solo 2.3 % en 2023. Durante esos años, el grueso de las inversiones estadounidense se concentró aún más en Europa y en el Pacífico Asiático (sobre todo Singapur).
Lo que en todos esos años las compañías estadounidenses esperaban de la simbiosis comercial con China, era precisamente aumentar su presencia en un mercado de rápida expansión y de gran potencial. Como miembro de la Organización Mundial del Comercio (OMC) desde 2001, se esperaba que China asimilaría progresivamente la agenda corporativa impulsada por Washington para garantizar la presencia de sus empresas. El resultado fue lo contrario. Desde que Xi Jinping empezó a impulsar su Iniciativa de la Ruta y el Camino, las compañías chinas, públicas y privadas, empezaron a expandirse por todo el mundo con el fin de garantizar su acceso a materias primas y minerales críticos, a cambio de ofrecer tecnologías y manufacturas de punta para la era de la electromovilidad. Con semejante éxito, ahora China se presenta como la impulsora del “libre comercio” ante el embate proteccionista de Trump.
Más que buscar la reducción del déficit comercial, Washington debería enfocarse en utilizar el arma arancelaria y la variedad de instrumentos que aún tiene a su disposición, para relanzar un nuevo esfuerzo de apertura del mercado del gigante asiático para sus empresas. Pero tendrá que renunciar a que esto se haga con la misma medicina que intentó aplicar durante la época dorada de la OMC. Habrá más bien que reconocer que hay otras maneras de competir en los mercados regionales e internacionales, y que estas nuevas reglas deberán reflejar la pluralidad de los miembros del organismo multilateral. Para que esto suceda, habrá quizás que esperar a que Trump termine su último periodo.
Lo que hemos visto estas últimas semanas en la relación bilateral nos habla de una falta de cooperación entre México y Estados Unidos, particularmente en materia de seguridad. Las cosas están cada vez más tensas y se vive un doble juego. Por un lado, el director del FBI, Kathy Patel, compara la relación que tienen con Canadá y cómo difiere de la que tienen con México. En la primera, acusa el que los canadienses no hayan frenado la entrada de fentanilo por su frontera norte, mientras que aprueban la forma en que se han reducido los cruces por su frontera con México y aplauden el número de militares mexicanos que están conformando realmente un muro de contención. Por el otro, Trump al hablar con la presidenta, le “ofrece” que entren militares estadounidenses a México para acabar con el crimen organizado y públicamente dice que la presidenta tiene miedo de los cárteles y que no quiere atacarlos. Ella, por su parte, rechaza esa ayuda y se envuelve en el discurso de soberanía nacional. No obstante, los mensajes de Trump son otros. Como lo hemos dicho en anteriores colaboraciones, lo que quiere es que le entregue, no a capos encarcelados sino a funcionarios de gobierno y a empresarios que son parte del crimen organizado y responsables de favorecer la labor criminal no sólo con abrazos, no balazos sino que están totalmente coludidos. Esto pone entre la espada y la pared a la presidenta ya que no quiere entregarlos. Acto seguido, los estadounidenses comienzan a actuar unilateralmente y sin preguntar al gobierno mexicano. No lo hace directamente Trump, pero sí las diferentes agencias de inteligencia y responsables de la frontera como la DEA, el FBI, ICE y CBP así como los respectivos Departamentos. No sólo el Departamento de Estado, sino también el de Justicia, Seguridad Nacional y Seguridad Interna.
En estas semanas hemos visto actos que nunca antes se habían dado en la relación bilateral. En primer lugar le quitan la visa a la gobernadora de Baja California y a su esposo por estar abiertamente coludidos. Lo mismo hacen con el alcalde de Matamoros, y también aparece una lista larga con los nombres de otros gobernadores, funcionarios del gabinete de Sheimbaum muy ligados a López Obrador, representantes del Senado y Cámara de diputados entre muchos más. Se habla de que no sólo a ellos se les revocará la visa sino también a miembros de sus familias que se han beneficiado de los lazos con el crimen. Al mismo tiempo, aplazan los acuerdos a los que han llegado en la Corte de Chicago con Ovidio Guzmán López y al menos 17 miembros de su familia son llevados y resguardados por el FBI a territorio estadounidense. Empezando por su mamá, Griselda —la segunda esposa del Chapo Guzmán y a la que mayor confianza le tuvo siempre y quien ha sido la más importante de sus tres esposas—. Esto representa un nuevo quiebre dentro de los Chapitos que sin duda tendrá consecuencias en su guerra contra los Mayos, ya que cada vez están siendo más debilitados. De lo anterior no dieron tampoco aviso al gobierno mexicano.
Por otra parte, aparece en diarios y medios mexicanos una imagen de un operativo con agentes de ICE en territorio mexicano para desmantelar varios laboratorios de fentanilo. Lo que esto ocasiona como un acto de incursión directa, desestabiliza a Palacio Nacional y la Embajada de EUA en México tiene que salir a apoyar a la presidenta Sheimbaum aunque no desmienten el que hayan participado en el operativo. Es claro que actúan unilateralmente. No ha parado tampoco la incursión de drones en varios estados y Trump ha incrementado también el número de militares asignados a su frontera con México. Sus buques de guerra siguen alertas tanto en el Pacífico como en el Atlántico. Falta mencionar no sólo el tráfico de drogas sino los alcances del huachicol durante este sexenio con sus dos direcciones: de México a Estados Unidos y viceversa. El huachicol no se queda necesariamente en Estados Unidos: de ahí es vendido en muchos países como el caso de la India por lo que las ganancias que reciben tanto funcionarios como criminales son mayúsculas. El que llega a México no paga impuestos e igualmente las ganancias son un fraude mayor.
Cerramos la semana del 18 con dos muy graves sucesos: el asesinato en Tlaquepaque de dos colaboradores mexicanos del gobierno estadounidense en la formación de cuadros militares y de inteligencia, lo que corresponde a un mensaje tanto para la secretaría de seguridad de Jalisco como para el de Estados Unidos. Y, lo último, el choque del buque Cuauhtémoc con el puente de Brooklyn en Nueva York. Este representa la incapacidad del gobierno de México, de SEMAR y de la SRE, de coordinar sin negligencia el plan de llegada y/o salida del buque a Manhattan. Sin Cónsul general en la ciudad, difícilmente se planearon los escenarios de riesgo posibles que hubiera evitado el evento. Se dañó la imagen de México y significa el mal manejo gubernamental. Todo lo anterior sucede en el contexto de la llegada del nuevo embajador Ronald Johnson al país el pasado jueves 15 de mayo para presentar sus cartas credenciales a Sheimbaum el lunes 19. Recordemos que su perfil no es el de un diplomático del Departamento de Estado, sino el de un agente de inteligencia con asignaciones en países que los estadounidenses consideran fallidos. Las presiones en contra de la relación del gobierno mexicano y el crimen organizado, apenas comienzan. Lo visto estas últimas semanas no es más que el principio y la bienvenida a la llegada de Johnson. Se abre el telón.
Mientras que en el arranque de su segundo mandato Donald Trump patea el tablero comercial mundial en todas direcciones desordenando todas sus fichas, el líder del rival estratégico de Estados Unidos, Xi Jinping, aprovecha la oportunidad de la IV reunión ministerial del Foro CELAC-China (FCC) en Beijing para profundizar su diplomacia de cortejo a la región de América Latina y el Caribe. El contraste entre ambos estilos de proyección de poder en la región no podía ser mayor. China llega a la cita birregional cargada de zanahorias y con una narrativa cooperativa de defensa del multilateralismo, en tanto Estados Unidos busca recuperar el control de su zona de influencia inmediata con un arsenal de garrotes y amenazas bilaterales ignorando por completo los espacios y acuerdos del sistema interamericano.
En su calidad de país anfitrión, China anunció una línea de crédito de $9.2 billones de dólares para apoyar proyectos de desarrollo en la región sobre todo en sectores estratégicos como energías limpias, inteligencia artificial e infraestructura. Aunque se trata de una zanahoria financiera menos jugosa a los $20 billones de dólares que ofreció China en 2015 cuando inició el FCC, lo significativo es que ocurre en plena guerra arancelaria con Estados Unidos, en un momento de máxima presión por parte de Estados Unidos sobre los países de América Latina para que restrinjan sus vínculos económicos con China y, al mismo tiempo, que Trump mira hacia otras latitudes en una gira por los países del Golfo con una cara mucho más amable de la que, hasta ahora, ha dado hacia América Latina y el Caribe.
El discurso inaugural de Xi Jiping estuvo repleto de críticas indirectas a Estados Unidos con la intención de mostrarse como una alternativa a las políticas unilaterales, proteccionistas y coercitivas. La asertiva diplomacia de China en América Latina se finca en un menú cada vez más amplio de instrumentos de poder suave, como quedó plasmado en el Plan de Acción Conjunto (2025-2027) que abarca temas de desarrollo, finanzas, inversión, economía, infraestructura, agricultura, alimentación, salud, innovación tecnológica, energía, recursos estratégicos, movilidad laboral, diálogos de civilizaciones, intercambio cultural, educativo y académico, cooperación en seguridad global y ciberseguridad, cambio climático, gestión de desastres naturales e impulso a una reforma amplia de la arquitectura multilateral global.
En Beijing, la CELAC volvió a mostrar las fracturas ideológicas que dividen a la región y que limitan su capacidad de articular iniciativas conjuntas para navegar en las turbulentas aguas de la competencia sinoestadounidense y capitalizar, con pragmatismo, las oportunidades que ofrece la reconfiguración de las cadenas globales de valor. Las estrategias latinoamericanas de política exterior y de inserción económica internacional están bajo fuerte presión por el agresivo ascenso del nacionalismo económico y del proteccionismo liderado por Trump y su proyecto MAGA. Así que, en esta última reunión CELAC-China, los países latinoamericanos ponen a prueba sus cartas y exploran sus opciones.
Los tres jefes de estado latinoamericanos que asistieron a la reunión CELAC-China —Lula, Petro y Boric— lo hicieron por razones distintas y sin ningún tipo de coordinación entre ellos. La presencia del presidente colombiano obedece a que Colombia tiene la presidencia pro tempore de la CELAC y el interés por explorar espacios de autonomía relativa frente a Estados Unidos, aunque con una diplomacia presidencial arriesgada y poco profesional. Petro aprovechó la cita en Beijing para firmar el acuerdo de cooperación para la adhesión de su país a la Iniciativa de la Franja y la Ruta, lo que provocó una dura reacción del Departamento de Estado y eventuales represalias o sanciones económicas. Por su parte, el juego de Brasil es muy distinto no sólo por ser la primera economía de la región sino, sobre todo, por el papel tan activo que ejerce dentro del Sur Global. En su visita a China, Lula tuvo una agenda apretada de reuniones bilaterales y se prepara para asumir la presidencia de los BRICS, del Mercosur y de la COP 30. En el caso de Boric, el fortalecimiento de la relación económica con China es parte de una política de no alineamiento activo y de ampliación de oportunidades de inversión y comercio.
Del otro lado del espectro ideológico, la Argentina de Milei optó por ser el negrito en el arroz del diálogo birregional al no participar en la plenaria ni adherirse a la declaración final. El gobierno argentino está recalibrando la relación con China como corolario de su búsqueda de una relación especial con Estados Unidos, lo que ha llevado a la postergación de iniciativas de cooperación en materia energética, tecnológica y aeroespacial. Aunque se trata del momento de mayor distanciamiento en las relaciones con China en cinco décadas, China continúa manteniendo los acuerdos financieros tan vitales para la economía argentina como el swap de monedas y su activa diplomacia a nivel subnacional y local. En los meses por venir veremos cómo China y Estados Unidos miden sus fuerzas en América Latina y hasta dónde las diplomacias latinoamericanas se adaptan a un entorno de creciente fragmentación de la economía global. La clave está en combinar capacidades diplomáticas profesionales con una fuerte dosis de visión estratégica sin miopías ideológicas. EP