
El grupo México en el Mundo presenta una serie de textos sobre el entorno internacional contemporáneo y los ajustes estratégicos que México debe emprender para fortalecer su posición exterior.
El grupo México en el Mundo presenta una serie de textos sobre el entorno internacional contemporáneo y los ajustes estratégicos que México debe emprender para fortalecer su posición exterior.
Texto de Isidro Morales 20/10/25

El grupo México en el Mundo presenta una serie de textos sobre el entorno internacional contemporáneo y los ajustes estratégicos que México debe emprender para fortalecer su posición exterior.
Desde su regreso a la Casa Blanca, Donald Trump dejó en claro que utilizaría los aranceles a la importación como parte de su proyecto MAGA (Make America Great Again), así como incentivar a las empresas estadounidenses a relocalizar sus cadenas de suministro en territorio estadounidense. Sin embargo, también ha acudido al arma arancelaria para amedrentar —y hasta castigar— a otros países cuyas políticas públicas se consideran incompatibles con los intereses estadounidenses, como ha sido en el caso de México, Canadá, Brasil y Colombia. Detrás de la guerra arancelaria está también su rivalidad tecnológica con China, país con el que se encuentra negociando aranceles y prohibiciones de todo tipo con el fin de abrir el mercado del dragón asiático para sus productos y empresas. Si bien los economistas han visto en ello un regreso al mercantilismo de épocas pasadas, las rupturas hechas por Trump durante sus primeros 8 meses de gobierno indican giros más radicales y profundos que parecen haber sepultado el orden liberal promovido por Estados Unidos desde la segunda posguerra.
En efecto, las órdenes ejecutivas firmadas durante el segundo mandato de Trump abarcan a las propias instituciones de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) en materia de derechos humanos (salida del Consejo de Derechos Humanos), de cultura (salida de la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura, Unesco, por su “sesgo antiestadounidense”) y de medio ambiente (salida del Acuerdo de París sobre cambio climático). Con ello, Trump ha debilitado el andamiaje multilateral y diplomático que había sido substancial para legitimar y consolidar la pax americana y el orden liberal subyacente, privilegiando ahora la coerción y el despliegue de fuerza como instrumentos privilegiados para imponer sus intereses entre antiguos socios y nuevos rivales.
La manifestación radical de esta política maximalista de poder, que sacrifica arquitecturas institucionales y mediaciones diplomáticas, se ha mostrado en la manera en que ha exigido a Volodímir Zelenski pactar una paz con Moscú. A diferencia del gobierno de Joseph R. Biden, Trump le ha dado a Rusia un trato de vecino estratégico, al recibir a Vladimir Putin con alfombra roja en Anchorage, en agosto de 2025, e iniciar negociaciones bilaterales, sin consultar a los miembros europeos de la Organización del Tratado del Atlántico Norte, con el fin de pactar una paz armada en Ucrania. El apoyo incondicional que le ha ofrecido a Benjamín Netanyahu para liberar a los rehenes detenidos por Hamás en la Franja de Gaza, pasando por alto las condiciones precarias e inhumanas en las que viven los gazatíes, y que derivó en un ataque directo por el ejército estadounidense de tres instalaciones nuclearen en Irán, es otro ejemplo de cómo el uso de la fuerza, por encima del Derecho Internacional, es la moneda de cambio para reordenar al Medio Oriente. Etiquetar a los traficantes de estupefacientes y fentanilo como organizaciones terroristas extranjeras —entre los que se encuentran cinco cárteles mexicanos—, le ha dado también a Trump una figura jurídica para poderlos atacar directamente, arguyendo que amenazan y ponen en peligro la vida de ciudadanos estadounidenses. Hasta ahora, cinco lanchas han sido atacadas directamente en aguas internacionales —o en la costa de Venezuela—, argumentado que transportaban estupefacientes que se dirigían a Estados Unidos.
Trump también ha fragilizado a las instituciones internas de su país, al poner en jaque la independencia de poderes y las libertades civiles de sus ciudadanos. Ha adelgazado las instituciones gubernamentales siguiendo un claro sesgo ideológico; ha recortado fondos a las universidades públicas y privadas con el objeto de redireccionar sus programas; ha suprimido las agencias de cooperación internacional y ha criminalizado aún más la migración, mediante la habilitación de cárceles en Guantánamo y El Salvador para deportar a migrantes indocumentados como si fueran terroristas o enemigos de guerra.
En tan solo 10 meses, Trump ha puesto en jaque el orden internacional que se había fundado sobre los valores libertarios del llamado “excepcionalismo estadounidense” y las instituciones de Bretton Woods, abriendo una era de revisionismo hegemónico cuya narrativa y arquitectura son todavía difíciles de descifrar. Mientras que algunos apuntan que el revisionismo hegemónico estadounidense abre un interregno en el que no habrá liderazgos bien definidos en el mediano plazo, otros advierten sobre un cambio más profundo, cuyo común denominador es la emergencia de un nuevo ciclo neomercantilista, similar al conocido en eras pasadas en la historia del capitalismo global, cuyo rasgo central es hacer del acceso a territorios y a recursos un problema de seguridad nacional, lo que privilegiará la militarización del comercio marítimo, la subordinación de los mercados a los imperativos de la razón de Estado, y el control de dichos territorios y recursos para afianzar liderazgos de corte imperial. En ambos escenarios pareciera, sin embargo, que el ciclo liberal liderado por Estados Unidos ha llegado a su fin, tanto en sus variantes políticas (democracia participativa o autoritarismo limitado) como económicas (versión keynesiana o neoliberal).
Ante este golpe de timón, los miembros del Grupo México en el Mundo han considerado pertinente reflexionar sobre las implicaciones que dichos cambios han tenido —y seguirán teniendo— para la política exterior mexicana en el corto plazo. Creado a comienzos de 2021, México en el Mundo es un grupo de pensamiento formado por académicos, analistas y miembros del sector público especializados en el estudio de temas internacionales. Tradicionalmente publican un anuario en el que resumen los desafíos internacionales a los que se enfrenta el país a inicios de cada año. El de 2025 se publicó en enero; sin embargo, debido a los cambios tan substantivos que se han operado desde el regreso de Trump a la Casa Blanca, se decidió publicar un informe intermedio, intitulado “Desafíos para la política exterior de México para el segundo semestre de 2025”, en el que se recogen los principales retos internacionales que enfrenta hoy el país.
El documento se divide en cuatro secciones. La primera aborda el impacto que han tenido las políticas de Trump en el entorno internacional en el que México se mueve. La segunda incluye los temas más candentes de la relación con Washington y los ligados a la revisión o renegociación del Tratado México, Estados Unidos y Canadá (T-MEC). La tercera sección revisa los temas que componen la agenda mexicana hacia América Latina, Europa y Asía, y la última analiza los retos institucionales a los que se enfrenta el quehacer de la política exterior mexicana.
Como era de esperar, del conjunto de los trabajos se desprende que la prioridad de México sigue siendo su relación con Estados Unidos y los temas relacionados con la revisión y eventual renegociación del T-MEC. Sin embargo, el documento también subraya la necesidad para el país de fortalecer sus relaciones con Europa, América Latina y Asia, sobre todo con China y Corea del Sur, así como de robustecer su participación en foros multilaterales, en un momento en que la diversificación de mercados y la redefinición de alianzas resultan cruciales. Para enfrentar semejantes desafíos —Estados Unidos, el T-MEC, diversificación, nuevas alianzas, fortalecimiento del multilateralismo— se desprende también de este documento la necesidad de apuntalar, institucional y económicamente, las capacidades del país para transitar de una política exterior reactiva y adaptativa a los cambios externos que parece prevalecer por ahora, hacia una más proactiva e innovadora capaz de conformar una agenda internacional favorable a los intereses del país.
Las presiones externas a las que se enfrenta hoy México provienen, sin duda, del revisionismo de Trump y de la manera en que el país ha sido blanco tanto de los aranceles punitivos como los de tipo MAGA, así como de su interés por atacar directamente a los cárteles de la droga, considerados ya como organizaciones terroristas internacionales. En otras palabras, Trump ha modificado los pilares en los que habían descansado tanto la alianza comercial como la estrategia de cooperación en seguridad con Estados Unidos. Dado que Trump ha entrelazado los temas migratorios y de narcotráfico con los comerciales, al amagar con imponer aranceles punitivos si no se resuelven los dos primeros, se sugiere que el gobierno mexicano desvincule agendas tan distintas, y las aborde y negocie por separado frente a su vecino. Sin duda, esto llevaría a rescatar el espíritu original que dio pie al Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN), que logró descontaminar los asuntos comerciales con los migratorios y de seguridad. Despolitizar, pues, la agenda comercial es un requisito básico para que México pueda defender mejor sus intereses en la relación bilateral.
Se recomienda también que el país no sucumba ante los intentos de Trump por llegar a acuerdos bilaterales que desdibujen lo que aún queda del T-MEC. A pesar de que el presidente estadounidense ha utilizado el acuerdo como un instrumento de presión, el Tratado sigue fungiendo como un marco de entendimiento bilateral mediante el cual los inversionistas mexicanos e internacionales anclan su confianza y expectativas en México. En ese sentido, evitar la salida de Estados Unidos del acuerdo se ha convertido en la línea roja para el gobierno mexicano durante su revisión programada en 2026. Esto no impide, sin embargo, que la reducción y la eventual supresión de los aranceles MAGA —que por ahora afectan al sector automotriz, acero, aluminio y cobre—, se haga en coordinación estrecha con Canadá, con quien México debería fortalecer sus lazos económicos y culturales.
Dado que México es el principal proveedor de autos y partes automotrices de Estados Unidos, la permanencia de dichos aranceles —a pesar de que el T-MEC explícitamente los prohíbe— tendrá un impacto disruptivo en la relación comercial y en la economía mexicana, ya que podría atizar las presiones inflacionarias que se desencadenaron desde la pandemia de covid-19. Si el gobierno mexicano quiere usar a su favor la proliferación de aranceles MAGA, tendrá que negociar reducciones substanciales respecto a países terceros, si no es que su supresión total, alegando su permanencia en el T-MEC, aunque esto conlleve concesiones más altas para estimar el contenido regional de los bienes intercambiados. Es en ese sentido que el acuerdo comercial, que ya inició su revisión al menos en Estados Unidos, se ha convertido para México en un mecanismo para negociar concesiones que le permitan seguir teniendo un arancel promedio ponderado más bajo que el resto de los socios y rivales comerciales del vecino del norte.
Si México logra desvincular los asuntos migratorios y de narcotráfico, algunos autores sugieren que el país debe abandonar su discurso estrictamente soberanista de no intervención en asuntos internos para apuntalar una estrategia más proactiva, que podría incluir un entendimiento bilateral en materia migratoria que incremente incluso los programas de visa H2a/H2b y otro en materia de narcotráfico, en el que la coordinación conjunta no termine en una subordinación de facto. Se plantea también abrir toda una agenda en materia fronteriza que vaya más allá de la seguridad, en la que se monitoree de manera más estricta el Tratado de Aguas y se revitalice la Conferencia de Gobernadores Fronterizos.
Si bien la relación de México con Estados Unidos sigue y seguirá siendo la más importante para nuestro país, el documento subraya la urgencia de no caer en un regionalismo cerrado, de fortaleza, que radicalice y segregue en vez de abrir más oportunidades para los países de América del Norte. Al respecto, se propone una diplomacia proactiva de diversificación en tres frentes: Asia, Europa y América Latina, y otra que vigorice la participación de México en los foros multilaterales.
Trump ha abierto ya las negociaciones para la revisión del T-MEC, en las que espera obtener aún más concesiones. Una de ellas es presionar a sus socios para que homologuen su trato arancelario hacia China de acuerdo con las prioridades de Estados Unidos. México parece encaminarse hacia dicho objetivo, sobre todo luego de anunciar recientemente una nueva oleada de aranceles hacia los países con los que no cuenta con un acuerdo comercial; en ese sentido, el más afectado sería justamente la potencia asiática. Paradójicamente, una medida de este tipo tiene como objetivo explícito concentrar aún más el comercio mexicano con el mercado estadounidense, en un momento en que la integración económica y comercial del país hacia el norte se ha hecho más costosa —tanto en términos económicos como políticos—, más incierta sobre sus eventuales ventajas y más riesgosa por la vulnerabilidad que ha entrañado para el futuro económico y geopolítico del país.
Por consiguiente, algunos autores sugieren la necesidad de que México defina una estrategia clara y puntual respecto al papel que podría desempeñar Asia, en particular China y Corea del Sur, para el futuro económico y geopolítico del país. Beijing es el segundo socio comercial de México, y las inversiones y el comercio provenientes de Corea del Sur han modernizado el acervo automotriz mexicano. Como país superavitario, China tiene el potencial de elevar sus inversiones en transporte e infraestructura en México, así como convertirse en fuente alternativa de crédito internacional.
Urge también que México y la Unión Europea aceleren la firma y la ratificación del Acuerdo Global Modernizado para reforzar las relaciones política y económicas con los países del Viejo Continente, ya que son socios imprescindibles en la defensa conjunta del Derecho Internacional, el orden multilateral y el comercio basado en reglas.
Con América Latina se sugiere que México articule esquemas regionales de gobernanza en materia migratoria, de salud, cambio climático y de regulación digital. Esta región es considera como su espacio geopolítico natural para construir coaliciones y diversificar alianzas en foros como la Organización de los Estados Americanos y la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños, con el fin de contrarrestar el bilateralismo extremo y transaccional que Trump intenta imponer en la región.
México debe también fortalecer su participación en las instituciones multilaterales, como la ONU, la Organización Mundial del Comercio, la Organización Mundial de la Salud, el G-20 y el Foro de Cooperación Económica Asia-Pacífico, entre otras, con el fin de tener una mayor influencia por medio de ellas. Tradicionalmente, el multilateralismo ha sido un instrumento valioso de negociación para México frente a Estados Unidos, por lo que se deben aprovechar los foros de alto nivel, como la Asamblea General de la ONU, para defender los principios básicos del Derecho Internacional y de la convivencia pacífica entre las naciones. Para ello, es muy importante el liderazgo y la presencia de quien esté a cargo del ejecutivo en las grandes cumbres multilaterales, algo que desafortunadamente se perdió durante el sexenio pasado.
Sin duda, transitar de una política exterior reactiva y adaptativa al entorno internacional hacia una proactiva y con liderazgo, requiere de una estrategia visionaria sobre las áreas de oportunidad que se abran no solo en la relación de México con Estados Unidos, sino con los países, las regiones y las instancias multilaterales en las que pueda incidir para promover mejor sus intereses. De este documento se desprende que, para formular y ejecutar una política exterior de Estado, con visión e impacto, se requiere no solo contar con una economía próspera y con estrategia de desarrollo de largo plazo, anclada en un sólido Estado de derecho, sino también de una consistente arquitectura institucional y analítica para definir las prioridades en los distintos ámbitos en los que el país quiera incidir. Para ello, se recomienda la creación de un gabinete técnico que brinde el análisis y la inteligencia necesarios para elegir prioridades y tomar decisiones estratégicas, a la par de fortalecer el profesionalismo del Servicio Exterior Mexicano, dotándole de los recursos materiales y humanos necesarios para garantizar el buen éxito de su desempeño.
Con esta nueva entrega, los miembros del Grupo México en el Mundo refrendan su compromiso por poner en el centro del debate nacional los principales retos y desafíos internacionales a los que se enfrenta hoy el país, así como la necesidad de formular y ejecutar una política exterior de Estado, que no sea simplemente la de adaptarse a los cambios externos decididos por las principales potencias, sino que aproveche las oportunidades que se abren ante la redefinición del orden internacional. No cabe duda que esto ha provocado muchas incertidumbres, aunque también una necesidad por parte de los países emergentes, como México, de redefinir sus alianzas y lazos comerciales, e incidir en la construcción de nuevas arquitecturas regionales y multilaterales que aseguren la transición pacífica hacia un orden de cooperación multipolar. EP