
Ana María Serrano Fernández escribe sobre la importancia de poner nuestra atención e invertir en los primeros años de infancia con la finalidad de construir un futuro mejor.
Ana María Serrano Fernández escribe sobre la importancia de poner nuestra atención e invertir en los primeros años de infancia con la finalidad de construir un futuro mejor.
Texto de Ana María Serrano 09/06/25
Ana María Serrano Fernández escribe sobre la importancia de poner nuestra atención e invertir en los primeros años de infancia con la finalidad de construir un futuro mejor.
"Es más fácil construir niños fuertes que reparar adultos rotos"
Frederick Douglass
La primera infancia es el terreno fértil donde se forjan las posibilidades de un futuro equitativo y próspero. La ciencia nos ha dejado claro que las experiencias vividas durante la gestación y los primeros años de vida determinan en gran medida la salud, el aprendizaje y la capacidad de regulación emocional a lo largo de la vida. Estas primeras interacciones no son solo un pilar individual, sino un factor colectivo que define la convivencia social y la prevención de la violencia estructural.
El cerebro humano, particularmente durante la gestación y hasta los tres años, se desarrolla a una velocidad única, construyendo las bases para funciones tan esenciales como la empatía, el lenguaje y la resolución de conflictos. Este órgano se moldea a partir de interacciones afectivas y oportunidades para el movimiento y el aprendizaje sensorial. El trato sensible y cariñoso se revela como una clave universal para la salud cerebral, según corroboran estudios de neurociencias y psicología evolutiva. Y no solo para la salud cerebral, sino también para la salud física.
Por ello, a partir de las relaciones afectivas, podemos impactar positivamente en el futuro y la salud de los niños, al influir en su metabolismo. Esto disminuye la proclividad a la obesidad, diabetes y a temas cardiovasculares. Estos hallazgos se derivan de la ciencia.1
Cada bebé que nace en México es un potencial único. Sin embargo, el contexto puede poner esos cerebros en riesgo. Con cerca de 1.2 millones de nacimientos anuales, la mitad de ellos en contextos de vulnerabilidad, estamos frente a una oportunidad única para actuar.
James Heckman, investigador de la Universidad de Chicago, obtuvo el Premio Nobel de Economía al demostrar que la inversión en la primera infancia es aquella que tiene la tasa de retorno más alta, la mayor rentabilidad, comparada con cualquier otro nivel educativo.2
Invertir una unidad monetaria durante los primeros años (prenatal y de 0 a 3 años) recupera entre 10 y 17 unidades monetarias y se convierte en un acto de prevención.
¿Por qué? Porque como sociedad ahorramos en las problemáticas que se derivan de no atender a la primera infancia, como la dificultad de aprendizaje y la deserción escolar, problemas de productividad, desadaptación social, drogas, problemas de salud, la apertura de la brecha de la desigualdad, entre otras. Como alerta la curva de Heckman, las inversiones más efectivas en capital humano son aquellas que se hacen temprano y que priorizan la calidad y el alcance universal.
La cobertura de servicios educativos para la primera infancia es muy baja. Y se ha visto disminuida por los efectos de la pandemia, particularmente en el primer segmento de edades, de 0 a 3 años.3 Los niños y niñas que asisten a algún programa o tipo de cuidado entre los 0 y 3 años son solo el 7.1 % del total.4 El resto de la población de 0 a 3 años es atendida en casa (93 %).
Los hogares de mayor vulnerabilidad están sobrerrepresentados en esta población. Son quienes tienen acceso a menores recursos de acompañamiento durante la crianza (herramientas, información y educación), y cuentan con menos tiempo para una atención sensible y cariñosa.
Un detalle estructural que dificulta el cuidado sensible y cariñoso es la falta de alternativas de cuidado para familias vulnerables. Esta falta de alternativas afecta más al grupo femenino del hogar, pues, en situaciones extremas, los infantes se quedan al cuidado de las niñas de la casa.
Como podemos ver, existe una mayoría de niños y niñas en primera infancia que son atendidos en casa y que no acuden a ningún servicio de educación inicial. De ellos, la mayoría vive en hogares vulnerables.
Esto nos debería llevar a poner suma atención en el apoyo a la crianza que se pueda ofrecer a los cuidadores primarios en zonas y grupos vulnerables.
La formación de los agentes educativos debe ser, a su vez, con calidad y calidez. La formación o capacitación tendría que ser cálida y de sostén emocional. Es indispensable una formación académica y humana de los agentes educativos que abarque temas de desarrollo en sus diferentes procesos y secuencias de adquisición de habilidades. Las y los bebés pasan por una etapa privilegiada para la detección oportuna.
Es de vital importancia dignificar el trabajo del cuidador primario tanto dentro de la familia —padres, abuelos, cuidadores—, como de las y los agentes educativos en las instituciones.
Los salarios de los servidores de la primera infancia suelen ser los más bajos entre los profesionales de la educación. Esta valoración pobre de sus funciones redunda en una cultura de un trabajo no digno, “de segunda”.
Países como Chile y Finlandia nos muestran que apostar por políticas integrales de atención a la primera infancia transforma realidades, reduciendo desigualdades educativas y sociales. En México, aún enfrentamos brechas profundas desde el nacimiento: la diferencia en peso al nacer o la calidad del acceso a servicios de salud y educación inicial se traducen en desigualdad acumulativa, limitando las posibilidades de millones de niñas y niños.
No se trata solo de brindar acceso, sino de garantizar calidad. Las investigaciones destacan que los programas educativos y de cuidado no deben ser exclusivamente académicos; deben fomentar el apego seguro, el juego libre y las experiencias sensoriales estructuradas. Este enfoque genera un impacto positivo en habilidades como la empatía y el autocontrol, fundamentales para una convivencia pacífica y un desarrollo sostenible.
Para garantizar el éxito de estas iniciativas, se requiere voluntad política y colaboración efectiva entre sectores. Sin un enfoque coordinado, las políticas públicas pierden impacto. En ese sentido, México está en un momento decisivo: nuestra realidad exige intervenciones oportunas y bien estructuradas. La educación y el cuidado en la primera infancia deben dejar de ser vistos como un gasto y asumirse como una inversión estratégica para la prevención de problemáticas sociales.
La primera infancia no es solo un período crítico de desarrollo; es también una invitación a imaginar un México donde cada bebé tenga la oportunidad de prosperar. Necesitamos replantear nuestras prioridades como nación, entendiendo que cada peso invertido en estos primeros años se multiplica en salud, bienestar y estabilidad para todos. Si queremos construir un país de paz, el momento para actuar es ahora. EP