La escuela multidimensional

En este texto, Irma Villalpando realiza una necesaria reflexión sobre los objetivos fundamentales de la escuela con miras al futuro de la educación en nuestro país.

Texto de 22/07/25

escuela

En este texto, Irma Villalpando realiza una necesaria reflexión sobre los objetivos fundamentales de la escuela con miras al futuro de la educación en nuestro país.

En una sociedad convulsa como la nuestra, marcada con fuertes problemas de inseguridad, corrupción y desigualdad, resulta urgente —pero con una mirada a largo plazo— reflexionar sobre la formación educativa que reciben nuestras futuras generaciones. Son las aulas escolares, a las que acuden millones de niños y niñas, el espacio donde podemos incidir de manera decisiva y oportuna en la construcción de un mejor país.

Reflexionar acerca de los objetivos de nuestro sistema escolar es una responsabilidad colectiva que involucra a toda la sociedad y no únicamente al grupo político que nos gobierna. Las múltiples formas de entender el espacio escolar y los alcances de la intervención educativa tendrían que discutirse democráticamente en el espacio público. Este texto es un aporte a dicha deliberación.

I Habilidades

La escuela tiene objetivos múltiples y de aristas varias; digamos que es una estructura multidimensional. Un objetivo prioritario es el cumplimiento de la promesa ilustrada para la cual fue creada: ser el medio para que los estudiantes mejoren las condiciones de vida y empleabilidad que tuvieron sus padres: la movilidad social. Esta dimensión, de carácter instrumental, implica el desarrollo de habilidades intelectuales que exige el mundo actual; entre ellas, dos básicas: análisis de situaciones y construcción de esquemas lógicos. La primera, la capacidad de analizar una situación o un texto escrito, es indispensable para la construcción de redes de comprensión que se forman a partir de lecturas sistemáticas y acompañamiento reflexivo. La segunda es la construcción de estructuras de pensamiento cuyos razonamientos inductivos y deductivos se implican en el ejercicio matemático y los procedimientos científicos. Las habilidades cognitivas que ofrece la comprensión lectora, las matemáticas y las ciencias son una conditio sine qua non para el despliegue de capacidades que todo estudiante necesita, tanto si desea desarrollarse en el terreno tecnológico-científico como en las ciencias sociales y humanas.

Cuando se habla del bajo nivel educativo de nuestro país en lectura, matemáticas y ciencias, o de los resultados de PISA, se hace referencia al incumplimiento de este prioritario objetivo de la escuela: la cualificación de sus estudiantes.

Merece un firme señalamiento crítico la Nueva Escuela Mexicana (NEM) cuando sostiene que en la escuela:

“No se busca enseñar conocimientos, valores y actitudes para que las niñas, niños y adolescentes se asimilen y adapten a la sociedad a la que pertenecen, tampoco es función de la escuela formar capital humano desde la educación preescolar, primaria, secundaria hasta la educación superior para responder a los perfiles que establece el mercado laboral.

La escuela debe formar niños y niñas y adolescentes felices; ciudadanos críticos del mundo que les rodea, emancipados, capaces de tomar decisiones que beneficien sus vidas y las de los demás” (DOF, 2022:16).

¿Cómo puede estar desligada la escuela de las demandas laborales de las sociedades actuales? ¿Cómo podrán ser felices los niños anclados en la pobreza de sus hogares de origen? ¿Cómo podrán ser ciudadanos críticos sin los conocimientos fundamentales?

El pensamiento crítico requiere sólidos conocimientos factuales (de hechos comprobables) y marcos interpretativos robustos. Alguna vez escuché a una maestra decir: “Para tener pensamiento crítico, primero hay que tener pensamiento”. Tiene razón.

II Socialización

La segunda dimensión de la escuela es enseñar a la infancia a vivir en sociedad. Divido esta segunda tarea también en dos aspectos: a) la construcción del futuro ciudadano; y b) el aprendizaje de las formas pacíficas de relación interpersonal.

Para construir ciudadanía es preciso que los niños y las niñas tengan, dentro de las escuelas, entornos de participación libre y plural, pero no horizontal en su interacción con los adultos. Los niños no llegan a la escuela a proponer las formas de estar en el mundo social ni a proponer las actividades de aprendizaje que desean. Son los docentes, padres de familia y las instituciones de la sociedad en su conjunto quienes integran a los niños en un entorno cultural ya construido. Las nuevas generaciones se incorporan a él y a la postre lo recrean, lo transforman.

Cuando se habla de escuelas democráticas hay quienes piensan que son escuelas donde la interacción o participación entre maestros y alumnos es horizontal, es decir, con el mismo poder de decisión. La historia de la pedagogía ha documentado estruendosos fracasos cuando la autoridad de los adultos se desdibuja frente al deseo de los niños. No es posible educar sin la asimetría necesaria y orientadora. El iniciado y el experimentado tienen un lugar y una función bien diferenciada; de dicha interacción se produce el proceso de enseñanza-aprendizaje. Esto hay que tenerlo muy presente a la hora de educar.

Los adultos tienen la responsabilidad de transmitir el legado científico de la humanidad, las formas culturales de la comunidad y los modos civilizados y armónicos de operar en el mundo. Seleccionar los conocimientos valiosos para comprender el mundo actual o las reglas de convivencia no debe ser potestad de los niños. Lo que sí es su derecho es tener una escuela que les permita expresar ideas y opiniones propias; participar en un entorno seguro, respetuoso y crecer en ambientes estimulantes de motivación y aprendizaje para potenciar su mayor desarrollo personal y social. Esta combinación, la orientación de los adultos y un poderoso entorno de enseñanza-aprendizaje es altamente formativo.

Hannah Arendt se preguntaba si la escuela es un lugar público o privado. Interesante pregunta, sobre todo si consideramos que el hogar es por definición el espacio íntimo, privado. De ello podría pensarse que, dado el agrupamiento de niños y niñas que ocurre en la escuela, esta sería un espacio público, pero no es así. La sociedad, el mundo tal cual es, es espacio público y se encuentra fuera de la escuela. La institución escolar es un intervalo entre el terruño del hogar que todo cachorro humano necesita para sobrevivir y la severidad del mundo social.  

La escuela debe asumir el reto de preparar a la niñez para enfrentarse al mundo y, para ello, los padres de familia deben respaldar las decisiones educativas de la escuela en temas disciplinarios y el respeto a las normas escolares. Niños y niñas deben crecer sabiendo que respetar las reglas construye entornos más seguros y de convivencia armónica. Un niño que respeta las reglas en la escuela será un adulto que respete la legalidad.

Para construir ciudadanía el aula es un lugar idóneo. Los docentes pueden promover sistemáticamente reflexiones y debates sobre temas que nos interpelan, plantear dilemas morales y promover experiencias de participación democrática. La formación docente debería impulsar en los docentes las mejores didácticas para llevar a buen puerto las controversias, los diálogos y las nuevas ideas de los estudiantes. Las maestras y maestros son los mediadores formales de mayor relevancia entre el niño y el mundo. Por ello es prioritario fortalecer su formación y apoyar su función.

En este marco es posible entender la escuela a la manera de Dewey: “como una sociedad embrionaria”. Para este filósofo, la escuela ya es sociedad pero no acabada, sino en ciernes; necesita tiempo pero sobre todo experiencias reiteradas y reflexivas que construyan hábitos de vida y formas de interacción humana de carácter democrático.

Docentes y autoridades deben establecer y vivir en la escuela el principio fundamental de la vida democrática: la aceptación de que ese otro que disiente tiene el mismo derecho que yo a habitar este espacio, porque a ambos nos pertenece. Por este motivo, es necesario construir puentes de diálogo y entendimiento mutuo. El mejor aprendizaje sobre la convivencia es entender que, aunque en el aula no todos sean amigos, ninguno debe ser tratado como enemigo.

El segundo elemento de la socialización pertenece a la esfera de las relaciones interpersonales. La amabilidad y cordialidad en el trato son formas muy humanas de construir entornos armónicos y seguros. El clima escolar y el ambiente familiar construyen en cada niño o niña el hábito de tratar al otro con calidez y gentileza; a la postre, esto irradiaría en el espacio público.

III Subjetividad

Por último, la tercera dimensión es la construcción de subjetividad: “mi lugar en el mundo”. La construcción subjetiva de los humanos comienza en la infancia, primero con la crianza en la familia y después con la enseñanza en la escuela. Saber quiénes somos es un desafío que enfrentamos durante toda la vida pero, tanto en el hogar como en la escuela, se nutre de experiencias y reflexiones.

Veamos un ejemplo deseable: las niñas deben crecer sabiendo y comprobando que tienen las mismas capacidades intelectuales que los niños en cualquier área del conocimiento; también deben vivir con equidad de trato y oportunidades para su aprendizaje y desarrollo. Deben crecer reconociendo su derecho a decidir, a qué dedicarse, cómo convivir, qué ideología adoptar, todo ello por decisión reflexionada y no por imposición o tradición. Por su parte, los niños deben vivir sin atavismos limitantes respecto a su género, por ejemplo, al cuestionar mensajes de belicosidad o bravura, así como la creencia de que son menos expresivos emocionalmente que las niñas.

La subjetividad abarca muchos más aspectos que la construcción de las expresiones de género, pero valgan estos ejemplos para pensar la escuela como un espacio donde se construyen e internalizan formas de pensar “el yo frente al mundo”.

Ensamblar dimensiones

Desarrollar habilidades, formar ciudadanía y construir subjetividades en libertad son las tres tareas fundamentales de la escuela (Gertz, 2022). No son tres objetivos separados, sino tres dimensiones entrelazadas que le dan consistencia a la formación escolar.

La primera dimensión es un eje edificante; sin ella no es posible el despliegue del potencial humano. En gran medida, la formación ciudadana y la constitución de sujeto, con su criticidad y capacidad de discernimiento, es efecto del bien pensar. Rousseau lo tenía muy claro cuando educaba a Émile. Las luces de la razón le permitirán ser el ciudadano que necesita la República, decía. Por ello, debemos aspirar a tener una escuela más sólida en el aprendizaje de las disciplinas porque, cuando un estudiante resuelve problemas de ciencias o matemáticas y comprende textos literarios, con variantes de significado y con temporalidades móviles, habilita sus estructuras mentales para entender la complejidad de un mundo siempre cambiante.

A la vez que se van asentando las habilidades cognitivas (intelectuales o del pensamiento), es posible practicar las formas de socialización que requiere el mundo, recordando que la escuela funciona en gran medida como un simulador social: ¿cómo dirimimos un problema interpersonal en la escuela? ¿Qué sucede cuando un estudiante transgrede una regla? ¿Cómo hacemos para coexistir armónicamente en el mismo espacio si tenemos ideas y opiniones diferentes? Las habilidades del pensamiento adquiridas se ponen en marcha en situaciones de tal naturaleza. En este sentido, y no en otro, es posible considerar la función política de la escuela como un espacio de libre expresión y posicionamiento de ideas y deliberaciones frente a lo que sucede.

Ambas dimensiones sedimentan la tercera, que hemos llamado construcción subjetiva del yo (individual) en relación con lo social. Esta dimensión nos configura como personas en y frente al mundo.

Si trazáramos una recta numérica de diez en diez al cien —nótese que fui maestra—, y esta línea fuera la ruta de nuestra existencia, el trayecto de nuestra formación escolar antes de la universidad apenas llegaría al número 20. El resto de la recta, el 80 %, sería la duración de nuestra vida adulta.

La relevancia de la escuela estriba en que lo que hagamos en este primer tramo del 20 % tendrá un valor capital y determinante para el 80 restante. Aceptemos, entonces, que nuestro paso por la escuela es breve, pero de enorme trascendencia. EP

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