Andar entre colores

En este reportaje, Marcia Chi Barrales presenta testimonios de personas de la comunidad LGBTTTIQ+ que reflejan la urgente necesidad de una agenda inclusiva en México. #VisibleEnEstePaís🌈

Texto de 25/06/21

En este reportaje, Marcia Chi Barrales presenta testimonios de personas de la comunidad LGBTTTIQ+ que reflejan la urgente necesidad de una agenda inclusiva en México. #VisibleEnEstePaís🌈

Tiempo de lectura: 7 minutos

Hace 43 años tuvo lugar la primera Marcha del Orgullo Homosexual de México, en Ciudad de México (CDMX), cuando la existencia de las personas LGBTTTIQ+ era criminalizada. Hoy en nuestro país, se ofrecen algunos derechos y libertades seccionadas para las y los integrantes de esta comunidad, como la igualdad laboral y la no discriminación, el cambio de identidad de género o la adopción de menores por parejas del mismo sexo. Esto dependiendo del estado que se habite.

Ejemplo de ello son los 11 estados en los que todavía no ha sido aprobado el matrimonio igualitario: Durango, Estado de México, Guanajuato, Guerrero, Querétaro, Sonora, Tabasco, Tamaulipas, Veracruz, Yucatán y Zacatecas. También lo son las conversaciones que se desarrollan en torno a la diversidad sexual, en cada región que van desde el estigma o la oposición a su vida pública, hasta la urgente atención de su salud o la garantía de impartición de justicia. Por ello, y por las particularidades sumadas de cada individuo, no es posible hablar de una experiencia uniforme de las personas LGBTTTIQ+ en México; sólo es posible hablar sobre grandes coincidencias.

“…no es posible hablar de una experiencia uniforme de las personas LGBTTTIQ+ en México; sólo es posible hablar sobre grandes coincidencias”.

¿Fronteras de respeto?

Cada día, Encanto trabaja horas en su música, pero por momentos siente que podría ser más productive; piensa que es un efecto de la vida en el norte del país. Originarie de Sonora, desde el año pasado radica en Chihuahua, donde llegó a redescubrirse en los ámbitos de la orientación sexual y la identidad de género, hasta definirse como demisexual, contigenero/trans no binarie.

Consciente de que el binarismo le define, pese a la contradicción que supone, a los 44 años se ve sumergide en el aprendizaje para reconocer nuevos códigos de conducta que le permitan construir espacios seguros, respetando los que lo son para otras personas y cuidando que las opresiones del resto no definan su lugar. “Siento que mi mayor problema con mi alrededor es que muchas personas quieren entender mi situación para respetarla”, afirma.

“Misael vive en Sinaloa, donde está bien si eres el ‘joto’ del pueblo y accedes a ser un poco el bufón; si no, tienes que imitar la heteronorma”.

El sentimiento se asemeja al de Misael, quien es 13 años menor y vive en Sinaloa, donde “está bien si eres el ‘joto’ del pueblo y accedes a ser un poco el bufón; si no, tienes que imitar la heteronorma. Yo oscilo entre ambas y por lo general ando solo”. En septiembre de 2017, fue diagnosticado con VIH, pero el aletargado proceso del Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS) le permitió acceder a su terapia antirretroviral (TARV) hasta marzo de 2018, cuando ya estaba en etapa SIDA. Ese año, septiembre volvió a marcar su camino: se convirtió en indetectable.

Desde entonces ha vuelto a nadar, a trabajar y a amar. Sin embargo, sumado al acoso y la discriminación que ha vivido en lugares como restaurantes, no se siente protegido por ninguna institución. “Le temo de igual forma a la policía que a los criminales, a veces no encuentro distinción”: confiesa Misael.

Lo mismo ocurre con Valentín en Baja California Sur y con Gabriel en Nuevo León. De carácter extrovertido, Valentín asegura que dentro de los entornos laborales le ha resultado innecesario enunciarse como homosexual, pues basta con su manera de actuar y la apertura en sus conversaciones para que quede implícito. Para Gabriel, el escenario es adverso, pues se desarrolla en ambientes poco tolerables, donde “los jefes hablan en términos de discriminación” hacia la diversidad sexual.

Sobre el afecto hacia sus parejas en espacios públicos, ambos prefieren la cautela dependiendo de las particularidades del lugar para evitar confrontaciones o ataques. De acuerdo con el informe 2020 del Observatorio Nacional de Crímenes de Odio contra personas LGBTTTIQ+ en México, Chihuahua es el segundo lugar con mayor crímenes de odio registrados con 37, en el caso de Nuevo León se contabilizan 12;  sin embargo son estados que no han tipificado las agresiones a personas por su orientación sexual o identidad genero. Por su parte, Baja California Sur y Sinaloa sí lo contemplan dentro de su normativa, pero no forman parte del registro.

Gabriel y Misael distinguen una migración interna y externa como efecto claro de la discriminación. Para el primero es común tener amigos quienes han migrado a Canadá para formar una familia homoparental. Mientras que Misael percibe un tránsito nacional hacia Guadalajara o CDMX de originarios de Sinaloa o Sonora que “escapan” de sus familias o la sociedad para poder hacer un ejercicio libre de su sexualidad. 

De la representación, los riesgos y el silencio 

Luego de una infancia marcada por los cuestionamientos sobre su feminidad y el autoexilio de una tía lesbiana para poder vivir ‘fuera del clóset’, Paola llegó a la adolescencia convencida de que tener novios y ocultar su atracción sexual hacia las mujeres era la forma adecuada y segura de vivir en esa sociedad conservadora. Tras años en terapia, antes de la mayoría edad, logró modificar la asociación del lesbianismo a conceptos peyorativos hacia la naturalidad y la diversidad. Durante su paso por CDMX, en la universidad, conoció círculos sociales incluyentes; con 26 años y de regreso a la casa familiar, en Guanajuato, hoy enfrenta la constante cercanía con sectores conservadores organizados como el Frente Nacional por la Familia y una necesaria “discreción” para su convivencia integral.

En el vecino estado de Quéretaro, radica “Martina” —prefiere guardar su verdadera identidad—, mujer lesbiana de 24 años, quien mantiene las muestras de afecto a su pareja lejos de lo público, donde ha sido agredida. Al “miedo” a esta interacción se suman el rechazo y acoso recibido por parte de su familia nuclear.

“Martina reafirma la queja general en torno a la falta de capacitación en el sector sobre prácticas sexuales no heterosexuales, particularmente cuando son lésbicas”.

Pese a tener acceso a servicios de salud, Martina reafirma la queja general en torno a la falta de capacitación en el sector sobre prácticas sexuales no heterosexuales, particularmente cuando son lésbicas. Así, al igual que Gabriela, quien es dos años mayor y vive en Ecatepec, Estado de México (Edomex), nunca ha utilizado un método de protección sexual. “Las visitas al ginecólogo son desagradables, en cuanto digo que soy bisexual y que sólo he tenido relaciones sexuales con mujeres, la situación se torna incómoda”, cuenta Gabriela. 

Por su parte, Ian, estudiante de medicina cuya vida se desarrolla entre CDMX y Metepec, Edomex, denota el sistema jerárquico que permea dentro de los servicios de salud, mientras resalta los conocimientos que le han dado sus seis años de estudio en la materia para comprender cosas de sí mismo. A los 18 años se presentó con su familia como hombre trans bisexual y aunque los argumentos forjados, tras decenas de libros leídos de genética, no siempre encuentran eco en sus interlocutores, ha construido formas discursivas que lleven a respetar su identidad.

Para Romina esta invalidación identitaria no es ajena. También es trans y bisexual, no estudió medicina sino relaciones internacionales, pero se ha visto obligada a formarse de manera autodidacta en la materia. Vive en Puebla y a sus 32 años se ve lejos de concretar sus expectativas profesionales, situación que liga a ser parte de la comunidad LGBTTTIQ+. El internet y las redes formadas en el espacio virtual han resultado fundamentales en su vida, luego de que en su infancia sólo accediera a imágenes en la televisión donde la diversidad de identidades era evocada para hacer burlas. “Entonces te niegas a ti misma y eso es lo que más te lastima; niegas tu propia identidad y empiezas a crear rechazo a la misma”, reflexiona.

Al igual que ella y Martina, Gabriela percibe un riesgo en vivir públicamente su sexualidad, pero decide hacerlo “como un acto de valentía, amor y revolución”, en un estado que ocupa los primeros lugares en inseguridad y violencia contra las mujeres. 

El fondo de los cuerpos

La falta de justicia alrededor de los crímenes que implican a la comunidad LGBTTTIQ+ es uno de los aspectos que más le conciernen a Emmanuel, originario y residente de Veracruz, estado que es primer lugar en crímenes de odio registrados, con 49. “Cada día me he vuelto más decidido en alzar la voz”, relata sobre su vivencia pública como hombre gay. Los contrastes en su entorno se dan entre los asesinatos de mujeres trans, las miradas incomodas al verlo junto a su pareja, el arraigo religioso, la transgresión de las nuevas generaciones y el “humor” homofóbico de las y los más cercanos.

Por su parte, Amairani se encuentra en el sureste del Pacífico mexicano, concretamente en Oaxaca, es zapoteca y ha visto marcado su proceso personal de conocimiento y reconocimiento gracias a las actividades de la Asamblea Oaxaqueña de la Diversidad Sexual. Ahí la racialización desempeña un papel clave al estar en un contexto comunitario donde la vulnerabilidad que implican los cuerpos no hegemónicos incluye la persecución. “Yo tengo un papá que está privado de su libertad y también una amiga, al estar y coincidir con otres que pasan por un tema similar, encontré cierto acuerpamiento”, dice. Además, se redefinió como lesbiana y persona no binarie.

Dicha asamblea inició en 2018, cuando la postulada como candidata independiente a la presidencia de México por el Consejo Indígena de Gobierno, María de Jesús Patricio —conocida como Marichuy—, se encontraba realizando un recorrido por el país y se propuso crear un colectivo en el que se hablara de la disidencia sexual desde contextos comunitarios. El espacio retoma y reivindica elementos relacionados con la organización comunitaria como el tequio; a raíz de la pandemia, las actividades establecidas dieron un giro que derivó en la generación de un tianguis y un comedor comunitario.

La organización también es un referente para Yadira, quien si bien ha desarrollado la mayor parte de su vida entre Edomex y CDMX, se reconoce zapoteca. “Aunque hay muchos textos y muchos escritos que hablan de un supuesto matriarcado en el Istmo de Tehuantepec, lo cierto es que no es una realidad”, sostiene.

“…es posible identificar en el escenario nacional la necesidad de una agenda inclusiva que garantice la extensión de los derechos de las personas integrantes de la comunidad LGBTTTIQ+”.

Yadira vive con lupus y es lesbiana, por lo que la tendencia encaminada a “proteger una visión heterosexual” dentro de la salud sexual la ha llevado a generar mecanismos de cuidado con sus parejas basados en la exclusividad, el diálogo y la confianza. “Yo tengo 31 años y luego me dicen que ya es momento para que me decida a maternar porque si no me va a dar cáncer, que si no tengo al menos una relación heterosexual en la vida no se cumple mi función”, comparte sobre una de sus experiencias. Ésta es calificada como violencia ginecológica, de acuerdo con la Colectiva contra la Violencia Ginecológica y Obstétrica, ya que incluye juicios hacia las prácticas sexuales en tono moralizante, comentarios inapropiados de índole sexual hacia el cuerpo y la infantilización al realizar consultas en la materia. 

Así, con aquella primera marcha en mente y las vivencias de Encanto, Misael, Valentín, Gabriel, Paola, Martina, Gabriela, Ian, Romina, Emmanuel, Amairani y Yadira es posible identificar en el escenario nacional la necesidad de una agenda inclusiva que garantice la extensión de los derechos de las personas integrantes de la comunidad LGBTTTIQ+. Asimismo, en el marco de la celebración del Orgullo, se vislumbra un largo camino por recorrer. EP

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