Frenesí

Gabriela Wiener nos comparte un pedacito de su vida poliamorosa.

Texto de 22/06/21

Gabriela Wiener nos comparte un pedacito de su vida poliamorosa.

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Me encantan estos momentos por las mañanas, cuando los niños han desaparecido por la puerta y mi marido y yo podemos desayunar huevo frito y ver algún video diferido de la fascista televisión peruana mientras nos repetimos que esta es la vida de prejubilados que nos merecemos. Cuando digo niños me refiero a mis hijos y a mi esposa. Como ella es más joven que nosotros, él y yo solemos bromear con que es nuestra hija mayor. Claro que no tengo ganas de que ella se vaya a trabajar. Si estuviera aquí ni siquiera me levantaría de la cama y me pasaría el resto de la mañana retozando a su lado, pero valoro la calma de estas horas en las que los que nos quedamos en casa poco a poco nos colocamos delante de nuestras computadoras y fingimos tener algo importante que escribir. 

Al poco rato ella me llama como cada mañana para contarme que se está tomando un café o barriendo su librería o me envía la captura de una carta de Dita y me dice que soy su Virginia Woolf. Nos echamos a reír. Se lo cuento a él y también se ríe. Este año es un año extrañísimo porque sin planearlo vamos a publicar cada uno un libro. Quiere decir que además de ser un trío somos un trío de escritores. Ni Sylvia y Ted, eh, que solo eran dos escritores. Somos más. Lo más ridículo es que en los tres libros salimos nosotros, aunque no traten específicamente sobre nosotros. En el libro de ella somos un par de páginas secundarias. En el libro de él estamos un poco más desarrollados y en el mío pues me explayo, para variar. No sé hasta cuándo voy a seguir capitalizando todo lo que me pasa. Esa frase se la robé a un amigo. No se refería a mí pero yo me lo tomé a pecho, total, es lo que hago. No sé ganarme la vida de otra manera. El hecho es que hemos sido como los primeros lectores o editores de los libros de los otros dos. Conocemos cómo funcionan los vericuetos de nuestra mente, las muletillas de las que abusamos, el vocabulario rico o pobre de cada cual. Es como vernos desnudos y no sentir nada. Es curiosa esa otra forma de intimidad. Antes no me gustaba que me vieran escribir, que estuvieran cerca de mí cuando lo hago o dar a leer mis cosas frescas. Pero he perdido ya ese pudor con esta gente y ellos conmigo. Somos editores del libro de nuestra vida en común, cortamos y dejamos lo que queremos. 

Bueno, a media mañana alguno de los dos va a preparar la comida, luego comemos viendo algún otro video sobre la realidad peruana porque la peruanidad es una cruz que compartimos él y yo. Si nos queda algo más de tiempo solos nos metemos en la cama grande donde ella y yo peleamos y dormimos anoche. No recuerdo ya por qué. Creo que porque le dije a él que las espinacas que había comprado estaban pochas. Y él se ofendió. Me jodió tener que hacer mi ensalada favorita con hojas medio muertas y pedí solidaridad. Me encanta echarle tocino, pan, huevo duro y un montón de mostaza con limón. Y como me enfadé con el mundo ella se cansó de que unas espinacas me afectaran tanto y me dejó sola separando las hojas menos malas de las malas.  No se lo perdoné. Serví la ensalada de mal humor para los tres y de ahí ya no paramos de discutir hasta que por fin alguna cedió, miramos por última vez nuestros celulares y nos abrazamos para dormir. Él y yo a esta hora hacemos una breve siesta antes de recoger al pequeño en la cama que huele a los tres. Por la tarde ya estamos los cinco en casa otra vez, tratando de convertir nuestras rutinas en algo mejor que eso. Me veo un episodio de Pose con le adolescente y le leo los chistes con palabrotas de Ana y Froga al niño hasta que se descojona vivo o le dejo mi celular para jugar Ninja Fruit. El “frenesí” es ese momento en que las frutas vuelan alocadamente como un universo en expansión y hay que triturarlas como si el dedo fuera El tigre y el dragón. Nos encanta esa sensación de frenesí, creo que no podríamos vivir sin ella. Para terminar el día me grabo haciendo una videocolumna sobre algún aspecto de la horrible coyuntura política peruana por la que me pagan algo. Ella se fuma un porro leyendo un libro sobre los comuneros de Castilla y él apura algún trailer de alguna nueva peli de superhéroes. No sé con quién me toca dormir esta noche. El más pequeño ha dicho que quiere dormir en las cama grande con toda su familia y le damos el gusto. Termino huyendo a media noche a otra cama porque es imposible dormir entre tanta gente, pero al día siguiente estamos otra vez en esto de la autoasfixia amorosa. Un frenesí.  

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