¿Soñarás en mixteco, abuelita?

El mixteco: una lengua en peligro de ser olvidada pero que busca ser rescatada por las nuevas generaciones que apenas y la han escuchado en voz de sus abuelos.

Texto de 22/04/21

El mixteco: una lengua en peligro de ser olvidada pero que busca ser rescatada por las nuevas generaciones que apenas y la han escuchado en voz de sus abuelos.

Tiempo de lectura: 5 minutos

La historia de mi familia y de mi comunidad es una de desplazamiento y pérdida de la lengua. Esa otra lengua menospreciada y violentada que, tras algunas generaciones migrantes, se acerca al borde de la desaparición por sus características: hay hablantes mayores que pueden dialogar entre sí, pero sus descendientes sabemos sólo algunas palabras por lo que no es posible sostener conversaciones fluidas. Apenas conocemos pequeños retazos de ese mundo que se construye a partir del idioma.

La primera lengua de mi abuela es mixteca. Con ella se comunicaba con mi abuelo en momentos específicos; se decían cosas que no querían que nadie más entendiera, como si ese idioma fuera su secreto compartido. Entonces, cuando él murió, ese puente del habla se quemó.

Mi abuela dejó de comunicarse de forma continua en mixteco, reservándolo sólo para cuando vamos al pueblo; ve a alguna otra persona hablante o le piden decir cosas concretas… A fuerza de no usarlo y de la edad, hay palabras que ya le cuesta recordar, por lo que a veces me dice que necesita hablarle a otra paisana para que juntas refresquen su memoria. Pienso que una vida sin la posibilidad de comunicarte en tu primera lengua porque nadie más a tu alrededor la habla, puede ser muy solitaria.

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Recuerdo muy bien la primera vez que vi Sueño en otro idioma (Ernesto Contreras, 2017). El dolor que me invadió alrededor del minuto cinco, cuando apareció Isauro y ya no me soltó. Fue la primera vez que un largometraje de ficción me habló a través de una historia que en muchos aspectos sentí mía.

Sé que el idioma de la película no existe, así como que no la dirige alguien de un pueblo originario, pero cuando lo que se retrata te atraviesa y remueve de formas que nunca creíste posibles, esas cosas pasan a segundo plano. La magia del cine, supongo. Ahora, además, pienso en personas de distintas comunidades a quienes sé que también les conmovió esa película. Será que la historia también les significó en diferentes niveles. Será que en este caso no importó quién la contara, sino que se estuviera haciendo.

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Hace tiempo, tras una de nuestras habituales sesiones donde le hago preguntas, mi abuela se me quedó viendo pensativa y dijo que la esperara. Se paró y fue a otro cuarto de donde regresó con un cuaderno en la mano, hojeándolo. Yo no tenía ni idea de qué era. Cuando extendió la mano para enseñármelo, me dolió el estómago: eran anotaciones en mixteco hechas por mi abuelo, quien se había dedicado hacia el final de su vida a escribirlo y enseñarlo. Con voz baja dijo que me servía más a mí que al polvo, que estudiara. Una mezcla de sentimientos se apoderó de mí y temblorosa le dije que sí. La responsabilidad de aceptar ese cuaderno no era menor.

Desde entonces me he convertido en paleógrafa especializada en la caligrafía de mi abuelo. He releído mil veces su letra en anotaciones sobre lo que vio con sus alumnos y alumnas, todas primas o tías mayores. He descubierto a través de sus hojas el momento en que empezó a pensar la traducción de la Canción Mixteca que después nos enseñaría y cantaríamos en su funeral, el nombre de la caja de ahorro de la cual soy socia infantil número uno y mil cosas más.

Ese cuaderno es parte de mi historia. El papel desgastado, frágil, refleja el estado de la lengua que contiene. Y yo siento que se me parte el corazón. ¿Será posible revitalizar una lengua en esas condiciones?

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El personaje de Lluvia, la nieta de Evaristo, retrata la situación de muchas personas que tienen abuelos o abuelas hablantes pero que no aprendieron la lengua y no saben por qué. O sí conocen las razones, pero no las dicen abiertamente porque son heridas sin sanar. El secreto de una relación con otra persona o la violencia racista por la que mucha gente interiorizó la idea de que su lengua no valía… El común denominador es el dolor relacionado con el idioma.

A lo largo de la trama, vemos cómo Lluvia trata de reconciliar a su abuelo con Isauro y descubrimos que lo hace no sólo porque son los últimos hablantes, sino porque sabía lo ocurrido y quería verlos felices al final de sus vidas. Quería ayudar a cerrar esa herida antes de que fuera demasiado tarde. Pienso que, en ese aspecto, ella y yo somos similares: tratamos de ganarle al tiempo.

“La primera vez que mi abuelita me vio armar oraciones sencillas en un mixteco no perfectamente pronunciado, sus ojos le brillaron y una risa honesta nació de su boca.”

En algún momento, ella se emociona con la idea de aprender zikril y que eso signifique quedarse en su pueblo para continuar la enseñanza. Pero la forma en que termina su historia es un recordatorio de las dificultades reales que hay en el trabajo para fortalecer lenguas minorizadas: no siempre se logrará lo que se soñaba porque no basta con tener ganas. Culpar a las personas hablantes y a quienes les rodean por la desaparición de las lenguas es ignorar todo lo sistémico alrededor de la pérdida.

La historia de Lluvia hace que me pregunte sobre mis propios alcances.

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La primera vez que mi abuelita me vio armar oraciones sencillas en un mixteco no perfectamente pronunciado, sus ojos le brillaron y una risa honesta nació de su boca.

Llena de ilusión me dijo: “Sí sabes”.

A mí me dolió mucho. Aunque no era su intención, sus palabras me hicieron pensar que los esfuerzos que hago por aprender son lentos e insuficientes ante la maquinaria estatal que no hace cambios reales para garantizar el ejercicio de las lenguas originarias, porque el tiempo se me va de las manos, la memoria de mi abuela se desgasta y no tengo la certeza de cuánto más nos queda.

Sólo rezo porque sea un poco más.

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Recuerdo muy bien el cierre de la película. Cómo llega la reconciliación entre Isauro y Evaristo, quedándose juntos en el espacio al que iban los zikriles, donde hablarse y amarse en ese otro idioma era posible y no una contradicción. Creo que, aunque es bello, en el fondo resulta bastante injusto y doloroso porque esa vida y habla constante les fueron negadas en lo terrenal. Como a muchas otras personas. Como a mis propios abuelos.

Al final, esa lengua ficticia no se preservó, como muestra de lo que enfrentamos diariamente. Y aunque resulta desalentador, es con ese sentimiento que continúo trabajando las notas que dejó mi abuelo. Es con una esperanza que no sabe si dará resultados, que se pregunta si mi abuela alcanzará a verlos, que se agota ante la falta de recursos y tiempo, pero que conoce la responsabilidad heredada y se aferra a ella. Porque han ido apareciendo más cuadernos y son, con mucha probabilidad, la mayor recopilación de la variante del pueblo. Desde listas de vocabulario hasta canciones traducidas. Mi abuelo lo intentó todo por su idioma.

Cuando me siento abatida, lo recuerdo acudiendo religiosamente a encuentros de hablantes para aprender a escribir el mixteco que conocía, y enseñándonos a sus nietas aquello que no pudo con sus hijos e hijas, como queriendo remediar después de toda una vida lo que le dolía, aunque no tuvo tiempo. ¿Cómo podría no honrar eso? No me corresponde darme por vencida.

Entonces sigo buscando maneras.

Por lo mientras, me reconforta que mi abuela sepa que, aunque todavía no puedo hablar fluidamente en mixteco, la quiero también en esa otra lengua de la que conozco fragmentos que ella misma anheladamente me ha mostrado.

Kuni ñaa i míu, nita. Kuni ñaa i míu. EP

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