Por una escalada sin machismo

La escalada deportiva hará su debut en las Olimpiadas de Tokio: participaran 20 mujeres y 20 hombres. Mientras tanto, las escaladoras mexicanas, cuya potencia y fuerza suele ser cuestionada debido a la misoginia en el ámbito deportivo, se pronuncian por espacios seguros, libres de acoso sexual y violencia normativa.

Texto de 21/09/20

La escalada deportiva hará su debut en las Olimpiadas de Tokio: participaran 20 mujeres y 20 hombres. Mientras tanto, las escaladoras mexicanas, cuya potencia y fuerza suele ser cuestionada debido a la misoginia en el ámbito deportivo, se pronuncian por espacios seguros, libres de acoso sexual y violencia normativa.

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La escalada va más allá de superar paredes de roca. Como deporte, surge en México a principios del siglo pasado, cuando un grupo de menos de una decena de apasionados de las montañas, inspirados por otros escaladores internacionales, adoptan e ingenian mecanismos y técnicas, superando obstáculos y límites físicos, para ascender grandes paredes verticales y llegar, por cuenta propia, a rincones naturales inimaginables. 

Cuando una se adentra a la escalada, la idea de hermanar y fraternizar pronto se convierte en un anzuelo del que una se fascina. Esta idea rige gran parte del ambiente escalador pues, naturalmente, se generan fuertes lazos al poner en las manos de alguien más nuestra vida a través de un sistema de seguridad y una cuerda. Así, la “cordada” te protege en caso de una caída, que es inevitable en este deporte. Caemos, incontables veces, y sólo así logramos superarnos; y esto no respeta género ni sexo: es igual para todos. 

En la escalada hay un aire disidente propiciado por el encanto de salir al exterior, de entrar en contacto con la naturaleza y de evadir por un tiempo el encierro. Este deporte posee algo de rebeldía e irreverencia; es diferente a otros. Al practicarlo se siente no sólo que los pulmones se llenan de aire nuevo, fresco y divergente, el alma también se ensancha al superar límites que creíamos imposibles. 

Hasta hace tan sólo unos años, fueron hombres quienes lideraron las primeras hazañas y, en realidad, poco está escrito sobre la presencia de las mujeres en este deporte. Aún cuando durante siglos, ellas también han empujado sus límites en las montañas, sus victorias han sido relatadas desde una voz que ha relegado sus capacidades a la fuerza del hombre, quien “hasta allí las ha llevado”. En otras palabras, derivado de un ostracismo social. La mujer debía estar en casa, realizando sus actividades domésticas y, si acaso iba a la montaña, tendría que hacerlo, por ejemplo, con su vestimenta adecuada a la alienación patriarcal, aquellos vestidos que incluían varias capas de sandalias y enaguas debajo: nada que socavara la autoridad masculina. 

Hoy en día, no obstante, la historia se ha ido escribiendo de modo distinto. En las zonas de escalada de México, un país tan rico en roca y paisajes que atrapan la mirada de cualquier persona aventurera, podemos encontrar mujeres escaladoras que, con pasión y entrega, van conquistando lo que hasta hace poco se consideraba imposible. Nuestra sociedad –y, por ende, nuestro deporte– fue evolucionando hacia un ambiente más inclusivo. Así, aquel que llaman el “sexo débil” se ha ido superando tanto en gimnasios de escalada indoor como en cualquier tipo de roca, cruzando fuertes fronteras ya no sólo naturales, sino también sociales. 

“¿Por qué te caes? Ni que tuvieras tan grandes las nalgas y te pesaran.”

Si hace tan sólo 65 años las mujeres lucharon por el derecho al voto en México, y aunque ahora estamos experimentando una agitación política sobre los derechos de las mujeres y la violencia de género, no se puede negar que hemos recorrido un largo camino donde hallamos fortísimas atletas que viven de y para escalar, que logran ascensos extraordinarios por su carga histórica, que superan dificultades máximas en paredes míticas, que ha sido vanguardistas por ser punto de inflexión en la medida en que nos abren nuevos horizontes; todos ellas, casos que iluminan nuestra referencia histórica.  

Sin embargo, en esta práctica deportiva las barreras en torno a la desigualdad de género persisten: entre los miembros de la comunidad de escalada se dan fuertes conductas de sexualización o descalificación del cuerpo de la mujer, mansplaining, hostigamiento y acoso sexual, entre otros, y también persiten en las propias funciones sistemáticas que rigen y articulan a este deporte tan apasionante. 

Si bien, por ejemplo, hace unos años se comenzó a desarrollar un equipo de escalada no sólo estético sino también que técnicamente respondiera a las necesidades de las mujeres (sí, hace una década no había uno diseñado sólo para la mujer), lo que representó un gran paso para su inclusión. Todavía hay fuertes barreras en otros ámbitos, como la graduación de dificultad, el nombramiento de rutas, las premiaciones no equitativas, que no sólo no reducen la brecha de la desigualdad de género, muy por el contrario, la promueven y fortalecen; todo esto desgasta las fibras que componen el tejido fraternalista que define a la comunidad escaladora.

Quizás, el problema más grave que engloba nuestra realidad deportiva es la normalización de actitudes machistas, todas ellas violentas y ninguna menor, que afectan nuestra sana convivencia y desempeño. Frases, piropos, miradas y actos de acoso estuvieron acallados muy probablemente por no romper el entorno embellecido y de “buena ondez” que caracteriza a la comunidad. Así, los silencios, que poco a poco desgastaron y mermaron la seguridad y desempeño de muchas escaladoras, se fueron hilando a través de la voz dirigida al oído de confianza hasta descubrir que el machismo nos tocaba y atravesaba a la gran mayoría. Una realidad pantanosa, sumergida y velada por el bello paisaje que románticamente nos acompaña en cada salida a la montaña. 

“Escalas bien chido, pero lo más chido es ver tu trasero cuando escalas.”

El paternalismo, el patriarcado y el machismo atraviesan de tajo todo lo que nos rodea, precisamente porque se trata de un problema estructural que nos compete a todos. En el mundo de la escalada, tiene mucho tiempo sin nombrarse, señalarse y atenderse, pero el hartazgo que genera nos hizo darnos cuenta que podemos y queremos cambiarlo.

La escalada es un deporte donde la agilidad y la fuerza son esenciales para resolver movimientos complejos y suele desarrollar la espalda (escápulas, trapecios, hombros y bíceps) mucho más que cualquier otra parte. El resultado es un cuerpo con una fisionomía no aceptada dentro del concepto de “belleza femenina”. Esto no es excepción alguna para verse afectado por el tema de la “gordofobia”, tan común en la comunidad. ¿Qué pasa si hay demasiado músculo? O simplemente, ¿la genética del cuerpo no logra conservar un bajo porcentaje de grasa?

El Comité Olímpico filmó una serie titulada Hungry for Gold (“Hambriento por oro”) en la que, mediante entrevistas a deportistas élite de distintas disciplinas olímpicas, visibiliza la imagen normalizada del cuerpo (construcción sociocultural), que consideramos estéticamente aceptable, contrapuesta al cuerpo de un deportista de alto rendimiento, para mostrar las fuertes consecuencias psicológicas y de salud que se generan. La escalada no se salva de esta problemática y ahora, con su debut en las siguientes olimpiadas, será necesario visibilizar esta problemática.

“Ni escalan, nada más vienen a zorrear.”

Sasha DiGiulian, escaladoras elite, retoma este tema en sus redes, aceptando su belleza de manera positiva y contraponiéndola al patrón tradicional de feminidad. Ella narra que, previo a entrar a la alfombra roja de los “Women’s Sport Foundation”, fue un reto encontrar un vestido de gala, puesto que su espalda difícilmente cuadra con el patrón preestablecido por la moda. Le tomó tiempo reconocer que, gracias a esa espalda tan grande que no permitía que el zipper cerrara completamente, llegó a esa alfombra roja. 

La pregunta, “¿cómo debería verme?”, debe superarse y sustituirse por “¿qué es lo que mi cuerpo puede hacer?”, recomienda la psicóloga del deporte Madeline Crane. Ella realizó un estudio en el que mostró cómo las mujeres deportistas suelen ser juzgadas mucho más por cómo se ven, mientras que a los hombres se les juzga por sus habilidades y aptitudes; esto afecta en la psique y la motivación de ellas. El atleta masculino debe enfocarse en perfeccionar aquello en lo que ya es bueno, así como en aprender nuevas habilidades, mientras que las mujeres se ven obligadas además a enfocarse en la estética de su cuerpo. 

Es común, como mujer escaladora, recibir comentarios despectivos sobre el incremento de nuestros músculos y fuerza. Frases como “parece hombre con esos músculos” provocan que ciertas mujeres limiten su desarrollo y entrenamiento para evitar transformar demasiado su cuerpo, e incluso, en algunos casos, optan por dejar la escalada. Por lo que cabe preguntarnos, ¿en qué momento el músculo se convirtió en sinónimo de masculinidad y no de fuerza?, ¿por qué consideramos “antinatural” ver a una mujer con músculos desarrollados? Un estudio realizado por Jamilla Rosdahl habla sobre cómo una mujer fuerte cuestiona en la dimensión patriarcal lo que significa ser un “verdadero hombre” –fuerte, grande y poderoso– y una “verdadera mujer” –débil, pequeña y dependiente–. 

Generalmente, las mujeres que tienen el deseo de desarrollarse en una vida deportista son vistas como “marimachas”, muy probablemente por aquel “atrevimiento e invasión al territorio masculino”. Los deportes, sin duda, juegan un papel importante en el fortalecimiento del género del régimen patriarcal. Las mujeres musculosas también suelen ser acusadas de tomar esteroides, ser lesbianas, agresivas o que deliberadamente intentan ofender a otros y buscan pleito. En la escalada, son comunes los comentarios sobre su cuerpo, su atractivo, su vestimenta “adecuada”, su testosterona y poca feminidad. El problema no es el músculo: es el concepto de feminidad que impide entender la musculatura como algo femenino.

¿En cuántos videojuegos no habremos visto ya al personaje femenino con una armadura-bikini, mientras que el avatar masculino porta una armadura increíblemente protectora? En la escalada ocurre algo similar. La vestimenta elegida por las mujeres incluso determina si son patrocinadas. Hace unos años un representante de una marca me comentó: “No escalas mal, pero te patrocinaría si usaras menos ropa”. Al finalizar un viaje de escalada, después de estar varios días en la montaña, pasamos a un supermercado. El escalador que conducía el automóvil me dijo: “Que pena entrar contigo viéndote así; pareces niño de la calle. Cómo me gustaría entrar mejor con un par de nenas como esas” (señalando a dos mujeres con short y ombliguera). ¿Por qué se sienten con derecho a juzgar nuestra apariencia?

Ilustración de Martha Muñoz Aristizabal

La sexualización del cuerpo femenino en la escalada es mucho más común de lo que se piensa. Si escalo con top, ¿me tomarán en cuenta? Existe la idea errónea de que sólo las mujeres que cumplen con el patrón de belleza impuesto por una revista se ganan el derecho a mostrar más piel. En el artículo “Tomboys, Dykes, and Girly Girls: Interrogating the Subjectivities of Adolescent Female Athletes”, se habla sobre cómo la exageración de la identidad “hetero-sexy” pareciera ser esencial en la feminidad para “protegerse” de ser catalogada como marimacho, lo que a su vez crea discusiones y divisiones entre las mujeres que desean romper ese patrón normativo, y las “girly-girl”. Académicamente, las “girly-girl” son definidas como “simpatizantes de la feminidad”, es decir, que están conformes con ser “tradicionalmente bellas”, aparentar moda convencional, además de estar enfocadas y alerta sobre su apariencia.  Se crea un ambiente competitivo entre “las rudas” vs. “las girly”, un fenómeno competitivo visto en repetidas ocasiones; por un lado, algunas atletas inconscientemente intentan exhibir rasgos “masculinos” para demostrar que pueden pertenecer en este ambiente “de hombres”, minimizando a las mujeres que consideran con exceso de “feminidad”. 

Existe una complejidad para encajar en este patrón, “girly-girl”, en un deporte que desarrolla musculatura, te hace sudorosa, con callosidades en manos y pies, raspaduras y moretones, razón por la cual muchas mujeres hacen todo lo posible por exagerar rasgos considerados femeninos. La presión para cumplir los estándares vienen de todos los flancos. Es sabido cómo algunos entrenadores extienden su opinión a escaladoras sobre qué vestimenta es la “adecuada” y no, en cambio, hacia el escalador. Hablar de algún logro deportivo de una escaladora va ligado con un cumplido o crítica sobre su aspecto físico: “escala bien, pero no está tan bonita”, “si adelgazara escalaría mejor”, “ahora que se cortó el cabello, y con esos músculos, la confundí con un hombre”. 

“Escalas como niña” es una expresión normalizada en el ámbito escalador. Su connotación suele referir a que no requirió de mucha fuerza lo que se acababa de realizar. Probablemente fue algo técnico o de equilibrio, entonces se refuerza el pensamiento de que una mujer es incapaz de mostrar fuerza. “Es normal que te dé miedo: eres mujer”, “dale por la estrategia de las niñas, porque el paso es más difícil como yo lo hice”, “a ella le salió porque tiene los dedos pequeños; yo como soy grandote es más difícil”, son frases comunes y aceptadas. El menosprecio de la fuerza mental y física de una mujer es el pan de cada día. En un estudio que realizó, Leah Robinson compara la actividad física entre niñas y niños a partir de la frase “juegas como niña” y muestra su implicación psicológica y física; además, destacó que en sociedades sexistas, las mujeres suelen encontrarse físicamente restringidas

Por otra parte, hablar de machismo en la escalada es hablar también de homofobia y transfobia, ya que la masculinidad hegemónica no sólo subordina a la mujer frente al hombre, sino también ejerce violencia, discriminación y rechazo con todo aquello que se define como “lo otro”, lo “diferente”, en este caso, lo que se entiende por masculinidad (fuerte, grande, musculoso).

“Oye, pero vamos a ir puros hombres y queremos escalar vías duras, entonces no sé si quieras ir porque no vas a poder hacer nada.”

En México, en un día de escalada cualquiera, es común que para ofender el desempeño y comportamiento de otros escaladores se utilicen palabras expresamente homofóbicas como puto, marica, gay, etcétera. “¡Qué puto!”, al mostrar miedo o duda para ascender alguna ruta o resolver un paso. “¡Dale de punta, no seas marica!”, al querer probar una vía en modalidad “yoyo” o top-rope (la cuerda va del asegurador a un punto de reunión situado por encima de los dos escaladores o en el punto desde el que se asegura, y luego regresa al arnés del escalador, por lo que el factor caída se reduce considerablemente).

Ante la discriminación de la homosexualidad, reflejados y perpetuados en las frases previamente mencionadas, no es descabellado pensar que las personas homosexuales que conforman la comunidad de la escalada optan por mantenerse en el clóset para evitar discriminación y malos tratos, e incluso terminan abandonando este deporte. Algo parecido sucede con la comunidad trans, aunque aquí no sólo no se tolera o se denigra, sino que ni siquiera se acepta como existente. Pareciera ser que la escalada, por lo menos la escalada en México, no tiene lugar aún para la comunidad transgénero o para personas no-binarias.

Es curioso ver cómo la escalada, al tratarse de un deporte considerado más “masculino” que femenino (como por ejemplo, el fútbol), acepta el lesbianismo ligeramente más que la homosexualidad. La explicación probablemente deriva de desexualizar a la escaladora lesbiana y considerarla como una más entre “los hombres”, mientras que un hombre homosexual es visto como alguien más débil, no natural, no apto para el deporte.

“Es normal que te de miedo volar, eres mujer.”

Finalmente, la escalada es un espacio de realización y superación personal que se desarrolla en un ambiente natural que, independientemente del grado de dificultad, del estilo y del lugar, abraza a todos por igual. Las montañas están más allá de las fronteras del género, la nacionalidad y la cultura, un camino inequívoco de transformación para mejorar como persona. Por ello, creemos que son el espacio perfecto para construir una escalada sin machismo. 

La llegada del feminismo a la escalada era inminente, tanto por el contexto político actual como por el hartazgo individual: es urgente superar la inmovilidad a la que el patriarcado ha sometido por siglos a las mujeres. Acompañar y sumarse a este movimiento es darse a la tarea de entender que la empatía es un principio rector que suma y no acepta ningún abuso por encima de otro. Así, en esta actividad, el feminismo se adentra en los cimientos del deporte, aquellos que sistemáticamente encasillan al cuerpo de la mujer en necesidades eróticas, ideales de fortaleza física o estereotipos canónicos, para atender las desigualdades y abrazar las diferencias de género que han sido violentadas y silenciadas.

No obstante, los primeros pasos para superar esta compleja y difícil problemática se han de dar por medio de la visibilización del problema, la sensibilización en la comunidad escaladora, la disposición a detener conductas machistas y, por supuesto, lograr un empoderamiento y defensa de la mujer en contra de la discriminación en la escalada en México. 

“Tengo derecho a usar el top que quiero porque tengo calor, sin sentir miradas que me juzgan, sin sentir que debo tener un cuerpo escultural para tener derecho a usarlo”

En definitiva, una estrategia para atacar el machismo en la escalada es el acompañamiento, desarrollo y soporte a los hombres en su proceso de abandonar comportamientos, acciones y lenguaje que perpetúen los pensamientos, ideas y cultura machista y la discriminación de género. 

De acuerdo a Ricardo Rivera, director de Voices of Brotherhood, es altamente recomendado  redefinir, redirigir y reconectar a los hombres con su masculinidad. Existen muchos estigmas e ideas erróneas alrededor de la masculinidad y lo que debe representar “ser un hombre”. Y debido a estas ideas es que podemos encontrar a tantos hombres viviendo bajo una masculinidad dañina, no solo para quienes los rodean, sino para ellos mismos. Por ello, es urgente trabajar en la masculinidad de los escaladores y, por supuesto, comenzar por entender lo que es y lo que representa. 

Es momento de empezar a cuestionar todo, hacer saber y señalar a los miembros de la comunidad cuándo han cometido un acto de discriminación o acoso en contra de una escaladora, poner fin y límites a las acciones, actitudes y frases machistas y homofóbicas. Sólo así se puede estar comprometido con un futuro más inclusivo. El machismo, no obstante, no tiene género. Todos podemos ser partícipes de ello y únicamente se logrará un verdadero cambio al forjar alianzas de género, hacer una sinergia entre el empoderamiento femenino y LGTB+ y la sensibilización masculina. Es de suma importancia trabajar para ya no aceptar, normalizar, ni invisibilizar micromachismos o actitudes misóginas que han sido normalizadas y perpetradas tanto por hombres como por mujeres en la comunidad escaladora.   

La invitación debe ser generalizada, y se debe buscar la participación masculina en la lucha contra la violencia de género. ¿Cómo aportamos al machismo?, ¿cómo dialogamos con las mujeres que se encuentran en el entorno?, ¿con qué actitudes lastimamos y agredimos?, ¿cuándo minimizamos logros femeninos? Se trata de identificar actos machistas, poner un alto y realizar un cambio interno. 

Apostemos hoy por una escalada inclusiva; recordemos el alto valor de cada escaladora o escalador para el desarrollo de este deporte en el país, más allá del género, la identidad de género y la orientación sexual. Desarrollemos y construyamos las herramientas necesarias para poder solucionar el problema del machismo en esta práctica. Actuando con decisión seremos una generación que lucha por la igualdad, la empatía y el respeto hacia todos. 

Seamos el cambio desde la raíz, no solo trabajando con los resultados sino también con las estructuras sistemáticas que soportan este hermoso deporte. Es parte de nuestra responsabilidad no caer en prácticas opresivas, discriminativas; en cambio, mostrarnos aliados con la comunidad y abogar porque los muros y las zonas de escalada sean inclusivos. Es imperativo recordar que la lucha feminista y la búsqueda por la supresión del sistema heteropatriarcal están intrínsecamente relacionadas con la lucha LGBTIQ+, así como ante toda forma de violencia de género.

Hoy nos dirigimos a ti, lectora, lector, como escaladoras mexicanas decididas a cambiar los estereotipos tradicionales del macho perfecto y la mujer sumisa en México. Te recordamos la importancia de poner límites. Entre mujeres debe existir todo menos competencia. No vamos a permitir caer en el juego en donde el patriarcado nos pone una contra la otra; hoy no, ya no más. A partir de ahora, no tendremos miedo para desarrollar zonas de escalada, romper nuestros límites, encadenar rutas sin importar que quieran bajarle el grado, a armar bloques en los muros, a limpiar y abrir nuevas rutas. Es nuestro momento para aceptar nuestra esencia cíclica y nuestro cuerpo, amarnos, saber que nos llenan de poder nuestros altos niveles de progesterona y estrógeno. Así como estas hormonas nos hacen tan revolucionarias y gritonas, también nos llenan de amor y fortaleza. 

“Nosotras también somos escaladoras, somos fuertes y tenemos una pasión. Nuestros cuerpos son la herramienta más valiosa para escalar y hacer cosas increíbles. Nadie ni nada nos creará más una idea de lo que debemos ser y hacer”.  EP

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