Mamá, hoy sí quiero ir a la escuela

Vivo en Tijuana y soy profesora en una primaria pública. Mis alumnos ya me conocen, pues estuvieron conmigo desde el año pasado, cuando entraron a primer grado. Ahora nos toca pasar a segundo y por suerte lo haremos juntos.

Texto de 21/09/20

Vivo en Tijuana y soy profesora en una primaria pública. Mis alumnos ya me conocen, pues estuvieron conmigo desde el año pasado, cuando entraron a primer grado. Ahora nos toca pasar a segundo y por suerte lo haremos juntos.

Tiempo de lectura: 7 minutos

Son las ocho de la mañana y el timbre de la entrada no suena. En la primaria no hay niños corriendo a la formación, acomodándose por estaturas, haciendo distancia por tiempos uno, dos, tres, media vuelta por tiempos uno, dos, tres. En su lugar ha crecido la maleza. Ha germinado en espacios insospechados, apareciendo en las grietas más minúsculas. En nuestra ausencia ha brotado la hierba. La vegetación ha comenzado a sobrepasar los cincuenta centímetros, casi se acerca al metro de altura. Al pie de los salones y cerca de la dirección, se ven las largas espigas que habrán de ser cortadas.

El 24 de agosto fue el primer día del ciclo escolar 2020-2021 en México. Debido a que lo iniciamos desde la distancia, no hubo honores a la bandera en las escuelas. En cambio, sí hubo en el Palacio Nacional, presidido por el secretario de Educación, el presidente de la República y con todos los jóvenes de la escolta marchando con cubrebocas. Esto hizo que me acordara de cuando era niña y me levantaba temprano para ir a la escuela, de cómo en la radio comenzaba a sonar el himno nacional y, afuera, el azul de la madrugada empezaba a difuminarse. O de cuando me daban las doce de la noche frente al televisor y el himno volvía a materializarse como un ente omnipresente.

Me pregunto si las autoridades educativas están planeando, así como planearon para las clases a distancia, una programación para los honores a la bandera. Me pregunto si los alumnos, en medio de la pandemia, se pararían cada lunes frente a la televisión para ser parte del protocolo, “Bandera de México, legado de nuestros héroes” y si estirarían el brazo apuntando al símbolo patrio. Me pregunto si entonarían el himno nacional, todos a la misma hora, igual que la petición que hubo hace unos meses en Twitter de cantar a las ocho de la noche Ramito de violetas de Mi Banda el Mexicano.

Vivo en Tijuana y soy profesora en una primaria pública. Mis alumnos ya me conocen, pues estuvieron conmigo desde el año pasado, cuando entraron a primer grado. Ahora nos toca pasar a segundo y por suerte lo haremos juntos. En el ciclo anterior, a ellos les tocó conocer la primaria de manera presencial. Les tocó llorar o ver que sus compañeritos lloraban, les toco ponerse nerviosos por conocer a su maestra, levantarse temprano y preparar sus útiles con anticipación. A mí me tocó acompañarlos en su primer recorrido por las instalaciones, presentarles a la directora, mostrarles los baños, llevarlos a la tiendita. Me tocó darles un gafete con su nombre, cantar canciones agarrados de las manos, ayudarles a sembrar un huerto y regañarlos cuando se peleaban en el recreo. Ahora pienso que fuimos afortunados.

“En mi salón hay veinticinco alumnos. Hace algunos días tuvimos la primera videollamada. Me pareció lindo reconocerlos a pesar de todo el tiempo que no nos vimos y me di cuenta de que seguíamos comunicándonos como lo hacíamos antes.”

En mi salón hay veinticinco alumnos. Hace algunos días tuvimos la primera videollamada. Me pareció lindo reconocerlos a pesar de todo el tiempo que no nos vimos y me di cuenta de que seguíamos comunicándonos como lo hacíamos antes, como si en todo este tiempo que no tuvimos contacto hubiéramos guardado ese lenguaje secreto hasta volvernos a ver. Pero, por supuesto, también surgieron nuevas expresiones: “Fulanita, no te escucho, ¿puedes prender tu micrófono?, ¿sabes dónde se prende?, ¿puedes pedirle a tu mamá que te ayude?”O la ya tan común incluso en los adultos: “Hay mucho ruido, alguien tiene prendido su micrófono, a ver, revisen si está tachado, si no, hay que picarle, por favor”.Y la que aplica a todo, tanto en pandemia como fuera de esta: “Fulanito, hay que levantar la mano para no interrumpir a los demás”. Luego vino la tan ya conocida: “¿Maestra, puedo ir al baño?”, lo cual me sorprendió. Me pareció un gesto amable el pedirme permiso, pues mis alumnos estaban en sus casas, en sus intimidades, ¿qué jurisdicción tengo yo en su entorno? “Sí, ve caminando, eh, no te vayas a caer”. Esa fue mi respuesta, la misma que empleaba en la escuela. Porque allá tenemos que recordarles que no corran, ya que siempre está el miedo latente a que se caigan. ¿Sentirán en casa la misma necesidad de correr, ese impulso que se adelanta a toda instrucción, innato en los niños? ¿Les pasará como cuando salen del salón y, aunque yo les diga que caminen, sé que disimulan los primeros metros, pero entonces afuera se encuentran con otros compañeros y prácticamente esa es la señal, “¡en sus marcas, listos fuera!”? No creo que eso ocurra en sus casas, la verdad.

A casi todos los alumnos les gusta cantar. Pienso que es un estigma pensar que a los más grandes de quinto o sexto no les guste. Es más bien vergüenza, incluso del profesor. A mi grupo y a mí sí nos gusta y hay tres canciones que son nuestras favoritas. La primera va: “sal solecito, caliéntame un poquito, por hoy, por mañana, por toda la semana, lunes, martes, miércoles tres, jueves, viernes, sábado seis y domingo siete y empezamos otra vez”. Esa es la canción de la mañana, la que hace que calentemos motores. Luego hay dos que, a mi parecer, son las del degenere: la del ciempiés y la del robot. La primera nos ayuda a practicar el conteo mientras vamos en fila agarrados por la cintura: “el ciempiés es un bicho muy raro, parece un montón de bichitos atados, yo lo miro y me acuerdo de un tren, le miro las patas y cuento hasta cien, uno, dos, tres, cuatro…” La clave con esta canción es que podemos ir lento o rápido según el espacio en el salón y la energía que tengamos, pero, a distancia, no la hemos podido practicar. Lo que sucede es que no hay suficientes niños en nuestras casas para generar una potencia motriz lo bastante atractiva que haga aparecer la energía renovable de las carcajadas. En cambio, lo que hemos estado practicando es “lavarnos las manos en nuestra mente”, contamos hasta el veinte en voz alta y tallamos, frente a la cámara, uñas, palmas, el reverso y los dedos. Por otro lado, la canción del robot, que es una variación de las estatuas de marfil, va así: “Quién es un robot, yo soy un robot, muy inteligente que usa lentes, prende y apaga sus luces de colores, mueve los brazos a todas direcciones, entonces nadie se mueve”. Esta sí la intentamos cantar en la videollamada; sin embargo, creo que tenemos que seguir practicando el entonar más alto, como en el salón, también habrá que practicar que no nos de pena que nos vean nuestros familiares, acostumbrarnos a que también a distancia podemos pararnos o tirarnos al suelo, o quedarnos congelados en una posición absurda y cómica que inevitablemente nos hará caer.

Este ciclo escolar, lo que va a traer la pandemia, es la reducción de accidentes en el recreo. No más niños corriendo despavoridos para formarse en la tiendita o balones cruzando como ráfagas sobre las cabezas de los más pequeños. Los profesores no tendrán que hacer guardias en cada espacio estratégico, vigilando así los tan salvajemente necesarios juegos de los alumnos. Me pregunto cómo será salir al recreo cuando regresemos a la escuela. Será necesario evitar que los amiguitos hagan picnics en el piso con el sándwich a la intemperie, expuesto a las bacterias que se crean en el patio. Habrá que evitar que compartan agua y galletas. Habrá que regular la higiene en las tienditas, la higiene en general, incluir en el horario descansos para lavarse las manos periódicamente. ¿Cómo jugarán con el cubrebocas?, o, más bien, ¿cómo hacer para que no se lo quiten o lo coloquen en su barbilla para tomar un poco de aire? ¿Qué hacer con los cubrebocas que quedarán tirados en el suelo u olvidados en los juegos, en el pasamanos, en la resbaladilla? ¿Qué pasará cuándo regresen al salón y vean que los demás compañeros todavía lo traen puesto? ¿Cómo no infundirles terror, sino consciencia de que ese objeto es un nuevo elemento del uniforme?

De acuerdo con las indicaciones del Sistema Educativo, las primeras tres semanas del ciclo escolar serán empleadas para reforzar los aprendizajes del año pasado, para repasar y hacer evaluaciones diagnósticas. La Secretaría de Educación Pública implementó los programas “Aprende en Casa” como una manera de subsanar la falta de infraestructura tecnológica en contextos “marginados”. Sin embargo, pienso que ese término abarca mucho más que las zonas alejadas de la “urbanización”. Y es que, en México, ya sea en el campo o la ciudad, la mayoría de los ciudadanos viven situaciones económicas y sociales precarias, por lo que la solución de ver televisión en casa resulta por lo demás superficial. Sabemos que, con la pandemia, muchas fuentes de ingreso se han cortado de golpe, desencadenando en las familias mexicanas nuevas dificultades donde la educación de los hijos no es una prioridad para sobrevivir. En consecuencia, las situaciones de los alumnos que desde antes del COVID-19 ya presentaban entornos familiares problemáticos y falta de oportunidades, se han agudizado. Crear nuevas formas de apoyar desde la distancia, intentando, en la medida de lo posible, que nadie se quede atrás, será labor de las escuelas y los profesores.

“El mundo puede estar llegando a su fin, pero la CONALITEG contempló que, antes de que todo se acabe, cada niña y niño mexicano tuviera sus libros de texto gratuito.”

Creo que, dentro de todo, es importante mencionar a un órgano público y descentralizado de la Administración Pública Federal: la Comisión Nacional de Libros de Texto Gratuitos (CONALITEG). Ya que, ni la pandemia, ni este universo distópico en el que nos encontramos, frenó la impresión de los libros de la SEP. El mundo puede estar llegando a su fin, pero la CONALITEG contempló que, antes de que todo se acabe, cada niña y niño mexicano tuviera sus libros de texto gratuito. Cada escuela tuvo que organizarse para entregar a las familias dicho material. En mi plantel nos separamos por días: primero y segundo el lunes, tercero y cuarto el martes, quinto y sexto el miércoles. Sacamos las mesas al patio, colocamos los paquetes de libros por un lado, el antibacterial por el otro y marcamos el piso con tachitas para que hubiera sana distancia en la fila de padres. A la entrada hubo un filtro: la directora y subdirectora revisaban que pasara sólo una persona por alumno, le tomaban la temperatura con esas pistolitas que ahora se usan a la entrada de los supermercados, se cercioraban de que las madres y padres llevaran cubrebocas y les entregaban una gotita de gel antibacterial en las manos. Por mi parte, yo estaba nerviosa: me puse lentes, cubrebocas y careta, además tuve que aguantarme las ganas de preguntarle a quien iba llegando, cómo estaba. Este protocolo me demostró que el libro de texto nunca morirá, seguirá fungiendo como un efecto placebo para la estabilidad emocional tanto de alumnos, padres de familia y profesores, una reminiscencia de nuestros tiempos antes de la pandemia. Siento un estrés latente y silencioso, una incertidumbre continua con respecto a la situación emocional de mis alumnos y su aprendizaje. Trabajo todos los días para dejar las viejas prácticas. Agradezco que pueda ver a la mayoría de mis alumnos por videollamada, que, al menos, tengamos esa alternativa, las famosas clases por zoom. Es grato constatar que nos saludamos con gusto, que surgen las sonrisas nerviosas al ver las caras de los compañeros. A pesar de que seguimos practicando el apagar y encender micrófonos, de aguantarnos las ganas de hablar al mismo tiempo, de hacer como que no escuchamos al familiar que grita al fondo; a pesar de que muchas veces no cantemos igual las canciones, todos ponemos de nuestra parte cuando nos reunirnos en ese espacio virtual. Sin embargo, a mis alumnos no se les ha olvidado lo que era estar físicamente en el aula. Dicen que lo primero que van a hacer cuando regresen a la escuela es poner atención a la profesora y hacer todos los trabajos que yo diga. Están tan deseosos de regresar que han dejado para después la idea de saludar a sus compañeros, de abrazarse, de jugar. La verdad es que, con tal de volver al salón número cuatro, el grupo de segundo “A” está dispuesto a portarse muy bien. EP

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