Levantarse, atreverse, estar furiosa

El COVID-19 nos ha paralizado pero también nos está movilizando para pensar en otras maneras de ser, hacer y de suceder, como escribe Yolanda Segura en esta colaboración.

Texto de 22/04/20

El COVID-19 nos ha paralizado pero también nos está movilizando para pensar en otras maneras de ser, hacer y de suceder, como escribe Yolanda Segura en esta colaboración.

Tiempo de lectura: 6 minutos

con y para Martha

Levantarse, atreverse, estar furiosa

Levantarse. Algo de música. Disponer el desayuno. Limpiar, ¿cuántas horas dedicamos nosotras a limpiar un departamento mínimo?, ¿cuántas más que hace seis semanas? Es por supuesto el miedo al virus, pero antes que otra cosa es el miedo a la parálisis. A que no sucedamos.

Áspera, tierna, liberal, esquiva

Yo soy, a ratos, un oso de peluche que no quiere pensar; ella es, a ratos, un barquito que se quiere ir lejos, lejos, lejos, a una isla sin COVID-19 y sin mí y sin noticias. A ratos, yo, una máquina del deseo. También coincidimos, hablamos, cocinamos y limpiamos. Limpiamos limpiamos limpiamos. Despertamos cada día pensando en los pendientes y resolvemos lo mínimo. La computadora se abre pocas horas y, de todas formas, la vida pasa en nuestros celulares. Una ventana más abierta que todas las ventanas del edificio.

Alentada, mortal, difunta, viva

Veo una captura de pantalla en redes que dice: “El virus de Schrödinger. Como no podemos hacernos la prueba, no podemos saber si tenemos el virus o no. Entonces tenemos que actuar como si tuviéramos el virus para no contagiar a otros. Por lo tanto, todos tenemos y no tenemos el virus.” Casi lo mismo que escribe Berardi cuando dice que si no va a visitar a su hermano de setentaytantos está siendo cómplice de propagar el virus del miedo y que si lo va a visitar está, probablemente, propagando un virus biológico.

Leal, traidora, cobarde y animosa

¿Le hablo a mi mamá como si nada pasara? ¿Le hablo sólo para contarle de cómo se vive la cuarentena en mi barrio, en el que apenas ayer, 6 de abril, dejó de escucharse tanto ruido en la calle por las mañanas?, ¿le digo que el sábado escuchamos una fiesta en la cuadra, adolescentes gritando, bailando y lanzando botellas?, ¿le cuento que la ferretería, la birria, la estética, el sastre y los hules siguen abiertos?, ¿le digo que todxs siguen abiertos porque se sostienen con los ingresos diarios y sospecho que también por un impulso de vida, que les hace querer mantener la cotidianidad hasta el último momento para no reconocer el miedo? En vez de llamarle, le envio imágenes de cuando mi hermana y yo éramos chicas y corazoncitos verdes.

No hallar fuera del bien centro y reposo

Leo casi toda esa compilación que se llama Sopa de Wuhan (sí, es racista publicar un libro así en estas circunstancias) y me encuentro con el desencanto y una cierta potencia política de la que hablan que, por más que intento, no se me manifiesta en ninguna parte del cuerpo. Y, si la política no pasa por el cuerpo, ¿realmente está pasando? Es como si hubiera una distancia infinita entre las palabras que leo y lo que se mueve cada día y, al mismo tiempo, está cerca. Me arde la garganta y ese ardor es el recordatorio de que no puedo salir y todo es tan simple como eso. 

Mostrarse alegre, triste, humilde, altiva

Resolvemos la crisis sanitaria desde nuestro sillón, desmenuzamos con precisión los errores discursivos y prácticos de Trump, Bolsonaro, AMLO. A veces es una lucidez que nos espanta unos segundos y siempre sabemos que estamos equivocadas, que no vemos el panorama completo, que hay datos que se nos escapan. No importa. No se trata de tener razón, sino de hablar, de verificar que aquí seguimos, nada más. 

Tengo pequeñas heridas en las manos de tanto lavarlas. Del contacto con el cloro. No me gustan los guantes.  

Leemos compulsivamente notas, ensayos, reflexiones de gente que queremos y admiramos para encontrar sentido. También, como santa Teresa, viviendo sin vivir en mí el cuerpo que está en un sitio pero vive también en otro (una da clases afuera, la otra quiere estar con su perro, ambas extrañamos ridículamente a nuestras madres y hermanxs, fluyen los audios de Whatsapp con las amigas). La cuarentena es no estar en todos los sitios que una quisiera. Esa disonancia de la que habla Cristina Rivera Garza. 

Enojada, valiente, fugitiva

El tío me dijo siempre que la vida estaba allá afuera, que saliera a buscarla. La vida ahora mismo no sale al encuentro en ningún afuera. Lo que se cuela por la computadora no es siempre la vida, es la inercia que no nos deja: enviar mails, tomar una clase, dar una clase, corregir, alimentar las redes sociales. La vida que nos entra es capitalista. ¿A dónde huimos ahora? 

Satisfecha, ofendida, recelosa

La idea de que la escritura sirve para hacerle preguntas al presente, tengan o no respuesta, me ha parecido estimulante desde hace tiempo. Sin embargo, ahora siento que es el presente el que nos hace preguntas, que mucho de lo que no entendemos no alcanza a llegar a la página, que no estamos para encontrar certezas y, en una de esas, ni siquiera atinamos los cuestionamientos. ¿Hacia dónde se mueve el mundo?, ¿se mueve a algún lado?, ¿cuánto tiempo más la burbuja de nuestra casa hasta que haya que salir y hacer las cosas de siempre? No todo lo que puede parar se detiene. Al mismo tiempo, el vértigo. Lo que leímos en las noticias ayer, la conferencia que tiene menos de veinticuatro horas, ya no es información actualizada. Y después están todas las notas paralelas que contribuyen a la ansiedad: incendios incontrolables en Chernóbil, el volcán Krakatoa en erupción, la invasión de langostas en el este de África. Me pregunto si es una realidad apocalíptica o, más bien, necesitamos establecer un escenario conectando puntos para justificar mejor por qué nos sentimos como nos sentimos. No es que el planeta esté peor que hace seis meses: la cuarentena mejora la calidad del aire.

Beber veneno por licor süave

Pienso disparatadamente que esto es lo más cercano a una huelga general que probablemente veamos en nuestras vidas. Pero no es una huelga. No todxs pueden parar. Es un detenimiento decretado, sustentado, avalado y, en muchos casos, forzado, por el Estado. Para quienes podemos trabajar o tomar clase desde casa, para quienes sí pudimos quedarnos, es una condición insólita y probablemente irrepetible. 

Quisiera aprovecharla pero no como se exige. Aprovecharla para descansar, que es algo que hacemos tan poco. Varias veces he hablado con mis amigxs sobre el potencial político y anticapitalista de las fiestas y ahora parece que esa vida, que esa voluntad, sucedió hace muchísimo tiempo. Que no sé si pronto podemos bailar hasta que amanezca y cuánta falta me hace.  

No son vacaciones, nos insisten, pero también la insistencia en pasarla bien, en aprovechar el tiempo, en ser productivxs. ¿Es algo más parecido a un luto, como lo siente Mariana Enríquez? 

Logramos posponer una semana nuestros pendientes (yo siempre me pongo tristísima en Jueves Santo porque me acuerdo de mi abuela, su casa y sus tortitas de camarón y de que ni ella ni la comida ni la casa existen ya ahí) y luego el lunes 13 nos inundan las pantallas. Entonces hay que trabajar doce horas seguidas, pausar, seguir trabajando. Hay que cumplir metas —dos páginas más, tres archivos escaneados, un proyecto concluido, un copy que funcione—. Otra forma de extraviarse. Pero así no nos sentimos culpables por no “hacer nada”, como las semanas pasadas.

Olvidar el provecho, amar el daño

Al mismo tiempo que encerradxs, compartimos experiencias, y es como si no valiera la pena hablarlas (eso de la experiencia comunicable): todos los días son lo mismo y, sin embargo, tienen una intensidad distinta: insistir con la limpieza, hacer comida, cálculos, proyectos que se cancelan, que se posponen, que se suspenden. Pero consumimos intimidad, igual que desde hace varios años. Esa intimidad también pasa por los textos, qué decimos, qué sentimos, qué pensamos. Leí un artículo de Cristina Soto cuya primera línea es  “La filosofía requiere tiempo”. Estoy de acuerdo. Pero también celebro el derecho a decirnos y a desdecirnos, a conversar. No sé si éste es el momento para las verdades trascendentales, para que lxs filósofxs nos digan hacia dónde ir porque todxs estamos perdidos. Es cierto que intentamos asirnos de algo y yo disfruto, necesito, asomarme a los pensamientos de lxs otrxs, voces autorizadas o no, pero no forjar una opinión definitiva. Supongo que las ideas irán asentándose y algunas nos parecerán más acertadas que otras. Celebro que tengamos discusiones sucediendo en el tiempo y en el error.

Intenté hacer esta entrega de cualquier otro tema y no lo logré, por eso balbuceo, salto, dudo. Las intermitencias son mi estado constante estos días.

Creer que un cielo en un departamento cabe

El problema, para mí, no es el encierro. Llevaba varios meses en una vida tan acelerada que agradezco poder parar los desplazamientos, aunque sea en estas circunstancias. Pero el domingo 12, con el café de la mañana, no encontramos ninguna razón para la esperanza. Tenemos miedo de volver a la normalidad, porque la normalidad es el problema. Tenemos miedo de una normalidad más atroz y más neoliberal que la que había antes de esto. A qué mundo vamos a salir. Cómo está organizándose la subversión en otros departamentos, en las casas de mi pueblo, en las pequeñas comunidades que habitamos dentro de las comunidades más grandes. Alguna pista.

Dar la vida y el alma a un desengaño

El papá de una amiga murió de COVID-19. Mi amiga vive en otro país y no podrá venir. Ni siquiera habrá funeral. Dice que se asombra de sentir algo tan distinto a lo que ella se imaginó. Que se lamenta de estar lejos y no sentir el pulso de lo que pasa. Decimos que lo que podemos es nombrar la contradicción y abrazar los afectos complicados. Es el diálogo lo que sostiene, y apenas tan poco.

Esto es ¿?¿?, quien lo probó lo sabe

Pienso en este poema de Lope de Vega todo el tiempo, un retrato de la contradicción que viene desde hace más de cuatro siglos a mi cabeza hoy, 15 de abril de 2020. A diferencia del poema, aquí el amor no está puesto en el centro. 

Pero me reconfortan las imágenes de animales ocupando espacios antes abarrotados por humanxs y saber que la vida late con más fuerza si no estamos, que la vida va a seguir viviendo. 

Ojalá los animales no nos permitieran volver, ojalá nosotrxs mismxs no nos lo permitiéramos. EP








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