La fuerza moral de Juan Gabriel. Ensayo para abrazar al Divo

Los éxitos de Juan Gabriel no terminaron con el machismo, pero sí hicieron que se adaptara. No por nada, algunos dicen que Juanga ha hecho más por la igualdad en México que cualquier política pública de cualquier gobierno. Y es que, donde antes no había espacio para la diferencia, surgió una oportunidad.

Texto de & 28/08/20

Los éxitos de Juan Gabriel no terminaron con el machismo, pero sí hicieron que se adaptara. No por nada, algunos dicen que Juanga ha hecho más por la igualdad en México que cualquier política pública de cualquier gobierno. Y es que, donde antes no había espacio para la diferencia, surgió una oportunidad.

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I. Siempre en mi mente. ¿Pero qué necesidad (de escribir este texto)?

No quiero instalarte un jardín de flores al oído, 

pero tú todavía nos debes muchas maravillas 

María Félix

México es un peor país desde la muerte de Juan Gabriel, de eso no cabe la menor duda. Por mero azar del destino, por las impredecibles trayectorias de la posmodernidad, o, simple y sencillamente, porque también somos parte de un mundo que va a la deriva. Sin ubicar la causa, lo cierto es que tanto ha cambiado desde entonces, aunque sigamos en el lugar de siempre, en la misma ciudad y con la misma gente.

Vivimos tiempos extraños, quizá tiempos de penumbra y desesperanza. Tiempos complejos que parecerían haber extraviado a generaciones enteras en la búsqueda de un mejor futuro, como orillándonos a claudicar ante la posibilidad de imaginar otros escenarios. Tal parece que hoy en día el mensaje que suele cooptar el imaginario colectivo es un perezoso escepticismo que a veces raya en un inadvertido nihilismo.

Más allá de cualquier abulia colectiva y catastrofismo generalizado, lo cierto es que México se encuentra desorientado desde el fallecimiento de Juan Gabriel. La muerte se llevó a Juanga y, con él, al último consenso nacional de la época contemporánea. Nos dejó un país en el que resulta razonable que existan más partidos políticos que equipos de fútbol de primera división y en el que no podemos ponernos de acuerdo ni con qué llevan las quesadillas.

A pesar de estar sumidos en el desconsuelo desde aquel 28 de agosto de 2016 —fecha en la que algo se quebró y nunca volvió a ser igual—, personas reunidas en tugurios y palacetes, zócalos, plazas de armas, bares clandestinos o fiestas públicas y privadas, siguen entonando las canciones de Juan Gabriel. Sometiéndose al luto y haciendo que la música suene más fuerte que cualquier silencio, un país, lleno de deudos y deudas, evoca la memoria del Divo de Juárez como si hubiera sido la única persona capaz en esta nación de conjugar la épica con la cotidianidad, lo nimio con lo extravagante y la institucionalidad con la subversión.

Queda claro que la muerte ayuda a muchos de los trámites del olvido. “Hasta ahora la posteridad no ha hecho nada por nosotros”, escribió Oscar Wilde. Es un irremediable castigo saber que quienes sobreviven al difunto, de manera inexorable, continuarán la vida a como dé lugar, ignorando y haciendo de menos todo hasta quedar en nada. Qué seremos al final, si no olvido ante un futuro que se reconoce como ese tiempo falaz que siempre engaña con promesas huecas y falsas esperanzas. Parece que esa será la regla, sin embargo, creemos que Juan Gabriel es la excepción.

Que conste que esto nada tiene que ver con la polémica en torno a la deseada reaparición pública de Juan Gabriel (prometida por su exrepresentante, quien afirmó que Juanga había simulado su muerte para tener mayor privacidad). Es sólo que, pensando en lo nuestro, las mañanas son más tristes porque no sabemos si volverá, porque todavía no ha llegado la hora de decirnos adiós. Incluso el mismísimo presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, en una de esas mañanas, afirmó que: “Esté vivo o muerto, Juan Gabriel es una persona excepcional”. 

Pero es que Juan Gabriel fue eso: una excepción en el abismo de lo ordinario, alguien excepcional, incluso para Alberto Aguilera Valadez. Las nociones que encierran frases como las de “una persona adelantada a su época” o “un visionario” quedan cortas, no sólo por contradecir la conquista del presente, sino también por las derivaciones que las magnitudes de esta figura han alcanzado y, muchas veces, sin que Juan Gabriel se lo hubiera propuesto, limitándose a ser él mismo o, mejor dicho, alguien más que él mismo. Alguien que fue por todos aquellos que nunca pudieron ser. Quizá por eso sea más conveniente hablar de Juan Gabriel como un artista que despliega todo su potencial en la modernidad, pero que no encuentra sitio en lo posmoderno. Tal vez, como un ser ultramoderno que prefigura cambios culturales profundos y, al mismo tiempo, los destruye.

Y aunque es cierto que hablar de la idea de trascendencia resulta bastante endeble desde un mundo en crisis constante (esto sin mencionar la aparición estelar de una pandemia de magnitudes impredecibles), también lo es que justamente en la trascendencia radica el secreto para que los efectos de unas personas vayan más allá de aquel tiempo y espacio en el que se producen; es decir, en sistematizar en retrospectiva una época fragmentada a través del amor.

El tiempo es malo y muy cruel amigo, por eso, antes de que nuestra memoria nos traicione, a cuatro años del fallecimiento de Juan Gabriel, una vez pasado el pasmo y contemplando el escándalo en tiempo pretérito, podemos afirmar que es momento para empezar a teorizar, problematizar y entender el fenómeno que causó y sigue causando Juan Gabriel —y no sólo seguir sorprendiéndonos y postrándonos ante el mismo—. ¿Pero qué necesidad de seguir pensando que ya lo pasado, pasado, cuando podemos hacer la diferencia?

Sin llegar a la obnubilada exaltación, pero tampoco manteniéndose al margen del fanatismo que provoca un ídolo absoluto, sirvan estas líneas para abrir boca y levantar acta sobre un proyecto tan pendiente como necesario: la biografía intelectual de Juan Gabriel. La cual, claramente, debe escribirse antes de que el vértigo de la historia contemporánea de México pese sobre nuestra generación, pues, así como María Félix dijo a Juan Gabriel que nos debía muchas maravillas, nosotros a nuestro Divo le debemos que esas maravillas queden como un testimonio del amor.

II. Amor eterno. ¿Por qué me haces llorar?

–¿Qué opina de la doble moral que hay en México? 

–La doble moral está en el mundo entero. 

El sufrimiento es el azote de la humanidad. 

Bien dijo Mauricio Tenorio que las canciones de Juan Gabriel, José Alfredo y Agustín Lara hicieron más por la memoria colectiva de México que todos los intelectuales que el país ha tenido. Una memoria del siglo pasado que canta a sus ritmos, que se ve en las formas de María Félix, Dolores del Río, Cantinflas, y se nutre de la nostalgia, el machismo y un partido político hegemónico. Todas estas son instituciones de la memoria de un país que vivió la promesa de un progreso que nunca llegó. 

Juan Gabriel fue el resultado más improbable de su tiempo y, por lo mismo, encarnó la esperanza de que esa promesa de su época era posible. Alguna vez Monsiváis dijo que “a Juan Gabriel nada le ha sido fácil, salvo el éxito”. Y es que cómo le iba a ser fácil que su padre terminara internado en La Castañeda, que su madre lo dejara en un internado, que le tocara ser maricón en un país de machos o que —por una injusticia— terminara preso en Lecumberri. Eso es lo improbable de Juanga; que, pese a todas esas circunstancias, que hubieran acabado con cualquier persona, él se dirigió a la victoria.

Al no tener dinero ni nada que dar, Juan Gabriel sólo encontró amor para dar. Esa fue su más grande fuerza moral. Sabiendo que en ocasiones la vida puede ser cruel, pero que peor sería resignarse a vivir esa crueldad. De ahí que el tema de la felicidad, el entusiasmo y el cariño fuera recurrente en sus composiciones. Pero no bajo una tónica empalagosa, ingenua o rastrillada, sino más bien desbocada y muy bien representada.

En un país de individuos renuentes a la expresión desaforada, más bien reservados y cautos ante una realidad ingobernable, en el que la fiesta y la pachanga existen como espacios indispensables para dar cauce a todo lo que se calla y se omite, Juan Gabriel combinó estilos y produjo nuevas mezclas que supieron equilibrar los sentimientos de la nación.  

Cuando Juan Villoro refiere al filósofo Emilio Uranga para explicar que “El mexicano es caracterológicamente un sentimental […], y que no necesita un motivo concreto para su tristeza porque la noción de pérdida ya lo constituye”, es evidente que el Divo anticipó la cumbia ranchera no sólo como puente entre dos mundos, sino también como una irrechazable invitación a despojarse de prejuicios y arriesgarse a sentir. No por el hecho de vivir en un país de sentimentales, esto viene a significar que los mexicanos sepamos qué hacer con esos sentimientos.

Así, con el paso de los años, Juan Gabriel se convirtió en una especie de vehículo todoterreno, un amplio baluarte moral para salvajes y sentimentalistas, para introvertidos y extrovertidos. Un referente tan amplio que pudo atravesar sin mancharse todo el espesor de la cultura mexicana, yendo desde el más íntimo decoro hasta redirigir la moral social.

Ya que, en términos generales, podría llegar a afirmarse que la lógica imperante en México suele estar empatada con aquella memorable declaración atribuida al lúgubre cacique del PRI, Gonzalo N. Santos, quien, al ser cuestionado sobre los límites de sus turbias prácticas gubernamentales en provecho personal, aseguró que “la moral es un árbol que da moras”. Mientras se deforma y se desconoce la moral, un ámbito al que necesariamente se tiene que recurrir para reconocer un determinado sistema de valores o alguna concepción de la justicia en algún contexto, muchos aprovechan para situarse en una cómoda posición irreflexiva que, incluso, por medio de la omisión, puede llegar a justificar actuaciones claramente discriminatorias.

Juan Gabriel se convirtió en un ídolo en el tiempo en que una televisora y un partido político se valían de la banalidad del público. La ausencia de alternativas obligaba a que se consumiera lo que había. Al fin que, como dijo Juanga, “a todo se acostumbra uno, menos a no comer”. Triunfar en Siempre en Domingo aseguraba una carrera de éxito momentáneo. Si a eso le sumabas el apoyo del partido, había todo un país dispuesto a aplaudirte. Sin embargo, habiendo tantos artistas que se agotaron en ese modelo, Juan Gabriel formó parte de él sin extinguirse ahí. Su fuerza moral como ídolo le permitió ser algo más que talento al servicio de ciertos sectores.

En aquellas épocas, negarse a ver a Juan Gabriel, rechazar su aparición en la escena pública, era algo casi obsceno. La exigencia por replantear los esquemas sobre los que se cimentaron los juicios morales derivó en un placer gustoso que, con el paso del tiempo, terminó por convertir la culpa en gozo. Y así, la moral social podemos decir que se fue relajando, quizá a cuentagotas o, mejor dicho, empezó a ser una moral más crítica, que aceptaba concesiones, desdoblando su hipócrita dualidad, y permitiendo una mayor pluralidad.

Por eso, mucho después —ya pasado el escándalo y una vez que el Divo fue consagrado como ídolo absoluto—, al ser cuestionado sobre la moral, Juanga evadió el tema de manera frontal y, más bien, lo ancló a una cuestión geográfica, afirmando: “México es el país de las oportunidades. México es tradición, costumbres, dialectos, idiomas. Hay que preguntar a los indígenas qué piensan de la vida. México tiene su propia razón, sus fundamentos. Aquí todo es bienvenido, puedes creer en Jesús como Dios, pero también en Huitzilopoxtli o Tláloc”.

La idea en sí que postula Juan Gabriel en dicha frase no es del todo equivocada, sobre todo porque nuestro país será todo menos algo homogéneo —aunque algunos así se empeñen en presentarlo—. Queda claro que aquí en México, lo plural y lo diverso, lo contradictorio y lo diferente, es la esencia que rige a una nación compleja, en constante lucha y en permanente sobrevivencia. Sin embargo, un cierto nacionalismo arcaico que atribuye un carácter especial y diferenciado a México por el solo hecho de ser México, viene a profundizar, muchas veces, las grietas y los quiebres que no permiten sobrevivir a todas las personas que conforman esta nación.

De nueva cuenta, bien vale la pena traer una reflexión de Tenorio para profundizar en el tema: “No es que lo que tenga que venir sea un Juan Gabriel de consumo internacional, sino una idea de México con los cojones de Juan Gabriel para presentarse tal cual es y ser no sólo tolerada sino admirada. Esta enjundia, creo, es muy de los países de supervivientes, como México, que requiere de una imagen universal, sí, mexicana pero tanto da, les guste o no. Esto es desvergüenza naca, claro, pero la catrinura nacional hace tiempo que anda desatada, llora que llora porque México no es ni Dinamarca ni Miami.”

Y es que quizá, antes que un lugar, un territorio, una delimitación espacial, el país que refiere Juanga es el abrazo fuerte de la persona amada, es saber que por más que México esté sobre alfileres, en constante peligro de extinción, con el apocalipsis a la vuelta de la esquina, siempre habrá alguien que pueda tenderte la mano, la solidaridad como principio y fin de las relaciones sociales. Independientemente de creencias, prejuicios y divergencias, el sentido de comunidad como la única forma de poder seguir adelante.

No por nada, la última parte de Los Detectives Salvajes de Roberto Bolaño se titula “Mexicanos perdidos en México”, la cual, además de servir como preludio de nuestra historia contemporánea, encierra las inimaginables e incesantes posibilidades transformadoras que aguarda este país siempre y cuando ocurran en grupo, con los amigos, de la mano de los seres queridos, bajo ciertos guías y faros que alumbran el camino, y nunca en soledad.

La verdad es que, en tiempos tan desbordados por el pesimismo, en donde las esperanzas por retomar la senda que nos guíe hacia un mejor mañana no existen, hacen falta referentes morales, testimonios congruentes y vehementes que nos enseñen a vivir la vida. De ahí que tal vez, pero sólo tal vez, la única fuerza moral en la que deberíamos creer en estos tiempos se llama Juan Gabriel. De ahí que no dejemos de escuchar su música y sigamos evocando su carisma, su alegría y su valentía.

III. Mi más bello error. ¿Cómo ocultar lo inocultable? 

– ¿Juan Gabriel es gay? 

– Dicen que lo que se ve, no se pregunta.

En la afamada entrevista que Fernando del Rincón hizo a Juan Gabriel, se encuentra el testimonio más célebre del Divo de Juárez, mientras hablaba de su orientación sexual: Lo que se ve, no se pregunta se convirtió instantáneamente en una fórmula para explicar sin dar mayores explicaciones. Esa críptica revelación fue en el año 2002, poco más de treinta años después de que Juan Gabriel debutara con “No tengo dinero”. 

Sin embargo, la sexualidad de Juanga no fue un tema que esperó hasta el inicio del milenio. Los chistes y referencias a su homosexualidad estuvieron presentes en forma de chismes desde que sus canciones eran escuchadas sólo por adolescentes, cuando incursionó en la canción ranchera —reservada para los machos de la talla de José Alfredo— e, incluso, cuando engalanó el escenario de Bellas Artes con sus lentejuelas y sus pasos de baile que anunciaban más que cualquier estridente declaración.

De esa entrevista han pasado casi veinte años y mucho ha cambiado. El pecado sodomita expió su supuesta culpa a través del derecho y las preferencias sexuales encontraron protección textual en la Constitución, el matrimonio igualitario es posible en la mitad del país —en la otra mitad hace falta presentar un amparo— y ya hasta el INFONAVIT publicita la posibilidad de que las parejas del mismo sexo compren una casa juntas. En la discusión pública ya no se acepta hablar de putos ni de maricones. Lo gay se convirtió en la forma de enunciar algo más que sólo la capacidad de un hombre por sentir atracción por otro, se volvió una manera de expresar un estilo vanguardista, urbano, cosmopolita y digno de derechos. 

A pesar de todo ello, de que lo gay tiene un espacio y que en él se encuentran englobadas muchas realidades que antes encontraban protección en el silencio, queda una pregunta en el aire: ¿Juan Gabriel es gay?

Alberto Aguilera Valadez se atrevió a atreverse. El hombre afeminado que nació en Michoacán y creció en Ciudad Juárez, en la “provincia”, se atrevió a crear a Juan Gabriel. A pesar de que su hermano lo moliera a golpes para “enderezarlo” y de que su madre le reprochara su delicadeza, Alberto decidió crear a un ídolo con los nombres de sus padres (su maestro de música y su padre biológico). Un Juan Gabriel que no ocultó la femineidad de su arte, sino que la explotó a niveles nunca antes soportados por el machismo mexicano. Que desde sus letras e interpretaciones no sólo expresó perdón a quienes lastimaron a Alberto, sino que encumbró a las mujeres de su vida por sí o por medio de las voces de otras grandes divas. Una experiencia que no reservó para sí, pues a todo su público nos hizo parte del más triste recuerdo de Acapulco.

Juan Gabriel fue el medio idóneo para relatar historias que algunos hemos vivido. En sus composiciones supo expresar la angustia de la adolescencia al ver cómo los demás iban cambiando su manera de vivir. Todos con su amor, excepto aquel que no nació para amar. La respuesta a esa incapacidad de amar como los demás, la encontró en quien pensaba sería su amigo. En el eufemismo de dormir con él, descubrió algo más hermoso y más divino que el mismo amor. A pesar de que el mundo le dijo que aquello era un error, él no estaba arrepentido. Si eso era un error, entonces fue su más bello error. Así, sin nombrar, pero siendo claro, Juan Gabriel nos llevó de la mano a otro mundo (de hecho, un mundo de ambiente en el que todo es diferente).

Habrá que mencionar que el mundo que moldeó Juan Gabriel no puede reducirse sólo a lo gay. Los ritos y formas que van acompañados a la experiencia contemporánea de lo gay —en la que las grandes compañías han encontrado una oportunidad de resolver la desigualdad una vez al año, cambiando sus perfiles en redes sociales para incorporar los colores del arcoíris— no alcanzan a representar al ídolo. 

Mientras que la mayoría necesita del proceso de salir del clóset para ganar algo de libertad y mostrar la identidad que había permanecido oculta, en el caso de Juan Gabriel nunca fue necesario un rito de liberación. Juanga fue su propio vehículo y forma para conquistar su libertad. Él construyó sus propias formas de diversidad. El marginado en el centro aprovechó esa posición para establecer su ruta, una que trastoca lo gay, pero que no se agota ahí. Su genio e identidad definieron sus propias categorías que permanecen innombradas, pero que se forjaron en el crisol del dolor.

Los éxitos de Juan Gabriel no terminaron con el machismo, pero sí hicieron que se adaptara. No por nada, algunos dicen que Juanga ha hecho más por la igualdad en México que cualquier política pública de cualquier gobierno. Y es que, donde antes no había espacio para la diferencia, surgió una oportunidad. Mientras algunos no pudieron engañarse por parecerse tanto a lo que el Divo mostraba, otros aprendieron a llorar y a sentir. Ya no como el macho herido, sino como aquel que ignoraba de tristezas ni de lágrimas ni nada. La pedagogía del dolor que inventó Juan Gabriel dio voz a sentimientos que no habían sido expresados en el lenguaje popular y que requerían de alguien que pudiera darles forma. Lo que no se esperaban y tuvieron que aceptar fue que esa forma venía acompañada de lentejuelas y ademanes quebrados.

IV. Ya lo sé que tú te vas. ¿Hasta cuándo volverás?

“ahora pienso en ti, más que ayer, mucho más”

“Nunca pensé que me darías tantas ganas de ser diferente”, escribió Cortázar. Por eso, tal vez, seguimos extrañando a Juanga. Porque entre tantos conflictos, discrepancias y enemistades, él, y gracias a él, muchos individuos nos reconocemos como parte de algo común, como iguales, como personas que están orgullosas de ser lo que son.

Aunque si bien es cierto que en pleno 2020 lo que se ve, no se pregunta, el problema es que no hemos terminado de ver todo lo que fue y todo lo que representa Juan Gabriel. En vida terrenal, Juan Gabriel pensó en las próximas generaciones y en dejarles un testimonio para seguir viviendo en ellas. Pero la gente, su gente, no dejó que siquiera se asomara la idea de que Juan Gabriel ya no existía. Para él, la gente siempre tiene la razón, porque sin la gente no hay Dios. Tan sencillo entendía Juan Gabriel el mundo, pero tan compleja era esa sencillez que aún queda mucho por aprenderle, por descubrirle y por compartirle.

Si las reglas de la sintaxis no pudieron amarrarlo, menos las reglas de quienes nos limitamos a ser su público. Para muchos, Juanga es motivo de orgullo e inspiración. Para otros, desde su arcaica masculinidad, el Divo de Juárez es motivo de concesiones. Ambos extremos se tocan en las noches, al calor de los recuerdos y sin importar lo afinados o desafinados que puedan ser. Ese espacio para la diversidad fue el que creó Juan Gabriel, en el que ninguna otra identidad se abandona, pero en el que nadie puede ocultar su pasión por vivir algo distinto, algo hermoso, algo divino y lleno de felicidad… Algo que, en definitiva, es indispensable que se comparta, se escriba y se haga costumbre. Porque no hay que olvidar que sólo “la costumbre es más fuerte que el amor”.

V. Bibliografía en construcción (y más allá de Monsiváis)

“Que cuando se peleen, sea por mí”

Juan Gabriel se refirió a Carlos Monsiváis como “uno de mis mejores amigos y, dentro de los medios, mi mejor amigo“, de ahí que, por lo general, cuando se quiere tener un acercamiento bibliográfico a Juanga y su obra, la referencia obligada (tanto por su estilo como por las reflexiones y la información ahí vertida), claramente, es Monsi; dentro de sus múltiples ensayos al respecto, destacan las páginas de Escenas de pudor y liviandad, y sus crónicas publicadas en la revista Proceso. Sin embargo, como algunos han señalado, habrá que hacerse cargo de lo escrito por Monsiváis sobre Juan Gabriel, pues “el pasmo intelectual que supone sumergirse en una ambigua zona de textos descalificados académicamente, gestos y poses sospechosos socialmente, y al fin éxitos y consagraciones culturales (¿popular o masivo? ¿popular o populista?) en los que, por gustos o por formación, uno no puede participar”, de vez en vez terminan por abrumar no sólo a quien intenta escribir sobre Juanga sino también a cualquier lector con interés en el fenómeno.

De ahí que, a continuación, se proponga una breve y variada bibliografía intelectual en construcción sobre Juan Gabriel, de carácter no oficial, más allá de Carlos Monsiváis, y que excluye a varios intentos biográficos más bien de índole comercial, amarillista y poco rigurosos. 

Esta lista, cabe hacer mención, antes de ser limitativa, uniforme y cronológicamente ordenada, se presenta sencillamente como una opción más para teorizar al Divo de Juárez desde otras miradas y perspectivas y así, eventualmente, ampliar las posibilidades respecto a su legado. EP

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