Exclusivo en línea: ¿Puede el arte solucionar la crisis de la filosofía de la mente? (Parte II)

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Texto de 05/12/19

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Discípulo de Mahler, el compositor Arnold Schönberg emitió la expresión más poderosa de este fenómeno desesperanzador. Al final del segundo acto de su ópera Moisés y Aarón, es Moisés quien tiene que gritar: ‘¡Oh! Palabra, la palabra que me falta’, ya que Aarón -quien se supone es su vocero- solo atina en blandir un becerro de oro, un ídolo, una mentira, y así el profeta Moisés no halla palabras para expresar la verdad. A pesar de que tendría que haber un tercer acto, Schönberg no pudo componer más. El resto fue silencio, el mismo silencio que más tarde habría de encontrarse en las obras del poeta y sobreviviente del holocausto Paul Celan.

Se trata de la misma desesperanza que existe en aquella nota hallada por el gran escritor y premio Nobel Elias Canetti. Canetti halló una nota escrita por un poeta desconocido -así se refiere a él- exactamente una semana antes de que estallara la segunda guerra mundial. Aquel poeta escribió lo siguiente: ‘Todo ha terminado. Si yo fuese un verdadero poeta, habría sido capaz de prevenir la guerra’.

Esta es la desesperanza de los artistas que no solo están conscientes de que no existe lenguaje capaz de otorgar voz a una verdad y significado metafísicos, sino que también saben muy bien, como Lukács, que tan solo una palabra, una palabra plena de significado puede tocar un alma, puede crear luz en las tinieblas que envuelven a una mujer que sufre y así salvar su vida. O bien, tal y como aquel poeta desconocido sabía: ¡las palabras llenas de significado pueden prevenir la guerra! Pueden detener la locura.

No es ninguna coincidencia que en las primeras décadas del siglo 20 Pablo Picasso comenzara a pintar su Familia de saltimbanquis y otros arlequines, acróbatas y payasos. Para Picasso, son algo así como la autoexpresión de lo que significa ser un artista del siglo 20. Marx había predicho que todo cuanto había de sólido estaba disolviéndose en el aire y que el acróbata y el payaso son prototipos de una figura para la cual no existen bases sólidas, que interrumpe el orden tal y como lo conocemos, que muestra que el orden carece de sustancia y que, detrás de una máscara sonriente, siente dolor y tristeza porque su público ríe y se encuentra alegre -porque no entiende que les está diciendo una verdad inconveniente-.

***

¿Qué pasó? ¿Por qué la destrucción de nuestra civilización con sus valores morales y espirituales? ¿Por qué la crisis de la cultura, la crisis del pensamiento, aún hasta el día de hoy, dado el grado de inadvertencia en nuestra propia sociedad? ¿Por qué estamos empantanados en Occidente con una filosofía académica que ya criticaba Wittgenstein cuando preguntaba: ‘¿cuál es la utilidad de estudiar filosofía, si lo único que hace por ustedes es permitirles hablar con cierta plausibilidad sobre algunas cuestiones abstrusas que tienen que ver con la lógica y demás tópicos abstractos, pero no los habilita para reflexionar sobre las preguntas importantes del día a día?’. ¿Por qué el mutismo de aquel otro filósofo,

Lukács y su sordera ante los silenciosos gritos de la mujer que lo amaba profundamente, Irma Seidler?

La respuesta más corta a todo esto, a lo acontecido, es: con el dominio progresivo del racionalismo instrumental con toda su ciencia, el poder de la tecnología, su anti-metafísica y su empirismo, hemos perdido simultáneamente la comprensión del significado de dos ideas bíblicas sobre la naturaleza del hombre. La primera, que hemos sido creados a imagen y semejanza de Dios. La segunda, que al principio era el Verbo (el Logos), y que dicho Verbo nos ha creado porque tal y como está escrito en el Génesis: ‘y Dios dijo’, Dios habló y con su palabra creó la Luz, el Cielo, la Tierra, el Sol, las Estrellas, los Animales, el Hombre…

Esta idea no solo es bíblica, sino que también resulta una idea fundamental para la filosofía griega, desde Sócrates hasta los estoicos, y junto con estas dos tradiciones se ha convertido en la idea fundadora de la cultura europea. Para ponerlo en términos filosóficos: existe un Logos, un Espíritu cósmico, la Razón cósmica, la mente Divina (término acuñado en el siglo 1 por el filósofo judío Filón de Alejandría).

La Mente divina, el Logos, es idéntica al Creator Spiritus (evocado por Mahler en su Sinfonía No. 8), el creador del mundo que nos ha provisto, a nosotros humanos, con una doble naturaleza. Como los animales, somos carne y sangre, tenemos instintos, deseos y temores. Y sin embargo somos la única especie que tiene raciocinio y naturaleza espiritual.

Gracias a nuestra mente hemos adquirido conciencia de ideas

inmateriales y espirituales como la verdad, el amor, la dignidad, la justicia, la belleza, la bondad y la sabiduría.

Gracias a la chispa divina del Logos en nosotros, en nuestra alma, conocemos estas ideas y valores espirituales.

Y gracias al don del lenguaje -ya que somos la única criatura que tiene el poder de la palabra- podemos dotar de expresión a las eternas ideas y valores del Logos. Incluso, con el poder que nos brinda el Logos, poseemos un lenguaje que tiene el poder de otorgar la vida (por ejemplo, al perdonar o expresar amor, amistad, aliento); que tiene el poder de transformar el mundo al presentarnos un futuro, una esperanza, una visión para crear un mundo nuevo; en suma, un lenguaje como puente entre el mundo de los vivos y el mundo de los muertos: puesto que los muertos nos siguen hablando… Todo esto nos es dado porque hemos sido creados a semejanza de Dios. Eso es lo que quiere decir este postulado sobre la esencia de nuestro ser.

Desde el punto de vista de los griegos -la filosofía socrática-, el secreto de la vida no difiere mucho y Cicerón lo resume bellamente en tan solo cuatro palabras: Cultura animi, philosophia est -el cultivo del alma humana es la búsqueda de la sabiduría-. En estas cuatro palabras captura el enfoque sobre el hombre y el mundo que fue el centro, el corazón viviente de la civilización occidental.

Fue. Porque hace cien años Paul Valéry escribió: ‘Nosotras, las civilizaciones, sabemos ahora que somos mortales’. Es un hecho

indiscutible que estamos viviendo en una civilización occidental agonizante. Su mito fundador -la gran historia del Logos, la Mente divina, la chispa divina como un alma en cada uno de nosotros; nosotros, los seres humanos como homo Dei- ya no es entendido o resulta prácticamente desconocido. Obvio, esto no sucedió de la noche a la mañana ni tampoco fue una consecuencia más de dos guerras mundiales. Las guerras son parte de la historia desde comienzos de la humanidad. No, la malinterpretación o incluso el rechazo son parte de una historia mucho más antigua que guarda relación con una parte de la naturaleza humana: nuestros deseos de sabiduría, poder y certitud. Es por ello que otra historia, otro mito se vuelve dominante en nuestra cultura: la historia de Fausto.

Fausto es el académico que lo ha estudiado todo. Así lo presenta Goethe en su majestuosa versión de la historia:

Ay, he estudiado ya Filosofía,

Jurisprudencia, Medicina también, por desgracia

Teología, todo ello en profundidad

Y con enconado esfuerzo.

Y aquí me veo, pobre loco,

Sin saber más que al principio.

[…]

Y veo que no sabemos nada.

Esto consume mi corazón.

Claro está que soy más sabio que todos esos necios,

Licenciados, escribanos y frailes.

[…]

Pero me he visto privado de toda alegría;

No creo saber nada con sentido

Ni me jacto de poder enseñar algo

Que mejore la vida de los hombres y cambie su rumbo.

[…]

Por eso me he entregado a la magia

[…]

Para ver si por la fuerza y la palabra del espíritu me son revelados ciertos misterioso

Para contemplar toda fuerza creativa y todo germen

El mito de Fausto aparece en nuestra cultura en el siglo 16 de manera tal que captura la mentalidad de la humanidad que lucha en la búsqueda de sabiduría absoluta, de la verdad, certeza y poder proporcionado por la ciencia y fundamental en la tecnología. Fausto incluso está dispuesto a vender su alma al diablo con tal de adquirir dicha sabiduría y certitud, en lugar de fe, que por definición está basada en la confianza, no en pruebas. 

El contexto histórico de este planteamiento es que la ciencia, sin embargo, representa para la humanidad una luz en medio de las tinieblas, una luz que cumple con su promesa de progreso y resultados tangibles, mientras que por el otro lado, la religión hace las veces de una cueva tenebrosa donde la gente habita entre superstición, ignorancia, prejuicios y miedo. Y no solo eso, sino que la Iglesia, en pos de sus propios

intereses, aun con toda la intención de brindar a sus creyentes las certitudes de las cuales están hambrientos, reemplaza el llamado a vivir en la fe, con el dogma, las doctrinas y la exigencia de obediencia ciega. Obviamente, esto resulta un combustible para una intelligentsia con su llamado a la Ilustración. El siguiente paso fue la idea de que Dios es solo una hipótesis. Un poco más tarde Nietzsche esbozó la conclusión final: Dios está muerto. Ha sido asesinado. Y la escena del crimen es la Iglesia. Allí fue que se llevó a cabo el asesinato de Dios.

Nietzsche también está consciente de las consecuencias inevitables de la muerte de Dios.

Con la muerte de Dios, no habrá más arte nuevo grandioso que otorgue expresión a la idea básica de nuestra civilización, ese hombre orientado a Logos -y cosmovisión, ya que dicha idea ahora resulta falsa-. Tal y como escribe en Humano demasiado humano: ‘Luego si la fe en tal verdad disminuye, los colores del arco iris palidecen en torno de los fines extremos del conocimiento y de la perfección humana: así, esa especie de arte no puede reflorecer ya. Arte como la Divina Comedia, los cuadros de Rafael, los frescos de Miguel Ángel, las catedrales góticas, supone no solamente una significación cósmica, sino además metafísica de los objetos’. Así, la metafísica no existe más.

Con la muerte de Dios nuestros valores morales trascendentales habrán de extinguirse también. En una nota fascinante fechada en otoño de 1885 escribe: ‘¿Qué tan profunda es la moralidad? ¿Es algo que se pueda aprender? Todas las personas verdaderamente profundas -Lutero,

San Agustín, San Pablo- concuerdan y están conscientes de que la moralidad no equivale a nuestros deseos. En resumen, no podemos reducir la ética a lo que nos resulta útil’.

La consecuencia definitiva de la muerte de Dios: Occidente ha entrado en la era del nihilismo. Una era sin valores morales universales, sin valores espirituales: la gente ya no hallará sentido a la vida. Todo eso será reemplazado con voluntad de poder, mentiras, lo kitsch, idolatría, entretenimiento y violencia. Las palabras habrán de perder todo su significado y como Lukács, nos volveremos insensibles al lenguaje no verbal del alma humana. Tan solo somos aptos para el parloteo, que ahora llamamos ‘tuiteo’.

Nietzsche, verdadero profeta de nuestro tiempo, sabía que con el miedo al vacío que vendría después de la muerte de Dios, la humanidad trataría por todos los medios de reemplazar a Dios (la Mente divina, el Creator Spiritus), ya fuese con ciencia y tecnología, políticas totalitarias, dinero o bien, adicciones y satisfacciones inmediatas de entretenimiento y cultura comercial. Nietzsche sabía también que nada de esto podría alguna vez brindar valor espiritual alguno o virtud que pudiera sustentar una civilización que cultivara la dignidad y el valor invaluable de toda vida en el planeta tierra. El nihilismo -y nada más que nihilismo- será el destino de Occidente una vez que la civilización europea haya llegado a su fin.

¡Qué atinado estaba! Nietzsche falleció a principios del siglo 20, en agosto del año 1900. Un siglo lleno de guerras, genocidios, Auschwitz, el

Gulag, Hiroshima y Nagasaki. Y la locura, las matanzas sin sentido continúan hasta el día de hoy…

***

Cuando el fascismo ascendía en Europa, un viejo filósofo judío, Edmund Husserl, dio una valiente conferencia en 1935. El tema: la crisis de la filosofía del pensamiento, que de manera atinada percibía como una crisis del hombre y de la cultura europea en particular.

¡Europa -decía- está enferma! ¿Por qué entonces no existe una medicina? ¿Por qué las humanidades, la filosofía, no están suministrando esa medicina ahora que nuestra cultura padece una enfermedad mortal?

¡El oprobio sobre Europa, decía Husserl, oprobio sobre Europa, cuna de la filosofía! La filosofía como ciencia universal del mundo, total, unidad universal de todo ser. La humanidad, dotada de doble naturaleza animal y espiritual, es una criatura eternamente inacabada en tanto que su destino yace en lo infinito, en los valores espirituales eternos que, en una búsqueda sin fin, todo ser humano debería intentar hacerlos propios, con toda su mente y su alma. El propósito de la filosofía, explica Husserl, es elevar a las personas hacia la verdad metafísica, hacia las ideas y valores metafísicos y en dicho proceso transformarnos en una humanidad radicalmente nueva, apta para una responsabilidad absoluta para consigo misma y para con todos los seres vivos. En pocas palabras: para renovar la creación del mundo a partir de nuestra propia destrucción. Muy a su

pesar, Husserl se resigna a concluir que la filosofía ha errado y que la crisis europea del pensamiento encuentra sus raíces en un racionalismo malinterpretado: el racionalismo de la Ilustración resultó una aberración. No solo produjo académicos perdidos en la teoría, sino que, peor aún, con él perdimos nuestra capacidad de vincularnos, nuestro puente hacia la razón trascendental que Filón de Alejandría concibió como la Mente divina y San Juan, por su parte, como el Logos, Creator Spiritus del mundo.

Nos han abandonado a un racionalismo que se reduce a anti-metafísica, un naturalismo y objetivismo desprovistos de significado espiritual universal, carentes de cualquier lenguaje que tenga el poder de crear y otorgar vida. La humanidad ha perdido la brújula en su relación con la madre naturaleza y consigo misma y ha perdido su propia alma. Lo que queda es una sociedad llena de aburrimiento y sensacionalismo debido a la banalidad que cultiva, una sociedad llena de ignorancia dada la estupidez que cultiva, y llena de conformismo dado el utilitarismo que cultiva. La voz poética ha sido acallada y sustituida por una jerga académica, cifras económicas, eslóganes y tuiteo.

Husserl, hombre valiente, fue una voz solitaria, aislado y traicionado por muchos, sobre todo por su discípulo faustiano Martin Heidegger. Cuando falleció en 1938, solo un miembro de la facultad de filosofía de Friburgo en Alemania -donde había enseñado por veinte años-, tan solo uno, tuvo el valor de acudir a su cremación.

***

¿Dónde estamos ahora? ¿Quiénes somos ahora? ¿Estamos tan solos tal y como Hölderlin poetizaba en 1800 con el siguiente verso?:

¡Tarde llegamos, amigo! Por cierto, los dioses viven, pero arriba,

En otro mundo, por sobre nuestras cabezas.

¿Estamos así de solos? ¿No tenemos otra opción sino aceptar y resignarnos a la mentalidad de este mundo loco y sin sentido?

‘¡No!’ contestó Mahler y compuso su Sinfonía de los Mil, para recordarnos que nunca estamos solos, que el Creator Spiritus siempre puede acompañarnos y que en Gustav Mahler y en todo artista verdadero puede encarnar como el Paráclito, regalándonos con un lenguaje con el cual podemos crear un nuevo mundo.

‘¡No!’ dijo Thomas Mann después de haber escuchado el estreno mundial de la Sinfonía y repentinamente darse cuenta de lo que significaba ser un artista. Enseguida escribió su novela La montaña mágica, para recordarnos que todos somos aquel homo Dei y que existe una educación, una Bildung, para llegar a ser quienes debemos ser como seres humanos.

‘¡No!’ dijo Boris Pasternak, el gran y valiente poeta ruso que sobrevivió la era del fascismo soviético para escribir su novela Doctor Zhivago, una increíble historia de amor sobre la vida, el amor y la muerte donde el protagonista -el poeta y doctor Zhivago, autorretrato en más de una manera- adquiere conciencia de que la esencia de todo arte verdadero es la chispa divina del Logos eterno, razón de que el arte sea vida eterna

que da fuerzas. Zhivago oye por casualidad cómo un querido amigo explica a la mujer que ama por qué de acuerdo con los evangelios Jesús nació de una virgen. Así es como ella lo cuenta:

‘Su parto es ilegítimo no sólo desde el punto de vista de los fariseos, porque no ha sido sancionado por el matrimonio, sino porque es contrario a las leyes de la naturaleza. Esa muchacha da a luz no por causas fisiológicas, sino en virtud de un prodigio, de una inspiración. Es la misma inspiración por medio de la cual el Evangelio, que contrapone a la normalidad la excepcionalidad y a los días de cutio las fiestas, quiere construir la vida como sea. […] Algo ha cambiado en el mundo. Desaparecida Roma, cesaba el poder del número, la obligación, impuesta a cada uno con las armas, de vivir como todos los demás, como la masa. Los jefes y los pueblos desaparecen en el pasado, surge el respeto hacia la personalidad, la afirmación de la libertad’.

Con esta novela, el poeta Pasternak, otro Paráclito, nos recuerda que la esencia del cristianismo no son las doctrinas ni la obediencia a la Iglesia, ni siquiera sus sacerdotes y su mágica transubstanciación en masa, la cual es en realidad una parodia profunda de la exigencia crucial por parte de los evangelios para aquellos que han optado por consagrar su vida a Dios en el seno de la Iglesia, de ser espíritus libres y creativos que transformen de verdad nuestro mundo, eleven la humanidad hacia su destino espiritual y otorguen vida a todo lo que esté muerto. La esencia del cristianismo no es contar con un hombre milagroso y creyentes obedientes, sino que solo puede haber un futuro para la civilización

cristiana, solo sobrevivirá si su comunidad vuelve a ser una ecclesía de personas que vivan en la fe, que sean la expresión viva de su fe en Jesús redentor y así participar del Creator spiritus.

Esta comunidad será parte de lo que otro hombre valeroso, no por coincidencia un verdadero estudiante de Husserl, el filósofo checo Jan Patocka, llamó ‘la solidaridad de los conmovidos’. Se trata de la solidaridad de aquellos que tienen el valor de decir ‘no’ a la locura, al sinsentido y a la estupidez de nuestra sociedad hipócrita.

La solidaridad de los conmovidos que tienen el valor de estar a la vanguardia en la lucha contra la mentira, los eslóganes y los parásitos que conforman el mundo del poder y que solo se ocupan de sus propios intereses.

La solidaridad de los conmovidos que no temen ser marginados.

La solidaridad de los conmovidos que redescubren la sabiduría de Sócrates en cuanto que la clave para una vida plena de significado y para una sociedad civilizada es el cuidado del alma. Este cuidado debe ser la esencia del pensamiento y la educación que dispensa, una educación en la gramática de la vida: la búsqueda de sabiduría, prodigar amor, vivir en la verdad, hacer justicia, explorar el mundo de la naturaleza y las ideas, así como conocer el lenguaje de las Musas, el único lenguaje que puede expresar y dar una idea del conocimiento del corazón humano.

La solidaridad de los conmovidos que están conscientes de que cada ser humano solo necesita del poder del amor y de la fe para encarnar al creator spiritus.

***

A manera de coda para esta ponencia.

Hace varios años estuve en Jerusalén. En aquel tiempo se me informó sobre una conferencia con el tema ‘¿Por qué todavía hay judíos?’. Una pregunta más que relevante para un pueblo que cuenta con más de 5,000 años de antigüedad. A pesar del exilio, las persecuciones, los pogromos y el holocausto, a pesar de toda esta destrucción, la civilización judía todavía existe, mientras que otras -bastantes- han desaparecido en el basurero de la historia.

Hice esta pregunta a uno de mis amigos judíos. Su respuesta fue: ‘Ven a mi casa a las 9 de la noche. Te voy a mostrar por qué a pesar de todo el horror todavía hay judíos’.

A las 9 de la noche me presenté en su casa, fuimos a caminar un poco por Jerusalén y llegamos a una escuela Yeshivá, donde vimos a 40 hombres jóvenes estudiando el Talmud. Algunos leían mientras que otros discutían. Nunca he olvidado lo que me dijo mi amigo: ‘Mira, esta es la razón por la cual todavía existe la civilización judía. Estos jóvenes consagran su vida a estudiar y pensar, discuten, no dan nada por sentado hasta hallar el mejor argumento, pueden entrar en conflicto con su fe tal y como le sucedió a Job, pero nunca van a renunciar a ella. Dentro de su ortodoxia forman parte de una tradición de miles de años de antigüedad, que para ellos resulta más importante que ser muchachos de su propio

tiempo. Ahí yace su fuerza. Pero lo más importante, y nunca lo vayas a olvidar, es que saben, tal y como todos deberíamos saberlo, que necesitamos a Dios. ¡Y Dios nos necesita también! Es por ello que nos ha creado a su propia imagen. Porque Dios gobierna el mundo a través de tu alma. Tal y como se encuentra tu alma será el destino del mundo en el que vives y actúas’.

Abandonamos la Yeshivá. Mi amigo se marchó a su casa. Yo caminé siguiendo los muros de la vieja ciudad de regreso a mi hotel. En mi cabeza oí un sonido, el sonido de mil voces cantando: Veni, veni creator spiritus! EP

Rob Riemen

Marzo de 2019

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