Entrevista con Adolfo Domínguez

En esta entrevista Leonardo Curzio conversa con Adolfo Domínguez acerca de Juan Griego, la novela del célebre diseñador de moda.

Texto de 06/08/20

En esta entrevista Leonardo Curzio conversa con Adolfo Domínguez acerca de Juan Griego, la novela del célebre diseñador de moda.

Tiempo de lectura: 10 minutos

Leonardo Curzio (LC): Adolfo Domínguez es un hombre que, por derecho propio, se forma en la fila de los Balenciaga y de los Pertegaz, pero que también ha decidido formarse en la fila de los Tomás Eloy Martínez y de los Rafael Sánchez Ferlosio. Para mí ha sido una enorme sorpresa descubrir su faceta de literato.

Adolfo Domínguez (AD): Escribí un libro, Juan Griego (Defausta, 2018), pero no vivo de la escritura. Por tanto, claro, fue una sorpresa porque yo no he vivido de esto, pero tuve la paciencia de escribir toda la vida. Desde la adolescencia escribí un diario y luego encontré la trama sobre la que escribí toda la vida, durante treinta y cinco años.

LC: Cuando el editor recibió el manuscrito de Juan Griego seguramente habrá dicho: Es una ópera prima, pero me dices que has trabajado toda la vida en ello. Se reflejan años de lectura y escritura en el libro.

AD: Totalmente. Como no vivía de ello y prácticamente se trataba de mi diario, fui incorporando mi vida, de alguna manera, sobre una trama, transcurrida además en América Latina, que amo tanto simplemente porque soy gallego.

LC: El libro, efectivamente, habla de América Latina, sobre todo de Argentina. Decían en broma los argentinos: “Tenemos papa, pero no tenemos cura”. ¿Tiene Argentina arreglo? ¿Tiene América Latina solución?

AD: Yo creo que sí, pero Argentina aún no ha salido del bucle, aún no ha encontrado la solución. Yo hace años que lo observo. Cada diez años quiebra y son los mismos errores.

“En América Latina estamos mejor que antes; yo estoy convencido de que todo el mundo ha mejorado en los últimos cincuenta años.”

LC: O la misma inercia, en todo caso…

AD: Es impresionante. En este momento ya tenemos la receta para hacer las cosas bien y, de hecho, en el tiempo en que hemos vivido tú y yo, Asia ha encontrado la manera de salir de su atraso. En América Latina estamos mejor que antes; yo estoy convencido de que todo el mundo ha mejorado en los últimos cincuenta años, pero unos mucho más que otros, eso es cierto. Y las recetas están ahí, lo que pasa es que hay que aplicarlas, ése es el arte de la política. No es fácil poner a una sociedad de acuerdo con unos valores que permitan convertir a una colectividad en una sociedad vibrante.

LC: Ya hablaremos de los valores y de esos cuatro elementos que hay que ir combinando. Pero en el caso de Argentina, ¿qué le pasa a un país que es extraordinariamente rico? Tú hablas del síndrome de 1870. Un país enormemente próspero, desde finales del siglo XIX hasta prácticamente concluir el siglo XX, y que han tratado de vivir como si fuese eso, una mina inagotable o un campo ubérrimo donde siempre habrá algo que repartir.

AD: La gran traba es política y económica. Yo creo que los grandes responsables políticos y económicos que tuvieron el poder tomaron decisiones en aquellos momentos equivocadas. Al final, los responsables son pocas personas, pero la presión de la gente es importante; tú puedes presionar hacia un camino y no hay manera de eludirlo, pero en el caso de Argentina es claro: desde que Perón tuvo el poder se repartió por encima de lo que se podía.

LC: Que era el mito de que la riqueza era inagotable y sólo había que repartirla, no generarla.

AD: Absolutamente. El secreto del desastre de Argentina, al final, es el déficit público, el reparto por encima de lo que tienes. Se gastaron todas sus reservas, que eran enormes y que habrían podido producir el despegue e industrialización del país, y no lo consiguieron, pero, ¿por qué no lo consiguieron? Porque ese dinero lo repartieron, y cuando se acabaron las reservas recurrieron a los bancos propios y después a los fondos de pensiones. Y cuando no tenían, recurrieron a la deuda exterior y, al principio, los bancos exteriores también les dieron.

“Pero hace falta la palabra, como la de Shakespeare; se necesita un encantador de serpientes para magnetizar a un país en torno a un relato político y económico, por eso es tan importante el relato.”

LC: Eran tan ricos que les prestaban.

AD: Exacto, pero llegó un momento en el cual, evidentemente, después de que suspendieron pagos, se cerró el grifo. Aun así muerden cada vez que pasa porque hay más liquidez en el mundo que sitios donde invertir de una manera rentable y por eso se ven presionados; los fondos de inversión también corren riesgos. Argentina simplemente gastó más de lo que ingresaba sistemáticamente, y eso no se puede sostener.

LC: Y siguen alimentando esa idea de que la riqueza se genera sola… 

AD: En los árboles…

LC: Y que el tema de la política es repartirla, y se desinteresan del tema fundamental que es generarla. Vasconcelos, un gran pensador mexicano, a principios del siglo XX decía que Argentina estaba llamada a ser la gran nación liberadora por la riqueza que tenía. Muchos autores de historia económica la ubican como el único país que ha perdido la oportunidad de ser uno desarrollado.

AD: Pero hay una cosa que también debe remarcarse: en Argentina, la acumulación de capital se produjo vendiendo carne, cereales y materias primas que claramente Europa y otros países demandaban. El último crack fue la soja. Pero esa acumulación tan enorme que hicieron la pudieron invertir en ciencia, en educación y en lo industrial. No conocemos en la historia una acumulación de capital pública eficiente. En cambio, si dejaras funcionar al mercado sin protegerlo, las cosas se darían mejor; la clave es que, si mezclas protección y reparto, el resultado es letal. Entonces, si proteges la industria no se hace eficaz, por tanto no hay que resguardarla; hay que desprotegerla, hay que abrirse al mercado. No hay caso exitoso alternativo, ése es el problema que hay y que no se acaba de aprender.

LC: Nos cuesta aceptarlo —aunque, como tú dices, la historia nos lo enseña— porque decimos que es darwiniano, ¿no?

AD: Exacto, pero al final el infierno está empedrado de muy buenas intenciones. Entonces, yo creo que, además, el que bien te quiere no te da palo porque hoy no está de moda, pero te exige disciplina, cultura del mérito y del trabajo, y eso permite dar el salto. No hay otras soluciones. Hay que trabajar; fuera de trabajar no hay nada.

LC: El libro explica también la mentalidad de los estancieros (de esa muy poderosa clase hegemónica en la Argentina); describes personajes reales y ficticios. Aparece Martínez de Hoz, aparece Cavallo, ese modo de pensar de los estancieros, de élites económicamente muy poderosas, pero que tampoco querían cambiar, que no entendían que había momentos en los que se tenía que cambiar, y fueron engendrando una especie de elemento maligno, esas contraélites que intentaron desafiarlas, y después ambas intentaron matar una a la otra.

AD: La verdad es que el mito de Evita Perón fue tan brutal, tan poderoso, magnetizó tanto a Argentina, que creo que llevó al país por el camino del mal. Fue una de las mejores políticas de la historia… Pero no se supo salir de su bucle. La derecha sólo tiene justificación si realmente logra una nación vibrante, como lo estaba logrando en Chile, porque necesitas años para ello; pero la derecha argentina claramente no lo ha sabido resolver, los peronistas menos. El problema es que sin los peronistas no se puede hacer nada, pero con los peronistas tampoco.

LC: Los equilibrios no se han dado entre élites renovadoras o modernizadoras.

AD: Exacto. Yo creo que hay un secreto, en especial la educación y el culto a la ciencia, y el respeto a la ley, para mí no hay de otra.

LC: Ya tengo cuatro elementos para la modernidad: educar, la ciencia, el mercado y el Estado de derecho, el imperio de la ley.

AD: El mito de la ley. Tiene que convertirse en un mito para todos y se tiene que respetar, aunque no nos guste, porque hay protocolos para cambiar la ley y con eso dejar espontáneamente a la gente que haga las cosas, pues es así como funciona la naturaleza. Ésta, cuando la controlas, no va.

LC: Tu libro, además de tener un ritmo vibrante, tiene diálogos directos, está lleno de guiños eruditos de las ciencias de la materia y también de la cultura, y te preguntas varias veces: ¿por qué la Ilustración se da en determinados lugares? ¿Por qué esa modernidad nos ha costado tanto en el mundo hispánico y se da de manera tan natural en el anglosajón?

AD: Efectivamente, el gran problema de la Ilustración es que no nos influyó lo suficiente. Nuestra Ilustración fue posterior, por lo que sea, pero quizás haya razones. España, para hablar concretamente de ésta, tuvo la ocasión de que el español fuera el inglés, y no lo fue, pero claramente no lo fue porque se equivocó en su política económica. Con la gran entrada de plata, de liquidez, sólo se produjo inflación, la cual es letal para los pueblos.

“Yo creo que las soluciones son claras, las han inventado los anglosajones: la mezcla de ciencia, del concepto de mercado de Adam Smith, la democracia, el respeto a la norma y a la ley rigurosa.”

LC: Felipe II empieza con una bancarrota.

AD: Exacto, el gran problema, y también las políticas guerreras. Los Habsburgo realmente nos metieron en las guerras, o sea, el problema viene de lejos. Carlos V, que era nieto de los reyes católicos, nos metió en un conflicto con los protestantes. Nosotros, que estábamos ya en América, tendríamos que haberlos dejado solos. Pero en la guerra de las comunidades y de las germanías, que fue una contienda civil, ganaron los aristócratas. En Inglaterra hubo una lucha entre burguesía y aristocracia, y ganaron los burgueses. Fue Cromwell. Eso fue determinante en la historia.

Otro hecho decisivo fue la expulsión de los judíos de España porque eran mercaderes, financieros, médicos, gente de profesiones muy refinadas que se fueron a Ámsterdam; por ejemplo, Spinoza era hijo de gallegos o de portugueses y fue el mejor matemático de su tiempo.

En 1559 también hubo otro suceso determinante para España cuando Felipe II prohibió a los estudiantes ir a estudiar fuera del país. Un siglo más tarde, en Inglaterra, Newton despuntaría en Cambridge, donde ya se estaba trabajando en física.

“Una novela no se concibe sin personajes, y aquí, en este libro, el diálogo es el motor de la trama y hace que ésta sea leve.”

LC: Prohibido estudiar.

AD: Exacto, o salir; había que estudiar conforme a la reforma.

LC: Los españoles consideraban a la ciencia como ideas exóticas.

AD: Exactamente. España entró a la modernidad posiblemente porque fue frontera. La frontera desarrolló un ejército muy poderoso. Fueron ocho siglos de lucha. Una guerra discontinua pero constante por el territorio a la que llamaron la “reconquista”. Pero claro, la guerra y los valores necesarios para ser guerreros no son los de los comerciantes, por tanto, la revolución mercantil que surgió en Ámsterdam fue diferente al ejército. La aristocracia ganó en España y también en otros países. En Ámsterdam generó un capitalismo moderno.

LC: Es asombroso, además de la historia me gustan mucho las evocaciones que haces a las ciencias de la materia, se ve que dominas la física…

AD: Estoy muy informado, pero no soy físico.

LC: Y cómo se va rompiendo eso, tu persona, un empresario global, es un ejemplo. ¿Cómo se empieza entonces a cambiar esto?, es decir, comenzar a ver el mundo, a dialogar con él y desafiarlo en el plano comercial e industrial. Tú lo has desafiado en el plano económico, y también en el del diseño. Entonces, ¿cómo hablar con una enorme fuerza desde nuestros países?

AD: Yo creo que las soluciones son claras, las han inventado los anglosajones: la mezcla de ciencia, del concepto de mercado de Adam Smith, la democracia, el respeto a la norma y a la ley rigurosa; no hay otra solución. Pero hace falta la palabra, como la de Shakespeare; se necesita un encantador de serpientes para magnetizar a un país en torno a un relato político y económico, por eso es tan importante el relato.

LC: ¿Nos faltan elementos que nos inspiren?

AD: Que nos magneticen en torno a los valores que funcionaron en otros países. Nosotros repetimos errores desde hace ya bastantes años. Es el debate entre la protección y el libre mercado. Ha ganado siempre el segundo. No hay ningún caso en el que, con protección, logres un gran éxito. En realidad, el gran éxito de los anglosajones en tres siglos ha sido la mezcla de Adam Smith, la ciencia, y sin duda también Newton y el respeto al derecho, la democracia.

LC: La Carta Magna.

AD: Exacto. Y también Shakespeare. Nosotros hubiésemos podido hacer del Quijote, digamos, lo que hicieron los ingleses con Shakespeare, porque yo creo que Cervantes es mejor escritor que Shakespeare, más moderno y más divertido, pues su humor es irrepetible. Entonces, yo creo que si mezclamos —y hay que intentarlo y persuadir (ése es el relato)— ahí está; los políticos tienen que realmente magnetizar a la gente y a las clases altas para cambiar.

LC: De la creatividad tú has hecho también una fuente de inspiración, o sea, si fueras profesor de ciencia política te diría: Adolfo, estoy totalmente de acuerdo contigo, pero eres un genio de la creación. ¿Ésta tiene también su parte, la creatividad, la belleza?

AD: Sin duda, es que sin belleza… Cuando digo Shakespeare me refiero al gran encantamiento que producen los artistas. 

LC: Tú citas a un Ricardo III potente…

AD: Justo. Pero, además, Homero hizo a Grecia. Es un poco exagerado, pues son más cosas, y también están la ciencia y la democracia. Es que esto lo hicieron los atenienses antes, y luego se perdió con los romanos, pero el hecho es que toda sociedad que quiera tener éxito tiene que invertir dinero privado y público en la educación como prioridad absoluta.

LC: Hablas de Shakespeare y uno de los recursos del teatro isabelino era poner una obra de teatro dentro del teatro. Tú nos metes en el guion cinematográfico en medio de la novela. ¿Tienes una pasión secreta por el cine?

AD: Sin duda, yo estudié cine y ésa es la prueba. En el Quijote, Cervantes metió microrrelatos dentro de la novela. El Quijote hizo la novela. En realidad, hay una norma en la narración: debe haber unidad de tiempo, de lugar y de acción. Yo infrinjo todo, ciertamente, pues no hay lugar, no hay acción y no hay tiempo; o sea, mezclo y, además, pongo un relato, porque yo creo que la ficción y la realidad tienen una incidencia enorme. ¿Por qué puse ese relato, ese guion? Porque el cine es un magnetizador, y es que la ficción para los seres humanos es tan real como la propia realidad.

LC: Lo he visto en escena, estos personajes que están ahí fumando y dicen: “aunque fumes tu aire es el mío”, o la escena del Comisario con la chica a la que alquila para que lo acompañe a Palacio Real, y ella va con un vestido negro”. Esa escena hay que imaginarla, Adolfo.

AD: Sí. Tú la imaginaste, ¿no?

LC: Bueno, es que la he leído.

AD: Sí, claro, la has vivido, te gusta mucho. La verdad es que los perfiles de mujer en el libro son brillantes, son vibrantes…

LC: Es un libro que tiene, además de erudición y creatividad, muchísimo erotismo.

AD: Lógico. Es que, sin el erotismo, no estaríamos tú y yo aquí. No sé qué tiene la gente contra el erotismo, porque no hay novela si los personajes no vibran. Una novela no se concibe sin personajes, y aquí, en este libro, el diálogo es el motor de la trama y hace que ésta sea leve. Porque Juan Griego es una obra densa, como tú dices. A esa densidad, el diálogo la aligera. También la aligera que está construida en verso, cuyo código esencial es la claridad. Sujeto, verbo y predicado, en este orden.

LC: Está perfectamente esculpida. Son años de trabajo.

AD: Muchos años.

LC: Y las frases, hay que encontrar la palabra perfecta.

AD: La palabra más que perfecta, inevitable, que no pueda haber otra, y eso se consigue con años de trabajo, con mucho esfuerzo y repasando y corrigiendo, porque escribir es fácil, lo difícil es corregir y que no falte nada y no sobre nada.

LC: Adolfo Domínguez, el genio de la moda. Sí, el gran empresario global ha decidido tomar la pluma y escribir esta sorprendente obra: Juan Griego.

AD: Gracias. EP

* Esta entrevista se hizo el 7 de febrero de 2020.

Adolfo Domínguez es un reconocido diseñador de moda y empresario español cuya marca tiene su mismo nombre. Su firma cuenta con más de quinientas tiendas repartidas por todo el mundo. Ha obtenido varios reconocimientos, entre ellos el Lifetime Achievement in Fashion Award y La Aguja de Oro del Ministerio de Cultura de España.

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