El discurso

¿”Año nuevo, vida nueva”? Fernando Clavijo escribe sobre las dietas.

Texto de 15/01/21

¿”Año nuevo, vida nueva”? Fernando Clavijo escribe sobre las dietas.

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Nunca dejará de sorprenderme la capacidad humana para volver a empezar. Pandemia o no, en enero habrá quien diga “año nuevo, vida nueva”, o “ahora sí nos va a ir a bien”, sin ninguna evidencia o dato alentador más que un deseo, intuición, quizás plegaria. Más que creer, es querer creer, tal vez una de las definiciones de fe, que en alguna de sus acepciones también significa confianza. Seguramente es una falacia (petitio principii y/o argumento ad populum) pero la fe del mundo me da esperanza. Quien haya leído San Manuel Bueno, mártir, de Miguel de Unamuno, o haya asistido fielmente a terapia, sabe que hay cosas —cosas buenas, incluso muy buenas— que solo funcionan cuando se cree en ellas.

Si mis colaboraciones en Este País tuvieran realmente una barra, como me imagino a menudo, habría quien en este principio de año llegaría pidiendo una ensalada. Pocas cosas tan de enero como empezar una dieta. “Hay que quemar lo que comimos en diciembre”, se dirá, o “este año bajo estas lonjas”, con verdadero convencimiento. Pero, desafortunadamente, estar convencido no siempre es suficiente. Para seguir con falacias y argumentación de libro de texto, no es lo mismo convencer que persuadir.

Yo pongo como ejemplo a mi hijo, Álvaro, cuando le explico que debe tomarse una medicina que por supuesto sabe mal. Entiende perfectamente que esta le quitará esa tos horrible. Sabe que el trago será corto y que retrasar lo inevitable solo agrega angustia al mal rato. Ya ha escuchado todos mis argumentos, está de acuerdo con ellos, hasta me los parafrasea. Y, sin embargo, no quiere tomarse el bendito remedio. Lo he convencido, es decir he causado una impresión en su intelecto, pero no logro persuadirlo, es decir conseguir que actúe en consecuencia. La persuasión tiene que ver con la acción. Puedo, por ejemplo, persuadir a un adulto de que se tome el mismo trago de medicina ofreciéndole un billete de 200, 100, incluso 50 pesos. Eso sí, tendré que darle el mismo billete cada vez que quiera que repita el comportamiento, porque la persuasión no es eterna (a diferencia de la convicción, que difícilmente cambia, por ejemplo, a nadie de pronto le surgen dudas sobre el resultado de dos más dos).

Ese es el problema de las dietas. Hay quien piensa que si uno le explica a la persona cómo funciona su organismo, cómo su corazón y venas trabajarán con menor esfuerzo, por ejemplo, esta tomará decisiones más sabias a la hora de mirar un menú. Hay quien les habla de déficit y superávit de calorías, un método más apegado a la contaduría. Como si alguna, cualquier, cantidad de información fuera más poderosa que el brillo y aroma de una anvorgesa recién hecha.

“Que hagamos la resolución este año de hablar menos de política. Mejor de futbol o hasta de religión.”

Es verdad, la comida de dieta no nos persuade, porque unas lechugas frías en pleno enero simplemente no se antojan. Son un discurso bastante flojo. Le hablan, además, al lado equivocado del cerebro. La corteza frontal puede recibir toda la información del mundo, razonar, sacar cuentas, pero la decisión real —el antojo— está más cerca al hipotálamo y a la secreción de hormonas de placer. Los hábitos, lo saben todos los que estudian adicciones, se forman y refuerzan con neurotransmisores como las endorfinas, dopamina y serotonina. Para decirlo en términos de discurso, las dietas no han considerado bien a su audiencia.

Otra manera de verlo en el contexto del lenguaje es usando la receta aristotélica sobre la retórica: los discursos deben usar una mezcla correcta de ethos (autoridad), logos (razón) y pathos (emoción). La explicación científica sobre el azúcar y el colesterol tiene un logos inapelable, es como una pechuga con verduras al vapor. Si lo dice —o sirve— alguien con bata blanca además tendrá ethos (como la cocina molecular). Pero una torta de pierna tiene más pathos.

(Tomemos al toro por los cuernos y quitémonos de una vez este paréntesis político obvio. Sí, la comida chatarra se parece al discurso chatarra en que tiene más pathos, y sabe darle en el clavo a su público porque lo conoce mejor que nadie. Eso sí, debe repetirse —de preferencia cada mañana— porque la persuasión no es una ley como lo son, por ejemplo, las heladas ecuaciones de los economistas. Pero la persuasión tiene ventaja sobre la convicción, en particular, que incita a la acción…y es que hay que moverse para salir a votar.)

¿Qué pueden aprender los nutriólogos de esta breve discusión? Tal vez lo mismo que los opositores políticos a esta nueva realidad populista. Conocer al público; reconocer que, por sí sola, la razón no persuade; ofrecer alternativas atractivas.
Eso les diría a mis clientes hipotéticos cuando viniesen pidiendo una ensalada. Eso y que claro, que seguro que este año bajan la panza. Que de hecho ya los veo como más espigados. Que hagamos la resolución este año de hablar menos de política. Mejor de futbol o hasta de religión. Y para ello podría leerles un poco de Unamuno, que dice, hablando sin sermonear sobre si la religión es verdadera, que “todas las religiones son verdaderas en cuanto hacen vivir espiritualmente a los pueblos que las profesan, en cuanto les consuelan de haber tenido que nacer para morir, y para cada pueblo la religión más verdadera es la suya, la que le ha hecho.” EP

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