De enramadas, tamales y resistencia

El periodista Heriberto Paredes se adentra a la costa michoacana para proporcionarnos una estampa de la resistencia nahua: la preparación de alimentos en comunidad.

Texto de 29/10/20

El periodista Heriberto Paredes se adentra a la costa michoacana para proporcionarnos una estampa de la resistencia nahua: la preparación de alimentos en comunidad.

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Yolanda tenía todo listo desde muy temprano. En la cocina secreta de su restaurante se cocía a fuego lento el pollo, en otra olla un relleno llamado chilaquile tomaba consistencia. Al entrar en este refugio, ella comenzó a explicar cómo se iban a hacer estos tamales largos, que en el náhuatl de la costa michoacana se conocían como laxaguale. Paso a paso la receta cobró vida y sentido para los ojos de quien descubre un tesoro o un conocimiento antiguo.

El Amparo del Surf, se llama este restaurante. Se llama así porque está situado en una playa ostuleña muy socorrida por practicantes de este deporte y porque, tal vez, es también un alivio llegar a esta enramada; fundado en honor a Amparo, madre de Yolanda, el restaurante también tiene cabañas para hospedarse y una impresionante vista del océano Pacífico.

Aparentemente lejana en la distancia (basta buscar en Google Maps), la comunidad nahua de Santa María Ostula me recuerda a los murales que Juan O’Gorman diseñó para la Biblioteca Central de la Universidad Nacional Autónoma de México: en ellos está contenida la historia bifurcada y dolorosa, sabia y codificada de las distintas capas humanas que conviven en un territorio. Esta comunidad reúne —como si de un espejo de México se trata— la historia de la larga duración de la resistencia indígena.

Más allá de la pandemia, más allá de tener muchas cosas en contra, la maravilla de volver a preparar todos los ingredientes para hacer tamales de fiesta, cuidar cada detalle, cocerlos de la manera adecuada y luego comerlos colectivamente es un acto valiente. Un acto de la verdadera fuerza de la comunidad.

Como era de esperarse, Yolanda nos pidió que le ayudaramos a cortar las enormes hojas de plátano, nos dio instrucciones precisas de cuáles hojas y del modo que debía cortarse para que la hoja no se rompiera. Luego llevó las hojas a un fogón que dos de sus hijos habían encendido. El padrino de tamales también ayudó a esta tarea y de inmediato una amiga de ella llegó para contribuir. En 10 minutos ya había una pequeña colectividad dedicada a procurar el nacimiento del ancestral alimento.

Algunos años antes, entre 2008 y 2009, en este mismo restaurante frente al mar, bajo las enramadas que dan sombra a las mesas de plástico, un grupo de comuneros comenzó a reunirse para planificar lo que sería una de las acciones más importantes en toda la historia de la comunidad y posiblemente en toda la región. Refrescándose con la brisa marina, estaban dibujando el plan de recuperación de unas tierras que estaban siendo invadidas por pequeños propietarios.

Miembros activos del Partido de la Revolución Institucional (PRI), mestizos, estos acaparadores de tierras no tenían nada de pequeños, bajo su mando estaban miles de hectáreas, de esta y de otras comunidades indígenas. Así que mientras los ciudadanos cercaban ilegalmente las propiedades comunales, demandaban jurídicamente a los indios y disponían de su poder para enriquecerse a toda costa, este pequeño grupo reunido bajo una enramada configuraba lo que la comunidad había decidido ya: recuperar sus tierras para conservarlas y protegerlas.

Finalmente, el 29 de junio de 2009, las tierras conocidas como la Camaguancera fueron recuperadas y ahora se conocen como San Diego Xayacalan. Aquellos invasores que se escudan en el derecho a la propiedad privada descubrieron su verdadero rostro y emprendieron una matanza selectiva contra toda una generación de luchadores comunales. La violencia no fue ocasionada por grupos criminales solamente, en realidad es un efecto de un sistema que busca constantemente lo necesario para mantener el negocio

Refiriéndose a los ataques que viven constantemente los pueblos indígenas, el finado Subcomandante Insurgente Marcos escribió en 1999, una carta llamada, ¿Cuáles son las características fundamentales de la IV Guerra Mundial?, en donde señala que «las guerras del siglo XXI van a ser en contra de los que quieran ser diferentes. Frente a los que se resisten a desaparecer como diferentes, cada vez más se va atentar contra sus derechos colectivos, cuidando el respeto de los derechos humanos individuales», y es esto lo que ha padecido Ostula, la defensa de su derecho a la vida y al territorio, a la conservación de sus costumbres y a elegir cómo quiere renovarse, es decir, el derecho colectivo a existir.

¿Qué otro acto más radical que la lucha por la vida frente a tantos proyectos de muerte y destrucción, frente a tanto olvido y división? Así como ocurrió con las repúblicas de indios en los siglos XVI y XVII, la fragmentación de la propiedad comunal entre desde el siglo XVIII, la invasión de tierras en el siglo XX y el crecimiento del poder criminal en los últimos 30 años, de esta manera, la opción para comuneras y comuneros es la vida.

Durante muchos años he sido testigo y he sido partícipe de momentos como este, la investigación que realizó y que bajo el nombre de Tierra de Xayacates cobra forma pausadamente, me ha permitido aprender mucho de lo que se guarda en la vida cotidiana, de la historia contenida.

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Esta enramada guarda en sus silencios, interrumpidos por el estruendo del oleaje, la sabiduría de la historia viva de aquellos comuneros que ya no están. En la cálida mañana en la que un pequeño grupo prepara tamales para festejar está también la acción de no perder lo que los identifica, el conocimiento de una suerte de cocina de la resistencia.

Yolanda se apega a los ingredientes tradicionales, comparte su conocimiento y a todo aquel que pregunta le explica que estos tamales se hacen en ocasión del pedimento para casarse, los hace la familia del novio para ofrendar a la familia de la novia. Pero también aclara que en esta ocasión son los tamales para celebrar a unas amistades que recién se casaron. Entonces los turistas se alegran, una chica de Israel que gusta del surf pasa y se queda un rato, se emociona y regresa más tarde a ver si puede probar tantito. Otro surferman de Canadá se anima y come del tamal cuando está listo.

Mientras las ollas cuecen los tamales y el atole, tomamos agua de coco, platicamos, nos conocemos. Cada quien aportó algo, de esta manera la fiesta es de todo mundo, así como ocurre en muchos otros pueblos.

En los gestos no hay imposición, existe una relación que trata de ser lo más horizontal que se puede para compartir. Detrás, como sombras vigilantes, están aquellas personas que se reunieron muchas veces en esta enramada y la hicieron un lugar seguro cuando el asedio criminal parecía dominarlo todo. EP

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