
Prisioneros de la esperanza es un libro que invita a la reflexión sobre la resiliencia, la sabiduría y el cuidado en tiempos de adversidad.
Prisioneros de la esperanza es un libro que invita a la reflexión sobre la resiliencia, la sabiduría y el cuidado en tiempos de adversidad.
Texto de Eduardo Garza Cuéllar 13/03/25
Prisioneros de la esperanza es un libro que invita a la reflexión sobre la resiliencia, la sabiduría y el cuidado en tiempos de adversidad.
Marcelo Rittner, Prisioneros de la esperanza, Grijalbo, 2024.
En el mundo de la medicina, se nos habla de investigadores que van a lugares extremos del planeta —a la Amazonia, los polos— y de allá traen alguna planta, una sustancia, algún microorganismo que, luego, en la zona templada del planeta, se convierte en vacuna, en medicina, en tratamiento. Abundan los ejemplos en la historia de la medicina.
En paralelo, está hecha la historia de lo que podríamos llamar el desarrollo humano y, quizás con más precisión, el arte de vivir. También allí ha habido personas que han ido a los extremos; no de la geografía, sino de la condición humana. Pienso en Viktor Frankl, Elie Wiesel, Jorge Semprún o Elisabeth Kübler-Ross, que de manera muy especial han acompañado y consolado a los moribundos en circunstancias terribles y extremas, como los campos de concentración.
De allá, de esos extremos existenciales, nos han traído fórmulas que se convierten en vacunas, en medicamentos, en sustancias maravillosas que hacen más transitable la vida, también en la zona templada de la existencia. Es fascinante esto que se da en el arte de vivir, y a esa estirpe específica, fantástica de libros, pertenece Prisioneros de la esperanza.
En el caso específico de este libro, es imposible entenderlo sin la situación de la pandemia, que marca un antes y un después en nuestra narrativa e historias. La pandemia constituye lo que ahora suele llamarse un “cisne negro”.
La historia del cisne negro es interesante: para los europeos, hasta ya muy avanzado el siglo XVII, no existían los cisnes negros. Hablar de un “cisne negro” era como si hoy dijéramos “elefante morado” o “unicornio plateado”: un símbolo de lo inexistente, porque todos los cisnes conocidos en Europa eran absolutamente blancos. Sin embargo, hoy, un cisne negro simboliza algo sumamente improbable, pero no imposible.
Si yo hubiera llegado aquí hace 10 años y les contara que desde un lugar en Wuhan, China, se liberaría un virus que pondría en vilo a toda la humanidad, habrían pensado que era una fantasía. Sin embargo, hoy todos transitamos tiempos de cisnes negros, tiempos de condiciones sumamente improbables, pero no por ello imposibles.
En esa circunstancia, la de la pandemia, conmueve poderosamente la aparición en escena de un líder espiritual que piensa profundamente en su comunidad.
Mientras la ciencia buscaba la vacuna —y recordemos cómo cambió nuestra percepción de la pandemia con su llegada—, un líder espiritual, Marcelo Rittner, desarrollaba también otro tipo de cura, que es la presentada en este libro. Una cura que tiene que ver con una vocación y una acción de cuidado hacia su comunidad.
No viene mal contar una historia que es, en realidad, una antigua fábula recuperada por Gayo Julio Higino, un famoso escritor hispano-latino que estuvo a cargo de la Biblioteca Palatina y en cuyas aulas enseñó Filosofía. La fábula pertenece a su colección de Fábulas mitológicas:
“Un día, Cuidado estaba atravesando un río y, al ver una gran cantidad de arcilla, cogió una buena porción y, distraídamente, comenzó a modelar una figura. Mientras pensaba para sí qué había hecho, se acercó Júpiter. Cuidado le pidió que infundiera espíritu al trozo de arcilla modelado, y Júpiter le concedió ese deseo.
Pero cuando Cuidado quiso ponerle nombre a su obra, Júpiter se lo prohibió, diciendo que debía ponerle nombre a quien le había infundido vida. Mientras Cuidado y Júpiter discutían sobre quién debía ponerle nombre, se levantó la Tierra (Tellus) y dijo que solo a ella le correspondía darle nombre al nuevo ser, puesto que ella le había dado el cuerpo. La discusión se prolongó largo tiempo, hasta que los litigantes escogieron como juez a Saturno, el dios del tiempo, quien dictó la siguiente sentencia:
Tú, Júpiter, por haber puesto el espíritu, lo recibirás a su muerte; tú, Tierra, por haber ofrecido el cuerpo, recibirás el cuerpo. Pero, por haber sido Cuidado quien primero dio forma a este ser, será quien lo posea mientras viva. En cuanto al litigio sobre el nombre, que se llame homo, el hombre, puesto que está hecho de humus (tierra).”
Es una metáfora poderosísima del cuidado: las cosas del más allá se resolverán en el más allá. Aquí, en la tierra, no habríamos sobrevivido ni una sola semana sin cuidado.
Lo fundamental, tanto en la tierra como en este libro, es la vocación de cuidado que nos conmueve: pensar en un líder espiritual entregado a su congregación que, por las circunstancias, se ve necesitado de encontrar una fórmula creativa para llegar a su comunidad.
Hace muchos años, gracias a Ari Kahn, tuve la oportunidad de escuchar por primera vez al querido rabino Marcelo Rittner. La sensación que tuve fue como la que experimentan quienes navegan el Nilo y llegan a sus deltas: aunque desde allí no se ven los miles de kilómetros de río que hay detrás, metafóricamente diríamos que esos kilómetros empujan el agua; no se ven, pero se sienten. Así ocurre con el rabino: en su palabra se sienten miles de años de tradición. Su sabiduría brota de ese caudal, haciendo palpables los casi 6 mil años que sustentan su enseñanza.
Esta tradición, de la que Marcelo es heredero, nos invita a reflexionar sobre prácticas antiguas, como el ayuno en tiempos de epidemia. Alguien podría pensar que ya hay demasiadas privaciones impuestas por la epidemia como para añadir más. Sin embargo, el propósito del era profundo: reconocer que una epidemia no era solo la desgracia de quien se contagiaba ni la fortuna de quien no lo hacía, sino un fenómeno social que solo podía superarse colectivamente.
Es decir, en cualquier epidemia, ya sea antigua o una pandemia actual, el verdadero enemigo es el individualismo. Este enfoque, que el rabino comprende tan bien, nos conecta también con la enseñanza de un gran filósofo y teólogo: el rabino Abraham Joshua Heschel.
Heschel nos regaló una pregunta esencial en su libro de antropología filosófica: ¿Quién es el hombre? Frente a las interrogantes de “qué es el hombre”, tenía la lucidez de responder que el ser humano no es un problema ni un “qué”, sino un “quién”.
Marcelo me enseñó una anécdota maravillosa sobre Heschel, quien, tras escapar de Europa en tiempos de peligro, llegó a Estados Unidos y se hizo entrañable amigo de Martin Luther King. Hay una fotografía icónica donde ambos marchan del brazo en una manifestación por los derechos civiles.
Cuando la marcha terminó, alguien le preguntó a Heschel de qué había hablado con King. Su respuesta fue sorprendente: “No hablamos de nada. Lo único que puedo decir es que es la primera vez que rezo con las piernas”. Con esta frase, subrayó que la vida no siempre trata de compartir teologías, filosofías o teorías, sino de emprender el camino junto al otro, tomados del brazo.
El ejercicio que nos ofrece Marcelo Rittner en este libro pasa también por un filtro de universalidad. Su esfuerzo explícito por abrir el lenguaje a otras tradiciones es lo que permite que apreciemos la sabiduría universal que nos entrega.
Si tuviera que ofrecer una clave para leer este libro magnífico, sería la palabra “paradoja”. Una clave es como una llave: quien la tiene, puede entrar a un universo conceptual; quien no la tiene, se queda fuera.
Para mí, la paradoja es la clave fundamental de este texto. Algunas de estas paradojas surgen de la propia pandemia. Por ejemplo, si siempre concebimos la generosidad como un movimiento físico hacia el necesitado, la pandemia transformó este movimiento de centrífugo a centrípeto. En lugar de ir hacia el otro, se trató de resguardarnos, de proteger al otro protegiéndonos a nosotros mismos. Otra paradoja que destaca es que, aunque los templos estuvieron cerrados, la comunidad permaneció abierta.
Estas paradojas reflejan las circunstancias de la pandemia y también la esencia de la condición humana: entender que la conciencia de lo efímero nos da acceso a lo permanente; que el humor es algo serio y la solemnidad, risible; que en la soledad se descubren presencias; que hay que vaciarse para experimentar la plenitud.
Marcelo también afirma que no hay nada más pleno que un corazón roto, recordándonos la fuerza de la debilidad. Este enfoque paradójico se conecta con el título, Prisioneros de la esperanza, una expresión cargada de significado tomada del profeta Zacarías.
Incluso Dios elige siguiendo esta lógica paradójica. Entre los hijos de Isaac, escoge a Jacob y no a Esaú, el primogénito. Entre los hijos de Jacob, no elige a Rubén, sino a José y Judá. Y más tarde, David, el más pequeño y débil entre los hijos de Jesé, es ungido por Dios. De la tribu más pequeña y de la familia más humilde, Dios elige a Gedeón para liberar a su pueblo.
No solo Dios elige de esta manera paradójica; también los hombres de Dios lo hacen. Marcelo, al escogerme como su prologuista, reafirma esta lógica, rescatando desde los márgenes aquello que puede servir y ser transformado. Me honra profundamente haber sido elegido para esta tarea, porque, en el fondo, Marcelo nos recuerda que la vida consiste en emprender el camino junto a otros. Que se trata de “rezar con las piernas”. EP