Traducción: Peter Pan. Capítulo II: La sombra (segunda parte)

Durante varios años, “Poliedro” fue la sección principal de las centrales de la revista Este País. Con el propósito de honrar a esa tradición impresa y renacer como EP en línea, hemos nombrado “Poliedro Digital” al blog semanal de la Redacción que, al tener diversos colaboradores, es como ese cuerpo geométrico de “muchas caras”.

Texto de 22/03/19

Durante varios años, “Poliedro” fue la sección principal de las centrales de la revista Este País. Con el propósito de honrar a esa tradición impresa y renacer como EP en línea, hemos nombrado “Poliedro Digital” al blog semanal de la Redacción que, al tener diversos colaboradores, es como ese cuerpo geométrico de “muchas caras”.

Tiempo de lectura: 4 minutos

Versión de Claudia Benítez

[…]

El señor y la señora Darling y Nana continuaron con sus remembranzas.

—Fue entonces que entré como un tornado, ¿cierto? —dijo el señor Darling, despreciándose a sí mismo. Y, en efecto, había entrado como un tornado.

Tal vez tenía un pretexto. Él también se había estado arreglando para la fiesta, y todo había marchado bien hasta que llegó a la corbata. Se trata de algo asombroso, pero este hombre, a pesar de saber de acciones y valores, no tenía un dominio real de su corbata. A veces ésta cedía sin contienda, pero había ocasiones en las que habría sido mejor para la casa ¡que se tragara su orgullo y se pusiera una corbata ya anudada!

Era ésta toda una ocasión importante. El señor Darling entró apresuradamente al cuarto de los niños con la pequeña, arrugada y bruta cosa que era la corbata en la mano.

—¿Cuál es el problema, querido?

—¡El problema! —gritó él, realmente gritó—, es que esta corbata no se quiere anudar —se volvió peligrosamente sarcástico—: ¡no alrededor de mi cuello! ¡Pero sí en el pilar de la cama! ¡Oh, sí, veinte veces he podido anudarla alrededor del pilar de la cama, pero no de mi cuello! ¡Oh, cielos, no! ¡Ella pide que la dispense!

Le pareció que la señora Darling no estaba lo suficientemente impresionada, así que prosiguió con severidad:

—Te lo advierto, madre, a menos de que esta corbata esté alrededor de mi cuello, no saldremos a cenar esta noche, y si no salgo a cenar esta noche, no volveré jamás a la oficina, y si no vuelvo a ir a la oficina, tú y yo moriremos de hambre y nuestros hijos serán echados a la calle.

Incluso entonces la señora Darling estaba serena.

—Déjame intentarlo, querido —dijo.

De hecho, eso era lo que él había ido a pedirle que hiciera. Con sus sosegadas y lindas manos, ella le anudó la corbata, mientras los niños estaban alrededor de ellos para ver cómo se decidía su destino. Algunos hombres habrían resentido que ella pudiera hacerlo tan fácilmente, pero el señor Darling era de un carácter demasiado refinado para eso; le dio las gracias despreocupadamente, de inmediato se olvidó de su furia y, momentos después, bailaba alrededor de la habitación cargando a Michael en su espalda.

—¡Jugamos tan descontroladamente! —dijo la señora Darling, recordando el momento.

—Nuestro último juego —se lamentó el señor Darling.

—Oh, George, ¿recuerdas que de pronto Michael me preguntó?: “¿Madre, cómo fue que me conociste?”.

—¡Lo recuerdo!

—Eran muy dulces, ¿no lo crees, George?

—Y eran nuestros, nuestros, y ahora ya no están aquí.

El juego había terminado con la llegada de Nana y, desafortunadamente, el señor Darling había chocado con ella y sus pantalones habían terminado cubiertos de pelos. No sólo eran pantalones nuevos, sino que eran los primeros que tenía con galones, y tuvo que morderse los labios para evitar que se le salieran las lágrimas. La señora Darling, por supuesto, los cepilló, pero él comenzó a hablar otra vez acerca de que era una equivocación tener una perra como niñera.

—George, Nana es muy apreciada.

—Sin duda, pero a veces me preocupa que ve a los niños como cachorros.

—Oh, no, mi querido, estoy segura de que sabe que tienen almas.

—Eso me pregunto —dijo el señor Darling pensativamente—, eso me pregunto.

Era ésta una oportunidad, sintió su esposa, para hablarle del niño. Al principio él se rio de la historia, pero se puso serio cuando ella le mostró la sombra.

—No es de nadie que conozca —dijo él, examinándola cuidadosamente—, pero parece ser de un sinvergüenza.

—Todavía estábamos hablando de ello, ¿recuerdas? —dijo el señor Darling—, cuando entró Nana con la medicina de Michael. No volverás a llevar esa botella en tu boca, Nana, y todo es culpa mía.

A pesar de ser un hombre fuerte, no cabía duda de que se había portado muy tontamente respecto a la medicina. Si tenía una debilidad era pensar que toda su vida había tomado medicina con osadía; así que, cuando Michael eludió la cuchara que Nana sostenía con su boca, le dijo en un tono reprobatorio: —Sé un hombre, Michael.

—No me la tomaré, no me la tomaré —chilló Michael traviesamente.

La señora Darling salió de la habitación para ir por un chocolate para él, y el señor Darling pensó que eso demostraba que hacía falta firmeza.

—Madre, no lo consientas —le dijo—. Michael, cuando yo tenía tu edad me tomaba la medicina sin quejarme. Decía: “Gracias, amables padres, por darme medicinas para que me ponga bien.

De verdad creyó que esto era cierto, y Wendy, que ya estaba en camisón, también lo creyó, y para animar a Michael, dijo: —Esa medicina que a veces tomas, padre, es mucho más repugnante, ¿cierto?

—Mucho más repugnante —dijo el señor Darling valerosamente—, y me la tomaría ahora mismo para que te sirviera como ejemplo, Michael, si no hubiera perdido la botella.

No la había perdido precisamente; había trepado a lo alto del armario en plena noche y la había ocultado ahí. Lo que no sabía era que la fiel Liza la había encontrado y la había puesto de nuevo en su lavabo.

—Yo sé dónde está, padre —exclamó Wendy, siempre contenta de poder ayudar—. Ahora la traigo —y se fue antes de que él pudiera detenerla.

Inmediatamente, el ánimo del señor Darling se hundió del modo más extraño.

—John —dijo, estremeciéndose—, es la cosa más horrenda. Es del tipo repugnante, pegajoso y dulce.

—Muy pronto todo habrá terminado, padre —dijo John con entusiasmo, y entonces entró Wendy apresuradamente con la medicina en un vaso.

—Fui lo más rápida que pude —dijo, jadeando.

—Has sido maravillosamente rápida —respondió su padre con una cordialidad vengativa que fue muy malgastada en ella—. Primero Michael —dijo con obstinación.

—Primero padre —dijo Michael, que era desconfiado por naturaleza.

—Tendría que estar enfermo, ¿sabes? —dijo el señor Darling en tono amenazante.

—Vamos, padre —dijo John.

—Guarda silencio, John —dijo su padre con brusquedad.

Wendy estaba completamente perpleja. —Pensé que la tomabas con suma facilidad, padre.

—Ése no es el punto —contestó él—. El punto es que hay más en mi vaso que en la cuchara de Michael —su orgulloso corazón estaba a punto de estallar—. Y no es justo; lo diría aunque fuera con mi último aliento. No es justo.

—Padre, estoy esperando —dijo Michael con frialdad.

—Está muy bien que digas que estás esperando; yo también estoy esperando.

—Padre es un gallina.

—Tú también eres un gallina.

—Yo no tengo miedo.

—Yo tampoco tengo miedo.

—Entonces tómatela.

—Entonces tú tómatela.

[…] EP

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