Blog de la casa:: Acuerpadas

Durante varios años, “Poliedro” fue la sección principal de las centrales de la revista Este País. Con el propósito de honrar a esa tradición impresa y renacer como EP en línea, hemos nombrado “Poliedro Digital” al blog semanal de la Redacción que, al tener diversos colaboradores, es como ese cuerpo geométrico de “muchas caras”.

Texto de 11/10/18

Durante varios años, “Poliedro” fue la sección principal de las centrales de la revista Este País. Con el propósito de honrar a esa tradición impresa y renacer como EP en línea, hemos nombrado “Poliedro Digital” al blog semanal de la Redacción que, al tener diversos colaboradores, es como ese cuerpo geométrico de “muchas caras”.

Tiempo de lectura: 4 minutos

En 1936 Oliverio Girondo escribe una serie de reflexiones alrededor de la pintura moderna que muestra la necesidad de una ruptura del arte y la literatura por las viejas formas de entender, analizar y representar la realidad[1]. La creación del artista con su medio, escribe el autor, “ha de surgir de su propia sustancia y ha de someterse a las leyes que le impone su voluntad”.[2] El texto critica la falta de novedad de la pintura por el academismo imperante que había impuesto sus normas. “Urge renovar el aire, abrir de par en par, las ventanas, sacarla a tomar el sol”,[3] y con este pensamiento, las vanguardias en Argentina y, en general, en América Latina, exponen el problema del arte y la realidad, dedicándose a formular una nueva literatura que esté comprometida con el contexto histórico, social y política de su tiempo.

El término vanguardia surge en Francia durante los años de la Primera Guerra Mundial. Tiene connotaciones militares y se traduce en las expresiones artísticas por la confrontación con el arte académico o clásico del siglo XIX. Arnold Hauser, en su libro Historia Social de la Literatura y el Arte, enuncia que el arte postimpresionista es el primero en renunciar a la ilusión de la realidad como es presentada para expresar una visión de la vida deformada, más honesta. Así, el cubismo, constructivismo, futurismo, dadaísmo, surrealismo, en fin, todos los ismos que nacerían de esta ruptura, tienen la finalidad de oponerse a las formas establecidas para alejarse de los clichés lingüísticos gastados, los cuales “falsifican el objeto que ha de ser descrito y destruyen la espontaneidad de la expresión”.[4] De esta manera, “el arte […] no puede ser llamado, en modo alguno, reproducción de la naturaleza: su relación con la naturaleza es la de violarla.”[5]

En Veinte poemas para ser leídos en el tranvía,[6] el primer texto escrito por el autor en 1922, se plantean las características de una vanguardia latinoamericana que había estado desarrollándose gracias a los viajes periódicos que hacían algunos autores latinoamericanos. Para ellos, el arte está en constante renovación y se traduce gracias al dinamismo que tiene con la historia y la política. El hallazgo lírico se magnifica, se agiganta y se desarrolla [7] por los procesos sociales que están siendo formulados desde otros espacios y concepciones.

Es así que su prólogo, que apareció hasta la segunda edición del libro (1925) —publicada en Buenos Aires para el periódico Martín Fierro, pero escrito en Paris en 1922 a modo de carta—expresa la forma en la que Oliverio concibe la política y literatura:

Lo cotidiano, sin embargo, ¿no es una manifestación admirable y modesta de lo absurdo? Y cortar las amarras lógicas, ¿no implica la única y verdadera posibilidad de aventura? ¿Por qué no ser pueriles, ya que sentimos el cansancio de repetir los gestos de los que hace 70 siglos están bajo tierra?[8]

Los movimientos vanguardistas latinoamericanos querían, bajo los estandartes de ruptura y oposición, dar un papel a la literatura como portadora de un nuevo significado dentro de la sociedad y la política. Gracias a sus ideas estéticas, la publicación representó el nombre del movimiento literario: Martinfierrismo. Así, para la cuarta publicación, Oliverio escribió:

Frente a la impermeabilidad hipopotámica del ‘honorable público’.

Frente a la funeraria solemnidad del historiador y del catedrático, que momifica cuanto toca.

[…] Frente a la ridícula necesidad de fundamentar nuestro nacionalismo intelectual, hinchado de valores falsos que al primer pinchazo se desinflan como chanchitos.

Frente a la incapacidad de contemplar la vida sin escalar las estanterías de las bibliotecas.

Y sobre todo, frente al pavoroso temor de equivocarse que paraliza el mismo ímpetu de la juventud, más anquilosada que cualquier burócrata jubilado:

“MARTÍN FIERRO” siente la necesidad imprescindible de definirse y de llamar a cuantos sean capaces de percibir que nos hallamos en presencia de una NUEVA sensibilidad y de una NUEVA comprensión que, al ponernos de acuerdo con nosotros mismos, nos descubre panoramas insospechados y nuevos medios y formas de expresión. […]

“MARTÍN FIERRO” sabe que “todo es nuevo bajo el sol” si todo se mira con las pupilas actuales y se expresa con un acento contemporáneo. […]

“MARTÍN FIERRO” cree en la importancia del aporte intelectual de América, previo tijeretazo a todo cordón umbilical. Acentuar y generalizar, a las demás manifestaciones intelectuales, el movimiento de independencia iniciado, en el idioma por Rubén Darío, no significa, empero, que habremos de renunciar, ni mucho menos, finjamos de conocer que todas las mañanas nos servimos de un dentífrico sueco, de unas toallas de Francia y de un jabón inglés.

“MARTÍN FIERRO” tiene fe en nuestra fonética, en nuestra visión, en nuestros modales, en nuestro oído, en nuestra capacidad digestiva y de asimilación. […]

“MARTÍN FIERRO” sólo aprecia a los negros y a los blancos que son realmente negros o blancos y no pretenden cambiar de color. [9]

Es claro, con este manifiesto, las ideas de renovación estética literaria y política que tenían los autores. Es interesante mencionar también el cambio de mentalidad que se estaba dando alrededor de la idea de literatura nacional, pues si bien los modernistas hispanos hacían una crítica a las influencias europeas, los nuevos quehaceres literarios se apropiaron de dicho discurso. Así, en textos como El escritor Argentino y la tradición de Jorge Luis Borges, o las ideas del movimiento que giraba alrededor de la revista Antropofagía, de Oswald de Andrade en Brasil, nos presentan la importancia de asimilar las influencias Occidentales con los que América Latina se ha conformado para poder así, desde un espacio propio, pensar a la literatura como un lugar de creación que es innovador, auténtico pero especialmente, político.

[1] Guillermo Lescano Allende, Pureza y erotismo en la poesía de Oliverio Girondo, p. 117

[2] Girondo Oliverio, Obra, Buenos Aires, Editorial Losada, 1968, p. 167.

[3] Ibid, p. 159.

[4] Arnold Hausser, “Bajo el Signo del Cine” en Historia Social de la Literatura y el Arte. p. 489.

[5] Ibíd.

[6] Girondo Oliverio, “Veinte poemas para ser leídos en el tranvía” en Obra, Buenos Aires, Losada 1968.

[7] Jorge Schwartz, Las vanguardias latinoamericanas. Textos programáticos y críticos, México, Fondo de Cultura Económica, 2002, p. 135.

[8] Oliverio Girondo, Op. Cit., p. 38.

[9] Schwartz, Op. Cit., p, 169.

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